Por Joel Ortega Juárez
El 68 mexicano es un movimiento hermano de la gran revuelta planetaria estudiantil de 1968 que tiene como signo central el ser una lucha no por el poder sino una lucha contra el poder.
Es en síntesis un movimiento libertario que
se enfrenta al poder, al poder en todas sus formas: al poder familiar, al poder
escolar, al poder político, al poder económico, al poder militar, a todo el
poder. Y se presenta como una opción autónoma de lucha que se enfrenta a esos
poderes desde una óptica ajena a la participación al interior de las
estructuras de los aparatos del estado capitalista, en este caso el Estado
Capitalista Mexicano que está determinado por una ideología que aprovechó y manipuló
el ímpetu de la Revolución Mexicana y convirtió a esa ideología en la prisión
cultural, mental, política de millones de mexicanos, que sigue tristemente viva
e incluso está presente en la ideología de los partidos supuestamente
opositores de la llamada Izquierda Mexicana.
En ese sentido El 68 Mexicano va a tener
que revivir a través de una lucha en contra de esa ideología hegemónica que ha
dañado tanto a los mexicanos y especialmente a los sectores sociales oprimidos.
El 68 entonces no ha terminado. Sigue
vigente en la perspectiva de darle voz a su canto libertario, no en la letanía
del “2 de Octubre no se olvida”.
Escribí lo anterior en mi libro Adiós al 68,
ahora el gobierno recién iniciado, pretende ser el heredero de ese gran
movimiento planetario y libertario. Nada más alejado del 68, que un gobierno
que apoya la militarización, apenas decretada el día anterior a la toma de
posesión de Sheinbaum, al integrar la Guardia Nacional a la Secretaría de la
Defensa Nacional.
Los militares son un cuerpo educado para
“resolver a tiros” cualquier cosa, como trágicamente acaba de ocurrir con el
asesinato de seis migrantes, en una carretera de Chiapas, cuando “personal
militar manifestó escuchar detonaciones, por lo que dos elementos accionaron su
armamento, deteniendo su marcha una camioneta de redilas”, posteriormente al
cercarse el personal identificó a 33 migrantes de nacionalidad egipcia, nepalí,
cubana, hindú, pakistaní y árabe”. Además de los seis muertos hay doce
lesionados. Es una clara evidencia de
los riesgos terribles de poner en manos de los militares funciones que no les
corresponden, como la “contención” de migrantes, para acatar la política de los
Estados Unidos.
Si se quiere hacer justicia en relación a
la masacre de Tlatelolco, se debería retomar el proceso conducido por la Fiscalía
Especial para Movimientos. Sociales y Políticos del Pasado, encabezada por
Ignacio Carrillo Prieto, recientemente fallecido, cuyos logros más importantes
fueron las órdenes de aprehensión y un auto de formal prisión por el delito de
genocidio contra Luis Echeverría, por el cual estuvo en prisión domiciliaria
durante 847 días, del 29 de noviembre de 2006 al 26 de marzo de 2009. Además de
15 órdenes de aprehensión y ocho autos de formal prisión, siendo los indiciados
Luis de la Barreda Moreno, Miguel Nazar Haro y siete elementos del grupo paramilitar
llamado Los Halcones.
No estamos ante una página en blanco en
relación a la búsqueda de justicia, por lo que no se deben dar pasos hacia
atrás como el decreto firmado por la presidenta Claudia Sheinbaum, donde ofrece, en nombre del Estado Mexicano,
una disculpa pública a las víctimas de la masacre de Tlatelolco el 2 octubre de
1968.
Las sociedades deben ir hacia adelante,
consolidando lo conquistado a lo largo de muchas luchas de varias generaciones
y no retroceder a fases superadas en el proceso de alcanzar la justicia.
Los jóvenes de hoy tienen retos inmensos en
todos los planos de la vida. En su creatividad, en su capacidad para usar la
ciencia y la tecnología, la cultura en su sentido amplio y en las luchas
sociales y políticas de nuestros días, está el futuro del planeta. No podemos seguir viendo al pasado. Llegó la
hora de decir Adiós al 68.
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