Hemos sido condicionados para creer, no para ejercitar la reflexión.
Los pueblos se debaten
entre las esperanzas vanas y las realidades crudas.
Por Carolína Vásquez
Araya
La mayoría de las acciones proyectadas desde cualquier ámbito de autoridad de nuestro entorno social, nos obligan a aceptar mitos, pensamientos o decisiones basadas en una verdad sobre la cual, por lo general, no tenemos constancia. La manera como se nos entrena desde la infancia para recibir instrucciones y modelar nuestros pensamientos y creencias de acuerdo con preceptos supuestamente inamovibles y correctos, va dejando su impronta en el transcurso de nuestro paso por distintas etapas de la vida. Es así como nos convertimos en parte de una comunidad, cuya característica principal es la coincidencia de valores, normas y una concepción determinada de la verdad. Todo lo cual, implica la aceptación tácita de su condición como fundamento de aquello en lo que basamos nuestra conducta.
La fuerza derivada de
una posición de autoridad, en los sistemas imperfectos de sociedades como las
nuestras, entrañan enormes peligros. Uno de ellos es la confusa relación entre
distintos centros de poder -político, religioso, económico- cuyas escalas de
valores se encuentran distorsionadas y sujetas a una concepción de sus
objetivos y sus postulados ajena al interés y al bienestar de sus pueblos. Es
así como, en pleno siglo de la tecnología y las ciencias, el poder se apoya en
el progresivo debilitamiento de las capacidades intelectuales, físicas y
psicológicas de las sociedades desde las cuales se alimenta su fuerza.
Desde tiempos remotos,
las autoridades del ámbito espiritual -cuyo imperio se considera indiscutible-
invocan la sumisión y la obediencia ciegas a preceptos asociados con otros
estamentos de poder, como apoyo incondicional a sistemas verticales de
discriminación, explotación e injusticia; y, para ello, apelan a la capacidad
humana de aceptar la inconmensurable fuerza de la fe como parapeto contra la
fuerza de la razón. Del miedo a lo desconocido y la aceptación de la pobreza
como inevitable condena divina, las estrategias concebidas desde las naciones
más poderosas consiguen invadir los espacios espirituales de países del tercer
y cuarto mundos. Estrategias cuya efectividad ha consistido en la sumisión de
los más pobres en recursos intelectuales, económicos e ideológicos, con el
objetivo de mantener un estatus establecido desde los poderes político y
económico.
El debilitamiento
progresivo de las políticas públicas en el ámbito educativo es una de las
formas más perversas de un Estado para someter a la población a una incapacidad
de análisis y reflexión provocada a propósito; estas valiosas herramientas
intelectuales son consideradas, desde los centros de poder, como una amenaza a
cualquier proyecto de gobernanza. De ahí la dicotomía existente entre los
postulados políticos y la realidad de las gestiones gubernamentales en la
mayoría de países en desarrollo. Como apoyo a ese debilitamiento de la fuerza
popular, se instaura de manera paralela una serie de obstáculos al acceso a la
salud, a la alimentación y a sus capacidades para gestionar organizaciones
comunitarias.
La fe suele definirse
como aceptación en una creencia, como una convicción que admite lo absoluto.
Mientras, la razón se funda en la evidencia. La deformación de los fundamentos
que dan sentido a la fe, tal y como se ha evidenciado a lo largo de la historia
y, recientemente, de la crisis sanitaria que experimenta el mundo, constituyen
una evidencia de los profundos alcances de la manipulación y el engaño ejercido
desde esos ámbitos de poder en contra de la razón y el interés público.
Así como se deforma el
concepto de verdad desde el discurso político, escondido tras el sermón
religioso, de igual modo se compromete el derecho a la salud y a la vida de
millones de seres humanos, cuya carencia endémica de recursos de análisis y
reflexión la condenan a aceptar como ciertos los conceptos vertidos desde los
ámbitos de autoridad. Por eso, nuestras supuestas democracias nacen
desprovistas de la fuerza necesaria para consolidarse y por eso, también, los
más pobres se enfrentan a una realidad en donde la fe se confunde con la más
injusta resignación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario