Pablo Serrano Álvarez
Triskelion, S.C.
Había Belleza y luz en las almas de esos
muchachos muertos. Querían hacer de México la morada de la justicia y la
verdad. Soñaron una hermosa república libre de la miseria y el engaño.
Pretendieron la libertad, el pan y el alfabeto para los seres oprimidos y
olvidados y fueron enemigos de los ojos tristes de los niños, la frustración en
los adolescentes y el desencanto de los viejos. Acaso en alguno de ellos había
la semilla de un sabio, de un maestro, de un artista, un ingeniero, un médico.
Ahora sólo son fisiologías interrumpidas dentro de pieles ultrajadas. Su caída
nos hiere a todos y deja una horrible cicatriz en la vida mexicana.
José Alvarado, Siempre, octubre de 1968
Citado en 1968. Estudiantes Politécnicos
en lucha. Brigadistas politécnicos
1967-1971,
México, Colectivo Memoria en
Movimiento, Toma y Lee Editorial, 2020,
p. 29.
En México, el movimiento estudiantil
representó un parteaguas importantísimo contra el autoritarismo de Estado. Fue
una lucha libertaria de la juventud que enlazó la lucha popular y dio sendero a
la batalla por el advenimiento de la transición política hacia la democracia representativa,
participativa y popular. 1968 fue una eclosión social en varias partes del
mundo, pero en México representó un año de quiebre y cambio de rumbo. Las
movilizaciones sociales entre 1958 y 1959 o en el primer lustro de los sesenta
fueron el antecedente de lo que fue la movilización estudiantil de aquel año. Ferrocarrileros,
electricistas, maestros, médicos, normalistas, mineros, azucareros, campesinos,
indígenas, habían sido reprimidos con fuerza durante una década, el último
reducto fueron los estudiantes, masacrados.
La juventud mexicana se movilizó en
contra del autoritarismo gubernamental y contra las políticas de control,
persecución y represión que los gobernantes implementaron con ahínco y mano
dura durante decenios. La disidencia y la oposición dieron la ocasión para
desplegar el autoritarismo cruento y vil contra la sociedad que no estaba de
acuerdo y se oponía a lo que representaba el régimen posrevolucionario.
Estudiantes, obreros, campesinos, sectores medios, fueron los actores principales
que emprendieron luchas por la democratización del país. Demanda justa,
prioritaria, libertaria, que en 1968 y en posteriores años fue la bandera fundamental
de la juventud y que los estudiantes enarbolaron, como ningún otro sector
social, para combatir a un sistema autoritario y despótico que negaba y
obstaculizaba la transición a un sistema democrático pleno, donde la justicia,
la igualdad y la libertad fueran las bases fundamentales de la vida mexicana.
El movimiento estudiantil incidió en la
lucha por la democracia, el pluralismo, el respeto a los derechos humanos, la
libertad de pensamiento, expresión y crítica, pero también en las libertades de
reunión, petición y legalidad. La organización social y el respeto irrestricto
a la opinión pública fueron principios de la movilización de la juventud
estudiantil, que además se enlazaron con las demandas populares con respeto a
la acción gubernamental en beneficio de la ciudadanía, educación, trabajo,
salud, vivienda e infraestructura adecuada, debían ser las misiones concretas
de un gobierno que debía servir a la ciudadanía. Todo este complemento fue
enaltecido por la vocación popular del movimiento estudiantil, que marcó, sin
duda, el futuro mexicano.
Los síntomas del descontento estudiantil
ya se habían expresado antes de 1968. La expresión de demandas en varias
escuelas de media superior y superior, donde incluso hubo huelgas, paros o
expresiones de organización o movilización, fueron un “caldo de cultivo” de lo
que sobrevino después. Desde el mes de julio de 1968, la movilización
estudiantil inundó las calles de la ciudad de México. En otras ciudades de los
estados de la república, las expresiones movilizadoras se fueron dando desde
inicios de ese decenio, pero en 1968 se reforzaron por la identificación con lo
que sucedía en la capital del país. La vocación democrática del sector estudiantil
fue un rasgo importante de la organización y acción colectivas. Tanto en la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), como en el Instituto
Politécnico Nacional (IPN), y en otros espacios educativos, fue emergiendo el
movimiento que conmocionaría a la sociedad, pero también al gobierno. Este
último reaccionó con una fuerza represora inaudita, utilizando los recursos
materiales y humanos para combatir con fuerza a los estudiantes. Ya ni se diga
el llamado delito de “disolución social”, que rayaba en el legalismo cruel y
represor.
El caso de los estudiantes politécnicos
fue representativo de la organización y acción que, prácticamente, desde 1967,
fue tomando coherencia y expresión. No pararon. Entre 1967 y 1971, los
estudiantes del Politécnico se distinguieron en la propaganda, el activismo, el
brigadismo, los mítines, las marchas, los mítines relámpago, las huelgas y
paros que no faltaron. Las muestras de solidaridad, fraternidad y amistad los
hermanaba por la pertenencia al Politécnico, pero igual en la expresión de las
demandas y en las acciones organizadas. Pintas, pegar carteles, difundir
manifiestos, volantear, hablar a los estudiantes y profesores, gritar
consignas, atraer a otros sectores sociales, buscar ayuda y solidaridad en las
familias, recorrer calles, mercados, escuelas, hablar en los camiones o
cruceros. Marchas y mítines, puntos de partida y de llegada, los politécnicos
se hermanaron con los estudiantes de la UNAM, El Colegio de México, Chapingo y
otros. La identificación era colectiva, la acción organizada y frontal en
objetivos comunes y colectivos. Entre 1967 y 1971, los estudiantes politécnicos
estuvieron contra viento y marea representando al movimiento estudiantil. Con
sudor, sangre y palabra se distinguieron. Asesinados y heridos, la lucha por la
resistencia al autoritarismo los resaltó e impulsó aún mucho más. El 2 de
octubre de 1968 y 10 de junio de 1971, los estudiantes politécnicos resistieron
el embate y la tormenta autoritarias, la represión y la persecución fueron
cruentas y, aun así, la organización y la identificación de intereses fue lo
suyo. Tanto así que aún después de esos acontecimientos, los politécnicos se
convirtieron en la expresión de una forma de ser y de sentir que, a través del
tiempo, ha subsistido en sus vidas hasta la actualidad. Los sobrevivientes así
lo constatan en sus testimonios de hoy.
El 22 y el 23 de julio de 1968 se dio un
enfrentamiento tremendo entre estudiantes de las vocacionales 2 y 5 del
Politécnico y estudiantes de preparatorias oficiales de la UNAM. El escenario
fue en La Ciudadela. Los granaderos y las policías intervinieron con crueldad. Los
estudiantes politécnicos, mediante la Federación Nacional de Estudiantes
Técnicos (FNET), convocaron a una marcha de protesta para el día 26 de julio
que iría de La Ciudadela al Casco de Santo Tomás. Se promovió el rechazo a la
represión oficial. Las pancartas fueron significativas contra el hostigamiento
policíaco, la crueldad y la intimidación de las autoridades. Exigieron la
liberación de los detenidos y el cese de la represión a las manifestaciones y
expresiones estudiantiles. La marcha se desvió hacia el Zócalo. La acción fue
reprimida con más crueldad y sangre. Los granaderos y las policías usaron su
fuerza inaudita contra los estudiantes con gases lacrimógenos, tanquetas, golpes,
toletes, escudos, gases y refriega. Los estudiantes no retrocedieron, lo que
produjo un enfrentamiento mayor. Se sumaron otros grupos en La Alameda y el
edificio de Bellas Artes. El Centro Histórico de la ciudad de México fue un
escenario catastrófico. Politécnicos y preparatorianos pumas fueron agredidos
con fuerza.
Los días 27 y 28 de julio, la unidad de
los estudiantes de la UNAM y el IPN se expresó en la quema de camiones y la
formación de barricadas. Hubo indignación, enojo, rabia, impotencia en los
estudiantes de todas las instituciones universitarias. El 29 de julio, las
escuelas del Politécnico en las unidades de Zacatenco, Casco de Santo Tomás y
Vocacionales se unieron en Asamblea General para detener actividades y
organizar brigadas. La reacción gubernamental, a cargo del secretario de
Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, fue la represión en contra de los
politécnicos y los universitarios. La reacción fue terrible. El 1 de agosto, el
Rector de la UNAM encabezó una marcha en defensa de la autonomía universitaria,
pidiendo el cese de la represión y la liberación de los detenidos. Los
politécnicos se sumaron a esta marcha. El contingente fue amplio,
multitudinario.
La unión de los estudiantes fue
imparable. El 5 de agosto más de setenta mil estudiantes, encabezados por los
profesores, realizaron una marcha en el Casco de Santo Tomás, lanzando
consignas y gritando la exigencia por la libertad. Se convocó al gobierno al
diálogo. De hecho, se estableció la necesidad de conformar una instancia que
aglutinara las acciones del movimiento estudiantil, como parte de seis puntos
del pliego petitorio. Esta marcha fue muy importante para el ánimo de los
estudiantes. El día 8 de agosto se constituyó el Consejo Nacional de Huelga,
integrado por 3 representantes de las escuelas en paro. Fue en las
instalaciones de la Vocacional 7 del Politécnico. Ante la falta de diálogo con
el gobierno, se organizó otra marcha para el 13 de agosto, que iría del Casco
de Santo Tomás al Zócalo de la ciudad de México. Esta marcha sería la punta de
lanza del movimiento estudiantil, el cénit de la movilización. Se sumaron
varias organizaciones del país y gran parte de la población aplaudió la acción
estudiantil contra la represión gubernamental. La marcha fue ordenada y con
disciplina. La demanda principal fue el diálogo con el gobierno, de carácter
público. Luego de diez días, el gobierno respondió, pero los estudiantes
decidieron romper los contactos y organizó una gran marcha para el 27 de
agosto, que recorrería el Paseo de la Reforma hasta el centro histórico. Fue un
acto de demostración de la unidad y de la fuerza estudiantil. La llegada al
Zócalo fue multitudinaria y popular, hasta las campanas de Catedral sonaron
accionadas por dos estudiantes a los que se les permitió hacer que tañeran. Esa
noche las tanquetas y camiones de soldados salieron de Palacio para reprimir a
los estudiantes.
La reacción gubernamental fue organizar
un mitin de acarreados para protestar contra los estudiantes que habían “profanado”
la Catedral y agraviado a la Bandera. El colmo de la idea conservadora y
oficialista incrustada en parte de la sociedad y en el gobierno. Los acarreados
gritaron en contra del mismo gobierno con rechiflas y consignas, ya que los
estudiantes brigadistas les dijeron que lo hicieran, labor que rindió frutos.
Fue un acto desastroso para las autoridades, contra el presidente Gustavo Díaz
Ordaz y su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, que fueron los
promotores de esa acción hasta cierto punto ridícula y absurda, simuladora.
Desde ese día se incrementó la vigilancia y patrullaje del ejército y las
policías en las calles y lugares públicos para detener el activismo de los
estudiantes. El presidente amenazó al movimiento en su informe de gobierno del
1 de septiembre. La represión continuaría. El 13 de septiembre, la marcha del
silencio evidenció la disciplina de la movilización y una afrenta más a un
gobierno persecutor y represor. La marcha contó con la participación de varios
sectores sociales que apoyaron a los estudiantes. El movimiento se había
convertido en una avalancha popular. Ante la fuerza, el gobierno tomó Ciudad
Universitaria, deteniendo a más de 1, 500 personas. Luego intentó tomar varias
instalaciones politécnicas en varios puntos de la ciudad de México, recibiendo como
respuesta la defensa estudiantil de los espacios. Estos actos causaron
indignación y miedo generalizado. La toma de espacios universitarios reflejó
crueldad y fuerza bruta de un gobierno que no escuchó, con torpeza, las
demandas de los estudiantes. Ni un ápice varió en la acción de las autoridades,
enfermas de orgullo y prepotencia, sin escuchar nunca.
Desde el 27 de septiembre se convocó a la
celebración de un mitin en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Era un
evento de dignidad y coraje ante el gobierno represor y autoritario. El
gobierno desocupó Ciudad Universitaria el día 30 de agosto, el Consejo Nacional
de Huelga denunció los destrozos, las detenciones y la represión directa contra
estudiantes, dirigentes y trabajadores. La gente indefensa fue reprimida con
crueldad. El 1 de octubre los dirigentes decidieron llevar a cabo el mitin del
dos de octubre. El Rector Barros Sierra intentó mediar entre el gobierno y los
dirigentes del movimiento en su domicilio. Luis González de Alba, Anselmo Muñoz
y Gilberto Guevara Niebla acudieron representando al Consejo Nacional de Huelga;
y por parte del gobierno estuvieron Jorge de la Vega Domínguez y Andrés Caso.
La petición de los estudiantes fue el cese de la represión, la libertad de los
detenidos y la desocupación de las instalaciones, que no fue aceptada por los
asistentes enviados del presidente. La cerrazón gubernamental se impuso. Se
rompió el diálogo.
Desde la mañana del 2 de octubre, el
ejército, la policía, los granaderos, la policía secreta, francotiradores y
demás personal se apoderaron de Tlatelolco. La zona estaba rodeada para
estrangular el mitin. El batallón “Olimpia” tomaría el edificio Chihuahua para
capturar a los líderes y oradores que estarían en el balcón del tercer piso. Se
generaría el caos y la confusión para culpar a los dirigentes de generar un
enfrentamiento. Así sucedió. Luego de las seis de la tarde se vieron caer las
luces de bengala y se inició el operativo. La tropa asesinó a muchos asistentes
e hirió a otros, capturaron a la mayoría de los líderes del Conejo Nacional de
Huelga, detuvieron a estudiantes, obreros y vecinos. La plaza quedó
ensangrentada. El gobierno cumplió con la amenaza vertida por el presidente
Gustavo Díaz Ordaz el 1 de septiembre. Fuego y sangre, heridos y muertos,
zapatos y bolsas abandonados, el impacto de la tristeza y la desolación con
lágrimas e impotencia. Mucha rabia de por medio. Impotencia y susurro. Por
supuesto impunidad en el aire. Así quedó la plaza de las Tres Culturas.
Al día siguiente, México se encontraba de
luto, indignado y muy dolido por la masacre. La mayoría de los mexicanos no
podían creer lo que había sucedido. Muertos, heridos, desaparecidos, detenidos.
Datos incuantificables y comprobables de heridos, detenidos, muertos y
desaparecidos. El gobierno hizo creer que fue un enfrentamiento generado por
los dirigentes contra el ejército. Nadie lo pudo creer. Muchos detenidos fueron
llevados al Campo Militar Número 1, hubo golpizas, interrogatorios e
intimidación psicológica para que se declararan culpables de generar esta
masacre. El 6 de octubre, uno de los dirigentes tuvo que declarar que se habían
organizado columnas armadas de estudiantes y que el movimiento había sido
organizado por políticos resentidos, que se pretendía sembrar el caos y la
violencia. El sentimiento de asombro se apoderó de la sociedad. El gobierno,
entonces, tuvo la coartada perfecta para anular sus acciones de represión
violenta y quedar como una instancia justa con una acción legítima.
El Movimiento Estudiantil continuó
estableciendo el diálogo público como palestra y respetando el pliego
petitorio, además de exigir la libertad de los presos y detenidos, así como la
identificación de los muertos. Las pláticas con el gobierno se rompieron. Ahora
era la lucha por no levantar la huelga. La vuelta a clases no se dio. El 20 de
noviembre se realizó un multitudinario mitin en el Casco de Santo Tomás para
mantener las movilizaciones y solicitar la solución pacífica del movimiento. La
huelga se levantó el 4 de diciembre, el Consejo Nacional de Huelga se declaró
disuelto. Había rabia, dolor y sentimientos de impotencia de los estudiantes y
participantes en el movimiento. Hasta enero de 1969 se levantó la huelga en el
Politécnico. Los politécnicos fueron los más dignos en mantenerse con orgullo y
la cabeza en alto. No transigirían jamás. Su conciencia era profunda.
La epopeya de 68 no terminó ahí, por lo
menos para los politécnicos que luego se organizaron en Comité Coordinador de
los Comités de Lucha. El activismo estudiantil continuó sin líderes. El
brigadismo y la propaganda continuaron como una característica que distinguió
al movimiento estudiantil politécnico. Muchos estudiantes pasaron a organizarse
en agrupaciones obreras y del movimiento urbano popular, pero también en
ciertas organizaciones campesinas o en grupos guerrilleros en varios sitios del
país, otros más figuraron en las luchas de las colonias populares de las
grandes ciudades, principalmente de la ciudad de México. Los politécnicos se
distinguieron por una organización prácticamente sin líderes visibles. Así se
mantuvieron desde 1968, a pesar de la persecución y la represión que
continuaron. Los Comités de Lucha actuaron desde inicios de 1969, su acción se
incrementó desde inicios de 1971. Llegó el momento de otra movilización
mediante asambleas y manifestación en las calles, aunque en el caso de los
politécnicos su labor se centró en el activismo en las escuelas y en otros
grupos externos. Razones no faltaban.
El movimiento estudiantil de 1971 se
centró en un pliego de peticiones relacionadas con la Ley Orgánica Democrática
para la Universidad de Nuevo León, la libertad de los presos políticos; la
reforma universitaria y democrática en todas las universidades; la derogación del
reglamento represivo del Politécnico; la democracia sindical y la solución de
las huelgas obreras y el rechazo a la llamada “apertura democrática¨ del
presidente Luis Echeverría Álvarez. La actuación vino de nuevo de la mano de
estudiantes provenientes de la UNAM y otros centros de estudios que se sumaron.
La movilización pretendió convertirse en nacional de nuevo. Los politécnicos se
distinguieron por la disciplina y el orden. No había héroes, tampoco líderes,
que condujeran al movimiento. Era una comunidad colectiva que pugnaba por la
comunión de la lucha.
Se convocó a una marcha desde el Casco de
Santo Tomás. Más de diez mil participantes acudieron. De nuevo, la masacre. El
escenario se dio en los linderos de la Normal. El grupo paramilitar de los llamados
“Halcones”, creado para reprimir violentamente las manifestaciones, comandados
por el coronel Manuel Díaz Escobar, y compuesto por porros y jóvenes pobres con
más de mil elementos, actuó con golpes y balazos para disolver la marcha. Más
de cien agresores. 30 muertos y más de doscientos heridos. Los reporteros de la
prensa fueron agredidos también. La persecución llegó hasta la Normal, donde se
refugiaron muchos estudiantes, o en el Hospital Rubén Leñero, donde fueron
llegando los heridos. Azoteas y refugios temporales fueron espacios donde se
escondieron los participantes, muertos de miedo. El pasmo de nuevo se apoderó
de la sociedad mexicana. Era increíble, luego de la masacre de 1968. Bastaron
tres años para que el gobierno represor, que hablaba de “apertura democrática”, actuara con salvajismo
y simulación mediante un grupo paramilitar compuesto por jóvenes asesinos,
entrenados para golpear y reprimir con violencia. Las víctimas fueron los
estudiantes de nuevo. Sus demandas eran certeras y claras. Sectores de la
izquierda y de la derecha protestaron públicamente ante este acontecimiento
lamentable, sangriento a más no poder, todos demandaron las aclaraciones, pero
también la necesaria conciliación y el diálogo. El presidente Echeverría pretendió
defenderse acusando a los estudiantes como “emisarios del pasado” del 68 que lo
querían perjudicar, nada más ridículo. La impunidad se cernió de nuevo en el
ambiente de la opinión pública.
Quedó claro que el gobierno mexicano era
represor y perseguidor de los jóvenes estudiantes. El autoritarismo de Estado
evidenciaba un régimen dictatorial velado con sus discursos “democráticos”. Se
dio entonces la pérdida de la organización estudiantil, aunque muchos
participantes continuaron con su conciencia enalteciendo la actuación de los
jóvenes desde el mundo universitario. Muchos continuaron emprendiendo
actividades en otros movimientos sociales que fueron muchos en el decenio de
los setenta. La persecución y represión continuó contra los más destacados protagonistas,
como se narra en los testimonios de testigos y participantes. Fueron parte
después de la transición política que comenzó a ser efectiva en la reforma
electoral de 1977, con posteriores acciones y organizaciones en torno a los
partidos políticos y los procesos electorales.
Los cincuenta años del movimiento
estudiantil en 2018 favoreció que los antiguos participantes, por parte del
IPN, se organizaran en un colectivo que se incluyera en los festejos
programados por la UNAM. Este colectivo se llamó Memoria en Movimiento, cuyas
pretensiones y objetivos se centraron en combatir el olvido mediante la memoria
de los acontecimientos donde participaron de jóvenes. El recuento
historiográfico a través de los años fue reflejo del olvido de la participación
tan destacada que tuvieron los estudiantes politécnicos en 1968 y 1971. Las
movilizaciones formaron parte de la memoria colectiva de aquellos jóvenes que
quisieron dejar constancia, mediante sus testimonios personales, de su actuar
en un movimiento que marcó la historia del México contemporáneo. El colectivo
implicó, desde luego, como antes, no contar con liderazgos personales, sino un cuerpo
colectivo democrático y libre, sin ataduras institucionales o de cabezas
personalistas. Se dieron a la tarea de rescatar del olvido su memoria. La tarea
les representó un trabajo de tres años, como su participación hace cincuenta
años. Ahora con el cincuentenario de la masacre del 10 de junio de 1971, pues
este cuerpo testimonial es una aportación indiscutible. Es una obra imperdible,
necesaria e intensa que complementa grandemente la historiografía sobre el
movimiento estudiantil de los años de 1967 a 1971.
Felipe de Jesús Galván Rodríguez,
Severiano Sánchez Gutiérrez, Myrthokleia Adela González Gallardo, José David
Vega Becerra, José Guillermo Palacios Suárez, Guadalupe Ana María Vázquez
Torre, Iván Jaime Uranga Favela, Jaime Antonio Valverde Arciniega, Luis Meneses
Murillo, Rolando Brito Rodríguez, Lydia Mota de la Garza, Sergio del Río
Herrera, Víctor Manuel Pérez Torres, Humberto Campos Meza, Evangelina Muñoz
Soria, Marco Antonio Santillán Vázquez, Enrique Carlos Treviño Tavares, Mario
Ortega Olivares, Antonio Francisco Guzmán Vázquez, Jesús Vargas Valdés, Jaime
Cuauhtémoc García Reyes, Antonio Valverde Arciniega, Moisés Ramírez Tapia, son miembros del Colectivo, pero también
figuraron como colaboradores que brindaron sus testimonios, la mayoría participantes
en el movimiento del 68, otros más protagonistas del movimiento de 71, y que se
han compilado en un libro que resguarda su memoria. Sus vivencias dentro del
movimiento estudiantil son esclarecedoras y cuentan con la fuerza del recuerdo
y la memoria. Todos politécnicos, todos fueron estudiantes y jóvenes. La
mayoría fueron multifacéticos después de 1968 y 1971, ya que siguieron luchando
dentro de otros movimientos sociales en varias regiones del país. Tres
historiadores jóvenes dieron cuenta de la historia de este movimiento de
estudiantes politécnicos en el libro que ha impreso el Colectivo, como Susana
Torres, Paola González Letechipía y Mario Gutiérrez Vega, que dan una visión
más fría, más de lejos.
El Colectivo restauró la memoria de
acontecimientos de hace cincuenta años. Su participación es narrada con
claridad y modestia, pero con fuerza e intensidad. El recuerdo presente hace quitar
el olvido de una memoria colectiva clara y contundente. La historia del
movimiento estudiantil de 1967 a 1971 se restaura y se brinda para conocer y
saber lo que implicó para la historia contemporánea mexicana. Este libro es una
aportación indiscutible y se llama 1968. Estudiantes Politécnicos en lucha.
Brigadistas politécnicos, 1967-1971.