miércoles, 24 de marzo de 2021

NUESTRA LECTURA: Ante el olvido, la memoria en movimiento. 1968-1971. La lucha de los politécnicos en el movimiento estudiantil

 




Pablo Serrano Álvarez
Triskelion, S.C.

 

Había Belleza y luz en las almas de esos muchachos muertos. Querían hacer de México la morada de la justicia y la verdad. Soñaron una hermosa república libre de la miseria y el engaño. Pretendieron la libertad, el pan y el alfabeto para los seres oprimidos y olvidados y fueron enemigos de los ojos tristes de los niños, la frustración en los adolescentes y el desencanto de los viejos. Acaso en alguno de ellos había la semilla de un sabio, de un maestro, de un artista, un ingeniero, un médico. Ahora sólo son fisiologías interrumpidas dentro de pieles ultrajadas. Su caída nos hiere a todos y deja una horrible cicatriz en la vida mexicana.

José Alvarado, Siempre, octubre de 1968

Citado en 1968. Estudiantes Politécnicos

en lucha. Brigadistas politécnicos

1967-1971,

México, Colectivo Memoria en

Movimiento, Toma y Lee Editorial, 2020, p. 29.

 En México, el movimiento estudiantil representó un parteaguas importantísimo contra el autoritarismo de Estado. Fue una lucha libertaria de la juventud que enlazó la lucha popular y dio sendero a la batalla por el advenimiento de la transición política hacia la democracia representativa, participativa y popular. 1968 fue una eclosión social en varias partes del mundo, pero en México representó un año de quiebre y cambio de rumbo. Las movilizaciones sociales entre 1958 y 1959 o en el primer lustro de los sesenta fueron el antecedente de lo que fue la movilización estudiantil de aquel año. Ferrocarrileros, electricistas, maestros, médicos, normalistas, mineros, azucareros, campesinos, indígenas, habían sido reprimidos con fuerza durante una década, el último reducto fueron los estudiantes, masacrados.

La juventud mexicana se movilizó en contra del autoritarismo gubernamental y contra las políticas de control, persecución y represión que los gobernantes implementaron con ahínco y mano dura durante decenios. La disidencia y la oposición dieron la ocasión para desplegar el autoritarismo cruento y vil contra la sociedad que no estaba de acuerdo y se oponía a lo que representaba el régimen posrevolucionario. Estudiantes, obreros, campesinos, sectores medios, fueron los actores principales que emprendieron luchas por la democratización del país. Demanda justa, prioritaria, libertaria, que en 1968 y en posteriores años fue la bandera fundamental de la juventud y que los estudiantes enarbolaron, como ningún otro sector social, para combatir a un sistema autoritario y despótico que negaba y obstaculizaba la transición a un sistema democrático pleno, donde la justicia, la igualdad y la libertad fueran las bases fundamentales de la vida mexicana.

El movimiento estudiantil incidió en la lucha por la democracia, el pluralismo, el respeto a los derechos humanos, la libertad de pensamiento, expresión y crítica, pero también en las libertades de reunión, petición y legalidad. La organización social y el respeto irrestricto a la opinión pública fueron principios de la movilización de la juventud estudiantil, que además se enlazaron con las demandas populares con respeto a la acción gubernamental en beneficio de la ciudadanía, educación, trabajo, salud, vivienda e infraestructura adecuada, debían ser las misiones concretas de un gobierno que debía servir a la ciudadanía. Todo este complemento fue enaltecido por la vocación popular del movimiento estudiantil, que marcó, sin duda, el futuro mexicano.

Los síntomas del descontento estudiantil ya se habían expresado antes de 1968. La expresión de demandas en varias escuelas de media superior y superior, donde incluso hubo huelgas, paros o expresiones de organización o movilización, fueron un “caldo de cultivo” de lo que sobrevino después. Desde el mes de julio de 1968, la movilización estudiantil inundó las calles de la ciudad de México. En otras ciudades de los estados de la república, las expresiones movilizadoras se fueron dando desde inicios de ese decenio, pero en 1968 se reforzaron por la identificación con lo que sucedía en la capital del país. La vocación democrática del sector estudiantil fue un rasgo importante de la organización y acción colectivas. Tanto en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), como en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), y en otros espacios educativos, fue emergiendo el movimiento que conmocionaría a la sociedad, pero también al gobierno. Este último reaccionó con una fuerza represora inaudita, utilizando los recursos materiales y humanos para combatir con fuerza a los estudiantes. Ya ni se diga el llamado delito de “disolución social”, que rayaba en el legalismo cruel y represor.

El caso de los estudiantes politécnicos fue representativo de la organización y acción que, prácticamente, desde 1967, fue tomando coherencia y expresión. No pararon. Entre 1967 y 1971, los estudiantes del Politécnico se distinguieron en la propaganda, el activismo, el brigadismo, los mítines, las marchas, los mítines relámpago, las huelgas y paros que no faltaron. Las muestras de solidaridad, fraternidad y amistad los hermanaba por la pertenencia al Politécnico, pero igual en la expresión de las demandas y en las acciones organizadas. Pintas, pegar carteles, difundir manifiestos, volantear, hablar a los estudiantes y profesores, gritar consignas, atraer a otros sectores sociales, buscar ayuda y solidaridad en las familias, recorrer calles, mercados, escuelas, hablar en los camiones o cruceros. Marchas y mítines, puntos de partida y de llegada, los politécnicos se hermanaron con los estudiantes de la UNAM, El Colegio de México, Chapingo y otros. La identificación era colectiva, la acción organizada y frontal en objetivos comunes y colectivos. Entre 1967 y 1971, los estudiantes politécnicos estuvieron contra viento y marea representando al movimiento estudiantil. Con sudor, sangre y palabra se distinguieron. Asesinados y heridos, la lucha por la resistencia al autoritarismo los resaltó e impulsó aún mucho más. El 2 de octubre de 1968 y 10 de junio de 1971, los estudiantes politécnicos resistieron el embate y la tormenta autoritarias, la represión y la persecución fueron cruentas y, aun así, la organización y la identificación de intereses fue lo suyo. Tanto así que aún después de esos acontecimientos, los politécnicos se convirtieron en la expresión de una forma de ser y de sentir que, a través del tiempo, ha subsistido en sus vidas hasta la actualidad. Los sobrevivientes así lo constatan en sus testimonios de hoy.

El 22 y el 23 de julio de 1968 se dio un enfrentamiento tremendo entre estudiantes de las vocacionales 2 y 5 del Politécnico y estudiantes de preparatorias oficiales de la UNAM. El escenario fue en La Ciudadela. Los granaderos y las policías intervinieron con crueldad. Los estudiantes politécnicos, mediante la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET), convocaron a una marcha de protesta para el día 26 de julio que iría de La Ciudadela al Casco de Santo Tomás. Se promovió el rechazo a la represión oficial. Las pancartas fueron significativas contra el hostigamiento policíaco, la crueldad y la intimidación de las autoridades. Exigieron la liberación de los detenidos y el cese de la represión a las manifestaciones y expresiones estudiantiles. La marcha se desvió hacia el Zócalo. La acción fue reprimida con más crueldad y sangre. Los granaderos y las policías usaron su fuerza inaudita contra los estudiantes con gases lacrimógenos, tanquetas, golpes, toletes, escudos, gases y refriega. Los estudiantes no retrocedieron, lo que produjo un enfrentamiento mayor. Se sumaron otros grupos en La Alameda y el edificio de Bellas Artes. El Centro Histórico de la ciudad de México fue un escenario catastrófico. Politécnicos y preparatorianos pumas fueron agredidos con fuerza.

Los días 27 y 28 de julio, la unidad de los estudiantes de la UNAM y el IPN se expresó en la quema de camiones y la formación de barricadas. Hubo indignación, enojo, rabia, impotencia en los estudiantes de todas las instituciones universitarias. El 29 de julio, las escuelas del Politécnico en las unidades de Zacatenco, Casco de Santo Tomás y Vocacionales se unieron en Asamblea General para detener actividades y organizar brigadas. La reacción gubernamental, a cargo del secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, fue la represión en contra de los politécnicos y los universitarios. La reacción fue terrible. El 1 de agosto, el Rector de la UNAM encabezó una marcha en defensa de la autonomía universitaria, pidiendo el cese de la represión y la liberación de los detenidos. Los politécnicos se sumaron a esta marcha. El contingente fue amplio, multitudinario.

La unión de los estudiantes fue imparable. El 5 de agosto más de setenta mil estudiantes, encabezados por los profesores, realizaron una marcha en el Casco de Santo Tomás, lanzando consignas y gritando la exigencia por la libertad. Se convocó al gobierno al diálogo. De hecho, se estableció la necesidad de conformar una instancia que aglutinara las acciones del movimiento estudiantil, como parte de seis puntos del pliego petitorio. Esta marcha fue muy importante para el ánimo de los estudiantes. El día 8 de agosto se constituyó el Consejo Nacional de Huelga, integrado por 3 representantes de las escuelas en paro. Fue en las instalaciones de la Vocacional 7 del Politécnico. Ante la falta de diálogo con el gobierno, se organizó otra marcha para el 13 de agosto, que iría del Casco de Santo Tomás al Zócalo de la ciudad de México. Esta marcha sería la punta de lanza del movimiento estudiantil, el cénit de la movilización. Se sumaron varias organizaciones del país y gran parte de la población aplaudió la acción estudiantil contra la represión gubernamental. La marcha fue ordenada y con disciplina. La demanda principal fue el diálogo con el gobierno, de carácter público. Luego de diez días, el gobierno respondió, pero los estudiantes decidieron romper los contactos y organizó una gran marcha para el 27 de agosto, que recorrería el Paseo de la Reforma hasta el centro histórico. Fue un acto de demostración de la unidad y de la fuerza estudiantil. La llegada al Zócalo fue multitudinaria y popular, hasta las campanas de Catedral sonaron accionadas por dos estudiantes a los que se les permitió hacer que tañeran. Esa noche las tanquetas y camiones de soldados salieron de Palacio para reprimir a los estudiantes.

La reacción gubernamental fue organizar un mitin de acarreados para protestar contra los estudiantes que habían “profanado” la Catedral y agraviado a la Bandera. El colmo de la idea conservadora y oficialista incrustada en parte de la sociedad y en el gobierno. Los acarreados gritaron en contra del mismo gobierno con rechiflas y consignas, ya que los estudiantes brigadistas les dijeron que lo hicieran, labor que rindió frutos. Fue un acto desastroso para las autoridades, contra el presidente Gustavo Díaz Ordaz y su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, que fueron los promotores de esa acción hasta cierto punto ridícula y absurda, simuladora. Desde ese día se incrementó la vigilancia y patrullaje del ejército y las policías en las calles y lugares públicos para detener el activismo de los estudiantes. El presidente amenazó al movimiento en su informe de gobierno del 1 de septiembre. La represión continuaría. El 13 de septiembre, la marcha del silencio evidenció la disciplina de la movilización y una afrenta más a un gobierno persecutor y represor. La marcha contó con la participación de varios sectores sociales que apoyaron a los estudiantes. El movimiento se había convertido en una avalancha popular. Ante la fuerza, el gobierno tomó Ciudad Universitaria, deteniendo a más de 1, 500 personas. Luego intentó tomar varias instalaciones politécnicas en varios puntos de la ciudad de México, recibiendo como respuesta la defensa estudiantil de los espacios. Estos actos causaron indignación y miedo generalizado. La toma de espacios universitarios reflejó crueldad y fuerza bruta de un gobierno que no escuchó, con torpeza, las demandas de los estudiantes. Ni un ápice varió en la acción de las autoridades, enfermas de orgullo y prepotencia, sin escuchar nunca.

Desde el 27 de septiembre se convocó a la celebración de un mitin en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Era un evento de dignidad y coraje ante el gobierno represor y autoritario. El gobierno desocupó Ciudad Universitaria el día 30 de agosto, el Consejo Nacional de Huelga denunció los destrozos, las detenciones y la represión directa contra estudiantes, dirigentes y trabajadores. La gente indefensa fue reprimida con crueldad. El 1 de octubre los dirigentes decidieron llevar a cabo el mitin del dos de octubre. El Rector Barros Sierra intentó mediar entre el gobierno y los dirigentes del movimiento en su domicilio. Luis González de Alba, Anselmo Muñoz y Gilberto Guevara Niebla acudieron representando al Consejo Nacional de Huelga; y por parte del gobierno estuvieron Jorge de la Vega Domínguez y Andrés Caso. La petición de los estudiantes fue el cese de la represión, la libertad de los detenidos y la desocupación de las instalaciones, que no fue aceptada por los asistentes enviados del presidente. La cerrazón gubernamental se impuso. Se rompió el diálogo.

Desde la mañana del 2 de octubre, el ejército, la policía, los granaderos, la policía secreta, francotiradores y demás personal se apoderaron de Tlatelolco. La zona estaba rodeada para estrangular el mitin. El batallón “Olimpia” tomaría el edificio Chihuahua para capturar a los líderes y oradores que estarían en el balcón del tercer piso. Se generaría el caos y la confusión para culpar a los dirigentes de generar un enfrentamiento. Así sucedió. Luego de las seis de la tarde se vieron caer las luces de bengala y se inició el operativo. La tropa asesinó a muchos asistentes e hirió a otros, capturaron a la mayoría de los líderes del Conejo Nacional de Huelga, detuvieron a estudiantes, obreros y vecinos. La plaza quedó ensangrentada. El gobierno cumplió con la amenaza vertida por el presidente Gustavo Díaz Ordaz el 1 de septiembre. Fuego y sangre, heridos y muertos, zapatos y bolsas abandonados, el impacto de la tristeza y la desolación con lágrimas e impotencia. Mucha rabia de por medio. Impotencia y susurro. Por supuesto impunidad en el aire. Así quedó la plaza de las Tres Culturas.

Al día siguiente, México se encontraba de luto, indignado y muy dolido por la masacre. La mayoría de los mexicanos no podían creer lo que había sucedido. Muertos, heridos, desaparecidos, detenidos. Datos incuantificables y comprobables de heridos, detenidos, muertos y desaparecidos. El gobierno hizo creer que fue un enfrentamiento generado por los dirigentes contra el ejército. Nadie lo pudo creer. Muchos detenidos fueron llevados al Campo Militar Número 1, hubo golpizas, interrogatorios e intimidación psicológica para que se declararan culpables de generar esta masacre. El 6 de octubre, uno de los dirigentes tuvo que declarar que se habían organizado columnas armadas de estudiantes y que el movimiento había sido organizado por políticos resentidos, que se pretendía sembrar el caos y la violencia. El sentimiento de asombro se apoderó de la sociedad. El gobierno, entonces, tuvo la coartada perfecta para anular sus acciones de represión violenta y quedar como una instancia justa con una acción legítima.

El Movimiento Estudiantil continuó estableciendo el diálogo público como palestra y respetando el pliego petitorio, además de exigir la libertad de los presos y detenidos, así como la identificación de los muertos. Las pláticas con el gobierno se rompieron. Ahora era la lucha por no levantar la huelga. La vuelta a clases no se dio. El 20 de noviembre se realizó un multitudinario mitin en el Casco de Santo Tomás para mantener las movilizaciones y solicitar la solución pacífica del movimiento. La huelga se levantó el 4 de diciembre, el Consejo Nacional de Huelga se declaró disuelto. Había rabia, dolor y sentimientos de impotencia de los estudiantes y participantes en el movimiento. Hasta enero de 1969 se levantó la huelga en el Politécnico. Los politécnicos fueron los más dignos en mantenerse con orgullo y la cabeza en alto. No transigirían jamás. Su conciencia era profunda.

La epopeya de 68 no terminó ahí, por lo menos para los politécnicos que luego se organizaron en Comité Coordinador de los Comités de Lucha. El activismo estudiantil continuó sin líderes. El brigadismo y la propaganda continuaron como una característica que distinguió al movimiento estudiantil politécnico. Muchos estudiantes pasaron a organizarse en agrupaciones obreras y del movimiento urbano popular, pero también en ciertas organizaciones campesinas o en grupos guerrilleros en varios sitios del país, otros más figuraron en las luchas de las colonias populares de las grandes ciudades, principalmente de la ciudad de México. Los politécnicos se distinguieron por una organización prácticamente sin líderes visibles. Así se mantuvieron desde 1968, a pesar de la persecución y la represión que continuaron. Los Comités de Lucha actuaron desde inicios de 1969, su acción se incrementó desde inicios de 1971. Llegó el momento de otra movilización mediante asambleas y manifestación en las calles, aunque en el caso de los politécnicos su labor se centró en el activismo en las escuelas y en otros grupos externos. Razones no faltaban.

El movimiento estudiantil de 1971 se centró en un pliego de peticiones relacionadas con la Ley Orgánica Democrática para la Universidad de Nuevo León, la libertad de los presos políticos; la reforma universitaria y democrática en todas las universidades; la derogación del reglamento represivo del Politécnico; la democracia sindical y la solución de las huelgas obreras y el rechazo a la llamada “apertura democrática¨ del presidente Luis Echeverría Álvarez. La actuación vino de nuevo de la mano de estudiantes provenientes de la UNAM y otros centros de estudios que se sumaron. La movilización pretendió convertirse en nacional de nuevo. Los politécnicos se distinguieron por la disciplina y el orden. No había héroes, tampoco líderes, que condujeran al movimiento. Era una comunidad colectiva que pugnaba por la comunión de la lucha.

Se convocó a una marcha desde el Casco de Santo Tomás. Más de diez mil participantes acudieron. De nuevo, la masacre. El escenario se dio en los linderos de la Normal. El grupo paramilitar de los llamados “Halcones”, creado para reprimir violentamente las manifestaciones, comandados por el coronel Manuel Díaz Escobar, y compuesto por porros y jóvenes pobres con más de mil elementos, actuó con golpes y balazos para disolver la marcha. Más de cien agresores. 30 muertos y más de doscientos heridos. Los reporteros de la prensa fueron agredidos también. La persecución llegó hasta la Normal, donde se refugiaron muchos estudiantes, o en el Hospital Rubén Leñero, donde fueron llegando los heridos. Azoteas y refugios temporales fueron espacios donde se escondieron los participantes, muertos de miedo. El pasmo de nuevo se apoderó de la sociedad mexicana. Era increíble, luego de la masacre de 1968. Bastaron tres años para que el gobierno represor, que hablaba de  “apertura democrática”, actuara con salvajismo y simulación mediante un grupo paramilitar compuesto por jóvenes asesinos, entrenados para golpear y reprimir con violencia. Las víctimas fueron los estudiantes de nuevo. Sus demandas eran certeras y claras. Sectores de la izquierda y de la derecha protestaron públicamente ante este acontecimiento lamentable, sangriento a más no poder, todos demandaron las aclaraciones, pero también la necesaria conciliación y el diálogo. El presidente Echeverría pretendió defenderse acusando a los estudiantes como “emisarios del pasado” del 68 que lo querían perjudicar, nada más ridículo. La impunidad se cernió de nuevo en el ambiente de la opinión pública.

Quedó claro que el gobierno mexicano era represor y perseguidor de los jóvenes estudiantes. El autoritarismo de Estado evidenciaba un régimen dictatorial velado con sus discursos “democráticos”. Se dio entonces la pérdida de la organización estudiantil, aunque muchos participantes continuaron con su conciencia enalteciendo la actuación de los jóvenes desde el mundo universitario. Muchos continuaron emprendiendo actividades en otros movimientos sociales que fueron muchos en el decenio de los setenta. La persecución y represión continuó contra los más destacados protagonistas, como se narra en los testimonios de testigos y participantes. Fueron parte después de la transición política que comenzó a ser efectiva en la reforma electoral de 1977, con posteriores acciones y organizaciones en torno a los partidos políticos y los procesos electorales.

Los cincuenta años del movimiento estudiantil en 2018 favoreció que los antiguos participantes, por parte del IPN, se organizaran en un colectivo que se incluyera en los festejos programados por la UNAM. Este colectivo se llamó Memoria en Movimiento, cuyas pretensiones y objetivos se centraron en combatir el olvido mediante la memoria de los acontecimientos donde participaron de jóvenes. El recuento historiográfico a través de los años fue reflejo del olvido de la participación tan destacada que tuvieron los estudiantes politécnicos en 1968 y 1971. Las movilizaciones formaron parte de la memoria colectiva de aquellos jóvenes que quisieron dejar constancia, mediante sus testimonios personales, de su actuar en un movimiento que marcó la historia del México contemporáneo. El colectivo implicó, desde luego, como antes, no contar con liderazgos personales, sino un cuerpo colectivo democrático y libre, sin ataduras institucionales o de cabezas personalistas. Se dieron a la tarea de rescatar del olvido su memoria. La tarea les representó un trabajo de tres años, como su participación hace cincuenta años. Ahora con el cincuentenario de la masacre del 10 de junio de 1971, pues este cuerpo testimonial es una aportación indiscutible. Es una obra imperdible, necesaria e intensa que complementa grandemente la historiografía sobre el movimiento estudiantil de los años de 1967 a 1971.

Felipe de Jesús Galván Rodríguez, Severiano Sánchez Gutiérrez, Myrthokleia Adela González Gallardo, José David Vega Becerra, José Guillermo Palacios Suárez, Guadalupe Ana María Vázquez Torre, Iván Jaime Uranga Favela, Jaime Antonio Valverde Arciniega, Luis Meneses Murillo, Rolando Brito Rodríguez, Lydia Mota de la Garza, Sergio del Río Herrera, Víctor Manuel Pérez Torres, Humberto Campos Meza, Evangelina Muñoz Soria, Marco Antonio Santillán Vázquez, Enrique Carlos Treviño Tavares, Mario Ortega Olivares, Antonio Francisco Guzmán Vázquez, Jesús Vargas Valdés, Jaime Cuauhtémoc García Reyes, Antonio Valverde Arciniega, Moisés Ramírez Tapia,  son miembros del Colectivo, pero también figuraron como colaboradores que brindaron sus testimonios, la mayoría participantes en el movimiento del 68, otros más protagonistas del movimiento de 71, y que se han compilado en un libro que resguarda su memoria. Sus vivencias dentro del movimiento estudiantil son esclarecedoras y cuentan con la fuerza del recuerdo y la memoria. Todos politécnicos, todos fueron estudiantes y jóvenes. La mayoría fueron multifacéticos después de 1968 y 1971, ya que siguieron luchando dentro de otros movimientos sociales en varias regiones del país. Tres historiadores jóvenes dieron cuenta de la historia de este movimiento de estudiantes politécnicos en el libro que ha impreso el Colectivo, como Susana Torres, Paola González Letechipía y Mario Gutiérrez Vega, que dan una visión más fría, más de lejos.

El Colectivo restauró la memoria de acontecimientos de hace cincuenta años. Su participación es narrada con claridad y modestia, pero con fuerza e intensidad. El recuerdo presente hace quitar el olvido de una memoria colectiva clara y contundente. La historia del movimiento estudiantil de 1967 a 1971 se restaura y se brinda para conocer y saber lo que implicó para la historia contemporánea mexicana. Este libro es una aportación indiscutible y se llama 1968. Estudiantes Politécnicos en lucha. Brigadistas politécnicos, 1967-1971.

 

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