El conservador Porfirio Lobo juró como nuevo presidente de Honduras. A su acto de posesión asistieron sólo los mandatarios de Panamá, República Dominicana y Taiwán, ex gobernantes derechistas de El Salvador y Bolivia y dos importantes secretarios de EE.UU. (el de América Latina: Valenzuela y el del hemisferio Occidental: Kelly). Colombia, Costa Rica, Perú, Israel y Guatemala reconocen las elecciones, las mismas que han sido cuestionadas por la mayor parte de la comunidad latinoamericana y mundial. Canadá y EE.UU. ansían que Honduras vuelva a la OEA para lo cual piden un gobierno de unidad nacional y una comisión de investigación.
Antes del cambio del mando, el Parlamento hondureño (el mismo que avaló el cuartelazo a Zelaya) aprobó una amnistía a quienes hicieron y a quienes recibieron el golpe. Fruto de ello Zelaya viajó para exilarse a Santo Domingo.
La presión de las dos potencias norteamericanas y de los gobiernos más pro EE.UU. puede hacer que se vaya archivando el veto a Honduras. El nuevo presidente izquierdista de El Salvador estaría abierto a restablecer relaciones con su vecina Honduras y Chile podría dar tal paso tras la elección de su nueva administración.
Los principales polos oponentes a la readmisión hondureña son los encabezados por México, Brasil y Venezuela, quienes no quieren dar ninguna luz verde a nuevos golpes en la región.
A lo que apuesta Obama es a presionar a Zelaya para que se ‘ablande’, ‘modere’ y entre a una transacción que legitime al nuevo gobierno hondureño. Lobo, pese a su feroz programa de restablecer la pena de muerte, pretende ser visto como el buen pastor que reconcilie al rebaño nacional.
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