jueves, 9 de junio de 2016

іNo un Minuto de Silencio, sino una Vida de Lucha!



Por Armando García

Hace 45 años era un estudiante de la Preparatoria Popular en la ciudad de México. Formaba parte del Grupo de Poesía Coral ‘Francisco Villa’ del plantel Tacuba de dicha preparatoria.  Recuerdo muy bien los acontecimientos del 10 de junio de 1971, porque estuve en la manifestación que se realizó en apoyo a estudiantes que luchaban por una justa ley orgánica en la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Mi testimonio de lo acontecido es mucho más extenso que esta editorial, por lo que me aboco en esta ocasión a recordar los trágicos acontecimientos donde fallecieron mis compañeros de generación, Jorge de la Peña y Francisco Treviño que fueron asesinados por los elementos paramilitares denominados los ‘Halcones’. Lo paramilitar es una denominación que se aplica a un grupo delictivo utilizado por el Estado para utilizar la fuerza de manera ilegal.



Acerca de su nombre, Halcones, en el libro Jueves de Corpus Sangriento se cuenta sobre la intención castrense de formar un comando de ‘aves rapaces de gran fuerza para vencer a su presa’. El propósito,  entrenar a jóvenes reclutados, no sólo físicamente, sino ideológicamente para combatir a los enemigos del país, los disidentes sociales. Su entrenamiento no fue en técnicas policiales de sometimiento, sino militares de ataque letal, y de doctrina de seguridad nacional, hasta aniquilar o exterminar al enemigo. En el caso de los Halcones, un propósito central que debían cumplir era aniquilar el movimiento estudiantil en la capital del País.



Estos actos de violencia son claramente delictivos. Pero por haber sido el Estado el responsable de estos crímenes no se pudo reconocer, a la luz pública, su existencia operando completamente en la clandestinidad.  Ese 10 de junio, fue el día que el estado mexicano, a través de su aparato represivo, repetía un genocidio contra la población estudiantil como fue la del fatídico 2 de octubre de 1968.

En 1971, La situación en Monterrey abrió la posibilidad de volver a las calles en forma masiva, El Jueves de Corpus, constituye en este escenario el segundo punto de quiebre de la disidencia hacia la apertura democrática en México.

Puede haber muerto el 10 de junio de 1971, porque vi la muerte muy cerca al ser recibido con balas de metralleta al llegar a la estación Normal del Metro y al poder refugiarme dentro de la Normal de Maestros, vi caer a un compañero;   el cual murió en mis brazos después de haber sido acribillado por francotiradores  apostados en un inmueble a un costado de la mencionada institución.



A casi medio siglo de la masacre del Jueves de Corpus, puedo decir que sembró en mí la semilla de buscar alternativas de lucha sin violencia. Supe que valía más mejor vivo que muerto. Y tomé al pie  de la letra la consigna de ese tiempo al referirse a los caídos el 10 de junio. ¡No un Minuto de Silencio, sino una Vida de Lucha!  Y hasta la fecha, así ha sido.

  



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