Por Armando García
Hace 45 años era un
estudiante de la Preparatoria Popular en la ciudad de México. Formaba parte del
Grupo de Poesía Coral ‘Francisco Villa’ del plantel Tacuba de dicha
preparatoria. Recuerdo muy bien los
acontecimientos del 10 de junio de 1971, porque estuve en la manifestación que
se realizó en apoyo a estudiantes que luchaban por una justa ley orgánica en la
Universidad Autónoma de Nuevo León.
Mi
testimonio de lo acontecido es mucho más extenso que esta editorial, por lo que
me aboco en esta ocasión a recordar los trágicos acontecimientos donde
fallecieron mis compañeros de generación, Jorge de la Peña y Francisco Treviño
que fueron asesinados por los elementos paramilitares denominados los
‘Halcones’. Lo paramilitar es una denominación que se
aplica a un grupo delictivo utilizado por el Estado para utilizar la fuerza de
manera ilegal.
Acerca
de su nombre, Halcones, en el libro Jueves de Corpus Sangriento se cuenta sobre
la intención castrense de formar un comando de ‘aves rapaces de gran fuerza
para vencer a su presa’. El propósito, entrenar a jóvenes reclutados, no sólo físicamente,
sino ideológicamente para combatir a los enemigos del país, los disidentes sociales.
Su entrenamiento no fue en técnicas policiales de sometimiento, sino militares de
ataque letal, y de doctrina de seguridad nacional, hasta aniquilar o exterminar
al enemigo. En el caso de los Halcones, un propósito central que debían cumplir
era aniquilar el movimiento estudiantil en la capital del País.
Estos
actos de violencia son claramente delictivos. Pero por haber sido el Estado el
responsable de estos crímenes no se pudo reconocer, a la luz pública, su existencia
operando completamente en la clandestinidad. Ese 10 de
junio, fue el día que el estado mexicano, a través de su aparato represivo, repetía
un genocidio contra la población estudiantil como fue la del fatídico 2 de
octubre de 1968.
En 1971,
La situación en Monterrey abrió la posibilidad de volver a las calles en forma
masiva, El Jueves de Corpus, constituye en este escenario el segundo punto de
quiebre de la disidencia hacia la apertura democrática en México.
Puede
haber muerto el 10 de junio de 1971, porque vi la muerte muy cerca al ser
recibido con balas de metralleta al llegar a la estación Normal del Metro y al
poder refugiarme dentro de la Normal de Maestros, vi caer a un compañero; el cual murió en mis brazos después de haber
sido acribillado por francotiradores
apostados en un inmueble a un costado de la mencionada institución.
A
casi medio siglo de la masacre del Jueves de Corpus, puedo decir que sembró en
mí la semilla de buscar alternativas de lucha sin violencia. Supe que valía más
mejor vivo que muerto. Y tomé al pie de
la letra la consigna de ese tiempo al referirse a los caídos el 10 de junio. ¡No un
Minuto de Silencio, sino una Vida de Lucha! Y hasta la fecha, así ha sido.
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