lunes, 16 de septiembre de 2019

El racismo en el Condado St. Joseph de Indiana




Por Armando García


Apenas tengo un año viviendo en el Condado St. Joseph del estado de Indiana. Vengo de estados donde la mayoría de las minorías son personas de origen hispano. Me refiero a Texas y California. Por razones de salud y familiares me mudé a esta área del país.
Pero a medida que empecé a familiarizarme con la zona, y a convivir con la población a mis alrededores. Empecé a sentir una discriminación por tener miel morena, o un rostro café, primero por los afroamericanos y luego por los sajones o irlandeses que predominan en el área.
Una discriminación, que aunque es evidente en muchas partes del país, en Texas o California, casi no se siente por ser los latinos una minoría mayoritaria. Y si hubiera algún incidente de discriminación, muy obvio, muy marcado, las leyes de derechos civiles y laborales serían las que se aplicarían para que al afectado se le hiciera justicia.
Lo anterior me recuerdan las palabras leí hace tiempo en un cartel aludidas de Martin Luther King, Jr. "... la ley no puede hacer que un hombre me ame, pero puede evitar que me linche, y creo que eso es bastante importante".
Fue a principios del 2019 cuando empecé a ser discriminado por las personas alojadas en una centro de rehabilitación, al cual fui admitido poco después de haber perdido mi pie derecho.
Desde el comentario de que “esta mesa para comer es para nosotros y no para mexicanos, o no puedes sentarse allá, porque la tenemos bloqueada como un muro en la frontera”. Hasta dejarme toda la noche con una bacinica puesta en la cama o no atender apropiadamente o con rapidez un llamado de parte personal médico. O el colmo de dejar a uno sin tomar el medicamento. La queja se hizo, y aunque digan que se atendería la queja, las practicas siguieron, hasta que fui dado de alta del lugar.
Una vez por semana una persona hace las labores de aseo en mi casa y me ayuda con ir de compras. Ella es afroamericana y en una ocasión le pedí de favor que me buscara un lugar para cortarme el cabello. Encontró uno cercas de la casa, habló e hizo una cita, a lo cual le dijeron que no era necesario hacer cita que atendían a personas que llegaran en cualquier momento.
Fuimos y al verme los peluqueros entran, pusieron cara de sorprendido, ambos afroamericanos, dije que venía a un corte de pelo, e inmediatamente me dijeron que requería una cita. A lo que mi asistente les dijo que le informaron que no requería cita. Era obvio la situación, un latino entrando a una peluquería, para una clientela exclusivamente afroamericana. Le dije que al encargado que estaba molesto por lo que estaba pasando, y que desde ese momento, nunca patrocinaría un establecimiento que no quería clientela latina, y me retiré.
Poco después fui aceptado en otro sitio para seguir con mi terapia de rehabilitación. Por ser bilingüe, los pacientes de lugar que no hablan inglés, acuden a mi para traducirles, y surgen los incidentes de los participantes, en su mayoría de piel blanca que lanzan comentarios como este: “Speak English you’re in America.” Don’t Speak Spanish when I’m around it makes me feel you are talking about me.” O, cuando nos escuchan hablar español, los participantes, se alejan de nosotros. Ahora, cada desayuno lo ingiero totalmente solo. No se sienta nadie conmigo en la misma mesa.
Los participantes al escuchar hablar un inglés acentuado por ser primera generación, los no latinos expresan en un español mal empleado como ‘Houla”, “mi nou comprendou”, “espiko english, Panchou”. Vale la pena decir que el programa de televisión más visto por los pacientes del lugar es “Gunsmoke”, conocida en castellano como ‘La Ley del Revolver”, donde los bandidos principales son indios americanos y mexicanos. Una época fílmica en este país, cuando era común el uso de adjetivos calificativos denigrantes a los mexicanos. Por ejemplo, el programa de El Llanero Solitario a su acompañante indígena llama con el nombre de “Tonto”. Ante esa influencia televisiva,  los participantes me ven como uno de esos bandidos, con sombrero y zarape agachado ante los de piel blanca superiores.
Una de las trabajadoras sociales del lugar, me dijo que tomarían cartas en el asunto, pero me suplicó que no alzara la voz ni gritara si llegara a suceder otro incidente similar.
Como respuesta a la trabajadora social, las leyes de derechos civiles y laborales, se consiguieron gracias al alzar la voz, gritando en las calles, protestando y quejándose. Y sigue la lucha.
Mientras tanto, he optado, como si fuera prohibido el hablar y quejarse, jugar mi papel de minoría y arrinconarme junto a los hispano parlantes aceptando nuestra condición de ser una de las minorías más bajas en este condado. Opciones legales, muchas, las guardo hasta que llegue el momento que sean necesarias. Mientras tanto hay que resistir.

Armando García es periodista independiente y muy reconocido por su trabajo en varios medios hispanos en los Estados Unidos. Es el fundador de la revista Nuestra América. Vive en South Bend, Indiana.

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