Por Armando García
Apenas
tengo un año viviendo en el Condado St. Joseph del estado de Indiana. Vengo de
estados donde la mayoría de las minorías son personas de origen hispano. Me
refiero a Texas y California. Por razones de salud y familiares me mudé a esta
área del país.
Pero
a medida que empecé a familiarizarme con la zona, y a convivir con la población
a mis alrededores. Empecé a sentir una discriminación por tener miel morena, o
un rostro café, primero por los afroamericanos y luego por los sajones o
irlandeses que predominan en el área.
Una
discriminación, que aunque es evidente en muchas partes del país, en Texas o
California, casi no se siente por ser los latinos una minoría mayoritaria. Y si
hubiera algún incidente de discriminación, muy obvio, muy marcado, las leyes de
derechos civiles y laborales serían las que se aplicarían para que al afectado se
le hiciera justicia.
Lo
anterior me recuerdan las palabras leí hace tiempo en un cartel aludidas de
Martin Luther King, Jr. "... la ley no puede hacer que un hombre me
ame, pero puede evitar que me linche, y creo que eso es bastante
importante".
Fue
a principios del 2019 cuando empecé a ser discriminado por las personas
alojadas en una centro de rehabilitación, al cual fui admitido poco después de
haber perdido mi pie derecho.
Desde
el comentario de que “esta mesa para comer es para nosotros y no para
mexicanos, o no puedes sentarse allá, porque la tenemos bloqueada como un muro
en la frontera”. Hasta dejarme toda la noche con una bacinica puesta en la cama
o no atender apropiadamente o con rapidez un llamado de parte personal médico.
O el colmo de dejar a uno sin tomar el medicamento. La queja se hizo, y aunque
digan que se atendería la queja, las practicas siguieron, hasta que fui dado de
alta del lugar.
Una
vez por semana una persona hace las labores de aseo en mi casa y me ayuda con
ir de compras. Ella es afroamericana y en una ocasión le pedí de favor que me
buscara un lugar para cortarme el cabello. Encontró uno cercas de la casa, habló
e hizo una cita, a lo cual le dijeron que no era necesario hacer cita que
atendían a personas que llegaran en cualquier momento.
Fuimos
y al verme los peluqueros entran, pusieron cara de sorprendido, ambos
afroamericanos, dije que venía a un corte de pelo, e inmediatamente me dijeron
que requería una cita. A lo que mi asistente les dijo que le informaron que no requería
cita. Era obvio la situación, un latino entrando a una peluquería, para una
clientela exclusivamente afroamericana. Le dije que al encargado que estaba
molesto por lo que estaba pasando, y que desde ese momento, nunca patrocinaría
un establecimiento que no quería clientela latina, y me retiré.
Poco
después fui aceptado en otro sitio para seguir con mi terapia de rehabilitación.
Por ser bilingüe, los pacientes de lugar que no hablan inglés, acuden a mi para
traducirles, y surgen los incidentes de los participantes, en su mayoría de
piel blanca que lanzan comentarios como este: “Speak English you’re in
America.” Don’t Speak Spanish when I’m around it makes me feel you are talking
about me.” O, cuando nos escuchan hablar español, los participantes, se alejan
de nosotros. Ahora, cada desayuno lo ingiero totalmente solo. No se sienta
nadie conmigo en la misma mesa.
Los
participantes al escuchar hablar un inglés acentuado por ser primera
generación, los no latinos expresan en un español mal empleado como ‘Houla”,
“mi nou comprendou”, “espiko english, Panchou”. Vale la pena decir que el
programa de televisión más visto por los pacientes del lugar es “Gunsmoke”, conocida
en castellano como ‘La Ley del Revolver”, donde los bandidos principales son
indios americanos y mexicanos. Una época fílmica en este país, cuando era común
el uso de adjetivos calificativos denigrantes a los mexicanos. Por ejemplo, el
programa de El Llanero Solitario a su acompañante indígena llama con el nombre
de “Tonto”. Ante esa influencia televisiva, los participantes me ven como uno de esos
bandidos, con sombrero y zarape agachado ante los de piel blanca superiores.
Una
de las trabajadoras sociales del lugar, me dijo que tomarían cartas en el
asunto, pero me suplicó que no alzara la voz ni gritara si llegara a suceder
otro incidente similar.
Como
respuesta a la trabajadora social, las leyes de derechos civiles y laborales,
se consiguieron gracias al alzar la voz, gritando en las calles, protestando y
quejándose. Y sigue la lucha.
Mientras
tanto, he optado, como si fuera prohibido el hablar y quejarse, jugar mi papel
de minoría y arrinconarme junto a los hispano parlantes aceptando nuestra
condición de ser una de las minorías más bajas en este condado. Opciones
legales, muchas, las guardo hasta que llegue el momento que sean necesarias.
Mientras tanto hay que resistir.
Armando
García es periodista independiente y muy reconocido por su trabajo en varios
medios hispanos en los Estados Unidos. Es el fundador de la revista Nuestra
América. Vive en South Bend, Indiana.
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