miércoles, 19 de septiembre de 2018

Centroamérica también existe (II)


Por Marcelo Colussi *
Para Firmas Selectas de Prensa Latina

En los últimos años se dieron en Centroamérica tenues procesos de modernización, con la instalación en toda la zona de terminales industriales maquiladoras, aprovechando la mano de obra barata y poco o nada sindicalizada. Por lo general los capitales comprometidos son transnacionales, sin que esta industria del ensamblaje constituya un verdadero factor de desarrollo a largo plazo.
En épocas recientes, con distintos niveles -pero, en general, con un común denominador en toda la región- se han ido incrementando los llamados negocios "sucios": lavado de narco-dólares y tráfico de estupefacientes.De hecho hoy la zona es puente obligado de buena parte de la ruta de la droga que, proviniendo del sur, se dirige hacia los Estados Unidos.
Esto ha dinamizado las economías locales, sin favorecer a las grandes masas, obviamente, permitiendo el surgimiento de nuevos actores económicos y políticos ligados a actividades ilícitas, toleradas por los respectivos Estados, y a veces con manejo de importantes sectores desde su interior, confundidos con las fuerzas armadas.
Conquistada por presidiarios y nobleza menor del reino español, Centroamérica nunca remontó su postración inicial.
La población centroamericana es mayoritariamente rural. Prevalece un campesinado pobre que combina el trabajo en las grandes propiedades, dedicadas a la agroexportación, con economías primarias de autosubsistencia. La tenencia de la tierra se caracteriza por una marcada diferencia entre grandes propietarios -familias de estirpe aristocrática, en muchos casos con siglos de privilegios en su haber- y campesinos con pequeñas parcelas (de una o dos hectáreas, incluso menos) que con sus primitivas tecnologías apenas si consiguen cubrir deficitariamente sus necesidades.
En toda la región hay presencia de población indígena. En Guatemala, el país con mayor porcentaje de ésta, más de las dos terceras partes la constituyen los mayas. Es la nación latinoamericana con mayor presencia de etnias prehispánicas. En este caso particular, se crea una dinámica social racista, a partir de la cual los mayas son los grupos más excluidos y marginados, en términos económicos, políticos y sociales.
Similar fenómeno se reitera con las minorías indígenas a lo largo de toda Centroamérica. La presencia de población negra no registra un porcentaje alto, como ocurre en las islas del Caribe; fundamentalmente se asienta en la cuenca del mar de las Antillas. Los grupos indígenas y negros son los más pobres.
La migración interna desde el campo hacia las ciudades, agravada por las devastadoras guerras internas registradas en estas últimas décadas -que forzaron a sus pobladores a abandonar sus lugares de origen-, constituye un fuerte elemento en las dinámicas sociales de todas las repúblicas centroamericanas, cuyo resultado es el crecimiento desmedido y desorganizado de sus capitales. Un resultado inmediato es la alta proliferación de populosos barrios urbano-periféricos, carentes de servicios básicos, con poblaciones que sobreviven merced a economías subterráneas: comercio informal, niñez trabajadora, participación en actos delincuenciales.
En términos generales (Costa Rica es la excepción), la situación de las mujeres registra una notable desventaja con respecto a la masculina. Siguiendo pautas tradicionales, el número de embarazos es muy alto, con un promedio urbano de cuatro (y una alta tasa de mortalidad infantil), mucho más elevada en áreas rurales. Las tasas de analfabetismo, de por sí altas, se acentúan en el caso de las mujeres, cuya participación en la vida política es extremadamente escasa.
En tanto, la situación medioambiental en todo el istmo es preocupante: la falta de planificación a largo plazo trae aparejado consigo la rapiña de recursos naturales y Estados corruptos que toleran todo tipo de saqueo. La zona evidencia un marcado deterioro ecológico: pérdida de bosques tropicales, falta de agua potable, polución generalizada.
Castigadas y golpeadas por la vida, las tierras de Rubén Darío, Sandino y Roque Dalton, merecen algo más que su actual historia de "banana country".
Si bien Latinoamérica es, desde inicios del siglo XX, una zona de influencia estadounidense, en el caso de América Central ello se torna aún más notorio. Sus presidentes -muchas veces meros operadores de la United Fruit Company, la empresa USAmericana que operó por décadas en la región-, llegan a extremos impensables con el beneplácito de la embajada norteamericana (llamada simplemente "la Embajada", lo cual es más que palpable y sintomático en el panorama general).
Vale la pena recordar una anécdota trágica: el  dictador Anastasio Somoza, último miembro de la familia de autócratas que gobernó a Nicaragua con mano de hierro durante 40 años, se preciaba de hablar mejor el inglés que el español.
El imperio del Norte, aunque reconocido por su papel de amo dominante, no deja de ser, a la par, foco de atracción de todas las poblaciones: tanto en lo concerniente a las clases altas para las cuales constituye un centro de referencia política y cultural- como para las masas empobrecidas, que lo ven una supuesta vía de “salvación” económica.
De hecho, el ingreso de divisas -a partir de las remesas mensuales enviadas por los familiares emigrados (mano de obra barata y no calificada en los Estados Unidos)- constituye para toda el área una de las principales fuentes de sobrevivencia (en algunos países, y dependiendo de circunstancias coyunturales, ocupan el primer lugar, como ocurre desde hace años en el caso de El Salvador).
En tal sentido, al devenir punto de referencia obligado en la lógica cotidiana y/o de largo plazo, el imperio del Norte se torna un elemento decisivo para entender la historia; la coyuntura actual y el futuro del istmo centroamericano.
Este es, sucintamente esbozado, el panorama de la región por la cual transitan hoy -tras décadas de dictadores- tragicómicos procesos de democratización, signados por  infames corruptelas. Si bien, acallados los cañones de las guerras internas que la desgarraron en las últimas décadas del siglo XX -desde su nacimiento en 1821 como unidad autónoma (la Unión Centroamericana) y, desde antes -cuando era Capitanía General de Guatemala durante la colonia española-, la historia de las pobres y desiguales sociedades, rápidamente fragmentadas, ha sido una historia de saqueos, desencuentros y represión.
Saqueos de las potencias externas, desencuentros entre sus propias aristocracias que jamás pudieron -ni quisieron- alentar proyectos nacionales de integración regional; represión infamante de los sectores más postergados, a manos de dichas aristocracias y del imperio dominante de turno, la tipifican.
Países pobres, sin mayores recursos, poblados desde el inicio de la llegada de los conquistadores españoles por la peor ralea de la península ibérica -en la zona no había grandes recursos que explotar-; región desatendida, distintamente a lo ocurrido con otros virreinatos inundados de oro o plata, o más recientemente de petróleo; conquistada por presidiarios y nobleza menor del reino español, Centroamérica nunca remontó su postración inicial.
Hoy, ya entrado el siglo XXI, su condición sigue siendo la misma desde hace siglos: pobreza, atraso, dependencia. Ello explica su escasa o casi nula participación en la agenda mundial. ¿Cuándo es noticia? Sólo tras alguna catástrofe natural, por demás recurrentes.Terremotos, huracanes, erupciones volcánicas, todo ello se complementa con una pobreza crónica. ¿Cambiará esto? ¿Cuándo?
Las tierras de Rubén Darío, Miguel Ángel Asturias, Rigoberta Menchú, Augusto César Sandino, Roque Dalton, Manolo Gallardo, Carlos Guzmán Böckler; las tierras de grandes arquitectos y matemáticos como lo fueron los mayas -hoy día sufridas, castigadas, golpeadas por la vida- merecen algo más que su actual historia de "banana country".
Como dicen los ancianos mayas: "están por venir tiempos mejores". Ojalá no se equivoquen.

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