Por Armando García
Mis piernas ya no me responden para caminar
nuevamente por la Plaza de las Tres Culturas, pero mis manos y mis dedos
teclean hábilmente para recordar y rendir tributo a los muertos que cayeron
hace medio siglo en Tlatelolco.
El poeta Carlos Jiménez, dijo que ya no había
que darle más vueltas, y menos ahora, a cincuenta años y mas de quinientos
desde Tenochtitlan a las Tres Culturas.
Hace medio siglo, miles de jóvenes, se
congregaron en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco para exigir lo justo
socialmente hablando para el pueblo mexicano. Y la respuesta del gobierno fue acribillarlos
por las fuerzas militares que juraron defender a su pueblo, pero se
convirtieron en verdugos siguiendo ordenes de su jefe supremo.
A 50 años del peor genocidio, salvaje y
sanguinario de la noche del 2 de octubre de 1968, recuerdo las palabras del
poeta Leopoldo Ayala “Yo Acuso” y las de Pablo Neruda, “Pido Castigo”, y
combinando ambos pensamientos, seguimos acusando y pedimos castigo a quienes
fueron los culpables de la muerte de muchos, cientos, miles de manifestantes en
Tlatelolco.
Muchos quedaron impunes, quizá ya no vivan,
pero si hay infierno, de seguro estarán pagando en muerte su crimen, y los que
quedan vivos, pedimos castigo. Antes de que mueran, tendrán que pagar por su
infamia, por su crimen, por haber cegado la vida de la juventud y la población trabajadora
mexicana de ese tiempo.
Pueblo y jóvenes de hoy, de ayer y de
siempre, marcharan nuevamente por las calles de Tlatelolco, no como una forma
de luto, sino con las manos alzadas mostrando con sus dedos la V de la victoria
diciendo, por esos muertos, nuestros muertos, los de Tlatelolco, “No un Minuto de Silencio, Sino Toda una
Vida de Lucha”.
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