Por Ilka Oliva-Corado.
Despierta,
observa el reloj, son las cuatro y veintidós de la madrugada. Abraza
las sábanas y se estira en la cama, se levanta y pone a hervir el agua para el
café. Se cepilla los dientes y mientras el agua hierve Cecilio se asoma a la
ventana, del otro lado una oscurana espesa que pronto dará paso al amanecer le
recuerda que son los últimos días del verano.
Pronto
le tocará guardar la ropa de verano y comenzar a orear la del invierno que al
terminar la estación guardará en bolsas plásticas y para que no agarre el olor
del letargo le pone ramitas secas de lavanda y hojas de los cipreses que la
gente compra para Navidad y que tira a la basura después de tres días.
También
de la basura que la gente tira en abril ha amueblado el estudio que alquila y
se ha dado el lujo de cambiar de decoración cada año. En Estados Unidos lo que
es basura para unos son artículos de primera necesidad para otros. Así Cecilio
ha cambiado en infinidad de ocasiones su vajilla, las ollas de cocina, el sofá
de la sala, las cortinas de la ventana y los marcos para las fotografías
familiares. Ésas las cuida con mucho esmero, antes se las enviaban
en encomienda, hoy en día se las envían por mensaje al celular y va al
supermercado de la esquina a imprimirlas.
Así
ha visto crecer el ramaje familiar, tiene sobrinos por montones. De las cosas
que más le admiraron al llegar al país fue precisamente esa, que los gringos
tienen hijos hasta bien entrados los años y no pasan de uno o dos, jamás ha
visto una pareja con una marimbita como es común en su país.
Los
primeros años añoraba su terruño, con el tiempo la nostalgia que lo ahogaba se
fue convirtiendo en una especie de recuerdo cálido que aparece de cuando en
cuando. Quisiera contarle a su mamá, que está enamorado, que se casó y que su
pareja le está arreglando los papeles para que por fin pueda ir a visitarla,
han pasado veintitrés años desde que se fue, pero tiene miedo de que lo rechace
al saber que su gran amor es un polaco de tercera generación que se enamoró de
su piel color tierra.
Cecilio
sirve dos tazas de café, tuesta dos pedazos de pan y los unta con melaza de
granada que compra en un supermercado turco. Con un beso despierta al polaco
para que desayune mientras le prepara el almuerzo que se llevará al trabajo.
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