Por Armando García
Aprovechando que en estos días de celebraciones de Día de los muertos, del de las brujas o de todos los santos, podemos hacer una reflexión sobre lo conocemos o llamamos el alma.
Voy a concentrarme en los que la Biblia dice al respecto. Para entender lo que la Biblia dice sobre el alma es necesario tener al menos una ligera noción de lo que es el alma. Se dice que el alma es la esencia misma del ser.
El alma está compuesta de tres elementos, la conciencia, el intelecto y la voluntad.
La conciencia es el asiento de nuestra vida emocional. Sentimientos como el amor, el dolor, el gozo, la ira, etc., tienen lugar en nuestra vida emocional. Toda decisión que tomamos en la vida, sin importar lo que sea, es influenciada en mayor o menor grado por nuestra conciencia.
Luego tenemos el intelecto. Esto es el asiento de nuestra mente. Todo el conocimiento que poseemos, es decir la educación que recibimos en la escuela o el colegio o la universidad se inscribe dentro del campo del intelecto.
Pero también tenemos una voluntad. Tenemos el poder para decidir por nosotros mismos. Todo esto forma parte del alma. Pero ¿qué pasa con el alma cuando una persona muere? ¿Será que el alma muere? ¿Será que el alma es inmortal?
Bueno, la Biblia muestra que el alma de la persona es inmortal, no importa si esa persona es creyente o incrédula.
Se puede demostrar de la siguiente manera: Deuteronomio 34:5-6 dice: "Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Betpeor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy."
Luego de una vida cargada de años y logros, Moisés finalmente murió. Si el alma muriera también, o si el alma entrara a un estado de inconsciencia o de sueño, entonces sería de esperarse que no sepamos nada más de Moisés hasta su resurrección al menos.
Pero note lo que sucedió en el pasaje que se encuentra en Mateo 17:3 "Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él."
El contexto de este pasaje bíblico es la transfiguración de Jesús. Allí tenemos a Jesús con su rostro resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz. Es decir rodeado de la gloria de Dios, la Shekina. Pero junto a Él aparecen Moisés y Elías, personajes que murieron hace miles de años. Esto es una prueba de que Moisés seguía existiendo después de muerto. Su cuerpo estaba descompuesto en algún lugar que ningún ser humano sabe, pero su alma estaba consciente y activa.
Por esto es que sostenemos que el alma del hombre es inmortal, no importa si el hombre es creyente o incrédulo. El alma sigue existiendo después de la muerte física. En el caso del creyente, el alma sigue existiendo en el cielo y en el caso del incrédulo el alma sigue existiendo en un lugar de tormento en fuego. Vea mi artículo sobre a dónde se van los muertos en esta misma edición.
Pero la Biblia parece, ante los ojos de los incrédulos, se contradice por lo escrito en
Ezequiel 18:4 dice: "He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá."
Lo que este versículo está diciendo es que Dios no hace favoritismo a la hora de juzgar el pecado del hombre. Cada ser humano es responsable ante Dios por su propio pecado. La muerte de la cual habla este texto es una muerte física, que en muchos casos conduce a una muerte eterna.
Pero no hay que confundir al pensar que la muerte es equivalente a dejar de existir, a terminar con todo. No, la muerte significa separación. Cuando una persona muere físicamente, la parte material de esa persona, digamos su cuerpo, se separa de la parte inmaterial de esa persona, digamos su alma y espíritu.
Si esa persona jamás recibió el perdón de sus pecados al recibir a Cristo como su Salvador, esa persona estaba muerta espiritualmente mientras vivía en este mundo, y si en esas condiciones le sobrevino la muerte, esa persona muerta espiritualmente pasa a lo que se conoce como la muerte eterna, lo cual significa a una eterna separación de Dios en un lugar de tormento en fuego.
La muerte de ninguna manera significa cesación del ser, o del alma o del espíritu, sino separación. Mientras haya vida en este mundo hay esperanza para dejar de estar muertos espiritualmente hablando y pasar a estar vivos no solo físicamente sino también espiritualmente. La única forma de lograrlo es por medio de recibir a Cristo como Salvador, por cuanto Cristo mismo dijo que él había venido a este mundo para darnos vida y vida en abundancia.
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