Por Javier
Hernández Alpízar
Es legítimo
que las personas que votaron por López Obrador celebren su triunfo, en la
tercera postulación de su candidato y tras superar al menos un fraude seguro en
2006 y una “imposición”, como calificaron la elección de 2012. Es
legítima la celebración masiva del hartazgo contra los gobiernos priistas,
panistas y perredistas, corresponsables de dos sexenios de muerte, violencia,
terror, despojo y depauperización contra el pueblo mexicano. Sin embargo, es
falsa la expectativa de que con este triunfo ha ganado una “izquierda” y
falsa la idea de que “se van” PRI, PAN y PRD. La realidad es muy otra
y no podemos ocultarla bajo la estela de euforia por el triunfo reconocido
desde el inicio del conteo de votaciones por el sistema, en voz de los
candidatos de los partidos derrotados.
Para saber si un proyecto de gobierno será violador de
derechos humanos basta con verlo sobre el papel: el neoliberalismo es violador
de derechos humanos porque bajo las palabras “inversión”, “desarrollo”, “eficiencia”, “infraestructura”,
se esconde la realidad de un modelo de desarrollo depredador del medio ambiente
y causa de despojo, desplazamiento de poblaciones (especial, pero no
únicamente, rurales y sobre todo indígenas), explotación de los trabajadores,
represión de las protestas, luchas y resistencias en defensa del territorio,
los recursos locales, los derechos humanos, y un nefasto etcétera.
Esta política los mexicanos la conocemos porque la hemos
vivido desde el sexenio de Miguel de la Madrid a la fecha, es decir de 1982 a
2018: 32 años de neoliberalismo que han dejado, especialmente en los recientes
12 años, miles de muertos, desaparecidos y la destrucción de la economía local
y el despojo muchos de los recursos del territorio y del pueblo mexicano.
A pesar de que López Obrador mismo y especialmente su brazo
derecho, ya confirmado como su coordinador de gabinete, Alfonso Romo, han
declarado explícitamente que el neoliberalismo continuará, hay una falsa
expectativa y hasta una ilusión de que esto no es así y de que habrá una
política diferente: en el imaginario social, el estado de bienestar de los años
sesentas y principios de los setenta.
En su discurso del triunfo, López Obrador expresó claramente
que la política neoliberal continuará, con palabras que podrían haber sido las
de cualquier otro candidato, todos neoliberales:
“Habrá libertad empresarial; libertad de expresión, de
asociación y de creencias; se garantizarán todas las libertades individuales y
sociales, así como los derechos ciudadanos y políticos consagrados en nuestra
Constitución.
“En materia económica, se respetará la autonomía del Banco
de México; el nuevo gobierno mantendrá disciplina financiera y fiscal; se
reconocerán los compromisos contraídos con empresas y bancos nacionales y
extranjeros.”[1]
Dejando de lado la promesa de “libertad de
creencias” (la cual no tendría por qué prometerse porque en México existe
legal y realmente, pero que aquí es un guiño a sus aliados evangélicos del
derechista Partido Encuentro Social), están ahí los elementos esenciales del
neoliberalismo: libertad empresarial, autonomía del Banco de México, disciplina
financiera y fiscal. Es obvio que nadie espera que se desconozcan los
compromisos con bancos, pero la continuidad del neoliberalismo está expresada
en los términos que la desean los grandes empresarios mexicanos y extranjeros y
no son diferentes a un discurso de De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox o Peña.
De manera aún más clara que Obrador, si tal es posible, su
coordinador de gabinete y uno de los autores de su Plan de Nación, Alfonso
Romo, ha expresado así, dirigiéndose deliberadamente a los empresarios, la
garantía de continuidad del neoliberalismo y del modelo de desarrollo de los
últimos 32 años:
“Los empresarios piden responsabilidad financiera y se les
vas a cumplir más de lo que creen”, declaró Romo, en entrevista con Forbes
México. “Tenemos que dar toda la certeza. Se necesita mucha inversión.
Tenemos que darle todos los elementos para que los empresarios mexicanos se
queden y los extranjeros vengan a México”.
El reportero de Forbes preguntó a Romo si apoyarían las
Zonas Económicas Especiales y recibió por respuesta: “Quizá las hagamos más
grandes. Todo. Chiapas, Oaxaca, Guerrero. ¿Qué dejas fuera? No puedes dejar
nada fuera”.[2]
Las Zonas Económicas Especiales, que pueden llamarse
también “polos de desarrollo”, son enclaves de desarrollo
colonizador: “Una zona económica especial (ZEE) es un área
geográfica delimitada que ofrece un entorno de negocios excepcional con el
objetivo de incentivar la inversión en dicha zona, teniendo miras a
industrializarla”.[3]
El modelo de desarrollo de estas Zonas Económicas Especiales
es depredador del medio ambiente y colonizador; amenaza con el despojo y el
desplazamiento a comunidades urbanas, rurales, indígenas y especialmente a los
estados más pobres (en lenguaje desarrollista y neoliberal “atrasados”)
como Chiapas, Oaxaca y Guerrero. Probablemente AMLO cambie de nombre al modelo,
pero éste no dejará de ser violador de derechos humanos individuales y
colectivos. Además, otorga todos los beneficios a las empresas inversoras:
incentivos fiscales, facilidades al comercio exterior, beneficios aduaneros, un
marco regulatorio ágil y desarrollo de infraestructura. Este último incentivo,
desarrollo de infraestructura, implica megaproyectos destructores del
territorio y el tejido social como el Aeropuerto en Texcoco, carreteras,
extractivismo, presas y represas; entre otros, uno muy prometido por AMLO en
diversas candidaturas anteriores: el corredor Coatzacoalcos- Salina Cruz, que
conecta, para servicio de los capitales y mercancías, dos puertos marítimos, y
atraviesa muchas comunidades que serán afectadas; asimismo, el extractivismo
minero, canadiense y otros, que AMLO ha dicho que seguirá permitiendo, pese a
que se comporta de manera criminal, como lo saben los opositores a proyectos
mineros. Si revive su proyecto de un tren de alta velocidad entre México y
Centroamérica, prometido en campañas anteriores, tendría que afectar a
comunidades indígenas chiapanecas, incluidas las zapatistas. Ningún gobierno de
izquierda ha logrado un modelo alternativo de desarrollo al industrializador, y
el del proyecto de la “izquierda” mexicana no es la excepción.
El modelo de desarrollo depredador está representado en el
gabinete de López Obrador por personajes como Víctor Villalobos, defensor de la
Ley de Bioseguridad, aprobada en favor de empresas promotoras de transgénicos
como Monsanto, Pionner y Syngenta[4]. Un
académico que apoyó a Obrador por años, Víctor M. Toledo, prácticamente rompió
con él por este nombramiento y criticó acremente así a ese proyecto: “Ello
convierte a Morena en un partido que posee una piel de oveja con un cerebro de
lobo” [5]. En
países como Argentina, que ha padecido los monocultivos de soya (soja)
transgénica y sus agrotóxicos, saben que tener en un gobierno a promotores de
esas empresas no es nada inocuo, como tampoco lo es tener un gobierno promotor
de la minería.
Cada miembro del gabinete propuesto por López Obrador es una
garantía de la continuidad del neoliberalismo, pero podemos destacar uno de los
más polémicos, su titular de Educación, el ex secretario de gobernación y de
desarrollo social de Zedillo, Esteban Moctezuma Barragán, quien fue presidente
de la Fundación de TV Azteca y, anteriormente, parte de la contrainsurgencia
antizapatista de Zedillo.
Algunos han tratado de limpiar su imagen del manchón de
haber formado parte de una trampa a la dirigencia del EZLN que estaba citada a
dialogar con él como titular de Gobernación mientras Zedillo ordenaba a los
militares detenerlos. La trampa no funcionó y el desprestigio de Zedillo y su
estrategia obligó a sacrificar la cabeza de Moctezuma haciéndolo renunciar,
pero no fue una ruptura con Zedillo, porque en ese mismo sexenio regresó a la
oficina de Desarrollo Social, que también hace contrainsurgencia mediante
dádivas llamadas “programas sociales”.
El argumento de los defensores de Obrador es que, si bien es
neoliberal, atacará la corrupción: Esta es una vieja y falaz concepción de la
derecha: se puede mejorar el funcionamiento del sistema capitalista neoliberal
atacando solamente la corrupción, pero sin tocar los intereses de los
capitales.
López
Obrador dijo en su discurso del triunfo:
“Bajo
ninguna circunstancia, el próximo Presidente de la República permitirá la
corrupción ni la impunidad. Sobre aviso no hay engaño: sea quien sea, será
castigado. Incluyo a compañeros de lucha, funcionarios, amigos y familiares. Un
buen juez por la casa empieza.
“Todo lo
ahorrado por el combate a la corrupción y por abolir los privilegios, se
destinará a impulsar el desarrollo del país. No habrá necesidad de aumentar
impuestos en términos reales ni endeudar al país. Tampoco habrá gasolinazos.
Bajará el gasto corriente y aumentará la inversión pública para impulsar
actividades productivas y crear empleos”.
Suena muy
bien acabar con la corrupción, pero el problema es que no suena verosímil
cuando AMLO está rodeado de personajes como Elba Esther Gordillo y sus
operadores, o como Napoleón Gómez Urrutia, quien todo parece indicar que será
operador de los intereses de las mineras canadienses en México. Más bien hace
recordar que no acabó con la corrupción en su gobierno de la Ciudad de México,
y el recuerdo de René Bejarano y Rosario Robles, están ahí para refrescar la
memoria, pero incluso si ataca la corrupción, no tocará algo más fundamental:
la explotación, como ya vimos que no atacará el modelo colonialista de
desarrollo basado en el despojo.
Respecto a
la explotación, Obrador cree que en México no es importante y que seguir
pensando en ella es un discurso “teórico y académico rebasado”. En un
discurso de campaña en Los Reyes Acaquilpan, Estado de México, López Obrador
dijo:
“Tenemos
que acabar con la corrupción, porque muchos teóricos sociales, académicos,
intelectuales no tratan este tema. Los académicos más clásicos, más teóricos se
quedaron con la idea de que la desigualdad se produce por la explotación que se
hace de los trabajadores, que el burgués explota al proletario, que se va
acumulando ganancias y que esas utilidades se las apropia el dueño de los
medios de producción y que por eso es la desigualdad y la pobreza. Pero en
México, no aplica esa teoría del todo; aquí las grandes fortunas se han
acumulado mediante la corrupción, al amparo del poder público”. [6]
Ese es un
discurso que elaboró la derecha empresarial panista en oposición al PRI: lo que
hay que acabar es la corrupción, entiéndase en el gobierno y el Estado, sin
cuestionar la riqueza privada. Los empresarios se quejaban de que el marxismo
enseña a los obreros que el patrón no les paga su salario completo y que se
queda parte de él (plustrabajo impago que genera plusvalía en la teoría del
valor de Marx), lo cual, según los empresarios, es falso y es una ideología que
alimenta el odio de clases y con ello la lucha de clases. De la Madrid se hizo
eco de ese discurso (demagógicamente) con su lema “Renovación Moral” (y
se lo reprochó Carlos Pereyra, porque era sumir la postura de la derecha ya
mencionada). Hoy es la ideología de AMLO.
En su
discurso, Obrador retomó punto por punto esa ideología empresarial de derecha:
La falacia de que la explotación es el origen de la desigualdad económica “en
México casi no aplica”. Como los empresarios dijeron siempre, el marxismo es
una ideología ajena, extranjera, exógena y exótica, en México las cosas no son
así. Además, como ha dicho el neoliberalismo triunfalista, el marxismo es cosa
del pasado, quedó sepultado: en su discurso de campaña, dice Obrador que los
académicos más “clásicos”(como “viejos”) “se quedaron” (rebasados
ya) en la teoría de la explotación, pero el fenómeno real es la “corrupción”,
que “los académicos no estudian”. Todas ellas son ideas falsas, pues la
explotación sigue siendo le fuente de la riqueza capitalista, algunos
académicos sí estudian teóricamente la corrupción[7] y además, la explotación capitalista
genera corrupción, como decía Marx: la corrupción es floración habitual del
capitalismo.
El discurso
apologista del capitalismo y del neoliberalismo dice que en México el
capitalismo neoliberal no ha generado desarrollo, no porque sea depredador,
explotador y colonialista, sino porque hay políticos corruptos (el PRIAN-PRD),
los que AMLO llama “mafia del poder” (algunos de los cuales hoy son
aliados, candidatos y asesores suyos) y ocurre lo que Denisse Dresser, de
ideología de derecha empresarial panista, llama “capitalismo de compadres”.
Es una
falacia que se pueda combatir la corrupción sin atacar al neoliberalismo y al
capitalismo (sus raíces, en gran medida). Es una falacia que baste con el
dinero ahorrado por evitar la corrupción para mejorar la condición de las
mayorías, sin tocar los intereses del capital y manteniendo el neoliberalismo
(libre empresa, autonomía del Banco de México, etc.). Lo que una política así
de inconsistente puede lograr es solamente una caricatura del estado de
bienestar que hubo en México cuando era la forma de regulación del conflicto
del capitalismo mundial, pero que hoy simplemente no existe porque el
capitalismo no tiene competencia y las clases trabajadoras no oponen una
política de izquierda anticapitalista. (En México las banderas anticapitalistas
las enarbolan las comunidades indígenas autónomas que tienen su Concejo
Indígena de Gobierno.)
Decir que
el problema no es la explotación sino la corrupción es retomar una ideología de
la derecha empresarial que ahora ha aceptado con los brazos abiertos a AMLO, al
menos en el caso de representantes conspicuos como Azcárraga, de Televisa, y
Salinas Pliego, de TV Azteca.
Acercando el lente analítico, las expectativas de cambio se
reducen a niveles muchísimo menores de los que anuncian el fervor popular y los
titulares de los medios de masas que hablan de que en México “ganó la
izquierda”. Pero claro, para el sistema capitalista neoliberal esa es la
izquierda aceptable: la que niegue que la explotación sea el problema.
El PRI, el PAN y el PRD perdieron las elecciones, pero su
ideología neoliberal está intacta y ahora gobernará con las siglas de Morena;
ésa es una de las razones por las que no hicieron fraude electoral a Obrador. El fraude será para quienes
esperaban un cambio verdadero.
Y desde
luego, es perfectamente legítima la resistencia de comunidades y organizaciones
que se oponen al despojo, la explotación, la represión y el desprecio racista
del capitalismo neoliberal y patriarcal, incluso si ahora significa oponerse a
megaproyectos impulsados por gobiernos de Morena. Y seguramente resistirán, aun
si eso implica enfrentar las calumnias y linchamientos mediáticos de los
seguidores más fanatizados de Obrador.
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