martes, 3 de julio de 2018

El Neoliberalismo de AMLO




Por Javier Hernández Alpízar

Es legítimo que las personas que votaron por López Obrador celebren su triunfo, en la tercera postulación de su candidato y tras superar al menos un fraude seguro en 2006 y una “imposición”, como calificaron la elección de 2012. Es legítima la celebración masiva del hartazgo contra los gobiernos priistas, panistas y perredistas, corresponsables de dos sexenios de muerte, violencia, terror, despojo y depauperización contra el pueblo mexicano. Sin embargo, es falsa la expectativa de que con este triunfo ha ganado una “izquierda” y falsa la idea de que “se van” PRI, PAN y PRD. La realidad es muy otra y no podemos ocultarla bajo la estela de euforia por el triunfo reconocido desde el inicio del conteo de votaciones por el sistema, en voz de los candidatos de los partidos derrotados.

Para saber si un proyecto de gobierno será violador de derechos humanos basta con verlo sobre el papel: el neoliberalismo es violador de derechos humanos porque bajo las palabras “inversión”, “desarrollo”, “eficiencia”, “infraestructura”, se esconde la realidad de un modelo de desarrollo depredador del medio ambiente y causa de despojo, desplazamiento de poblaciones (especial, pero no únicamente, rurales y sobre todo indígenas), explotación de los trabajadores, represión de las protestas, luchas y resistencias en defensa del territorio, los recursos locales, los derechos humanos, y un nefasto etcétera.

Esta política los mexicanos la conocemos porque la hemos vivido desde el sexenio de Miguel de la Madrid a la fecha, es decir de 1982 a 2018: 32 años de neoliberalismo que han dejado, especialmente en los recientes 12 años, miles de muertos, desaparecidos y la destrucción de la economía local y el despojo muchos de los recursos del territorio y del pueblo mexicano.

A pesar de que López Obrador mismo y especialmente su brazo derecho, ya confirmado como su coordinador de gabinete, Alfonso Romo, han declarado explícitamente que el neoliberalismo continuará, hay una falsa expectativa y hasta una ilusión de que esto no es así y de que habrá una política diferente: en el imaginario social, el estado de bienestar de los años sesentas y principios de los setenta.

En su discurso del triunfo, López Obrador expresó claramente que la política neoliberal continuará, con palabras que podrían haber sido las de cualquier otro candidato, todos neoliberales:

“Habrá libertad empresarial; libertad de expresión, de asociación y de creencias; se garantizarán todas las libertades individuales y sociales, así como los derechos ciudadanos y políticos consagrados en nuestra Constitución.

“En materia económica, se respetará la autonomía del Banco de México; el nuevo gobierno mantendrá disciplina financiera y fiscal; se reconocerán los compromisos contraídos con empresas y bancos nacionales y extranjeros.”[1]

Dejando de lado la promesa de “libertad de creencias” (la cual no tendría por qué prometerse porque en México existe legal y realmente, pero que aquí es un guiño a sus aliados evangélicos del derechista Partido Encuentro Social), están ahí los elementos esenciales del neoliberalismo: libertad empresarial, autonomía del Banco de México, disciplina financiera y fiscal. Es obvio que nadie espera que se desconozcan los compromisos con bancos, pero la continuidad del neoliberalismo está expresada en los términos que la desean los grandes empresarios mexicanos y extranjeros y no son diferentes a un discurso de De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox o Peña.

De manera aún más clara que Obrador, si tal es posible, su coordinador de gabinete y uno de los autores de su Plan de Nación, Alfonso Romo, ha expresado así, dirigiéndose deliberadamente a los empresarios, la garantía de continuidad del neoliberalismo y del modelo de desarrollo de los últimos 32 años:

“Los empresarios piden responsabilidad financiera y se les vas a cumplir más de lo que creen”, declaró Romo, en entrevista con Forbes México. “Tenemos que dar toda la certeza. Se necesita mucha inversión. Tenemos que darle todos los elementos para que los empresarios mexicanos se queden y los extranjeros vengan a México”.

El reportero de Forbes preguntó a Romo si apoyarían las Zonas Económicas Especiales y recibió por respuesta: “Quizá las hagamos más grandes. Todo. Chiapas, Oaxaca, Guerrero. ¿Qué dejas fuera? No puedes dejar nada fuera”.[2]

Las Zonas Económicas Especiales, que pueden llamarse también “polos de desarrollo”, son enclaves de desarrollo colonizador: “Una zona económica especial (ZEE) es un área geográfica delimitada que ofrece un entorno de negocios excepcional con el objetivo de incentivar la inversión en dicha zona, teniendo miras a industrializarla”.[3]

El modelo de desarrollo de estas Zonas Económicas Especiales es depredador del medio ambiente y colonizador; amenaza con el despojo y el desplazamiento a comunidades urbanas, rurales, indígenas y especialmente a los estados más pobres (en lenguaje desarrollista y neoliberal “atrasados”) como Chiapas, Oaxaca y Guerrero. Probablemente AMLO cambie de nombre al modelo, pero éste no dejará de ser violador de derechos humanos individuales y colectivos. Además, otorga todos los beneficios a las empresas inversoras: incentivos fiscales, facilidades al comercio exterior, beneficios aduaneros, un marco regulatorio ágil y desarrollo de infraestructura. Este último incentivo, desarrollo de infraestructura, implica megaproyectos destructores del territorio y el tejido social como el Aeropuerto en Texcoco, carreteras, extractivismo, presas y represas; entre otros, uno muy prometido por AMLO en diversas candidaturas anteriores: el corredor Coatzacoalcos- Salina Cruz, que conecta, para servicio de los capitales y mercancías, dos puertos marítimos, y atraviesa muchas comunidades que serán afectadas; asimismo, el extractivismo minero, canadiense y otros, que AMLO ha dicho que seguirá permitiendo, pese a que se comporta de manera criminal, como lo saben los opositores a proyectos mineros. Si revive su proyecto de un tren de alta velocidad entre México y Centroamérica, prometido en campañas anteriores, tendría que afectar a comunidades indígenas chiapanecas, incluidas las zapatistas. Ningún gobierno de izquierda ha logrado un modelo alternativo de desarrollo al industrializador, y el del proyecto de la “izquierda” mexicana no es la excepción.

El modelo de desarrollo depredador está representado en el gabinete de López Obrador por personajes como Víctor Villalobos, defensor de la Ley de Bioseguridad, aprobada en favor de empresas promotoras de transgénicos como Monsanto, Pionner y Syngenta[4]. Un académico que apoyó a Obrador por años, Víctor M. Toledo, prácticamente rompió con él por este nombramiento y criticó acremente así a ese proyecto: “Ello convierte a Morena en un partido que posee una piel de oveja con un cerebro de lobo” [5]. En países como Argentina, que ha padecido los monocultivos de soya (soja) transgénica y sus agrotóxicos, saben que tener en un gobierno a promotores de esas empresas no es nada inocuo, como tampoco lo es tener un gobierno promotor de la minería.

Cada miembro del gabinete propuesto por López Obrador es una garantía de la continuidad del neoliberalismo, pero podemos destacar uno de los más polémicos, su titular de Educación, el ex secretario de gobernación y de desarrollo social de Zedillo, Esteban Moctezuma Barragán, quien fue presidente de la Fundación de TV Azteca y, anteriormente, parte de la contrainsurgencia antizapatista de Zedillo.

Algunos han tratado de limpiar su imagen del manchón de haber formado parte de una trampa a la dirigencia del EZLN que estaba citada a dialogar con él como titular de Gobernación mientras Zedillo ordenaba a los militares detenerlos. La trampa no funcionó y el desprestigio de Zedillo y su estrategia obligó a sacrificar la cabeza de Moctezuma haciéndolo renunciar, pero no fue una ruptura con Zedillo, porque en ese mismo sexenio regresó a la oficina de Desarrollo Social, que también hace contrainsurgencia mediante dádivas llamadas “programas sociales”.

El argumento de los defensores de Obrador es que, si bien es neoliberal, atacará la corrupción: Esta es una vieja y falaz concepción de la derecha: se puede mejorar el funcionamiento del sistema capitalista neoliberal atacando solamente la corrupción, pero sin tocar los intereses de los capitales.

López Obrador dijo en su discurso del triunfo: 

“Bajo ninguna circunstancia, el próximo Presidente de la República permitirá la corrupción ni la impunidad. Sobre aviso no hay engaño: sea quien sea, será castigado. Incluyo a compañeros de lucha, funcionarios, amigos y familiares. Un buen juez por la casa empieza.

“Todo lo ahorrado por el combate a la corrupción y por abolir los privilegios, se destinará a impulsar el desarrollo del país. No habrá necesidad de aumentar impuestos en términos reales ni endeudar al país. Tampoco habrá gasolinazos. Bajará el gasto corriente y aumentará la inversión pública para impulsar actividades productivas y crear empleos”.

Suena muy bien acabar con la corrupción, pero el problema es que no suena verosímil cuando AMLO está rodeado de personajes como Elba Esther Gordillo y sus operadores, o como Napoleón Gómez Urrutia, quien todo parece indicar que será operador de los intereses de las mineras canadienses en México. Más bien hace recordar que no acabó con la corrupción en su gobierno de la Ciudad de México, y el recuerdo de René Bejarano y Rosario Robles, están ahí para refrescar la memoria, pero incluso si ataca la corrupción, no tocará algo más fundamental: la explotación, como ya vimos que no atacará el modelo colonialista de desarrollo basado en el despojo.

Respecto a la explotación, Obrador cree que en México no es importante y que seguir pensando en ella es un discurso “teórico y académico rebasado”. En un discurso de campaña en Los Reyes Acaquilpan, Estado de México, López Obrador dijo:

“Tenemos que acabar con la corrupción, porque muchos teóricos sociales, académicos, intelectuales no tratan este tema. Los académicos más clásicos, más teóricos se quedaron con la idea de que la desigualdad se produce por la explotación que se hace de los trabajadores, que el burgués explota al proletario, que se va acumulando ganancias y que esas utilidades se las apropia el dueño de los medios de producción y que por eso es la desigualdad y la pobreza. Pero en México, no aplica esa teoría del todo; aquí las grandes fortunas se han acumulado mediante la corrupción, al amparo del poder público”. [6]

Ese es un discurso que elaboró la derecha empresarial panista en oposición al PRI: lo que hay que acabar es la corrupción, entiéndase en el gobierno y el Estado, sin cuestionar la riqueza privada. Los empresarios se quejaban de que el marxismo enseña a los obreros que el patrón no les paga su salario completo y que se queda parte de él (plustrabajo impago que genera plusvalía en la teoría del valor de Marx), lo cual, según los empresarios, es falso y es una ideología que alimenta el odio de clases y con ello la lucha de clases. De la Madrid se hizo eco de ese discurso (demagógicamente) con su lema “Renovación Moral” (y se lo reprochó Carlos Pereyra, porque era sumir la postura de la derecha ya mencionada). Hoy es la ideología de AMLO.

En su discurso, Obrador retomó punto por punto esa ideología empresarial de derecha: La falacia de que la explotación es el origen de la desigualdad económica “en México casi no aplica”. Como los empresarios dijeron siempre, el marxismo es una ideología ajena, extranjera, exógena y exótica, en México las cosas no son así. Además, como ha dicho el neoliberalismo triunfalista, el marxismo es cosa del pasado, quedó sepultado: en su discurso de campaña, dice Obrador que los académicos más “clásicos”(como “viejos”) “se quedaron” (rebasados ya) en la teoría de la explotación, pero el fenómeno real es la “corrupción”, que “los académicos no estudian”. Todas ellas son ideas falsas, pues la explotación sigue siendo le fuente de la riqueza capitalista, algunos académicos sí estudian teóricamente la corrupción[7] y además, la explotación capitalista genera corrupción, como decía Marx: la corrupción es floración habitual del capitalismo.

El discurso apologista del capitalismo y del neoliberalismo dice que en México el capitalismo neoliberal no ha generado desarrollo, no porque sea depredador, explotador y colonialista, sino porque hay políticos corruptos (el PRIAN-PRD), los que AMLO llama “mafia del poder” (algunos de los cuales hoy son aliados, candidatos y asesores suyos) y ocurre lo que Denisse Dresser, de ideología de derecha empresarial panista, llama “capitalismo de compadres”.

Es una falacia que se pueda combatir la corrupción sin atacar al neoliberalismo y al capitalismo (sus raíces, en gran medida). Es una falacia que baste con el dinero ahorrado por evitar la corrupción para mejorar la condición de las mayorías, sin tocar los intereses del capital y manteniendo el neoliberalismo (libre empresa, autonomía del Banco de México, etc.). Lo que una política así de inconsistente puede lograr es solamente una caricatura del estado de bienestar que hubo en México cuando era la forma de regulación del conflicto del capitalismo mundial, pero que hoy simplemente no existe porque el capitalismo no tiene competencia y las clases trabajadoras no oponen una política de izquierda anticapitalista. (En México las banderas anticapitalistas las enarbolan las comunidades indígenas autónomas que tienen su Concejo Indígena de Gobierno.)

Decir que el problema no es la explotación sino la corrupción es retomar una ideología de la derecha empresarial que ahora ha aceptado con los brazos abiertos a AMLO, al menos en el caso de representantes conspicuos como Azcárraga, de Televisa, y Salinas Pliego, de TV Azteca.

Acercando el lente analítico, las expectativas de cambio se reducen a niveles muchísimo menores de los que anuncian el fervor popular y los titulares de los medios de masas que hablan de que en México “ganó la izquierda”. Pero claro, para el sistema capitalista neoliberal esa es la izquierda aceptable: la que niegue que la explotación sea el problema.

El PRI, el PAN y el PRD perdieron las elecciones, pero su ideología neoliberal está intacta y ahora gobernará con las siglas de Morena; ésa es una de las razones por las que no hicieron fraude electoral a Obrador. El fraude será para quienes esperaban un cambio verdadero.

Y desde luego, es perfectamente legítima la resistencia de comunidades y organizaciones que se oponen al despojo, la explotación, la represión y el desprecio racista del capitalismo neoliberal y patriarcal, incluso si ahora significa oponerse a megaproyectos impulsados por gobiernos de Morena. Y seguramente resistirán, aun si eso implica enfrentar las calumnias y linchamientos mediáticos de los seguidores más fanatizados de Obrador.


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