Por Ilka Oliva Corado
https://cronicasdeunainquilina.com
Latinoamérica está
infestada de grandes progresistas de redes sociales. Algunos con el cuero más
duro dicen que son revolucionarios. Como en otros tiempos, que el papel
aguantaba con todo, ahora son las redes sociales. Son el catalizador por
excelencia de nuestra mediocridad humana. Dicen que cualquiera hoy en día tiene
redes sociales, pero no, no cualquiera, las tienen quienes pueden tener acceso
a una computadora, a un teléfono inteligente o a una tableta, quien tiene la
economía para pagar internet en su casa, el pueblo, pueblo, no tiene acceso
siquiera a una tortilla con sal mucho menos a un volado de esos.
Las redes sociales son
de la clase media y de la burguesía. De quienes han tenido acceso a la
educación formal, de quienes se supone que por haber tenido semejante
oportunidad en la vida su nivel de raciocino es mayor que el de alguien que
carece de cierto tipo de conocimiento. Y que su deber debería ser el de ayudar
a aclarar los nubarrones formados por las grandes corporaciones de la
desinformación y manipulación mediática, pero no, al contrario, este tipo de
infames se unen a las masas que solapan la violencia de gobiernos corruptos,
neoliberales y a las dictaduras. Al sistema misógino, racista, clasista y
patriarcal: porque así son ellos y se sienten representados.
Este tipo de personas
que podrían utilizar las redes sociales como una plataforma para luchar contra
la desinformación, además de publicar sus vejámenes del día a día: fotografías
de sus habitaciones, de sus platos de comida, de sus viajes vacacionales, de
las empleadas domésticas de sus casas cocinando, de las candelas de mocos de
sus hijos, de las pulgas de sus perros, de las pestañas postizas, de la última
espinilla, sus reconocimientos, sus conferencias, las alfombras de flores por donde
transitan y los codeos con “gente bien”, cuando las utilizan como medio de
información es para desinformar con hecho y pensado. Sabiendo que lo que están
publicando ayuda a manipular. Mostrando su menosprecio y su odio hacia los
pueblos que se atreven a cuestionar el sistema. Sin ningún tipo de escrúpulo
estos grandes progresistas de la nueva era latinoamericana son los grandes
conspiradores que se unen a las hordas de traidores que quieren enterrar en
vida a los que dicen agua en lugar de oro.
Se creen que son la
guinda del pastel y entre estos personajes dantescos se encuentran poetas,
pintores, intelectuales, docentes de universidad, cineastas, cantantes, que
aprovechan la mínima oportunidad del sufrimiento del pueblo para “crear” su
arte y obtener con esto el beneficio personal de los mezquinos. Y se les ve de
conferencia en conferencia, de festival en festival, viviendo a costillas de
los marginados y empobrecidos. Dentistas que han hecho sus fortunas sacándole
los dientes a comunidades enteras. En cada diente el gozo del que se cree
superior.
Por eso jamás se
pronuncian estas “mentes privilegiadas” por los ecocidios, por el robo de
tierras a campesinos, por el desvío del agua de los ríos, por las
desapariciones de líderes comunitarios, ni por los innumerables asesinatos de
estos. Porque están de acuerdo. Jamás, a estos personajes que se
hacen llamar progresistas se les escuchará denunciar los desfalcos millonarios
de las mafias de turno en los gobiernos. ¿Progresistas de qué? Si son los mediocres
de siempre que en tiempos de dictaduras apuñalaron por la espalda. Nunca se
declararán fascistas, pero lo son de forma solapada. Entonces dicen que son
progresistas porque les luce más la palabra para sus fechorías. Son los que
nunca estarán del lado del marginado porque son los que los marginan o se
benefician de esa exclusión. Nunca defenderán los derechos de los empobrecidos
porque son los que se benefician del robo. Nunca denunciarán la injusticia
porque la impunidad les permite el nivel de vida que llevan. Y son los que
jamás pondrán en juego su estabilidad socioecómica por hacer lo justo. Al
contrario, son los que con sus plataformas y sus títulos y sus codeos forman
parte de ese conglomerado de fascistas que, sin una pisca de amor en su
corazón, apuñalarán a quién sea para mantener su estatus.
Los estamos viendo en
este momento, publicando que hay una dictadura en Cuba y en Venezuela y
apoyando el bloqueo económico en ambos países, clamando por la intervención
militar, pero callados por las masacres en Colombia y Palestina. Por
las masacres en Bolivia, Ecuador y Chile. La dictadura en Brasil. Por la
corrupción en Guatemala, El Salvador y Honduras. Y además publicando toda la
desinformación que alcance las yemas de sus dedos en el teclado, muchos sabiendo
que en sus puestos de trabajo o gracias a sus oficios tienen seguidores que los
ven como mentes iluminadas. Ni qué decir de los mediocres docentes
universitarios, infestando la mente de sus alumnos. Y lo hacen así
con cada acontecimiento neoliberal de los gobiernos corruptos que pululan en
América Latina. Lo que es peor, esta peste se traspasa de generación en
generación.
Por eso, los pocos que
tienen claridad de pensamiento y son leales a la lucha de los pueblos, aunque
parezca un anhelo de ilusos y les sentencien que la lucha ya está perdida de
antemano, deben darse a la tarea de ser los que con paciencia y a pesar del
cansancio, se atrevan a aporrear el frijol y a desgranar el máiz. Que la
semilla menos pensada es la que florece muchas veces en lugares inesperados.
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