La barrera fronteriza de México se ha ido fortificando durante las últimas décadas y ha causado más de 10000 muertes en el desierto.
Un refuerzo del muro supondrá incrementar el peligro y el costo del cruce clandestino para los migrantes, cuyo número ha descendido en los últimos años.
Una patrulla de la Border Patrol custodia el muro levantado en 1994 cerca de Jacumba (California) / Foto: José Pedro Martínez
Por José Pedro Martínez
Los Ángeles Press
TIJUANA, México.- Vestidos de papá Noel, dos policías
de San Diego cruzaron la línea invisible que separaba México y Estados Unidos
para entregar unos regalos a los niños del poblado del cañón Zapata, en la
colonia Libertad de Tijuana. Corría la navidad de 1986 y el fotógrafo Roberto
Córdova-Leyva no dudó en sacar su cámara para inmortalizar el momento. “La
frontera apenas tenía algunos tramos con alambrada, y esta colonia era uno de
los principales lugares de cruce. Parecía un mercado o una plaza: habían
migrantes, pero también gente comprando, caminando de un lado a otro de la
frontera imaginaria, incluso los mismos policías de San Diego y los oficiales
migración entraban y salían para comprar comida. Entonces había convivencia, la
frontera era bastante permeable”.
Roberto ha sido testigo de la historia de las ciudades
fronterizas de Baja California durante los últimos 30 años. Fotografió cómo la
cotidianidad de la gente de ambos lados fue evolucionando, de llegar a
presenciar un partido de voleibol en la misma línea divisoria, a la
construcción progresiva de muros y alambradas que se terminaron por convertirse
en la espina dorsal de Tijuana, Tecate y Mexicali. Aunque este siempre ha sido
un lugar clave en las rutas de migración indocumentada en Latinoamérica,
recuerda, el aumento de la vigilancia y el refuerzo de la infraestructura
física se han intensificado tanto, que han empujado a miles de personas a tomar
rutas alternativas, más peligrosas y costosas, para poder llegar a los Estados
Unidos.
Cuando comenzó su carrera como fotógrafo, Roberto
explica que solo la frontera colindante al centro de Tijuana tenía algunas
defensas y zanjas para impedir el paso de “carros suicidas”; vehículos llenos
de migrantes que cruzaban velozmente el control de los policías fronterizos. La
gente que quería cruzar clandestinamente no tenía mayor dificultad que esperar
a que llegara la tarde para emprender la caminata hasta San Diego. En ese mismo
año, el Congreso norteamericano había aprobado una Reforma Migratoria histórica
(conocida como ley IRCA), que legalizó a unos 2 millones de trabajadores
indocumentados del país. Fue la última regularización migratoria de calado
realizada por el gobierno de Estados Unidos, pero además también sirvió para
sentar los precedentes legales que empezaron a marcar el cambio de rumbo en la
política migratoria estadounidense: se estipularon sanciones a empleadores que
estaban contratando a indocumentados y se contempló un aumento progresivo del
presupuesto destinado al control fronterizo.
A finales de los ochenta, se empezó a levantar un
cerco de alambre en algunos puntos de Tijuana, y en noviembre de 1993, unos
tubos de hierro sobre unos rieles cerraron la frontera hasta el Pacífico.
Mientras las detenciones de migrantes aumentaban, en Estados Unidos empezó a
ganar peso el debate acerca de la importancia de la vigilancia en la frontera
con México, y las campañas y "operaciones de control" emprendidas en
estados como California y Texas dieron paso a que, finalmente, el gobierno de
Bill Clinton lanzara la "Operación Guardián": creación de 600
kilómetros de muro, unos 800 de barreras, e incremento de la vigilancia
mediante tecnología y policías especializados.
Voluntarios de la ONG Border Angels de San Diego
entregan botellas de agua en el desierto / Foto: José Pedro Martínez
En 1994, la primera barrera empezó a levantarse en la
frontera de California a través de las ciudades mexicanas de Tijuana, Tecate y
Mexicali, y en el 97 se alargó en algunos puntos de los límites con Texas.
Clinton, además, no solo estaba apostando por el fortalecimiento de la
infraestructura de control fronterizo -a través de la contratación de más
personal, la compra de helicópteros, cámaras y sensores de movimiento- sino que
también impulsó importantes modificaciones en las leyes para castigar con mayor
dureza las faltas cometidas por personas indocumentadas.
Comenzaron a crecer las deportaciones, que
tradicionalmente afectaban a migrantes recién capturados por la Patrulla
Fronteriza, y se empezaron a deportar a personas que ya llevaban viviendo
varios años en Estados Unidos y que incluso tenían algún tipo de visado. El
fenómeno de las deportaciones no dejó de aumentar desde entonces y se
incrementó particularmente en el periodo de Obama, que creció más del 30%
llegando a superar los 2 millones de deportados. Su impacto ha sido directo en
las ciudades mexicanas que, como en el caso de Tijuana, llegaba a registrar
entre 150 y 400 repatriados diarios en algunos periodos.
Con los atentados del 11 de septiembre, la vigilancia
de la frontera se convierte en un asunto de primer orden para el gobierno
estadounidense. El departamento de Seguridad Nacional termina por absorber las
competencias migratorias y las instituciones de control fronterizo tales como
la oficina de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés),
y la Border Patrol (CBP). Bajo esta política de seguridad, el gabinete de
George W. Bush decide unificar la estrategia antiterrorista con la migratoria y
redirige el discurso acerca del muro a una defensa necesaria para cuidarse de
los traficantes de drogas y los terroristas, criminalizando con ello a los
migrantes.
“Lo que empezó a cambiar en esos años fue la actitud
de las autoridades migratorias, las mismas que en los 80 regalaban juguetes a
los niños de la colonia Libertad”, recuerda Córdova-Leyva. En 2004, en el marco
de un festival cultural que se celebró en Tijuana, se proyectó la película 'Un
día sin mexicanos' sobre la pared trasera de la plaza de toros La Monumental,
que está a escasos cuarenta metros de la frontera. “Había público sentado tanto
en el lado mexicano como en el gringo”, recuerda Roberto. Sin embargo, esta fue
una de las últimas muestras de normalidad en el espacio fronterizo de los dos
países vecinos.
Dos años después, la aprobación de la 'Secure Fence
Act' otorgó recursos millonarios para la construcción de una valla metálica de
8 metros de altura, mucho más alta y robusta que la creada durante la etapa de
Clinton, a lo largo de más de mil kilómetros de la frontera. Dotada de cámaras térmicas
y de visión nocturna, en algunos tramos -sobre todo en los que pasan por las
ciudades mexicanas- se levantó paralela a la construida por Bill Clinton,
creando un muro doble entre el que circulan los agentes de la patrulla
fronteriza, cabalgando o a bordo de vehículos todoterreno, respaldados por
drones de vigilancia.
Doble frontera en Playas de Tijuana / Foto: José Pedro
Martínez
Una barrera innecesaria
Según los propios datos de la Patrulla Fronteriza, las
detenciones a migrantes en la frontera son en la actualidad una décima parte de
las que se registraban en los años 90. Si en el año 2000 fueron interceptadas
616,000 personas cruzando clandestinamente, el número cayó a 63,400 en el 2015:
el nivel más bajo desde principios de los setenta. Esto supone una media de 19
aprehensiones por cada agente fronterizo, la segunda tasa más baja de cualquier
año registrado.
Aunque el número total de migrantes que llegaron a la
frontera aumentó ligeramente durante el 2016, la Oficina en Washington para
Asuntos Latinoamericanos aclaró que se debe al creciente flujo de llegadas de
niños no acompañados y familias procedentes de Centroamérica, “los cuales huyen
de amenazas y violencia, y no están tratando de evadir la captura: buscan a las
autoridades de seguridad fronteriza de Estados Unidos para pedir protección”,
puntualizó en su último informe.
Además, la misma institución señala que la gran
mayoría de las drogas traficadas a los Estados Unidos son introducidas por
contrabando a través de los puertos legales de entrada, en departamentos
ocultos en vehículos de pasajeros, o escondidas entre mercancías legítimas, no
a través del desierto. “La construcción de una muralla más grande haría poco
para detener el flujo de drogas al país”, reza en sus conclusiones.
En cuanto a la migración procedente de los países
centroamericanos, ya existe una importante barrera previa a la frontera de
Estados Unidos: el propio filtro de las autoridades mexicanas. Desde julio de
2014, el gobierno de México ha intensificado los controles por carretera y las
deportaciones de migrantes procedentes de Guatemala, El Salvador, Honduras y
Nicaragua a través del Programa Frontera Sur. 24 millones de dólares de las
arcas estadounidenses invertidos en equipo y capacitación para funcionarios
mexicanos de migración en la frontera sur del país, al que han sumado otros 75
millones adicionales.
El primer año de funcionamiento de este programa
bilateral se tradujo en un aumento de las detenciones en suelo mexicano de un
71%. La mayoría de los migrantes aprehendidos son deportados rápidamente, por
lo que diversas organizaciones humanitarias han denunciado violaciones de
derechos humanos y faltas del debido proceso.
El muro hará más peligroso el cruce
Además del impacto medioambiental que podría suponer
la construcción del muro a través de reservas naturales, zonas de alto valor
ecológico y lugares sagrados para los pueblos indígenas de los dos lados de la
frontera, la principal consecuencia que tendría la extensión de la barrera ya
se ha experimentado con anterioridad.
A principios de los 90, aproximadamente el 50% de los
migrantes indocumentados cruzaba la frontera por Tijuana. Después del
lanzamiento de la operación Guardián, en el 94, que contempló la construcción
del primer muro, el aumento del personal de supervisión y la incorporación de
elementos tecnológicos para la vigilancia, las rutas migratorias se desplazaron
hacia el desierto de Sonora, en el área del Sásabe. Se trata de uno de los
desiertos más extensos del planeta, con temperaturas extremas y con zonas de
muy difícil acceso, que se ha convertido en el principal lugar de paso para
miles de personas desde entonces.
Aunque en esta época ya hubo organizaciones que
señalaron las consecuencias sobre los derechos y la integridad de los
migrantes, hoy vuelven a repetirse algunas de las advertencias con datos sobre
la mesa: las rutas se han hecho más peligrosas y mucho más caras.
Según un estudio realizado por Guillermo Alonso,
investigador del Colegio de la Frontera Norte, y publicado en su libro El
desierto de los sueños rotos, la construcción y refuerzo de la barrera
fronteriza han causado más de 10,000 muertes desde 1993. Además, en los últimos
años se han combinado las rutas para el narcotráfico y la trata de personas,
convirtiendo el desierto de Arizona y Sonora en una gran amenaza para los
migrantes tanto por cuestiones geográficas y climáticas, como por la amenaza de
la violencia de los cárteles.
Para Roberto Córdova-Leyva, “la política migratoria es
cíclica”, por ello decidió permanecer en la frontera de Baja California con su
cámara, donde continúa documentando la historia migrante de México. “Cuando hay
elecciones el chivo expiatorio siempre son los migrantes. Y los migrantes van a
seguir insistiendo en llegar, en la medida en la que hay una necesidad de mano
de obra barata en Estados Unidos. La gente va a seguir cruzando mientras los
agricultores estadounidenses les necesiten y les sigan diciendo que hay trabajo
para ellos”, concluye.
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