Por Ilka
Oliva Corado. @ilkaolivacorado
Blog de la
autora: https://cronicasdeunainquilina.com
Las hojas
tiernas de los guayabos rojos se aparecen titilando entre la quemazón del medio
día en los surcos de cultivo donde trabajan en cuadrillas miles de
indocumentados, sueñan con el agua fresca del río y con la sombra de los
tamarindos; la patria entonces es un delirio. La sienten los hombros de los
albañiles que cargan los bultos en las grandes construcciones, porque el
indocumentado siempre es el último, el que carga más, el que trabaja más horas,
el que recibe menos paga, el que siempre dice sí, el que nunca puede decir no;
ahí duele la patria en la herida del alma.
Duele en
las manos de las mujeres que limpian casas, en la artritis de los huesos, en
los brazos de las niñeras que cobijan niños ajenos mientras los propios se
quedaron en la tierra lejana a cuidado de los abuelos o de las tías; la patria
entonces es un vacío insondable. Duele en las despedidas que no se pudieron
dar, en las noticias que llegan de los decesos de los seres queridos, en los
abrazos postergados, en las promesas, en los planes a futuro, en la necesidad
del reencuentro, en los adioses definitivos cuando se enciende un cirio y se
reza en la lejanía por el descanso del alma de quien murió; ahí en el bullicio
de una habitación plagada de indocumentados.
Duele en el
reclamo de los hijos que exigen desde el otro lado del cerco, el cobijo y la
compañía. Duele en los pies ampollados y la piel reventada de los que han
caminado durante días huyendo del hambre y la exclusión, buscando en otras
tierras un respiro. Duele en el pubis tierno de las niñas mancilladas que
fueron carne de cañón en el camino espinado donde transitan los migrantes
indocumentados en las carreras despavoridas en otros suelos donde son vistos
como despojos; entonces la patria es una herida en carne viva y un trauma de
por vida.
La patria
que excluye, que violenta, que mata de hambre, que desaparece, que escupe, que
humilla, que obliga a emigrar. Que separa familias. Es la patria que duele, el
pedacito de tierra de uno que va anclada al pecho, que emerge entre los poros,
que palpita sin cansancio en el corazón herido, que se curte en la piel, que se
añeja en el cansancio de los años y a la que desean volver un día, es la patria
mal agradecida que recibe millones de dólares en remesas de los hijos que
obligó a migrar y que jamás la olvidan: es la patria del indocumentado
y para amarla así hay que tener las agallas de saltar al otro lado
del cerco, ¡no cualquiera!
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