Por Ilka Oliva Corado
Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com
Mi expresión escrita nació de mi inexpresión verbal. Nunca
he podido comunicarme con los humanos, dentro de mí habitan mundos y volcanes
en erupción, pero por fuera son un témpano, la tosquedad misma. Me cuesta
acércame a las personas, no soy tímida al contrario soy atrevida, tengo
facilidad de palabra gracias a mi Alma Mater, el mercado donde crecí vendiendo
helados, esa experiencia me enseñó a salir al paso y a buscarme la vida al
trote, la vergüenza no sirve para la sobrevivencia; entonces gracias
a aquellos años saliéndoles al paso a los comensales para ofrecerles
los ricos helados que vendía y tratar de convencerlos prácticamente haciendo
piruetas en el aire, puedo expresar mi opinión sin ningún problema, auto
presentarme, conversar de puntos varios. Pero los sentimientos no,
cuando se trata de sentimientos y emociones mi mundo es completamente aislado e
inhabitable. Soy un vacío insondable.
Empecé a escribir poesía a la edad de los 13 años, cuando
vivía en Ciudad Peronia, el arrabal donde crecí, en Guatemala. Pero el trabajo
del día a día era demasiado que no quedaba tiempo ni para comer mucho menos
para el ocio, el ocio fue catalogado como haraganería y haraganes en el arrabal
no existen la necesidad obliga a ir contra reloj; entonces esos 10 o
15 minutos que yo tomaba al día para escribir significaban dejar de limpiar el
gallinero a las horas o limpiar el chiquero a las horas, dar de comer a los
animalitos de forma puntual y ordeñar las cabritas a su hora, un retraso de
cinco minutos provoca un descontrol para quienes hemos vivido al trote: el
arrabal lo sabe. Cualquier sueño, cualquier anhelo fue fulminado por el hambre,
el frío y la pobreza. En las capas que recubren la pureza del alma, en la más
profunda se encontraba mi amor por la pintura, fue bloqueado de un portazo en
la nariz contra la realidad. Bloquear la poesía y el arte ayudaron a mi
sobrevivencia en aquellos años, porque para qué iba a anhelar algo que era
imposible, unas acuarelas eran un lujo que los niños en Peronia no nos podíamos
dar. Escribo estas palabras con honestidad, sin afán de dramas innecesarios,
pero con la responsabilidad que me obliga a relatar la esencia del arrabal…,
porque estoy segura de que no soy la única que bloqueó y se dio con la cabeza
contra la pared, ardiendo en furia por no poder ilusionarse con una realidad
distinta a la que le tocó vivir.
Con los años emigré, joven, a los 23, llegué con toda la leche
a dejar lo que me quedaba de pulmones en los pisos de las mansiones donde
trabajé de empleada doméstica en Estados Unidos, aquí continuó mi labor de mil
oficios con los que crecí, también buscándome la vida al trote solo que
indocumentada, sin estatus de nada ni de ser humano. Las razones de la angustia
y el miedo de los indocumentados son distintas a las del país de origen, pero
es angustia al final de cuentas. Aquí mi inexpresión se volvió un ahogo, un
dolor sordo, un nudo de sal en la garganta; provocados por la añoranza, la
depresión post frontera, el estigma y el bloque de hielo enorme como muralla
que era el idioma inglés, mismo que yo desconocía por completo. A los 6 años de
emigrada, cansada de todos esos años sin poder dormir de corrido ni una sola
noche por las pesadillas provocadas por los recuerdos de mi
experiencia en la frontera, una madrugada comencé a escribir un poema que lo
terminé cuando salió el sol. Y fue una catarsis total porque lloré
cada letra. Lloré por mi frustración, por mi descontento, por el dolor de
sentirme lastre. Ese poema al que yo titulé Nostalgia fue la luz de un nuevo
día en mi vida, una pequeña rendija de una ventana diría que fue como el rocío
del amanecer. Un amanecer que duró otros largos años porque mi proceso fue
lento, pero lo sobrellevé con la escritura, primero con poemas, luego con
relatos y después con artículos de opinión. Poco a poco fue reabriendo las
heridas que estaban sin cerrar y las encaré, las traté de curar quitando
costras y sangre podrida para ventilarlas y dejar que cicatrizaran a su paso, a
su tiempo. Y eso ha sido la escritura para mí, una cura. Una pócima que le ha
permitido a mi espíritu sanar su dolor. El dolor de la exclusión, de las
sobrecargas de trabajo desde mi infancia, de la incomprensión, de los golpes
recibidos, del racismo, de la pobreza. Porque sí, a nosotros los obreros nos
han obligado a vivir la crudeza de la pobreza y la exclusión.
La pintura llegó muchos años después de aquel anhelo de
infancia, llegó en la diáspora, después de varios años escribiendo, imagino que
emergió de lo más profundo de mi alma cuando me había sacado ya varias espinas
gracias a la escritura. Porque mi terapia han sido las letras. Llegó de forma
inesperada y ha sido un regocijo para mi espíritu, el placer absoluto, la paz.
Mi pintura refleja la paz de mi espíritu. Sucede lo contrario que con la
escritura, con la escritura yo puedo expresar mi enojo, mi frustración, mi
descontento, conmigo misma y con el sistema, en cambio con la pintura sólo brota
de mi alma la tranquilidad y vuelvo a ser niña, no puedo verme como mujer
adulta en la pintura, en la pintura soy niña. Y soy una niña feliz, como debe
de ser la infancia de todos los niños en el mundo.
Desconozco de técnicas, desconozco completamente de los
fundamentos del arte, de la escuela del arte, no puedo darme el lujo de tomar
clases de pintura, no pagaría la renta si lo hiciera. Porque aquí también soy
obrera y vivo al día. Para comprar mis pinturas, mis pinceles y mis lienzos he
tenido que ahorrar, lo hice mi prioridad, ajustando y dejando de comprar otras
cosas de primera necesidad. Porque para mí es muy importante acariciar este
amor, alimentarlo, cobijarlo, este amor de niña que necesita mi abrigo o más
bien, yo soy la que necesita ese amor y ese cobijo de esa niña que apareció de
pronto con sus colores encendidos para que me reconcilie con mi
infancia. Con la pintura he aprendido a defender quién soy, lo que
soy, a defender mi esencia, a tener muy claro que mi estilo es mi estilo y que
hacer las cosas a mi manera ha sido mi camino siempre, es decir; ser auténtica,
aunque el mundo me cierre las puertas en la cara.
Y también he aprendido a que no hay necesidad ni espacio
para la frustración y el enojo, porque claro está, tengo limitaciones porque
mis manos no están familiarizadas con los pinceles y las técnicas, pero como
todo en la vida se aprende y lleva tiempo y práctica. Pero tomar un
pincel y poner los colores sobre el lienzo es ya para mí una realización. Es mi
realización personal. Lo demás, lo demás la verdad no importa. Y siempre me han
gustado las cosas simples, yo misma soy muy simple, no escribo con palabras
rebuscadas y no busco en la pintura los excesos.
Tengo varias series, una de mis favoritas es la serie de la
Mamá África a la que reverencio y quiero, por ser la raíz, mi raíz, pero la
raíz de todos los continentes y de quien he heredado mi cabello y mi color de
piel. Está la serie Raíces, y la última en la que he estado trabajando que es
la serie Mi familia, que se trata de las cabritas con las que crecí, los amores
de mi vida, con la únicas con la que puedo ser yo, con las únicas con las que
me puedo expresar. La serie Mi familia, es el amor puro a las cabritas.
La escritura es la expresión de mi alma, pero la pintura es
la realización de mi espíritu. Quien quiera conocerme solo tiene que ver mis
pinturas, me conocería mejor que conversando conmigo en persona. Y como todo lo
que hacemos o dejamos de hacer en la vida es un acto político, yo sigo
escribiendo y pintando por necedad y por resistencia. Mi esencia
siempre fue ser necia, por necia recibí grandes palizas y fui excluida y por
necia elevo mi voz en la escritura y mi espíritu en la pintura.
Porque el día que no esté más en este mundo quiero que
cuando una niña de arrabal de sienta sola, desechada, violentada, excluida y se
sienta un lastre, sepa que también en otros tiempos, otra niña de arrabal que
creció en la pobreza como ella, que fue agredida y desechada se sintió como
ella y después de darse con la cabeza contra la pared y anegarse en alcohol,
comenzó a escribir y a pintar y ambas cosas le dieron sentido a su
existencia. Quiero que esa niña sepa que vale la pena y la alegría
resistir.
Será mi abrazo, mi cobijo de hermana para esas niñas, y
estoy segura de que el tiempo me permitirá ese reencuentro con ellas, aunque yo
ya no esté físicamente, porque todas las almas que están destinadas a coincidir
se encuentran en el momento justo. Como yo he encontrado otras almas de
ancestras que me han abrazado y cobijado como hermanas desde distintas partes
del mundo y de la historia.
Mi legado para ellas, niñas de arrabal es la resistencia a
través de la escritura y el arte.
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