Por Ilka Oliva-Corado
Blog de la
autora: https://cronicasdeunainquilina.com
Cuando acordó Victorina
ya iba encaramada sobre un tubo de llanta cruzando las aguas del río Bravo. Los
gritos de los otros migrantes la volvieron en sí. ¿Qué hora era? Tal vez la 1 o
2 de la madrugada, cómo saberlo si el cielo estaba emponchado, tal vez estaban
redondeando las 3, la hora en que cantan los gallos en su natal Honduras. Ni el
frío de la época ni el agua a punto de congelación le aturdieron tanto los
sentidos como la conmoción de ver a tantas familias aterradas, sin saber nadar,
intentando cruzar el río. Vio a muchas que llevaban como salvavidas bolsas
plásticas infladas porque no alcanzaron tubo de llanta. Jamás había visto
tantos niños en un río, ni siquiera en el río Choluteca que es inmenso.
Oriunda de El Tulito, Choluteca, Honduras, Victorina se fue con una de las
caravanas de migrantes que salió huyendo del hambre y la violencia del
gobierno, violencia que repitió la policía guatemalteca que los acorraló a
pocos kilómetros de la Basílica de Esquipulas, en los días de la celebración
del Cristo Negro. Los cazaron como criminales, como si les fueran a quitar algo
con pisar el suelo guatemalteco en su camino hacia Estados Unidos, ¿es que no
eran entonces esos cinco dedos formando una mano como reza el himno a
Centroamérica?, ¿no eran los guatemaltecos sus hermanos como les habían
enseñado en la escuela de primaria? Pero si hasta eran parecidos físicamente,
¿por qué los trataban así? ¿No hambre hay en Honduras y hambre hay en
Guatemala? Si los guatemaltecos también migran de la misma forma y piden
respeto en México, se preguntó Victorina muchas veces encolerizada, corriendo
para tratar de escapar de los garrotazos de los policías que amenazaban con
dispararles sino se detenían.
La tercera de once hijos de una madre viuda. Su padre, pescador artesanal,
fue asesinado un día que se aventuró a ir vender la pesca al mercado de
Choluteca, donde pagaban un poco mejor que en El Tulito, lo venadearon los
asaltantes y lo mataron de dos disparos después de robarle lo de la venta, es
lo único que saben, la policía nunca dio con los culpables. El pequeño de los
hermanos tenía apenas diez días de nacido, de dicha no se murió su mamá del
dolor, pero se le fue la leche, al pequeño tuvieron que alimentarlo desde
entonces con agua de arroz y cebada. Cuentan la historia cada vez que les
preguntan por qué el niño está tan desnutrido, mucho más que los otros
hermanos.
Hasta ahí reaccionó, en las aguas del río Bravo, todo el trayecto desde El
Tulito a la frontera con Texas se la pasó en el limbo, con el pulso a mil, angustiada,
sin poder pegar el ojo cuidándose de los asaltantes, de los que se llevan a los
migrantes y los desaparecen. Con hambre, con los pies entumidos y
despellejados de tanto caminar, con la piel de la cara reventada por el sol.
Sin pastillas para sus dolores de la menstruación, sin toallas sanitarias, sin
dinero para comprar ni un plato de frijoles de los que salía la gente a vender
al ver la romería de migrantes.
Hasta ahí en el agua fría del río volvió en sí y recordó la voz de su mamá que
le gritaba llorando desde el patio de su casa, ¡no te vayas ingrata!, pero ella
se fue porque no pudo más con la pobreza. No pudo soportar más ver a su madre
lavando ropa ajena y recogiendo latas en la calle para criar a sus hermanos,
tenía que ayudarla y la única forma de trabajar limpiando casas y que ese
dinero rindiera para la crianza de sus hermanos era yéndose a Estados Unidos,
en Honduras no se ganaba nada, sólo las humillaciones y la explotación.
Victorina nunca soñó con ir a la escuela, era demasiado pero su mamá la obligó
y la empujó hasta que sacó tercero básico, quería que fuera a la universidad y
que no se casara luego, que disfrutara su soltería, le decía, que se comprara
cosas, que saliera a comer, que viajara, pero que no fuera a meter la pata. De
su aldea migró la mayoría de los hombres y ahora se estaban empezando a ir las
mujeres, sólo estaban quedando los abuelos a cargo de los nietos. En los
últimos meses se veían casas cerradas con candado porque las familias completas
se habían ido en las caravanas. Victorina no aguantó más y un día tragó saliva,
metió dos mudas en una mochila y le dijo a su mamá que se iba y agarró a
caminar, le prometió mandarle dinero desde Estados Unidos. Por más que su madre
corrió para alcanzarla y le gritó llorando no pudo hacer nada para que cambiara
de opinión, se fue sin un centavo en la bolsa. En la salida de la aldea un
conocido les dio jalón para el punto de encuentro donde la gente se juntó para
salir en la caravana.
Victorina tiene 16 años, no ha dicho a nadie que la violaron dos veces en
Tapachula, entre la amontonazón de gente, le taparon la boca y la jalaron para
un zacatal, no pudo hacer nada para defenderse, eran dos tipos, esa fue la
primera vez. Se levantó y siguió con la caravana. No pasa nada, dijo, no pasa
nada y siguió su recorrido. La segunda fue en Saltillo, cuando fue al baño del
centro comunitario donde pernoctaban junto a otros migrantes, ya habían
escuchado que entre los migrantes se colaban violadores, asaltantes, policías,
gente que trabajaba para los carteles de la droga y crimen organizado y que se
hacían pasar por migrantes para llevar información a sus superiores. De qué
mujeres viajaban solas, de quiénes llevaban hijos y quiénes tenían familiares
esperándolos en Estados Unidos y que podrían pagar un rescate. Entrando al baño
le taparon la boca y la tumbaron contra el piso, fueron tres hombres, dos la
sostuvieron y un tercero la abusó, se fueron celebrando, le costó levantarse,
pero también se levantó, no pasa nada, dijo, no pasa nada y se fue a acostar
sobre los pedazos de papel periódico tendidos sobre la plancha de cemento. No
se va a derrumbar, necesita llegar a Estados Unidos para enviarle dinero a su
mamá para la crianza de sus hermanos.
Ahí, en las aguas del río Bravo se le han revuelto todas las imágenes y quiere
gritar, gritar con todas sus fuerzas y llorar, pero no puede, todo se le anuda
en la garganta: la cólera, el cansancio, la desesperación, la ansiedad y las
primeras punzadas de lo que será el estigma que la acompañará a lo largo de su
vida. Llegan finalmente al otro lado donde los espera la Patrulla Fronteriza,
Victorina se desploma sobre la tierra fría de la frontera estadounidense, ha
llegado al país de donde piensa enviarle dólares a su madre, la noticia del
embarazo producto de las violaciones se la dará la doctora del centro de
detención de menores el mismo día en el que la primera presidenta en la
historia de Honduras sea juramentada y hable de derechos de género y de la
erradicación de la pobreza en el Estadio Nacional, en Tegucigalpa,
que queda lejos, muy lejos del camino recorrido por Victorina.
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