Por Carolína Vásquez Araya
Las recientes
elecciones celebradas en Chile, en las cuales ha ganado por amplia mayoría
Gabriel Boric, representando a una convergencia de partidos y organizaciones
del abanico político desplegado desde el centro hacia la izquierda, han
permitido constatar la fuerte división prevaleciente en esa sociedad. También
ha dejado ver cómo el discurso del miedo, instituido desde los despachos en
donde se diseñó la estrategia de la Guerra Fría, se ha mantenido inalterado por
más de medio siglo en una buena porción de esa sociedad, el mismo sector que
aspira a retornar a un sistema dictatorial.
Este fenómeno, evidente
durante la primera etapa de los comicios, en donde la extrema derecha superó a
Boric por un mínimo margen, apoyando a un candidato abiertamente aliado de
Augusto Pinochet -uno de los dictadores más sanguinarios del continente-,
permite constatar la fuerza de la resistencia a un cambio con tendencia
socialista en una de las sociedades más desiguales del continente. Sin embargo,
la segunda etapa de la campaña se caracterizó por una toma de mayor distancia
entre los mensajes de ambos bandos.
Por un lado, los
movimientos afines al cambio político, propuesto por el candidato de la
izquierda, se unieron en un discurso de unidad y convergencia hacia la
erradicación del sistema neoliberal que ha transformado a Chile en el paradigma
de la desigualdad económica y social. Por el otro lado Kast, el candidato de la
derecha, rodeado de una corte con características similares a las de los grupos
neonazis europeos, lanzaba una campaña de falsedades, odio y temor con la
intención de revivir los prolegómenos de un golpe de Estado que dejó secuelas
imborrables en la sociedad chilena.
Ese intento de
convertir las elecciones en un pulso entre la democracia y la tiranía -aun
cuando esos extremos parecían pertenecer al bando contrario- logró algo que el
candidato derechista no calculó bien: la derecha tradicional que lo apoyó en la
primera vuelta de los comicios resultó más inteligente que fanática y se
desmarcó -tal como lo hizo el propio presidente Piñera- dejándolo solo en la
recta final. El fascismo en el discurso de Kast y sus propuestas de retornar
hacia un gobierno de corte pinochetista hizo retroceder a una gran parte de sus
electores, a quienes esos extremos tampoco les parecía un escenario promisorio.
Pero hay que reconocer
que los discursos de terror anticomunista, engendrados en plena Guerra Fría,
constituyen aún un mecanismo de división social extremadamente efectivo. Hoy
seguimos viendo en las redes sociales y en los medios de comunicación cómo
resurge el odio hacia cualquier intento de cambio político, social y económico.
Es la poderosa carga del pasado, cuyas cicatrices están visibles en un sector
amplio de la sociedad chilena.
Las propuestas del
nuevo mandatario constituyen un compendio de medidas consensuadas entre todo un
abanico de colores políticos; y, además, responden a las demandas de un amplio
sector de la población. Entre ellas se incluye el respeto por las diferentes
corrientes políticas; el apego irrestricto a la institucionalidad; el apoyo a
al trabajo de la Convención Constitucional en su esfuerzo por redactar un nuevo
marco de normas jurídicas, capaz de reflejar la realidad actual y erradicar la
huella de la dictadura y, como una de sus prioridades, abrir los caminos para
consolidar un sistema verdaderamente igualitario y democrático.
Las huestes de extrema
derecha no han cesado en contaminar el ambiente con sus proclamas de odio y
terror. La repetición de la mentira, una estrategia del nazismo se ha
transformado en su leit motiv con la intención de abrir aún más las brechas que
separan a la sociedad chilena. Su intención es clara: mantener la chispa cerca
del combustible con el fin de provocar otra crisis que les favorezca. Esta vez,
sus estrategias huelen a fracaso ante una ciudadanía mucho más activa y atenta.
Una mayoría ciudadana que por fin se siente representada por un equipo joven y
emprendedor, cuyas capacidades serán evaluadas durante los próximos cuatro
años.
Erradicar el racismo y
la desigualdad es todavía un objetivo difícil de alcanzar.
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