Gabriel Boric ha
levantado una ola de malos presagios, incluso antes de asumir.
Por Carolína Vásquez Araya
La derecha tradicional
latinoamericana no está dispuesta a conceder una tregua a sus oponentes
políticos. Ni siquiera acepta, con gracia deportiva, una derrota en las urnas
legal e indiscutible como la ocurrida en Chile con la victoria del candidato de
izquierda, Gabriel Boric Font. Ese despertar del pueblo -como los sucedidos en
Honduras y Perú- les ha golpeado en el centro del ego y ha abierto las
compuertas de una auténtica orgía de fatales predicciones. Boric ni siquiera ha
asumido el poder y ya le vaticinan el peor de los fracasos.
Para mayor ofensa, el
nuevo presidente electo ha tenido el arrojo de nombrar a un gabinete en el cual
destaca con fuerza -por primera vez en la historia de Chile- una mayoría de
mujeres y un promedio de edades entre sus integrantes, fluctuando alrededor de
los 45 años. Es decir, su gabinete no solo representa a las mayorías, sino
además promete un aire renovador que a la derecha tradicional le provoca un
profundo miedo. Lo único que podría criticársele al nuevo mandatario es la
ausencia del sector indígena en esa elevada instancia de la estructura del
poder político.
Mientras en Chile los
sectores del ala conservadora buscan la manera de ser partícipe de las
decisiones que surgirán desde el Ejecutivo, en otros países de América Latina
se ha despertado una ola de odio contra las nuevas autoridades, con un
resurgimiento irracional del discurso de la Guerra Fría y los vaticinios de una
catástrofe económica y social en el breve plazo. Todo ello, teñido de una total
falta de conocimiento y la peor de las intenciones. Lo que no han entendido
estos personajes agoreros es que un cambio en la dirección política no solo es
absolutamente necesario, también es parte de un sistema democrático en donde
las mayorías deciden y participan. Esto último se refleja en un equipo de
trabajo interdisciplinario, capacitado y comprometido con un plan de gobierno
orientado a eliminar las grandes desigualdades provocadas por el sistema
neoliberal actual.
Estas aves de mal
agüero pretenden, en última instancia, contaminar un proceso que ha sido
catalogado como uno de los más transparentes y democráticos en nuestro
continente, en el cual brilló la voluntad popular y se expresó de manera
contundente el deseo de retomar una ruta hacia el desarrollo de toda la
población, derribando las barreras que hoy han sumido a millones de chilenos en
la pobreza. El rechazo a un sistema económico rapaz, como el neoliberalismo,
también se manifiesta en otros países latinoamericanos con similar potencia. La
diferencia en los resultados radica en los niveles de corrupción y el abuso de
poder de pequeños tiranos apoyados por las élites locales y sus ejércitos
vinculados a las mafias.
Chile comenzará en marzo
una nueva etapa. Esto significa el inicio de una transformación profunda de sus
bases programáticas. En este proceso, el apoyo del nuevo gobernante a la
Asamblea Constitucional, en su trabajo para redefinir el marco jurídico y
erradicar desde esa instancia las huellas de la dictadura, será un paso
gigantesco hacia un Chile más justo e incluyente. Desde ese texto
constitucional se espera una administración del Estado mejor orientada hacia la
conservación de sus recursos, más abierta a la participación popular y capaz de
proporcionar una plataforma equitativa para enfrentar los desafíos del
desarrollo.
Las aves agoreras,
surgidas desde los reductos de la derecha rancia y anclada en el pasado que han
dominado la política desde tiempos de la Colonia, tendrán que aceptar esta
coyuntura histórica y guardarse las intenciones de revertir por la fuerza la
voluntad popular. Los aires de la Guerra Fría -aun cuando se levantan de vez en
cuando- no tendrán la fuerza suficiente para volver a derrocar a un gobierno legítimamente
electo por el pueblo. La sola intención detrás de sus discursos de odio ya es
evidencia de su derrota moral. Lo que procede hoy, es acompañar al proceso con
espíritu democrático y demostrar así la voluntad de reconstruir el tejido
social con un acento rotundo en la igualdad y la justicia.
Lo que procede ahora es
acompañar al proceso con un espíritu democrático.
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