viernes, 16 de noviembre de 2018

EL MURO DE LA IGNOMINIA Por Roxana Zubieta




El correcaminos Carlitos Audaz, fue primero en enterarse y fue quien avisó a todos.

Aquella soleada tarde, después de un largo descanso y pese a su edad, se animó a dar un recorrido por aquellas llanuras una vez más; era viejo pero fuerte y su naturaleza aventurera, lo impulsaba casi siempre a descubrir nuevos parajes y paisajes.

No supo lo que pasó; iba a cincuenta kilómetros por hora disfrutando de la cálida brisa, cuando sintió un golpazo terrible que lo dejó fuera de combate. Al despertar, había anochecido y aturdido y con un prominente chichón en la cabeza, no dio crédito a lo que veían sus ojos. ¿Era un objeto no identificado de origen extraterrestres, o simplemente ya había muerto y no se daba cuenta?

Se acercó con temor; fue aproximándose despacito y se atrevió a tocarlo; la superficie era liza, dura y muy fría, sobre todo, en ese momento de la noche, el terciopelo del firmamento y sus estrellas se reflejaban en el cuerpo aquel como si fuera un espejo. Observó a ambos lados, era enorme, caminó paralelamente al plateado objeto y no tenía fin. Carlitos Audaz Correcaminos, no lograba adivinar que se trataba de un interminable muro de acero en algunas partes y de concreto en otras, medía alrededor de 3,000 kilómetros y su altura, sobrepasaba los tres metros, de la manera como estaba dispuesto, partía en dos el hábitat, su querida llanura. 

El miedo lo invadió al darse plena cuenta, que aquella barrera desconocida, obstaculizaba el paso que durante siglos, sus ancestros habían recorrido. Se sintió indefenso e impotente. Después de analizar con calma la situación, y de buscar inútilmente un resquicio de entrada que le permitiera observar al menos lo que pasaba en el otro lado, Carlitos Audaz Correcaminos, a pesar de estar adolorido y cansado, decidió emprender el regreso y correr la voz del extraño suceso, a todos sus compañeros de la llanura.

Así, se encontró con Juanito Pecarí, que en esos momentos se disponía a ir al otro lado a visitar a los abuelos, corrió a contárselo a la familia de Pedrito Cacomixtle, este le avisó rápidamente a don Coyote y sus hermanos y estos, lo señalaron a Pepe Zorrillo, que de inmediato ordenó a los miembros de su club, realizar una excursión de investigación con el fin de analizar el objeto.

Así se corrió la voz; en la lucha por sobrevolar el objeto no identificado, un grupo de Codornices Mascarita contó cómo un compañero se estrelló con fuerza contra esa barrera y murió instantáneamente en el intento.

Liebres, venados, topos, tejones, ratas de campo, el berrendo sonorense, el pavo de Gould, perritos de la pradera, zarigüeyas, coatíes de nariz blanca, jaguares y lobos mexicanos e incluso especies más meridionales del norte o de climas templados como el oso negro y el castor, decidieron emigrar. Los jaguares, después de una larga asamblea, optaron por refugiarse en la sierra madre Occidental, alejándose con tristeza del sur de las montañas rocosas, dejando ahí familia y camaradas, negándose a bajar hasta nuevo aviso, diciendo que todos los que quisieran unírseles serian bienvenidos. Ya no tendrían que protegerse unos a otros de los cazadores furtivos que iban en pos de sus ricas pieles, sino además, ahora tendrían que huir de los migrantes ilegales que cruzaban clandestinamente casi a diario y que a pedradas o resorterazos los agredían y atacaban; no solamente sufrirían las largas temporadas de sequías o los duros inviernos, no podrían ir a saludar a la familia que había quedado separada al otro lado de la enorme muralla de metal y de cemento que impedía siquiera contemplar sus vastas llanuras de Arizona, donde habían quedado cachorros, padres, parientes, amigos y novias.

Esa zona de Sonora, poco a poco quedó en silencio, solitaria y triste. La vida, hasta de los pequeños roedores, serpientes, lagartijas e insectos, parecía haber desaparecido por completo. Pasaron los años y el devastado, seco e inhóspito lugar, se volvió nido de leyendas misteriosas.

Alguna rara vez, algún cachorro de jaguar se atrevía a acercarse y al regresar a la sierra, narraba que había visto el fantasma de Carlitos Audaz Correcaminos (muerto hacía tiempo), que corriendo a gran velocidad en su forma etérea y fantasmal y sin detenerse, traspasaba aquel ignominioso muro.

Regresaban contando historias fantasmagóricas a los más pequeños, recordándoles no acercarse para nada a aquella zona misteriosa y llena de peligros, por donde alguna vez se había visto un objeto no identificado.

Cómo iban a saber que por el egoísmo y la soberbia del animal llamado "Hombre", se construyó, en medio de su preciado hábitat, ese “Muro de la Ignominia”, destruyendo así entre otras cosas, el equilibrio ecológico. Aquel animal, mamífero, bípedo y supuestamente el más inteligente de la creación, estaba empeñado en destruir el mundo que les pertenecía, aún antes de que él hiciera su aparición, con sus desechos, su basura y sus contaminantes, talando sus bosques, ensuciando su agua, antes cristalina y ahora, como si fuera un juego, construía un muro divisorio, que lo único que lograba, era colapsar su forma de vida, al separar a las familias hasta lograr su extinción, incluyendo a la propia familia humana.

Ellos, a los que el hombre llamaba animales, consideraban que su hábitat era el mismo en ambos lados de la frontera, pues no sabían nada de límites políticos. Los mismos miembros de una misma especie, tenían su hogar en ambos países, pues Sonora y Arizona compartían ecosistemas extraordinarios, que hacen posible la existencia de sus moradores, algunas criaturas, casi en extinción. La región que era rica en aves e insectos polinizadores, se vieron afectados. En la zona quedaban menos de 40 lobos mexicanos, ¿qué pasará con ellos? Este territorio fronterizo, posee una enorme riqueza ecológica y biológica; ¿qué pasará con todos los seres que tienen su hogar en ambos países y que dependen del cruce fronterizo o transito migratorio para su supervivencia? Se corre el enorme riesgo de que la segmentación, perjudique a muchas especies, e incluso las lleve a su extinción, como ha pasado con el berrendo sonorense, que está en grave peligro de desaparecer. ¿Qué les deparará el destino a todos ellos?

¡Alerta... alerta... si seguimos así, habrá que emigrar a otro planeta!

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