viernes, 10 de febrero de 2023

NUESTRA SALUD: La memoria, una hoja de doble filo

 


Por Jordi Jiménez
REHUNO SALUD
rehuno.salud@gmail.com

 Todos conocemos el mecanismo de memoria y sabemos más o menos cómo funciona desde el punto de vista de nuestra experiencia (no nos referimos al funcionamiento neuronal, mucho más complejo). Podemos decir que la memoria es la función que regula el tiempo subjetivo y almacena registros y sensaciones tanto externos como internos. Hay una memoria antigua que es la base en la que se formaron las primeras grabaciones; una memoria mediata, donde se siguen grabando los fenómenos diarios de corto y medio plazo; y una memoria inmediata que ordena y clasifica los datos del momento presente. También se puede reconocer que hay una memoria motora o del movimiento, una memoria afectiva, una memoria visual y espacial, una memoria conceptual, etc. La grabación de los datos en memoria se efectúa sobre todo en la vigilia, mientras que la ordenación de esos datos se produce sobre todo en el sueño (ya hablaremos más adelante de los niveles de conciencia). 

Otra característica importante es que la memoria va grabando los datos de manera relacional, global, no graba datos sueltos o inconexos. Es decir, ahora que estoy escribiendo este texto mi memoria está guardando los datos visuales, pero al mismo tiempo está guardando los datos auditivos, los datos táctiles, olfativos y de todas las sensaciones que pueda tener en este momento (me acabo de tomar un café calentito, por ejemplo y eso se almacena al mismo tiempo que el resto). Se graba la experiencia completa con todos sus atributos relacionados entre sí y esto es de enormes consecuencias. Por ejemplo, si siempre que me siento a escribir me tomo un café, ambos estímulos quedarán fuertemente asociados en memoria por repetición. Así que si un día me siento a escribir sin café sentiré enseguida las ganas de tomármelo, lo echaré en falta porque en memoria está asociado al escribir, se grabó al mismo tiempo. Este tipo de fuertes asociaciones son bien conocidas por los «adictos» al café o al cigarrito después de la comida y esto sucede precisamente porque la memoria graba los datos de manera global, relacionados entre sí y no sueltos.

Pero otra de las grandes funciones de la memoria, además de grabar y almacenar datos, es suministrar esos datos (guardados en algún lugar del sistema nervioso) cuando se necesitan, y aquí es donde la cosa se pone interesante. Porque… ¿de qué habría de servir tanta grabación y almacenamiento si luego no se utilizara para algo? Constantemente nuestro sistema psíquico está utilizando los datos guardados en memoria para realizar infinidad de cosas. No utilizamos la memoria sólo cuando tratamos de recordar algo intencionadamente, sino que se está utilizando todo lo guardado ahí en todo momento. Por ejemplo, estoy escribiendo estas líneas y noto que tengo sed. Me levanto y voy a la cocina a por un vaso de agua. Prácticamente no tengo ni que poner atención a estos movimientos. Mi memoria «me guía» hasta la cocina, encuentra un vaso, encuentra un grifo, sabe cómo abrir el grifo, llenar el vaso, se acuerda de cerrar el grifo después, agarra bien el vaso y lo equilibra para que no se caiga el agua al caminar y me lleva de nuevo al estudio donde estaba delante del portátil para seguir escribiendo, porque recuerda lo que estaba haciendo antes de la interrupción. «Mi memoria» deja el vaso en la mesa con cuidado para no mojar todo y continúa con la tarea. Mientras el cuerpo hacía esto por sí solo (guiado por la memoria), yo estaba pensando en el hilo conductor del artículo, en cómo acabarlo, algún ejemplo, etc. Mi atención estaba puesta en el escrito. No he necesitado poner casi ninguna atención al tema del vaso de agua.

Este ejemplo sencillo y cotidiano muestra la enorme cantidad de cosas que hacemos de manera automática gracias a la también ingente cantidad de datos que hay almacenados en nuestra memoria. Si pudiéramos borrar toda nuestra memoria (una especie de formateo total del disco duro) no podríamos ni ponernos de pie, no sabríamos ni caminar, no podríamos hacer nada, tendríamos que reaprender todo desde lo más esencial. Por tanto, todo lo almacenado en memoria desde los primeros días de nuestra vida está ahí preparado para cuando se necesite acceder a esa información y utilizarla en cualquier acción de nuestra vida.

Pero esta maravilla de mecanismo que nos facilita hacer tantas cosas cada día también provoca algunas dificultades. Efectivamente, cuando tratamos de cambiar algo en nuestra vida, algún hábito, alguna costumbre o algo más intangible como cambiar ciertos pensamientos o ciertas emociones, la cosa se pone complicada. Todos lo hemos experimentado alguna vez. Si nos proponemos cualquier cambio de hábitos (¿quién no se ha propuesto algo así al principio del nuevo año?) vemos que al principio vamos bien, pero al poco tiempo la cosa vuelve a su estado original, jeje. ¿Por qué? Por la fuerza de la memoria, un mecanismo muy potente y difícil de doblegar, mucho más cuanto más mayorcitos somos.

Así que la función de la memoria como grabadora de datos es importante, pero no más que la función de suministradora de datos. Todos sabemos que para modificar algo en nuestra vida tenemos que reaprender, regrabar nuevos datos, nuevos hábitos sobre los ya conocidos y eso siempre lleva mucho más tiempo y energía que si grabamos datos nuevos, de algo desconocido, de lo que no había nada anterior. Por supuesto, si me propongo empezar en el gimnasio, además de la fuerza de la memoria está el esfuerzo físico que hay que añadir al cambio de hábito. Pero si lo que queremos cambiar es algún «hábito» interno (pensamientos, emociones…), algo que no requiere ningún esfuerzo físico, veremos que es la fuerza de la memoria lo que dificulta ese cambio. Ir en contra de la mecanicidad requiere energía y tiempo.

Lo bueno de esto es que una vez que hemos logrado modificar algo y regrabarlo con el nuevo formato, también acabará funcionando en automático y no tendremos que poner tanta energía como al principio. Esto sirve igual para el gimnasio como para los hábitos internos, intangibles. Mucha gente dice que una vez que se «acostumbra» a ir al gimnasio (lo ha grabado bien en memoria) lo echa en falta el día que no va. El esfuerzo físico ha dejado de ser un problema porque el problema era la mecanicidad anterior, es decir, la memoria. ¿Y qué ocurre con los intangibles, con nuestro psiquismo? Lo mismo. Si logramos introducir nuevos hábitos internos y mantenerlos, se acabarán automatizando y funcionando por sí solos. Por ejemplo, si me habitúo diariamente a agradecer lo bueno que me haya ocurrido –ver artículo: el agradecimiento-,  o me habitúo a buscar un registro de coherencia en mis acciones- ver artículo: la felicidad se llama coherencia–, o consigo tener fuertemente grabada una imagen guía, un Guía Interno -ver artículo El guía interno-, que me sirva de inspiración y orientación en momentos difíciles, o me habitúo a pedir lo mejor para los demás cuando tienen complicaciones. Todos estos hábitos (algunos pueden ser nuevos, otros tal vez no) van conformando un nuevo mundo interno, un nuevo estilo de vida y una nueva forma de estar en el mundo de las relaciones humanas, con una nueva mirada. Si logro ir grabando esto (y lo que cada uno quiera añadir) se irán formando nuevas memorias que utilizando su propia mecanicidad se pondrán a trabajar a mi favor, en la dirección que quiero para mi vida, dejando atrás antiguas dificultades.

No descubrimos nada nuevo en realidad, simplemente hacemos hincapié en los aspectos psicológicos del cambio que nos parecen más interesantes para llevar una vida más saludable, más coherente y, por tanto, más feliz.

 

 


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