Hace ya muchos años que la migración de
mexicanos hacia Estados Unidos encuentra crecientes dificultades: mayores
costos, más represión, más y mayores peligros. Ello ha conducido a una caída en
el número de migrantes mexicanos. Pero las migraciones hacia EU no cesan.
Ahora esas migraciones tienen un origen
geográfico distinto y diverso: hondureños, salvadoreños y cubanos entre los más
visibles. Pero hay también migrantes de origen africano, asiático, brasileño,
venezolano, colombiano, español, peruano.
Pero ante las nuevas y draconianas
restricciones para el internamiento en suelo estadounidense, esta
creciente migración se ve obligada, contra su voluntad, a permanecer en México.
Este fenómeno, aunado al menor éxodo de
mexicanos, está generando un radical cambio en la calidad migratoria de México:
de país de expulsión está pasando a convertirse en tierra de destino.
El nuevo fenómeno migratorio apenas está en
formación, pero no hay señales en el horizonte de que pueda detenerse o
revertirse, sino más bien de lo contrario: su aceleración y crecimiento
sostenidos.
Como siempre ocurre, esta nueva migración
está compuesta de personas jóvenes. De individuos en plena capacidad
productiva. Y también de niños, solos o acompañados, que igualmente participan
en actividades económicas.
La mutación migratoria mexicana acontece en
momentos en que el país azteca experimenta un sostenido proceso en
envejecimiento demográfico. De modo que están llegando nuevos brazos para
sustituir a los envejecidos. Una reedición, digamos, de la historia demográfica
vivida por Europa con la migración africana, árabe o subsahariana.
Todo esto llevará a México a replantearse
su política migratoria. Acogida en vez de expulsiones, abrigo en lugar de
abandono, legalización en vez de criminalización. Asimilación en lugar de
xenofobia. Solidaridad y no hostilidad.
El cierre de la puerta estadounidense ha
dado lugar a la apertura de la puerta mexicana. Todavía, es verdad, a
regañadientes y sin mucha claridad. Pero no hay alternativa. Habrá que hacer de
la necesidad virtud. Y lo mismo tendrán que hacer los migrantes en busca del
sueño americano: acogerse a la nueva realidad, la que, por cierto, no es tan
mala. Sobre todo comparada con la muy dura y doliente vida que les esperaría al
norte del río Bravo.
Digamos que la aventura migratoria
centroamericana (y otras) puede tener un final inesperado pero feliz.
Españoles, chilenos, uruguayos, guatemaltecos y árabes, entre otros, pueden dar
fe de ello.
Miguel Ángel Ferrer: Economista y profesor de Economía Política. Fundador y
director del Centro de Estudios de Economía y Política. Es columnista del
diario El Sol de México, del catorcenario Siminforma, del diario Rumbo de
México, entre otros medios. Analista político en distintos programas de radio.
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