Por Ilka Oliva-Corado
Blog de la
autora: https://cronicasdeunainquilina.com
Parte el aguacate por
la mitad y saca de la bolsa las tortillas que empacó en papel aluminio, le
quita la tapadera al recipiente plástico que le queda en la lonchera, ahí tiene
frijoles fritos y tres huevos cocidos. Envueltos en una servilleta un puño de
sal y un chile jalapeño. En el termo tiene café. Es la hora de la comida.
Calandria Guadalupe,
comenzó a trabajar en la elaboración de comales de barro a la edad de cinco
años, en la comunidad de Santa María Magdalena Tiltepequec, Santos Reyes
Nopala, Oaxaca, México, la quinta de doce hermanos, de una familia de artesanos
que se dedican a fabricar ollas y comales de barro que salen a vender al
mercado.
Entre la artesanía y la
cosecha de maíz, su familia se mantenía a flote, hasta que comenzaron a llegar
los utensilios de cocina hechos de teflón, que llevaban los vendedores
ambulantes que cruzaban con sus canastos el río Usumacinta. Decían
que los hacían en Centroamérica con la chatarra que transportaban desde
México hasta Costa Rica en contenedores.
Poco a poco los
utensilios de teflón hechos en Nicaragua fueron inundando Centroamérica y al
poco tiempo ya estaban en México, en la comunidad donde vive la familia de
Calandria Guadalupe también fue un impacto, lo fácil que se calentaban, no se
quebraban y la comida no se pegaba. Así fue como poco a poco las tiendas se
llenaron de utensilios de cocina de teflón y los artesanos que trabajaban el
barro tuvieron que salir a otros poblados cada vez más lejos para tratar de
vender su producto.
Hasta que un día no se
encontró tienda sin utensilios de teflón. La emigración forzada se
convirtió en parte de la nueva realidad de los poblados dedicados a la
artesanía. Su familia intentó salir adelante vendiendo comida y atoles, pero la
ganancia era muy poca para alimentar a doce hijos, primero emigró su papá,
después sus dos hermanos mayores y la familia que siempre fue tan unida se
separó para siempre cuando dos hermanas se fueron también de mojadas y murieron
asfixiadas en el contenedor de un tráiler que transportaba
indocumentados.
Sus dos hermanos se
casaron y el dinero de las remesas bajó con su papá enviando solamente. Por eso
emigró Calandria Guadalupe, para apoyar a su papá y que sus hermanos pequeños
terminen la escuela. Apenas llegó hace dos días, tiene trece años, debería
estar en la escuela, pero llegó a trabajar no a estudiar, les dijo a los primos
que la fueron a recibir junto a su padre cuando el coyote la entregó. Dormir en
un apartamento con ocho personas más no es nada raro, en su casa en Oaxaca
dormían seis hermanos en cada cama, estas hechas de tablas y el lugar de
colchón tenían petates.
Le consiguieron trabajo
en la noche, aunque una amiga de sus primos le dijo que para dentro de tres
días le conseguirá otro de día lavando platos, para que tenga dos y así pueda
enviar remesas pronto.
Es la una de la
madrugada, la hora de comer, ha estado parada empacando cajas de cereales desde
las siete de la noche, su turno termina a las siete de la mañana. Calandria
Guadalupe se lava las manos y lleva su lonchera junto a su termo al comedor, se
admira al observar a docenas de muchachas probablemente de su misma edad y
otras con menos años. Parte el aguacate, un aguacate que no tiene ni el tamaño,
ni el sabor de los aguacates que comía del árbol de su casa, este es insípido,
como las tortillas, los frijoles y el café.
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