Los prolegómenos de la justa electoral en Guatemala rebasan todo límite.
Guatemala se debate impotente ante la realidad de un sistema colapsado.
Por Carolína Vásquez Araya
Si durante la campaña
electoral que ha comenzado -incluso desde antes de dar el toque de salida- el
pueblo tuviera una bola de cristal capaz de mostrar el futuro, probablemente
exigiría que los comicios se declararan desiertos, como se hace con los
concursos en los cuales ninguno de los competidores tiene nada bueno que
ofrecer. Es lo mínimo que puede esperarse de una ciudadanía harta de los abusos
pero que no logra hacerse escuchar, ya sea porque su voz es inaudible o porque,
simplemente, ni siquiera se ha manifestado explícitamente sobre la amenaza que
se cierne sobre su destino.
Ya no es vergonzoso. Es
aberrante la manera como algunos funcionarios, mientras saquean al país, se dan
maña para construir todo un entarimado -supuestamente legal- con el propósito
de impedir la inscripción de candidatos idóneos para los cargos de elección
popular. ¿El motivo detrás de esas maniobras escandalosas? Muy simple: es
porque esas opciones constituyen una amenaza contra sus intentos de mantenerse
libres de una más que merecida acción de la justicia por los delitos cometidos
a la sombra del poder.
Quienes han jurado
defender la Constitución y las leyes, justifican sus actos de corrupción bajo
el argumento de ser víctimas de persecución política, aun cuando es más que
evidente cómo, durante las sucesivas etapas de mandatos presidenciales y
parlamentarios, han logrado acabar con la poca credibilidad de las
instituciones, apañar los delitos de sus cómplices en otras instancias y, lo
que es aún más grave, han usado todos los mecanismos a su alcance para
perpetuar su dominio sobre los recursos del Estado.
Las amenazas y
atentados contra la libertad de prensa, por lo tanto, no son una mera
casualidad, han surgido como respuesta a investigaciones y denuncias sobre los
delitos cometidos por funcionarios públicos durante su gestión, así como las
maniobras perpetradas a la sombra -dado que ni siquiera se cumple con el libre
acceso a la información pública- con las cuales se pretende ocultar delitos
cuyos castigos -de existir justicia- llevarían al Presidente, su gabinete y sus
cómplices en las Cortes, directo a la cárcel.
Mientras el gobierno de
Guatemala se blinda contra cualquier intento de retornar hacia un régimen
democrático, como demuestra el esfuerzo de partidos de oposición para llevar a
las elecciones a candidatos con un perfil acorde con las necesidades de cambio,
el mandatario y sus huestes protegen a lo más granado de la podredumbre
política: candidatos aliados con las organizaciones criminales (narcos,
traficantes de personas, saqueadores del Estado y otras joyas de catálogo).
Eso, porque ha sido tal el abuso de poder de las dos últimas administraciones,
que solo transando con ese tipo de candidatos mantendrán la impunidad sobre sus
actos.
Por eso y mucho más, su
arma se ha centrado en el encarcelamiento o el exilio forzoso de quienes -desde
la prensa o desde el sistema de justicia- representan voz de alerta, denuncias
basadas en hechos comprobables o acciones decididas contra quienes han hecho de
los actos de corrupción un remedo de gobierno. Guatemala merece una limpieza a
fondo de las lacras que la conducen al desastre total. Los listados de
candidatos a cargos de elección popular demuestran que el país ha alcanzado ya
la más profunda degradación política.
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