(Imagen de Enzo
Blondel)
Por Patricio Zamorano*
*Patricio Zamorano es politólogo, periodista, y Director del Council on Hemispheric Affairs (COHA) de Washington DC.
Lo que pasó en Chile
este fin de semana pasado tiene la fuerza de esos hechos históricos que no
tienen otra opción que seguir su curso inexorable, como una marejada enorme y
poderosa que, en alta mar, es imposible dimensionar, pero que cuando llega a su
destino costero, hipnotiza con su fuerza descomunal. Pasa en los procesos de
cambio desde las derechas y las izquierdas. En las democracias y en las
dictaduras.
¿Podría alguna fuerza humana haber frenado la arremetida
imposible del showman amoral Donald Trump a la presidencia de EE. UU. ? ¿Quién puede creer que un personaje tan disfuncional
en tantos niveles haya gobernado el país más poderoso del planeta por 4 años?
Más de 70 millones de votos de estadounidenses, el republicano más votado de la
historia, legitiman, nos guste o no nos guste, su plataforma política y
seudo-ideológica. Su acceso al poder fue imparable.
La misma fuerza
telúrica de la historia en sus espaldas tuvo Fidel, cuando con 12 apóstoles
martianos, diezmados tras el desastroso desembarque del Granma, llevó a cabo
una revolución imposible desde la Sierra Maestra en solo 3 años, gesta que ha
inspirado la pasión de revolucionarios y reaccionarios por ya 60 años.
Algunos procesos
políticos son, simplemente, imparables.
Lo que pasó este 15 y
16 de mayo de 2021 en Chile tiene el mismo sabor de refundación, de todo un
país. Implica el fin de la política de partidos tradicionales, con la
cimentación de colectividades de origen diverso, con énfasis en otros temas de
la modernidad, como el medio ambiente, la igualdad de género, el regionalismo,
y otras demandas sectoriales.
Una asamblea
constituyente histórica
Primero, las cifras. El
país, tras un intenso y sangriento proceso social de demandas desde las calles,
bajo bombas lacrimógenas, balines de goma policiales destruyendo los ojos de
decenas de chilenes, dio lugar a un paso impensable dentro de la institucionalidad
formal del poder: ha elegido 155 delegados para escribir una nueva Constitución
en Chile. Personas de la clase política, de los movimientos sociales, de
organizaciones de base, muchos independientes. De esos 155, según los datos del
Servicio Electoral de Chile (SERVEL) un 77% se identifica con valores de
izquierda, es antipinochetista, y con un rechazo al modelo neoliberal fundado a
fuerza de represión militar un 11 de septiembre de 1973.
Los partidos de derecha aliados en torno a la alianza
“Vamos Chile” necesitaban 54 constituyentes para romper el quórum de 2/3 y
poder tener poder de veto. Obtuvieron
solo 37 asientos, por lo que en la práctica tendrán solo un poder de acción
limitado desde la marginalidad política.
Estos resultados son absolutamente lógicos. Los partidos de
derecha, desde el Congreso, desde la Presidencia de Sebastián Piñera, desde los
medios de comunicación, se han dedicado todos estos años a bloquear
sistemáticamente todos los esfuerzos de la mayoría del país para reformar el sistema
de salud y hacerlo más justo; reformar el sistema de educación y hacerlo más
accesible a toda la población; reformar el sistema tributario para hacerlo más
equitativo. La verdad concreta, es que con una agenda tan desconectada de la
desesperación de la gran mayoría de chilenos, los grandes líderes de derecha y
del capital chileno no tienen ninguna forma de escapar a su propia
responsabilidad en la debacle del fin de semana.
La ideología neoliberal pretendía defender el mercado, que
estaría libre de la intervención estatal. Sin embargo, como demuestra el
experimento chileno,creó un control social masivo por parte del Estado sin
frenos y contrapesos (sin Congreso, sin partidos políticos, sin movimientos
sociales), y un severo reinado de terror estatal, para hacer cumplir los
paquetes de ajuste estructural que impusieron políticas de austeridad que
facilitaron la explotación económica de recursos humanos y naturales. De hecho,
los intereses corporativos se han apoderado políticamente del Estado chileno,
poniendo sus instituciones al servicio del capital, en todos los gobiernos
después de Pinochet, tanto de centroizquierda como de centroderecha. Además,
las promesas de “acumulación de capital” para todos los chilenos que sería
creada a través de la “economía del chorreo” fue un completo fracaso,
excepto para una minoría de mayores ingresos.
La nación actual aboga
ahora desde un vocabulario de “diversidad sexual”, “paridad de género”,
“igualdad de derechos y oportunidades”, “inclusión”, “tolerancia”, “dignidad social”.
Algunos de los sectores más conservadores de la derecha chilena aparecen
desconectados, reactivos y muy incómodos con esta nueva realidad que aún no
comprenden.
La capital, Santiago, será ahora gobernada desde la alcaldía por Iraci Hassler, una economista de la Universidad de Chile, nada menos que militante del Partido Comunista. Tras casi 50 años de una política de exterminio y tortura ejercida por la dictadura de Pinochet contra el Partido Comunista de Chile (el partido de Pablo Neruda, de Víctor Jara), no hay duda de que esta victoria electoral es un duro golpe simbólico para los sectores más conservadores, militaristas y anticomunistas del país. Las redes sociales han respondido con esa ansiedad ideológica: decenas de memes pintando los distritos electorales con el símbolo del PC (la hoz y el martillo) y palabras en ruso. Un recuerdo de la irracionalidad política que aún es fuerte entre sectores radicales minoritarios de un país que ya ha cambiado.
Las cifras de un cambio
histórico
En términos electorales, el escenario es de grandes
cambios. Valparaíso, segunda ciudad del país, fue mantenida por el
independiente de izquierda Jorge Sharpo. Viña del Mar, otro fuerte centro
urbano ubicado junto a Valparaíso, fue ganada por Macarena Ripamonti,
militante del Frente Amplio, colectividad nueva de izquierda, fuera de los
partidos tradicionales, quitando a la derecha una ciudad normalmente
conservadora en cuanto al voto. En
Concepción, el independiente de izquierda Camilo Rifo salió segundo,
desplazando a la derecha a un tercer lugar.
En Santiago, el sector
de derecha perdió importantes municipios, entre ellos Maipú, Ñuñoa, Estación
Central y San Bernardo, entre otros.
Como resumen, en toda la región extendida de Santiago,
donde vive un tercio de la población del país (alrededor de 6 millones de 19
millones), según información del SERVEL hasta hoy, la centro-izquierda
ganó 27 alcaldías, con solo 14 de la derecha (claro está, controlando
muchos de los barrios ricos del sector oriente de Santiago). Y hay que sumar otros 11 independientes.
La Convención
Constitucional también realizó un esfuerzo concreto para inyectar paridad de
género y cultural, que garantiza un mínimo de 45% de mujeres y 17 asientos
reservados para las comunidades indígenas
Esto es vital para reflejar el deseo de la población
chilena que con un 80% decidió tener una nueva constitución en el plebiscito de
octubre de 2020. El objetivo de toda esta expresión popular es eliminar todos
los elementos antidemocráticos y heredados de la Constitución militarista
y de inspiración de los “Chicago Boy” de 1980.
Buscará eliminar la
ecuación capitalista en las áreas de la salud, la educación y las pensiones, y
devolver estos tres factores clave de la vida de los chilenos a la categoría de
derechos sociales fundamentales. En términos amplios buscará mediante un marco
constitucional más justo, crear mayor equilibrio de ingresos y riqueza entre
toda la población, neutralizando la enorme inequidad del país, una de las
peores del planeta.
Lo que viene
Los siguientes pasos
incluyen la puesta en marcha de la nueva Convención Constituyente entre junio y
julio de este año. Tendrá de 9 a 12 meses de plazo para escribir el nuevo texto
constitucional. Aproximadamente 60 días después de finalizar, se realizará un
nuevo y final plebiscito nacional para aprobar o rechazar esta nueva
Constitución. Es decir, el año 2022 debería generar una nueva Constitución para
Chile.
Más allá de las cifras
y la ingeniería electoral, lo que pasó este fin de semana implica una
legitimidad enorme a lo que el país ha demandado en las calles, desde la base
misma de la sociedad. Ha dejado sin ninguna duda la necesidad de introspección
de los sectores patronales y financieros del país sobre la urgencia imperiosa
de apoyar un proceso de reconstrucción que al fin y al cabo ni su propio
representante en la Moneda, el millonario Sebastián Piñera, fue capaz de
enfrentar. Un crecimiento negativo de 6 puntos en 2020, amplificado por la
pandemia, la explosión social y la desigualdad crónica del país, no deja
espacio para más proteccionismo ideológico desde los sectores conservadores.
O se suman al proceso de cambio, intentando influenciar
todo lo que puedan desde dentro del espacio que los votos le ha concedido, o se
mantendrán bajo una criminal desconexión del anhelo de recuperación de millones
de familias, expectativas que no pueden frenar. El otro camino es la estrategia de fracaso que han
venido llevando adelante durante toda la historia de Chile: iniciar un plan de
boicoteo del desarrollo político y social del país, usando los poderes fácticos
que poseen para seguir frenando las reformas que necesita el país, afectando
constantemente a su propia economía, manteniendo las calles en llamas y
traicionando el esencial valor de “patria” que, se supone, está en el corazón
de su carga valórica.
Para la derecha
chilena, el voto popular ha sido honestamente claro: es hora de estar en el
lado correcto de la historia.
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