viernes, 1 de agosto de 2008

"AnaIris"



Para Olga, con

un amargo recuerdo

"AnaIris"

Por Max Villareal

La máquina del ferrocarril entrando a los patios de la estación, bufaba escupiendo largos chorros de vapor a ritmo acompasado, casi diríamos que con alegría por haber vencido las altas cumbres que la trocha ancha serpenteaba entre la sierra. El vapor además lo exhalaba a alta presión por el silbato, emitiendo un potente pitido ensordecedor.

El maquinista halaba del cordel que accionaba la válvula del silbato, tres veces en pausa corta y una vez en larga, mostrando en su semblante un rictus en parte, por haber tenido un viaje sin contratiempos, sin ningún asalto o ataque al pelotón del ejército constitucionalista que resguardaba al convoy, en parte, por llegar a su casa después de dos largos meses de continuo trabajo transportando al ejército, de las poblaciones del bajío, oriente y poniente del país a la ciudad de México, y su regreso a sus lugares de origen para cumplir con las manifestaciones de adhesión por la toma de posesión del Presidente de la República: Álvaro Obregón, y los movimientos de logística para reforzar las posiciones clave de defensa contra las sublevaciones posibles.

Al unísono de cada silbatazo del tren, era correspondido por un llanto no estentóreo, si no mas bien armónico, que brotaba de la garganta de un ser que llegaba a este mundo: era una niña, la primer hija del maquinista.

La comadrona, mujer muy avezada en su trabajo, preparó, cortó el cordón. limpió y entregó a la niña a su madre, diciéndole:

-¡Felicidades, Cari!, es una linda niña, se parece a usted-. Ya envuelta en una pequeña cobija de lana cruda, la coloca al lado de su madre y continúa-, hablándole:

-¡Es una niña muy especial, ninguna de tantos que he recibido se le parece... no llora, mas bien creo que canta ... !

Caridad, mujercita púber bajita de estatura y mirada triste, de hablar cabizbaja, de rasgos autóctonos imperantes a pesar de su descendencia en vía directa de emigrantes italianos provenientes de Nápoles -a mediados del siglo anterior-, huyendo de los estragos que a su patrimonio les causó la guerra que Garibaldi contendió contra Francisco II, al que venció. Sus padres aunque vivían con humildad ,no les faltaba nada. El trabajaba con una carreta tirada por un caballo viejo, repartiendo entre los tendajones mixtos de la Ciudad, el vinagre embotellado que la familia de su hermano fabricaba en una pequeña industria de su propiedad. Su madre, atendía el hogar y en veces cosía ropa cuya confección aprendió de herencia materna.

Caridad era hija única y ayudaba al hogar atendiendo el expendio de vinagre de sus tíos, por las mañanas; y por las tardes acudía a recibir la educación primaria junto con un grupo de niñas del vecindario, que en forma particular les impartía un maestro. Dejó de asistir a las escuelas oficiales ya que cerraban continuamente desde el inicio de la revolución que derrotó a la dictadura de Porfirio Díaz.

Era muy cuidada desde el ingreso a la pubertad. No quería su madre que se casase muy joven como le sucedió a ella. Su única libertad que disfrutaba consistía los domingos cuando acudía a misa en la iglesia Catedral, y su diversión los sábados en reuniones familiares vespertinas, al ateneo que organizaban para hacer remembranzas de su origen italiano.

Mario nació en Banderilla, pueblo colindante con Jalapa. Su padre era maestro rural que impartía las clases primarias en una pequeña habitación adaptada como salón de la única escuela del pueblo. Educaba a los niños de primero al tercer grado en el mismo horario y en la misma clase, ya no más, porque era muy reducido el número de alumnos que asistían, ya sea porque después tenían que ayudarles a sus padres en las faenas del campo o, ya sea porque no existía la escuela obligatoria para todos los niños. Los pocos que asistían aprendían las primeras letras y nociones elementales de aritmética. Mario y dos compañeros más recibieron de su padre el curso total de primaria en la misma escuelita, acudiendo sólo a examinarse para recibir su certificado oficial en la Dirección escolar de la ciudad.

El maestro tenía una familia numerosa, ocho hijos de los cuales Mario era el mayor, y un sueldo raquítico y muchas veces sin recibirlo por los avatares de la revolución. Por las tardes consiguió dar clases particulares en la ciudad a un reducido grupo de niñas. Mario pudo continuar sus estudios secundarios en la ciudad, en el turno matutino. Al salir de la escuela esperaba a su padre que le llevaba un tentempié, lo manducaba y esperaba hasta el término de las clases para luego, regresar juntos al pueblo. Fue aquí donde conoció a Caridad, en el corto horario de recreo platicaba con ella y se hicieron amigos.

Una tarde mientras esperaba a su padre, sentado en la calle, Mario ge incorporado por leva al ejército, a pesar de sus escasos y recién cumplidos quince años. Después de una breve preparación y capacitación en el cuartel en los oficios castrenses, lo incorporaron al ejército regular y destinado a la vigilancia y protección de los trenes civiles que recorrían los caminos férreos que como venas, cruzaban el cuerpo de nuestra República. Pronto aprendió el trabajo que ejecutaban los fogoneros, luego los garroteros y finalmente ascendido a cabo -por su preparación escolar-, a auxiliar maquinista. Al término de la lucha armada con el triunfo del ejército constitucionalista, ge ascendido a sargento segundo y maquinista de un convoy militar.

Próximo a vencerse el período presidencial del Presidente Carranza, la situación política del país volvió a agitarse, tanto que el propio gobierno no pudo reprimir. En Sonora, su gobernador Adolfo de la Huerta proclamó el plan de Agua Prieta, declarando al estado soberano y desconociendo al gobierno de Carranza. Este, abandonado por la mayoría de los jefes del ejército y desligado del pueblo y de los líderes que antes lo habían acompañado en su lucha, salió de la ciudad de México hacia el puerto de Veracruz a bordo de un tren militar. Antes de llegar ge atacado por el Gral. Sánchez, su amigo en quien confiaba, por lo que dio marcha atrás y cruzando el estado de Tlaxcala incursionó al de Hidalgo por los llanos de Apan, luego Tepeapulco y entrando al estado de Puebla por Tulantepec, llegó al final del camino férreo en la estación Beristain. El primer Jefe de la Nación bajó del tren y a caballo se internó en la sierra poblana. Cuarenta kms. al norte de su descenso, en Tlaxcalantongo, ge traicionado por Rodolfo Herrero quien lo atacó y en la asonada le dispararon matándolo en la cabaña donde descansaba.

Adolfo de la Huerta, nombrado en carácter de provisional como Presidente de la República, y con el cambio de jefes militares, Mario que ge el conductor del tren Presidencial de Carranza lo revelaron del cargo y puesto a disposición de la zona militar de Jalapa, donde pertenecía.

Hasta fines del mes siguiente, junio del mismo año, Mario llegó a Jalapa. En pelotones de ronda recorrían la ciudad, protegiendo a la población civil de maleantes y gavilleros que escudándose en los brotes rebeldes asolaban a la ciudadanía. Participando en una ronda, durante su marcha, entre los peatones Mario vio a Caridad acompañada de sus padres.

Al domingo siguiente estando de franco, ge a visitar primero a su familia que no la veía desde su reclutamiento, aunque tuvo contacto con ellos por medio de correspondencia postal donde les informaba de su estancia y progresos que obtenía en el ejército, y después raudo partió hacia Catedral.

Portaba el uniforme militar con orgullo, su presencia distinguida de acuerdo a su estatura mediana y esbelto cuerpo con aspecto varonil; moreno, pelo lacio corto casi al rape, a la militar y sin bigote. Se paró frente a la puerta principal de la iglesia y esperó. Al término de la misa, al salir, la vio... y se dirigió hacia ella:

-¿Caridad, te acuerdas de mí?... soy Mario-. Ella alzó la vista y emocionada le contestó:

-Sí, no te he olvidado, me acuerdo de ti-. No le expresó que lo había reconocido marchando en la calle y que su corazón se alteró.

-Te invito una nieve en el parque, ¿aceptas?, -con ansiedad le preguntó.

Aceptó con un movimiento de cabeza. El la tomó del brazo, cruzaron la calle y penetraron en el parque. Muy sombreado por los centenarios álamos y fresnos que forman bajo sus copas un hermoso claroscuro, que al medio día da una sensación de tranquilidad y un clima fresco, menguando los rayos cálidos del sol de verano.

Pidieron dos vasos de nieve en el puesto y se sentaron en el murete que forma los lindes por el sur, del parque. Admiraron el paisaje que se retrataba por el horizonte destacando la monumental masa cónica del volcán Citlaltepetl o Pico de Orizaba, la cumbre más alta de la República con el remate de nieves eternas y los demás cerros altos de la sierra madre oriental cubiertos de floresta. Bajo este ambiente saturado con perfumes de multitud de flores y el caminar por los pasillos sobre una alfombra de temoaya, multicolor, donde cada conjunto de nudos, representaban los pétalos de la corola deshojados de su cáliz, Mario le habló:

-Cari, me conoces de hace mucho tiempo, todos estos años que he vivido lejos, siempre te he recordado... ¿Quieres ser mi novia?,- viéndola fijamente a sus ojos, la muchacha se inclinó y entre dientes contestó:

-No me darían permiso, mi papá y mi mamá no me dejan tener novio...

-Si me lo permites hablo con ellos-, le interrumpió.

-No, me castigarían, no me dejarían salir y ya no iría al expendio, de seguro me encerrarían... no quieren que me case muy chica-.

Ambos se quedaron callados. Terminaron el helado y se tomaron las manos. Se rompió el silencio, lleno de miradas de ella, con admiración al joven militar, de él con deseos fervientes de tomarla entre sus brazos; con la callada voz de Caridad:

-Vámonos por favor, ya me tardé y se vayan a enojar mis padres...

Sin ser novios, se continuaron viendo cada domingo haciendo de su pertenencia el cálido lugar del parque donde entrecruzaban sus manos y fundían sus miradas en una sola, colmadas de un amor callado.

El joven sargento después de dos meses, ge reinstalado en su puesto de maquinista por su experiencia, buen comportamiento y fidelidad a la institución armada. Conduciría un tren la mitad de los vagones para transporte militar y la mitad para uso de la población civil. Recibida le comunicación y la orden de partir, pidió la tarde de franco para despedirse de la familia y buscar muy angustiado, a Caridad.

Se dejó ver frente al expendio de vinagre y a hurtadillas ella salió a verlo, reuniéndose calle atrás, Mario la reveló la situación:

-Cari, me reinstalaron en mi puesto, mañana salgo para Veracruz, luego a México por la vía de Orizaba. Voy a estar ausente mucho tiempo y no podremos vernos-. Haciendo una pausa le propuso:

-Vente conmigo...

-¿Pero ... y mis padres?, le interrumpió-.

-¿No saben nada de mi, verdad?, ¿No les has hablado de lo nuestro?-.

Aún sabiendo la respuesta preguntó, escuchando lo que conocía:

-No me he atrevido, siguen diciendo que estoy muy chica y no me darán permiso para casarme hasta que encuentren un buen partido para mí-.

Insistiendo, volvió a proponérselo:

-Vámonos... nos casamos en el puerto y después los venimos a ver, a pedirles perdón-. Caridad con la cabeza baja, mirando el jugueteo de sus dedos entre sus manos, nerviosa, contestó:

-No sé,.,No sé. Me voy... se van a dar cuenta que no estoy...-Al tiempo que se daba vuelta y corría hacia el expendio, le gritó:

-¡Caridad!... Te espero en la estación...el tren sale a las siete de la mañana..., la vio irse,... quedándose de pie todavía un buen rato, abatido. dio media vuelta y encaminó sus pasos a la casa de sus padres, en Banderilla.

Una vez terminada la labor de la máquina de patio de enganchar todos los vagones: carro correo, carro equipaje, carro de carga, tres plataformas para el ejército, dos vagones de segunda clase y uno de primera para los pasajeros civiles, vagón comedor y el cabús a la locomotora con su respectiva carbonera, cargado su combustible y llenado el depósito de agua, lo acomodó en el andén de la estación. Mario subió a revisar su nueva máquina. Mientras el ejército abordó dos plataformas y en la tercera subieron las piezas de artillería y dieron la orden de acceso a los pasajeros, el sargento maquinista bajó de su cabina y recorrió el anden y la sala de pasajeros. ¡Nada!, ni sombra de Caridad.

Apesadumbrado subió nuevamente a la cabina, haló del cordel para indicar con unos silbatazos convenidos que todo estaba listo para partir. El pelotón de resguardo abordó, dividiéndose. Una parte entabló una ametralladora en la parte frontal de la locomotora y el resto se apertrechó en el cabús, listos para repeler cualquier agresión de disidentes y levantados que surgían en diversos lugares del país, en contra del gobierno provisional de Adolfo de la Huerta.

Lista la operación de la escolta, sacó la cabeza por la ventanilla volteando para ver la señal de arranque del garrotero, cuando la vio: Llegaba corriendo con un pequeño morral en la mano. Mario bajó y también corriendo llegó a su lado, la abrazó y sin decirle ninguna palabra llamó al auditor y le encargó la acomodara en el vagón de primera clase. Corrió nuevamente a su máquina, la abordó, vio y escuchó la señal de arranque: <<¡Vaámonooos!>>. -Checó el regulador de baja presión, abrió los mandos de la toma de vapor, los cilindros atacaron el eje de distribución de las ruedas motrices al serles aplicadas el esfuerzo máximo de tracción a la colisa y éstas a las flechas, arrancando lentamente con un rechinido metálico al patinarse las ruedas por la fricción contra las vías y con el ritmo acompasado del conocido sonido de taca-taca que emite la locomotora, haló del cordel del mando de la válvula del silbato de vapor y su estruendoso ruido ahogaba los gritos de alegría que con vehemencia, Mario profería.

Saliendo de Jalapa, hasta la siguiente estación de Rinconada en que cargaron carbón mineral y rellenaron el depósito de agua, inmediatamente que detuvo la máquina corrió a verla al vagón donde viajaba, bajaron y en una banca vieja, empolvada y arrumbada en la improvisada estación, en un destartalado vagón recuperado de un descarrilamiento, platicaron.

Entre sollozos le contó cómo salió de la casa, cómo la víspera preparó un pequeño lío con su ropa, lo mas indispensable para que no se notara su falta, cómo lo metió en un morral y lo escondió bajo la cama, cómo al amanecer se levantó antes de que lo hicieran sus padres, cómo ge a abrir el expendio y escondió el morral tras una caja de botellas bajo el mostrador, cómo llegó su padre y la encontró barriendo y regando el frente del negocio, cómo empezó a cargar la carreta y entre carga y carga le había preguntado el porqué de levantarse esa mañana antes de lo acostumbrado, cómo le contestó que un ruido la despertó y no pudo conciliar más el sueño, cuando en realidad no durmió por estar pensando en él y no discernir que hacer si quedarse o huir, cómo cuando salió su padre cerró la puerta de la tienda y cómo salió corriendo hacia la estación creyendo que llegaría tarde y no lo alcanzaría... Ambos callaron, se abrazaron y lloraron por la dicha de encontrarse juntos.

Abordaron, ella su vagón y el arrancó la locomotora. Dos horas después llegaron al puerto de Veracruz, en la estación de San Juan de Ulúa.

En el lapso del mantenimiento del tren, carga y descarga de equipaje, correo, descenso y ascenso de tropa y pasajeros civiles, salieron de la estación a un corto paseo por el malecón para que Caridad conociera el mar... muy tranquilo en la zona de muelles donde atracaban enormes barcos de nacionalidades extrañas para ellos; agitado, al chocar contra las escolleras que limitan la bocana de entrada del mar al puerto; bamboleándose, por las enormes olas mar adentro, teniendo como fondo los islotes ocupados por faros de precaución, la isla Verde y la isla de Sacrificios.

Comieron en un puestecillo de mariscos estacionado a orillas del malecón, y en un local de artesanías le regaló un peine, dos peinetas con la inscripción de "recuerdos de Veracruz" y una crema de concha nácar. Regresaron. A las seis de la tarde el tren partió hacia la Capital, volviendo a ocupar la muchacha su asiento en el vagón de primera.

En la estación de Esperanza, cerca de Orizaba ge relevado en la conducción de la máquina por un maquinista civil, que conducía la ruta de esta estación, Esperanza, a Tehuacán, encontrándose disponible. ya que su itinerario no se podía circular, por tener tramos de vía destruidos y levantados por tropa al mando de generales que con el pretexto de vengar la muerte del Presidente Carranza, se levantaron en armas, y así evitaban que el ejército regular llegara por tren a combatirlos.

Estando en turno de descanso Mario condujo a su compañera al vagón comedor y cenaron conversando un rato. Luego la llevó al vagón de equipaje, tendió su cobija y su frazada de campaña recostándose. Después, el suave vaivén del movimiento del tren, los acunó en su primera noche de amor.

Feliz la pareja viajaba a bordo del tren que conducía el sargento. Cuando tenían descanso alquilaban un cuarto de hotel en la población en que se encontraran, cuando no, que era la mas de las veces, dormían en el carro de equipaje, con la anuencia del vigilante. Así transcurrían sus vidas desde que Caridad se fue con él.

Juan Appletree era hijo de uno de los muchos técnicos ingleses que llegaron al país a explotar las minas de la región de Pachuca, y de los pocos que no lo abandonaron cuando surgían brotes de guerra después del triunfo Juarista contra la intervención francesa y el Imperio de Maximiliano. Se casó con una mujer mexicana, a fines del siglo pasado. Viajaba continuamente a la ciudad de México para asuntos de la Compañía minera, y a Guanajuato para asesoría de los técnicos de este lugar. Juan lo acompañaba desde niño y como el único medio de transporte era el tren, se aficionó a ellos. Por recomendaciones de la Compañía y de su padre, lo becaron para el estudio de operación y mantenimiento de las locomotoras, y por ende, muy joven ingreso a trabajar como conductor en la compañía ferrocarrilera.

También era recién casado , mientras estuvo capacitándose en mecánica en las instalaciones que ferrocarriles tenía en Irapuato, conoció a una mujer oriunda de Salamanca. Poco tiempo después de empezar a trabajar como maquinista, contrajo nupcias con ella. Mario y Juan fueron relevos del mismo tren, iniciándose una entrañable amistad entre ellos, amistad que influyó mucho en la vida de la pareja.

La vida itinerante de Caridad duró poco. Cuando transportaban tropa que venía de regreso después de combatir el levantamiento del Gral. Guajardo por la zona de la Laguna,-que tristemente el Gral. ge capturado y posteriormente pasado por las armas-, para llevarlas a sus respectivas zonas militares de donde habían salido para reforzar a los que combatían al alzado, Caridad, cuando descansaban en Celaya le dijo:

-Mario ... no puedo seguir viajando... creo estoy encinta...

El con un clamor, levantándose le dijo:

-¡Cómo!, ¿Qué cosas dices... ?

-Que voy a tener un hijo tuyo...

En cuanto llegaron a la Ciudad de México, pidió licencia para viajar a Jalapa, explicándole a su jefe superior las condiciones de su mujer. Partió de la estación de Buenavista en el tren de las 19.10 horas, con una recomendación de Juan para el jefe de la estación.

La colonia de los trabajadores del riel estaba ubicada en los patios de la estación, cuyas viviendas consistían en viejos vagones de desecho montados sobre escapes de vías férreas en desuso. El vagón con una división de madera de los mismos desechos, colocada por la parte media del mismo, formaba dos viviendas, cada una de ellas con una habitación y una salita, donde se incluía la cocina. El sanitario se localizaba en letrinas comunales en un extremo de la colonia. Por agua, no faltaba, tenían varios hidrantes que suministraban agua de los depósitos de la estación. La recomendación de Juan surtió efecto. Le proporcionaron una vivienda a la pareja aún siendo militar, sin pertenecer a la empresa.

Mario una vez cobrado los haberes de dos meses, compró los enseres, utensilios, trastes necesarios y hasta cortinas, que con mucha coquetería Caridad dispuso en la habitación.

Terminada su licencia, el feliz maquinista se reintegró al servicio, pero por consejo de su amigo, comenzó a tramitar su ingreso como personal de planta a los ferrocarriles, tanto por tener mejor salario, mejores prestaciones y horarios de servicio. Pidió a su mando superior una licencia sin goce de sueldo por un año, licencia que le ge negada por necesitar sus servicios dado el ambiente de intranquilidad reinante en el país.

La llegada a su vivienda no pudo ser celebrada con mayor alboroto. Había nacido su hija, ¡era papá! ... Su júbilo animó a todos los vecinos que rodearon la escalinata de madera, necesaria para alcanzar el piso del vagón, que se encontraba frente a la puerta de su vivienda. Se desvivía en caricias tanto para su hija como para Caridad. Con la soldada recibida compró unos metros de tela para pañales y ropita para la niña. Lo increíble era la afinidad de la relación padre-hija, a pesar de los pocos días de nacida, cuando la cargaba no lloraba, se reía pero con un sonido parecido a un susurro entonado.

Nuevamente tuvo que partir, a conducir la máquina hacia los derroteros que le ordenaban, dejando suficientes fondos para las subsistencias, mientras regresaba de su viaje.

Antes de cumplir su cuarentena, Caridad no soportó la nostalgia. Se dio el valor para ir a casa de sus padres. Prefirió ir a media mañana para no encontrarse con su progenitor. Llegó a casa y no encontró a nadie. Dio vuelta hacia el expendio y desde su huída, su madre estaba al frente del negocio. Se paró bajo el dintel de la puerta, no entró... Su madre al reconocerla exclamó:

-¡Hija mía! ¡Estas viva!-. Librando el mostrador, la abrazó. Ella llorando le suplicó:

-¡Mamá! ... ¡Perdóname!, -ambas abrazadas sollozaban, la madre sin reparar en el bulto que cargaba Caridad, clamaba:

-¡Bendito sea Dios, escuchó mis ruegos! ...

Grande ge la sorpresa y la impresión al ver a su hija y mayúsculo el estupor por la existencia de la niña. La creyeron perdida para siempre, nunca supieron que había pasado. La buscaron por todos los lugares posibles e imposibles sin encontrar rastro alguno. La poca ropa que se llevó no ge notada por la madre. Las autoridades policíacas dejaron de buscarla, cerraron la investigación aduciendo que había sido raptada por un grupo de facinerosos o alzados, luego llevada a otra población y finalmente asesinada, dado que nadie la vio y no tenía novio con el que probablemente huyera. Por todo lo anterior la madre rebosaba de alegría al tenerla consigo y lloraba al sentir entre sus brazos a la pequeña, ¡a su nieta... !

Pensando que Caridad regresaba para quedarse en casa, cerró el tendajón y entraron a la casa, y efusivamente le dijo:

-¡Tu padre estará feliz de verte!, no sabes cuán triste se encuentra desde tu partida. Pero ahora que regresaste a casa...

-¡No mamá, no regreso!, solamente vengo a visitarte y a presentarte a mi hija-. Brevemente le explicó su situación y como había pasado, le habló de Mario, de los motivos por lo que salió de casa, cual era su vida y lo feliz que vivía.

La madre callada, la escuchó. La invitó a almorzar y al terminar le pidió la llevara a conocer donde habitaba. Partieron rumbo a la estación y comprobó lo humilde de su vivienda y la pobreza de la colonia.

Al día siguiente, por la tarde, llegaron sus padres a verla. La madre entró y el padre se quedó afuera. Tomó a la niña de los brazos de Caridad con el pretexto de enseñársela a su padre. Cuando se asomó para verlos, él autoritario, sin muestra de felicidad por volverla a ver, la obligó a salir de la vivienda, ella, con palabras asaz convincentes la invitó a irse a vivir con ellos, él, insistiendo en que dejara su supuesto hogar y que en casa tendría todo para ella y su hija, que esta no era la vida que hablan soñado para ella. Caridad se negó. Les decía que esperaran a que Mario regresara y hablaran con él. Fue inútil toda su oposición y toda su gimotería, ora casi a rastras, ora casi cargándola, en una u otra forma, se las llevaron.

Cuando regresó Mario -varios días después-, sus vecinos le informaron lo sucedido. Encolerizado partió hacia el cuartel, habló con su capitán pidiéndole apoyo y lo consiguió. Una hora mas tarde un piquete de soldados, al mando de un teniente tocó con fuerza casi tumbándola, la puerta de la casa de los padres de Caridad. Al abrir, sin pedir autorización penetraron violentamente amagando con sus armas a los señores de la casa, Mario gritando su nombre, buscó a su mujer. La encontró encerrada en un cuarto al fondo de la casa. Abrió de un puntapié, sin hablar la vio llorando con la pequeña en su regazo, asió a la niña y con suavidad la tomo del brazo y salieron. Al pasar frente a su padre volteó a verlo y alcanzó a oír la conminación que gritando le dirigió:

-¡Si te vas ahora, no regreses nunca! ¡Al fin te creíamos muerta!...

El teniente lo calló, amenazándolo de que en caso de repetir la acción de secuestro -no importando el parentesco-, le aplicarían un juicio militar y lo sentenciarían al fusilamiento. Así como entraron, salieron. El acto militar duró escasamente tres o cuatro minutos.

Le concedieron su cambio de zona militar, tramitado por el capitán que le apoyó en el raid familiar. Una vez con el documento en mano, se despidió de sus pocos amigos -mas bien conocidos del vecindario, del jefe de estación y empleados. Previamente cargó su cama, ropero , estufa y su ropa y algunos trastes acomodados en huacales, lo demás lo repartió entre sus vecinos como recompensa por los cuidados que le brindaron a Caridad, mientras él estaba ausente. Estibó todo dentro del carro de carga del tren que por la tarde conduciría diciéndole adiós a la ciudad de Jalapa.

Un mes después llegó a la zona militar de Monclova, plaza donde lo transfirieron. Como militar debía recluirse en el cuartel respectivo mientras estuviera sin servicio, lugar donde no tenían cabida las mujeres. Por la vía telegráfica particular de los ferrocarriles, le llegó al jefe de estación una recomendación de Juan para conseguirle vivienda en la colonia de los empleados de vía, en la faja de la estación local, destinada para habitación. Nueve meses después de asentarse en su nuevo hogar, nació su segunda hija.

Anita, su primera hija, nombre con el cual la llamaron, demostró gran disposición artística. Cantaba y bailaba todo lo que veía y escuchaba en las tardeadas sabatinas y en los conciertos dominicales que celebraban de vez en cuando en el kiosco del jardín central de la población. Comenzó a ir a la escuela -sin tener aún la edad-, que el ferrocarril proporcionaba a los hijos de los empleados, aceptándola por la gracia y el donaire que la chiquilla emanaba. Había que verla en los festivales que la escuela organizaba por motivos cívicos o calendáricos, los maestros la solicitaban para los cuadros de canto y baile donde resaltaba su vena artística. Así mismo en clase aprendió cantando las tablas de multiplicar, no con el sonsonete que se acostumbraba recitarlas, ¡no! ... sino con una entonación melodiosa, agradable. Antes de entrar al primer año ayudada por su madre con el silabario de San Miguel, aprendió a leer, siendo sus primeros textos de lectura, el cancionero Ranchero y el cancionero Picot, que mensualmente llegaban al puesto de periódicos de la población.

En casa, cuando se encontraba su padre con el cual mantenía la afinidad amorosa, le pedía la llevara en el tiempo en que coincidía la visita de la carpa itinerante, que corriendo la legua llegaba a presentar su espectáculo consistiendo primordialmente con actores cómicos, malabaristas, enanos bufos y sobre todo: las coristas y las cantantes..

El mismo día y muchos días después llegando a casa, se metía en un vestido de su mamá para verse de largo, sobre los hombros un chal y una mascada o pañoleta cubriendo su pelo e imitando a la cantante, representaba sus movimientos y sus gestos cantando de inmediato -con prodigiosa memoria-, las letras de las canciones que momentos antes escuchara, teniendo como espectadores a sus padres y en los días siguientes a su pequeña hermanita, a la cual para ayudarle a su mamá, también cuidaba.

Juan Appletree le comunicó que la solicitud para el ingreso a los ferrocarriles le había sido aceptada y su puesto de maquinista civil, estaba a su disposición. Mario volvió a presentar ante su superior la petición de licencia por un año, prorrogable, no ocultando el motivo por el cual la solicitaba. El país vivía en relativa calma durante el gobierno del Gral. Obregón en la presidencia de la República y contando con un excelente hoja de servicios prestados a la institución militar, se le otorgó, presentándose de inmediato ante la dirección local de los ferrocarriles, a ocupar su puesto.

Ya para finalizar su período constitucional el Gral. Obregón, la referente quietud ge interrumpida por el conflicto religioso, conflicto que detonó durante el régimen del presidente Calles. Propiamente empezó en 1917, en seguida de la promulgación de la Constitución Política cuando varios curas mexicanos se manifestaron reacios a aceptar el artículo 130 -la ley de cultos-, siguiendo instrucciones recibidas del Papado en Roma, investido en la persona de Pío XI, al considerar a la Iglesia Católica independiente del gobierno. Empezaron primero por boicoteos económicos y luego la suspensión de cultos, cerrando los templos, que motivó la rebelión de los fieles azuzados por los sacerdotes renuentes a cumplir las leyes, rebelión que estalló por los estados de Jalisco, Michoacán y Guanajuato.

El gobierno mantuvo un firme combate a los cristeros -nombre que se dio a los combatientes rebeldes-, expulsó a los sacerdotes extranjeros incluyendo al Nuncio Apostólico, encarceló a obispos y sacerdotes reacios, procediendo a la incautación de conventos y escuelas donde la educación la impartía el clero.

En plena lucha, a fines de 1927, Mario conducía su tren en el tramo de Iturbide a San Luis de la Paz, justo en el empalme con la vía proveniente de San Miguel de Allende, poco antes de las doce de la noche el batallón cristero colocó durmientes sobre la vía. Mario los vio ya muy cerca, accionó la válvula de freno directo y el freno automático, pero no logró detener el convoy... La locomotora brincó, descarrilándose, el maquinista salió disparado de la cabina y semiaplastado por la carbonera... perdió la vida... Al grito de: <<¡Viva Cristo Rey!>>, el tren ge asaltado por la turba cristera.

Juan se encontraba en Salamanca cuando se enteró del accidente, se traslado de inmediato al sitio, se encargó de recoger el cadáver y de los trámites legales. Mandó un telegrama a Manuel Treviño jefe de estación de Monclova con indicaciones de poner en conocimiento a la esposa de Mario del trágico suceso. Este contrito acudió a dar la mala nueva... Caridad no soportó en pie la noticia, se desmayó... Sólo Anita preguntaba qué le había pasado a su papá, desolada jalaba del pantalón a Manuel y le pedía fuera por un doctor para su mamá. Antes de salir por él, llegó la curandera de la colonia, atraía por los gritos de las vecinas que ya sabían la desgracia. Le dio a oler unas sales, le quitó el calzado y frotándole frente, nuca y brazos con alcohol alconforado poco a poco recobró el conocimiento. Le preparó también un té de una mezcla de varios yerbas que sólo ella conocía para tranquilizarle los nervios. Todas sus vecinas la acompañaron en su dolor, no dejándola un solo momento sin atención durante toda la noche.

A la mañana siguiente Caridad encargó a su hija menor con Manuel y recibiendo un corto préstamo de éste, puso un poco de ropa en un veliz y tomando de la mano a Anita, partió hacia San Luis de la Paz. En la estación le esperaba Juan, en cuanto bajó le pidió la llevara, donde se encontraba su esposo. No hubo abrazos, ni pésame, ni lágrimas, sólo un mudo silencio de ambos.

Ya no lo vio más. El cuerpo dentro de la caja despedía un fuerte olor a formol, liquido con que prepararon el cadáver para durar mas tiempo sin entrar un descomposición, pero ya transcurridos tres días y el estado en que quedó el cuerpo, no le dejaron abrir la caja. Mejor guardara su recuerdo en vida y no la horrible impresión de sus restos.

Con gastos cubiertos por Juan, lo enterraron en el panteón Municipal de San Luis no permitiéndole las autoridades trasladarlo a Jalapa o a Manclova. Mandó un telegrama al padre de Mario, su profesor al que tan bien conocía, poniéndolo al corriente de lo acontecido. Esperando su respuesta o su presencia, en la iglesia cercana a la casa de huéspedes donde se alojó, ordenó por las tardes unos rosarios diarios a la memoria y eterno descanso de su cónyuge, y por las mañanas tramitó la entrega del certificado de defunción y el visto bueno de las autoridades validando que el difunto era el maquinista empleado del sistema ferroviario.

A los ocho días regresó a Monclova, sin esperar mas al profesor, su suegro, tanto por tener los documentos pedidos, tanto por agotarse su dotación pecuniaria.

El ejército como el ferrocarril le exigían para otorgarle una indemnización como seguro de vida -que tanta falta le hacía a Caridad-, presentara los documentos con que acreditara su parentesco. Ya sea por falta de tiempo a Mario, el trabajo que lo absorbía; ya sea por ser normal en la época en que transcurría la vida del país, ya sea por incuria o ignorancia, la pareja no se había casado. A las niñas tampoco, ni las habían registrado civilmente ni bautizado religiosamente. Le pidió a Manuel que llevara a bautizar a sus hijas para ver si la fe de bautizo de ambas le servía de algo, aunque fuera extemporánea. El jefe de estación aceptó, en compañía de su esposa y dos empleados como testigos apadrinaron la ceremonia que se realizó en la parroquia de Monclova. Ana a la primera y Celia a la segunda fueron los nombres escogidos por Caridad para sus hijas.

Al presentarse ante las autoridades militares, la comunicaron que Mario murió estando con goce de licencia, lo que quería decir que en el momento de su muerte no pertenecía al ejército, ni su deceso era a consecuencia de acción militar, por lo tanto no habría ninguna retribución. Y en caso que lo consiguiera apelando a otra instancia, alguna remuneración, el pago se efectuaría pasado un año o más, por si acaso aparecieran mas beneficiarios que reclamaran participación.

Juan que para estas fechas trabajaba en oficinas centrales, dejando la conducción, ocupándose ahora en la casa redonda como mecánico de mantenimiento, se encargó de los trámites legales del seguro de vida. Previamente Caridad le envió los únicos documentos que poseía. Poco tiempo transcurrió para que fuera requerida su presencia en las oficinas del ferrocarril en la ciudad de México.

Manuel le comunicó el citatorio y aprovechó para ponerla en conocimiento que él sería trasladado a la estación Juárez, del distrito de Tuxtepec, Oaxaca, y quizá el nuevo jefe no la dejara seguir viviendo en la colonia por no tener ningún familiar trabajando en el ferrocarril, mientras él estuviera en funciones, no se preocupara por su estancia.

Por esta causa para sufragar los gastos de viaje, prefirió vender todas sus pertenencias y en dos pequeñas maletas metió su ropa y la de las niñas. Las llevó a la estación, luego cargando a una niña y de la mano a la otra, se presentó en la estación una hora antes de pasar el convoy proveniente de Piedras Negras, rumbo a la capital del país.

Manuel y su esposa la esperaban. El matrimonio no tenía hijos y se encariñaron con Celia cuando la tuvieron a su cuidado. Le sugirieron que se las dejara nuevamente, que para viajar era pesado irla cargando y también para la niña la incomodidad de su atención, que en la capital le estorbaría cuando realizara los trámites y quién sabe cuantas cosas más que convencieron a la madre, sobre todo la que al tener domicilio donde fuera, ellos en tránsito hacia su nueva ubicación se la entregarían. Recibió otro préstamo en efectivo y un pase de cortesía para viajar sin pago alguno, y llegando el tren, sólo con Anita, lo abordó. En cuanto salió, Manuel le telegrafió a Juan el reporte del tren y la hora de su marcha.

La recibió en el andén de llegadas y de inmediato la llevó a las oficinas respectivas. Por su gestión y la de su padre, que estaba al tanto de los sucesos, recibió sin problema alguno el mismo día, la remuneración económica en compensación por la muerte de Mario.

-¿Qué piensas hacer ahora, Caridad?, -le preguntó Juan-.

-No sé... quizá lo mejor sea quedarme aquí en México ...-indecisa le contestó-. El nuevamente interrogó:

-¿No piensas regresar a Monclova o a ... Jalapa?.

-¡No!, ya no me ata a esos lugares ningún recuerdo dichoso...

-¿Ni tu hija?, -le interrumpió-.

-Manuel de paso a su nueva estación, me la entregará donde le diga-.

-Bueno-, le contestó asintiendo con un ademán-, mientras encuentres donde vivir, vamos a mi casa, pasarás unos días con mi familia.

Abordaron un camión de pasajeros con rumbo a la Merced, dirigiéndose a la calle de Rosario casi esquina con Cuauhtemoctzín, donde a la sazón vivía Juan. Los presentó a su esposa Juliana, a sus hijos Terencia, de la misma edad que Anita; Jonás, Manrique y Sagrario. Fue bien recibida, congenió con Juliana pero sobre todo, Anita se ganó el corazón de toda la familia.

Dos días después, encontró vivienda en una vecindad ubicada por las calles de San. Miguel -una habitación y cocinita-, muy humilde pero de acuerdo a sus necesidades y costumbre de ocupar pequeños espacios. Compró por el barrio de la Lagunilla: cama, colchón, ropero, estufa y dos sillas que se las transportaron en un carretón. En el mercado de la Palma compró cacharros para la cocina y por Santa Efigenia, unas mantas y cobijas para la cama. Al cuarto día de su estancia, se mudó para su nueva morada. Enseguida, lo primero que hizo ge escribirle a Manuel dándole a conocer su domicilio.

Invirtió un poco de dinero -tenía que administrarlo bien pues sabía que era todo su patrimonio-, para montar un pequeño puesto que ubicó sobre la banqueta en la esquina con la calle del 5 de febrero, donde vendería cigarros, cerillos, chucherías, golosinas y toda clase de dulces que adquirió en los depósitos de Ampudia, y de cuyas ventas se sustentarían con pocos ingresos, pero suficientes para vivir humildemente y que permitiera continuar con sus estudios Anita. Así iniciaron una nueva vida en el centro de la ciudad de México.

Terminó los estudios primarios en una escuela atendida por las monjas del convento de San Jerónimo -el conflicto religioso había llegado a su término años atrás- con buenas calificaciones y mejores recuerdos por su participación en el coro eclesiástico, donde ella era solista y comenzaba a despuntar con una hermosa tesitura de soprano. Siguió sus estudios aspirando ser secretaria. En una academia de las calles de Moneda aprendió mecanografía y taquigrafía, pero no dejaba de cantar..

Por la incipiente radio que escuchaba en casa de una vecina, conocía a los cantantes de moda. Además recordando las funciones de la carpa teatral que asistía cuando su padre la llevaba, le pedía a su madre que fueran al teatro Politeama -quedaba cerca de su casa-, el sábado o domingo o ambos días, donde se presentaba Agustín Lara y Toña la Negra, los idolatraba, se sabía todas sus canciones que en forma melodiosa, entonaba.

A los quince años recibió su certificado de secretaria. Anita en la flor de su juventud, era menudita, baja de estatura, morena clara de rasgos muy mexicanos, ojos vivaces donde reflejaba su inteligencia. Una mujercita que irradiaba simpatía y era la mar de amable con todos. Empezó a buscar trabajo, pero por su corta edad, no la contrataban. Con una excelente letra tipo Palmer, comenzó a escribir cartas y oficios, lo que le permitió comprar en abonos una máquina de escribir y trabajar en su casa redactando para el vecindario, todo tipo de escritos.

Iris era el nombre de batalla de una joven -veintidós años-, que vivía en la misma vecindad. Isidra era su verdadero nombre. Anhelaba ser artista, tenía un cuerpo esbelto, algo caderona del gusto imperante en el medio, cara simpática, pelo lacio pintado de caoba, no tenía voz para cantar pero lo hacía quedamente sin descuadrar, lo mejor: bailaba cadenciosamente y con mucho ritmo. Lo peor; tenía un gran complejo de timidez que le impedía, que la bloqueaba, penetrar en el medio artístico. Acudía a los teatros, a los grupos de baile, a la estación de radio, pero no se atrevía a pedir audición.

Anita la acompañaba por las tardes pues le atraía conocer lo que Iris mostraba cuando ensayaba canto y baile, con rutinas aprendidas de los maestros que había tenido, para adquirir gracia y soltura con el baile y vocalización para mejorar su canto, envidiando la facilidad que tenía Anita, que sin estudios previos como ella para cantar, lo hacía mejor, tratando a la vez de imitar su innato estilo de dicción y claridad de tono.

Fastidiada de ir y venir buscando colocación y no animándose a entrar en el medio artístico, le aconsejaron inscribirse en el programa de aficionados que una estación de radio transmitía semanalmente. No podía ir sola, le pidió a Anita la acompañase. Empujada por la muchacha entró a que le hicieran una prueba, comunicándole que si la aceptaban viniera a la estación un día antes del tiempo del programa a descubrir su nombre en el tablero que se colocaba en el cubo de entrada a la radiodifusora. Fue aceptada, su nombre aparecía para el cuarto programa de la semana de concursantes de primera aparición.

Se sentía enferma desde mucho tiempo atrás. Un dolor le cruzaba el vientre, le penetraba a la izquierda del ombligo y le salía por detrás, por la cintura, a la altura de los riñones. No se lo decía a su hija, no quería alarmarla, la única que lo sabía era Matilde, la herbolaria del mercado de San Lucas:

-¿Qué tengo Matildita?, no se me quite el dolor con el té de la yerba que me dio hace un mes-. Le preguntaba a la herbolaria.

-Lo que tiene Ud. es un mal adentro, interno, ¿No siente Ud. como una bola?, -señalándole el lugar en su prominente panza donde tendría la bola, le contestó-.

-No Matildita, no siento nada, sólo el dolor que me dobla...

-¿Sólo lo tiene cuando se agacha o cuando carga algo pesado?

-Me da a cualquier hora, sólo acostada me descansa.

-Mire, le voy a conseguir una yerbita que solo se da por los rumbos de Mixquilpan, allá por el Mezquital, es lo mejor para lo que usted tiene. Mientras, se va a tomar esta yerba en un té en ayunas. De esta otra coge lo que pizque con los dedos y en un litro de agua lo hierve, y ya frío se la toma como agua de día...

-¿Pero, me va a calmar el dolor?

-Para el dolor macera en agua caliente esta corteza y se la aplica como cataplasma en el lugar del dolor, después que se enfríe se seca bien y se aplica esta pomada tapándose con un lienzo de lana, caliente-. Caridad se quedó callada, y animándola, tratando de serenarla, continuó:

-¡Váver como mejora!, la próxima visita que me haga, ya le tengo la yerbita que le prometo. ¡Andele, vaya con Dios! y tómese con mucha fe lo que le receto y descanse, no haga muchos esfuerzos-.

La mujer pagó y apesadumbrada, dolorida se retiró... Ya no habría próxima vez... No tenía remedio. Estaba, carcomida por dentro. Mal atendida en su segundo parto, quizá motivó que el mal cundiera en sus órganos reproductores y luego se extendiera al vientre.

Pretextando hacer la comida o cualquier otro quehacer, dejaba a su hija atendiendo el puesto. Es obvio que estando ella al frente del negocio vendía más del doble de lo que vendía su mamá. Caridad llegaba a su vivienda a descansar, tirándose a la cama se aplicaba los remedios de la yerbera, para que no la viera Anita y se diera cuenta de su mal.

Una tarde ya no regresó ... Anita levantó el puesto y al entrar a su habitación la encontró dormida. El dolor la había desmayado, alarmada gritó:

-¡Qué tienes mamá! ¡que te pasa!... -Despertó y con los ojos entre abiertos, dijo balbuceando:

-Nada hija... sólo un dolor... pero ya me pasó-. Se trató de levantar y no pudo, volvió a decir: -Dame mi té, con eso se me calma...-Y volvió a dormirse-.

Durante el sueño de Caridad, salió a conseguir quien le prestara una silla de ruedas para su madre. El encargado de la farmacia de la esquina donde sobre la pared del negocio, recargaba su puesto, le prestó una que le llevaron para su reparación y no pasaban a recogerla. Por la mañana, muy temprano la llevó al Hospital Juárez a consulta. La examinaron. Estaba desahuciada. Llamaron a la persona que la condujo al nosocomio para notificárselo, pero al ver a Anita como su único familiar no le dijeron la gravedad de su madre, lo callaron para evitarle tuviera una gran aflicción en ese momento. Le recetaron y suministraron sedantes, que la mantuviera acostada y la cuidara mucho.

De regreso, Caridad le pidió que le escribiera a Manuel, para que le trajera a Celia, su hermana, la quería a ver...

Manuel Treviño no entregó a Celia como habían convenido. Siendo su padrino se la apropió como la hija que nunca tuvo. No lo ocultó, por carta primero y luego personalmente en una visita que hizo a la capital, se la pidió a Caridad en adopción. Le hizo ver la conveniencia tanto para ella, no efectuaría mas gastos estando tan necesitada, como para la niña. Con él no tendría carencias y le proporcionaría mejor nivel de vida que la que ella le podría dar. Caridad no le dijo ni sí , ni no. Sólo convino que la tuviera un poco más de tiempo a su lado mientras estabilizara su vida, económicamente, en la ciudad.

En cuanto recibió la carta de Anita, Manuel se trasladó de inmediato a la casa de Caridad. Trajo a su lado a Celia, para ella era la primera vez que salía de Tuxtepec. No conocía a su madre ni a su hermana. Manuel las saludó y presentó a Celia: mas bajita que Ana y mas gordita, cara redonda, pelo corto, ojos vivaces y risa a flor de labios, que tuvo que reprimir al ver el cuadro de gravedad de su madre. Ana le dijo que estaba bonita ya que se la imaginaba fea, pues guardaba el recuerdo de cuando era su única concurrencia a sus funciones de teatro. Manuel dejó a Celia y se retiró fuera de la vivienda. Celia se acercó a su madre y Caridad, sacando fuerzas de quien sabe donde, quizá motivada por tener en sus brazos a su hija, se incorporó. De sus ojos ya secos de lágrimas vertidas por el sufrimiento, surgieron las últimas gotas que impregnaron las mejillas de ambas que se habían fundido en un abrazo que de tan largo por los años que pasaron sin verse, ge corto por los deseos de la madre, que nuevamente por el dolor, tuvo que recostarse.

Mientras en el país siendo presidente de la República Lázaro Cárdenas, expidió la ley de expropiación de todas las compañías ferrocarrileras, retirando las concesiones y por tanto permitió la nacionalización del sistema ferroviario. Aún estaba caliente el ambiente político por la expulsión del Ex-presidente Calles, que con ello evitó polémicas dentro de su gobierno y posibles insurrecciones. La agitación obrerista la controló fundando la C.T.M. creada por Lombardo Toledano. Y ya sin obstáculos, aplicó un ritmo de acción que con su plan de gobierno, se propuso transformar a la nación, que poco tiempo después ocuparía un foro primordial: la reforma agraria y la expropiación petrolera.

Llegado el día, Iris nuevamente recurrió a Anita para servirle de compañía, necesitaba quien le diera ánimo en su presentación. Ella sola no se atrevía, es más si la muchacha no iba, ella tampoco. Dándole muchos encargos a Celia con respecto a su mamá y pidiéndole permiso, salieron ambas mujeres con rumbo a la estación de radio.

Don Mencho era el maestro de ceremonias del programa, el cual en su desarrollo se alargó; al llegar el turno de Iris ya no alcanzaba el tiempo del programa para que concursara, disculpándose ante ambas -pues desconocía quien de las dos era la participante-, pero prometió que cantaría en primer turno en el certamen de la semana siguiente. Abandonaron el estudio de la estación con cierto pesar, pero con la tranquilidad de saber que sí competiría.

Celia le pidió a su hermana que ahora ella quería acompañar a Iris y se quedara cuidando a su madre. No aceptó la propuesta la novel cantante, en compensación, le prestó su radio receptor para que escuchara desde casa el concurso. Resuelto el probable problema, Iris y Anita llegado el día y la hora partieron en busca de su destino.

Llegaron al programa; antes del tiempo citado. Iris no se podía mantener en pie, estaba sumamente nerviosa... El programa inició... La fanfarria de la orquesta, los gritos de los arranca aplausos, el público que tenía los ojos puestos en los concursantes, los locutores comerciales, y Don Mencho, el conductor del programa al anunciar que pasara la primera concursante...acabaron con el poco valor de Iris. No se pudo levantar de la butaca, difícilmente, hecha un manojo de nervios y temblando ligeramente, le susurró a su compañera:

-No puedo ... no puedo...- tomándola de un brazo, trató de levantarla, alentándola.

...Yo no... Mejor pasa tú... Toma mi lugar, -en voz muy baja casi un murmullo, le expresó su rehúse a concursar y no pudo más hablar...-.

Anita ni tarde ni perezosa subió al estrado.

-¡Aquí tenemos a una bella jovencita, un aplauso para recibirla...!

-¿Cuál es su nombre y edad señorita?, -preguntó Don Mencho-.

-Ana...-contestó la muchacha-.

-¿Ana?, yo la tango registrada como Iris...-rápidamente, quitándole la palabra de la boca, respondió Anita:

-¡Anairis! ...no me dejó terminar de pronunciar mi nombre completo, y tengo 16 años... -provocando la risa del público que llenaba el estudio "Verde y Oro" de la estación.

-Muy bien Anairis, tienes un bonito nombre, espero que cantes igual-.

Con soltura y dominio de sí misma, ante el micrófono anunció lo que cantaría: del maestro Lara, cantaré para todos ustedes. "Porque ya no me besas" y la orquesta inició sus compases...

Embelezó a todo el auditorio con su voz. Al término, de pie, el público festejó con un estruendoso aplauso su actuación. Al finalizar el certamen, después de la intervención de los demás aspirantes, ge declarada la ganadora. Hasta ese momento, Iris se pudo levantar del asiento, dando ahora sí un grito de alegría subió al escenario y abrazó a la triunfadora, sintiendo también como suyo, la victoria de Anita.

La semana siguiente sería el programa especial donde cantarían sólo los ganadores. Después del programa, antes de retirarse la mandó llamar el productor, avisándole de su siguiente participación para la cual tendría que presentarse a ensayo previo. Tomó nota de la fecha y lugar y recibiendo felicitaciones de todos los técnicos de estudio, salieron.

Cuando llegó a casa, Caridad y Celia, que la escucharon por la radio estaban felices. Anita les explicó el porqué de la sustitución de su amiga y en un triple abrazo, que mantenía ahora bien unida a la familia, dieron cabida en medio de su aflicción, a la alegría por el triunfo.

Sacando un poco de dinero de los ahorros, se compró unos retazos de tela en el baratillo de las calles de Capuchinas, para confeccionarse un vestido que cosió, demostrando habilidad para el corte y costura, su hermana Celia. En la calle de Pino Suárez se compró los primeros zapatos de tacón alto y en la mercería Pimentel, también las primeras medias, e Iris le prestó un saquito que con ajustes, le quedó pintado.

Acudió al ensayo donde acaparó la atención del director artístico de la estación. Presentes estaban empresarios y representantes, entre ellos el dueño de la carpa Ofelia, teatro móvil ubicado por el Salto del Agua. Iris que resultó mas ducha para los negocios que para el canto y mas hábil para ver los asuntos de Anita, que los suyos propios, se presentó ante ellos para darse a conocer. El programa de los aficionados, tenía el mas alto promedio de audiencia de la radio. Por eso la presencia de estos hombres del medio, que buscaban caras nuevas para sus espectáculos. El artista, que triunfaba en el programa, era seguro el triunfo en su carrera.

Mientras Celia le adaptaba el saco a Anita, le comentó a su madre que ya no quería regresarse con su padrino. Se quedaba con ellas. Atendería el puesto o sería la encargada del vestuario de su hermana o trabajaría en lo que fuera, pero ya no se regresaba a Tuxtepec. Continuó cosiendo de otro pedazo de tela le confeccionó una falda muy en boga, que copió de unas revistas de moda que se había agenciado del puesto de periódicos de la esquina.

Dos horas antes del programa, Anita estaba lista. Celia le ajustó el vestido, ya puesto, Iris la maquilló y arregló el pelo, colocándole un postizo para que se viera mas alta, se colocó sobre los hombros el saco, besó a su mamá pidiéndole rezara por ella, y persignándose ante la virgen que estaba colocada detrás de la puerta, junto con Iris, salió.

Previo al evento se sortearon los turnos de actuación correspondiéndole a ella el quinto lugar de participación. Llegó el momento:

-Muy bien, señores y señoras, tenemos aquí a la ganadora del octavo serial, la señorita ¡Anairisss!, -con euforia Don Mencho hizo la presentación, pidió aplausos y preguntó:

-¿Qué nos va a cantar ahora?,- acercándose al micrófono y haciendo una pausa para que el público guardara silencio, habló:

-Esta canción se la dedico a mi madre que me esta escuchando, y pido a Dios la sane de su enfermedad, -calló un instante y continuó: -Del maestro Agustín Lara: "Solamente una vez"-.

Provocó su canción gran júbilo entre los asistentes: público, conductor, locutores, técnicos y los músicos, recibiendo grandes muestras de elogios manifestados con aplausos y vítores. Ganó el concurso. Al concluir el programa le entregaron sus premios: Un diploma por la compañía patrocinadora, una buena cantidad de dinero en efectivo y lo mejor, un contrato para un programa diario de 15 minutos en la estación organizadora, con un sueldo diario de tres pesos; el programa y esos tres pesos serían el inicio de su carrera de artista y cantante.

Saliendo del estudio Iris recibió una tarjeta del empresario de la carpa, con un recado en la parte posterior, ofreciéndole a Anita una audición en su teatro móvil, en la carpa, el lugar de diversión del pueblo capitalino.

Felices regresaban caminando hacia la casa haciendo planes. Anita la cantante, Iris, la representante, maquillista y secretaria y Celia, la modista y juntas formarían un trío que escalarían los arduos peldaños de la carrera artística, hasta culminar con el éxito total.

Celia la esperaba en la puerta de la vivienda, en lugar de alegría la recibió con lágrimas. Penetró, un presentimiento obscureció su radiante llegada por el éxito que pensó compartir con su familia. Parecería que Caridad sólo esperaba el triunfo de su hija, se medio incorporó en su lecho y Anita la abrazó, sólo alcanzó a escuchar las palabras entrecortadas por cortos quejidos reprimidos para poder articular la voz:

-Anita, gracias por toda la felicidad que me diste como hija... cuídate y cuida a tu hermana ... Vas a triunfar mucho, te lo mereces... Ve a visitar a tu padre y llévale mis peinetas...las dejas sobre su tumba... no dejes, cuando puedas, ir a conocer a mis padres y consigue su perdón por mi abandono...

De rodillas, ambas hermanas, recibieron su bendición... y expiró.

De su primera plata ganada como artista pagó los gastos del sepelio. Juan Appletree, su familia y Manuel Treviño la acompañaron durante el velorio, como siempre estuvieron al lado de la pareja; juntos, en la alegría, en la tristeza, en el dolor y ahora, en la aflicción. Juntos también, todos los vecinos y conocidos de la pequeña familia.

El cortejo fúnebre partió para el panteón de Dolores. Ante la fosa, postrada con un semblante que representaba la entereza de su carácter, Anita recordó los momentos de alegría vividos horas antes y que no pudo compartir con su madre, al mismo tiempo que deshojaba una flor cuyos pétalos humedecidos con sus lágrimas caían sobre el ataúd, cantó para Caridad, sólo para ella, la canción de su triunfo:

.... la esperanza que alumbre

el camino de mi soledad

.... hay campanas de fiesta que cantan

en el corazón

El recuerdo de Caridad siempre vivirá iluminando su camino, y si hoy las campanas tocaban a duelo colmando de soledad su espíritu; mañana con la esperanza de un futuro pleno de dicha, en su corazón las campanas tocaran a repique por el sendero de éxitos que la vida le depararía...

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