Por Armando García
La peor desgracia en un siglo azotó al vulnerable pueblo de Haití. El terremoto destruyó casi en su totalidad a la capital de ese país, sin tener cifras oficiales, aunque es imposible saber si realmente las habrá por la falta de coordinación o logística en enfrentar a la crisis por parte de las autoridades gubernamentales, las muertes pueden sobrepasar un cuarto de millón de personas.
La muerte al día en Haití significa que los sobrevivientes, caminan entre los cadáveres que yacen en las calles y atrapados entre los inmuebles que según los informes una de cada diez colapsaron más los dannos estructurales que pudieran tener los que no se derrumbaron. Haití es ahora un país cuya recuperación de este desastre inconmensurable de seguro llevará décadas en ser reconstruido.
Si antes del terremoto, su frágil gobierno tenía que atender una enorme desigualdad social contando con la presencia de los cascos azules de la ONU para la protección ciudadana y ahora, las tropas estadounidenses tienen el control de la seguridad del aeropuerto de la capital para resguardar la ayuda internacional que está llegando en grandes cantidades, es incierto por cuánto tiempo se requerirá la presencia de tropas extranjeras para poner orden, ya que no falta mucho, y esperemos que no suceda, pero la angustia, el dolor, la impotencia de un pueblo de entender la magnitud de su desgracia, pueden desatar reacciones de rapiña y que estalle como un polvorín mucho mayor a los saqueos que surgieron en las primeras 48 horas de la desgracia.
Haití ha sufrido y no hay palabras para describir lo ocurrido, los pobladores lloran que todo se ha perdido y claman al cielo buscando respuestas a su desgracia.
Bravo a la comunidad internacional que reaccionó acorde a la magnitud de esta desgracia.
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