Por Isaac Bigio
LONDRES. Debo ser uno de los pocos peruanos con ascendencia haitiana. Mi abuela Sarina siempre se enorgulleció de su natal Haití y para mí siempre fue un gran honor tener raíces en el primer país sud-centro americano y negro que se independizó.
Desde hace horas mis ojos no paran de lagrimear siguiendo lo que ha pasado en la cuna de la libertad latinoamericana.
La capital Puerto Príncipe, con todas sus principales instituciones (Palacio de Gobierno, Parlamento, sede de la ONU, colegios, hospitales) yace en escombros.
La mayoría de la población, incluyendo el Presidente, se ha quedado sin casa.
La suma de todos los muertos producidos por todos los sismos en lo que va de este milenio (incluyendo a los del tsunami indonesio del 2004) no llegan al medio millón de personas. Esta cifra, sin embargo, puede llegar a ser la que marque el número de fatalidades en Haití.
Haití, quien sólo tiene 10 millones de habitantes, podría tener -según diversos estimados- entre 50,000 a 500,000 muertos y un número mayor de heridos y desaparecidos. Esto podría hacer que este fuese el sismo más fatal que haya conocido nuestro continente.
EE.UU. y las principales repúblicas americanas antes han enviado miles de soldados para ocupar Haití. Habrá que ver cuánta ayuda material dan estas naciones y el mundo a un pueblo que urge miles de millones de dólares para evitar que siga aumentando la masa de víctimas, de desnutridos, de enfermos y de moribundos.
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