domingo, 3 de junio de 2018

A 47 años del Jueves de Corpus Sangriento


Fotos de archivo

Por Armando García
Editor Nuestra América Magazine


Este próximo 10 de junio se cumple el cuadragésimo séptimo aniversario de la matanza del Jueves de Corpus en la Ciudad de México. Para los que lo vivimos, para quienes sobrevivimos, para los que seguimos recordando a los amigos, los familiares y compañeros que perdieron la vida, ya muchos y no por decir ya en la tercera edad o, más allá de ella, podemos decir que este año, no es un aniversario más, para celebrar, sino para seguir combatiendo desde las trincheras que forjamos en estás cuatro décadas denunciando a los culpables de la matanza y que aún quedan impunes de su delito contra una generación de mexicanos que la única falta, si es que se le puede llamar así, fue la de luchar por un México mejor, por un país digno que si nos hubieran dejado, hubiera sido la herencia para nuestros hijos y nietos. El México de hoy en día, no fue por el que luchamos y muchos dieron su vida el 10 de junio de 1971. El pueblo mexicano vive en un país que pudo haber estado mejor si no hubiera habido un 2 de octubre de 1968 o un 10 de junio.
Hoy recuerdo muy bien a dos de mis amigos de la Preparatoria Popular, Jorge de la Pena y Francisco Treviño, quienes fueron asesinados por elementos del grupo paramilitar denominado Halcones, golpeadores y asesinos pagados por el gobierno en turno para callar la voz de quienes en ese entonces pedían justicia social. Y esa lucha se manifiesta nuevamente en el México de hoy, a diferentes niveles, en diferentes trincheras, pero siempre con el mismo objetivo porque nuestro México ya no exista impunidad, ya no exista pobreza ni miseria, no exista desigualdad social.
Tengo la honra de que este blog de Nuestra América pueda reproducir el artículo de la colega Nancy Cázares, periodista colaboradora del diario La Izquierda y que escribió hace dos años, en el 45 aniversario de este crimen de Estado, perpetrado por el gobierno de Luis Echeverría.
No quiero seguir escribiendo lo que muchos ya sabemos lo que pasó hace 47 años, eso se los dejo a los historiadores, quienes nos llenaran cada 10 de junio de crónicas y testimonios de lo ocurrido. Lo que si hace falta escuchar, leer, son los testimonios de los que sobrevivimos el ’68 y el ’71. Qué hacíamos, qué hicimos, cómo lo vivimos y como salimos vivos y qué estamos haciendo a casi medio siglo de acontecido el Jueves de Corpus Sangriento.



¡NI PERDÓN, NI OLVIDO!



Por Nancy Cázares

Casi tres años habían pasado de la masacre de Tlatelolco. Un valeroso grupo de estudiantes, principalmente del Instituto Politécnico Nacional y de la Universidad Nacional Autónoma de México, salió a manifestarse en solidaridad con los alumnos de la Universidad Autónoma de Nuevo León. La respuesta del presidente Luis Echeverría sería igual de sangrienta que la de su antecesor Gustavo Díaz Ordaz, en octubre de 1968.
A principios de 1971, la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) vivía un grave conflicto. El gobierno estatal había reducido el presupuesto de la Universidad como “escarmiento “por la decisión de profesores y estudiantes de imponer un gobierno paritario a finales de 1970. Ante el ataque, la comunidad universitaria dio inicio a una huelga y emitieron un llamado de solidaridad al resto de universidades del país.
Estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) respondieron al llamado y convocaron a una concentración, la primera después de que el 2 de octubre de hacía poco más de dos años, en 1968, el ejército masacrara a cientos de jóvenes en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, bajo el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz.
El entonces presidente de México, Luis Echeverría Álvarez, había anunciado intenciones de apertura democrática de parte de su gobierno, permitiendo el regreso al país de jóvenes dirigentes estudiantiles del movimiento de 1968 que habían sido orillados al exilio para proteger sus vidas. Así mismo, se liberó a algunos presos políticos y resurgieron personajes como José Revueltas.
A pesar de que la huelga de la UANL derivó en un programa de conciliación que hizo entrar en vigor una nueva Ley Orgánica para la Universidad el 5 de junio, la convocatoria en la Ciudad de México no retrocedió. El movimiento de 1968 había calado hondo y los atropellos se acumulaban. El movimiento estudiantil tenía sus propias demandas, relacionadas con la educación pública y la vida universitaria. 
Aunque hay quienes sugieren que la organización de la marcha estaba dividida entre quienes lo consideraban arriesgado y quienes confiaban en las intenciones “democráticas “de Echeverría, todos los testimonios coinciden en que había un profundo deseo de salir a las calles.
Entre las demandas que convocaban esta movilización destacaban:
·      Democratización de la enseñanza, respeto a la diversidad cultural nacional.
·      Presupuesto a la educación equivalente al 12% del Producto Interno Bruto y que el presupuesto destinado a las universidades se pusiera bajo control de estudiantes y docentes
·      Desaparición de todas las juntas de gobierno de las Universidades del país.
·      Representación paritaria de maestros y alumnos en los consejos técnicos de la UNAM.
·      Derogación del reglamento general del IPN.
·      Disolución de los grupos porriles en la UNAM.
·      Libertad de todos los presos por motivos políticos.



LA MASACRE

La tarde del 10 de junio la movilización avanzaba por la calle Instituto Técnico Industrial y la calzada México-Tacuba cuando fue atacada por jóvenes armados con varas de bambú y otate. Eran Los halcones, grupo paramilitar reclutado y entrenado por los gobiernos de México y Estados Unidos desde finales de los años 60. Habían bajado de camiones grises apostados en las inmediaciones de San Cosme y rodearon a la movilización, mientras golpeaban salvajemente a todo estudiante que se pusiera a su paso. Al grito de “¡Viva el Che Guevara! “el grupo paramilitar descargó balas calibre 45 y carabinas 30 M-2 sobre los manifestantes, quienes intentaron inútilmente refugiarse en las escuelas aledañas.
Prensa nacional y extranjera cubría la movilización y fueron agredidos también de forma brutal. A muchos les fueron destruidas sus cámaras, mientras que otros fueron gravemente heridos. Sin embargo, es gracias a múltiples imágenes rescatadas que sabemos hoy de la participación de francotiradores apostados en las azoteas y de diversos vehículos que les brindaban a los halcones armas, municiones y apoyo logístico.
La policía, sin órdenes de intervenir, observó la matanza para después subir por la fuerza a los sobrevivientes a las decenas de patrullas y camiones que estaban en el lugar. El ejército tenía listos transportes en las instalaciones del Colegio Militar.
La masacre no terminó cuando por fin se disolvió la concentración, sino que continuaría hasta horas después, en los hospitales de la Cruz Verde y el Rubén Leñero a donde habían trasladado a algunos de los heridos. Intimidando a doctores y enfermeras, hombres armados ingresaron a las salas de urgencias en donde los jóvenes eran atendidos y los asesinaron.


Los responsables, impunes

La noche del 10 de junio, autoridades capitalinas salieron a decir que se había tratado de un enfrentamiento entre estudiantes y que “los halcones” no existían, que se trataba de una leyenda. Los medios impresos asegurarían que la cifra de muertos no pasaba de los 16, mientras que había testimonios de 30 cadáveres en el hospital Rubén Leñero. Posteriormente se publicaría una lista de 27 nombres y 13 más sin identificar. Hasta hoy, la cifra sigue sin ser exacta, pero no es menor de 120.
En semanas siguientes, mientras Echeverría negaba cualquier participación en los hechos del 10 de junio, renunciarían a sus cargos el jefe de la policía Roberto Flores Curiel y el Procurador General de la República, Julio Sánchez Vargas.
Con el tiempo, diversas investigaciones han dado luz al caso, confirmando no sólo la existencia de “los halcones”, sino la participación en su reclutamiento y entrenamiento de la Dirección de Servicios Generales del Departamento del Distrito Federal, por medio de su subdirector, el militar Manuel Díaz Escobar Figueroa, ex integrante de la Brigada de Fusileros Paracaidistas, grupo de donde también surgió el general José Hernández Toledo, uno de los mandos militares que participó el 2 de octubre en Tlatelolco.
Una investigación sobre el tema emprendida por Julio Scherer y Carlos Monsiváis, presentada en su libro “Los Patriotas: de Tlatelolco a la guerra sucia”, compilaría información sobre las actividades de “los halcones” previas al 10 de junio, disolviendo mítines en el IPN y hostigando la Preparatoria Popular. Tras la agresión del Jueves de Corpus (como se le conoce por haber coincidido con el día de la celebración católica del Corpus Christi), “los halcones” desmantelarían el campo en donde se entrenaban en San Juan de Aragón y fueron disueltos, con la consigna de realizar algunas acciones aisladas como atentados o asaltos como distracción. El Canal 6 de Julio vincularía a “los halcones “con la masacre de Tlatelolco y señalaría el 2 de octubre de 1969 como la primera participación pública de este grupo.
Otras investigaciones señalan cómo, con marco en la Guerra Fría, el gobierno mexicano solicitó al gobierno de los Estados Unidos entrenamiento antimotines para los Halcones.
Díaz Escobar fue enviado en 1973 a Chile y a su regreso a México, fue nombrado por el gobierno de José López Portillo como general de brigada diplomado del Estado Mayor. Durante su estancia en Chile, según señala el Canal 6 de Julio, Díaz Escobar estuvo implicado en el golpe de estado contra Salvador Allende y colaboró con la policía secreta de Augusto Pinochet.
Luis Echeverría, por su parte, sería señalado como responsable de esta masacre, sin embargo, tras casi treinta años, la Suprema Corte de Justicia de la Nación le exoneró de toda responsabilidad, terminado así formalmente el 26 de julio de 2005 con el juicio sobre los hechos del 10 de junio de 1971.



Ni perdón ni olvido

A punto de cumplirse 47 años de esta masacre, familiares y compañeros de los caídos siguen exigiendo verdad y justicia. Como cada año, organizaciones sociales, estudiantiles, políticas y de derechos humanos han convocado a movilizarse, no sólo en conmemoración de un año más de la masacre, sino como continuidad a la lucha que aquellos jóvenes empezaron y que es hoy nuestro deber enarbolar como propia.




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