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Por Armando García
Editor Nuestra América Magazine
Este próximo
10 de junio se cumple el cuadragésimo séptimo aniversario de la matanza del Jueves
de Corpus en la Ciudad de México. Para los que lo vivimos, para quienes
sobrevivimos, para los que seguimos recordando a los amigos, los familiares y compañeros
que perdieron la vida, ya muchos y no por decir ya en la tercera edad o, más
allá de ella, podemos decir que este año, no es un aniversario más, para
celebrar, sino para seguir combatiendo desde las trincheras que forjamos en
estás cuatro décadas denunciando a los culpables de la matanza y que aún quedan
impunes de su delito contra una generación de mexicanos que la única falta, si
es que se le puede llamar así, fue la de luchar por un México mejor, por un
país digno que si nos hubieran dejado, hubiera sido la herencia para nuestros
hijos y nietos. El México de hoy en día, no fue por el que luchamos y muchos
dieron su vida el 10 de junio de 1971. El pueblo mexicano vive en un país que
pudo haber estado mejor si no hubiera habido un 2 de octubre de 1968 o un 10 de
junio.
Hoy
recuerdo muy bien a dos de mis amigos de la Preparatoria Popular, Jorge de la
Pena y Francisco Treviño, quienes fueron asesinados por elementos del grupo
paramilitar denominado Halcones, golpeadores y asesinos pagados por el gobierno
en turno para callar la voz de quienes en ese entonces pedían justicia social.
Y esa lucha se manifiesta nuevamente en el México de hoy, a diferentes niveles,
en diferentes trincheras, pero siempre con el mismo objetivo porque nuestro
México ya no exista impunidad, ya no exista pobreza ni miseria, no exista
desigualdad social.
Tengo la
honra de que este blog de Nuestra América pueda reproducir el artículo de la
colega Nancy Cázares, periodista colaboradora del diario La Izquierda y que escribió
hace dos años, en el 45 aniversario de este crimen de Estado, perpetrado por el
gobierno de Luis Echeverría.
No quiero
seguir escribiendo lo que muchos ya sabemos lo que pasó hace 47 años, eso se los
dejo a los historiadores, quienes nos llenaran cada 10 de junio de crónicas y
testimonios de lo ocurrido. Lo que si hace falta escuchar, leer, son los
testimonios de los que sobrevivimos el ’68 y el ’71. Qué hacíamos, qué hicimos,
cómo lo vivimos y como salimos vivos y qué estamos haciendo a casi medio siglo
de acontecido el Jueves de Corpus Sangriento.
¡NI PERDÓN, NI OLVIDO!
Por Nancy
Cázares
Casi tres
años habían pasado de la masacre de Tlatelolco. Un valeroso grupo de
estudiantes, principalmente del Instituto Politécnico Nacional y de la
Universidad Nacional Autónoma de México, salió a manifestarse en solidaridad
con los alumnos de la Universidad Autónoma de Nuevo León. La respuesta del
presidente Luis Echeverría sería igual de sangrienta que la de su antecesor
Gustavo Díaz Ordaz, en octubre de 1968.
A
principios de 1971, la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) vivía un grave
conflicto. El gobierno estatal había reducido el presupuesto de la Universidad
como “escarmiento “por la decisión de profesores y estudiantes de imponer
un gobierno paritario a finales de 1970. Ante el ataque, la comunidad
universitaria dio inicio a una huelga y emitieron un llamado de solidaridad al
resto de universidades del país.
Estudiantes
del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y de la Universidad Nacional Autónoma
de México (UNAM) respondieron al llamado y convocaron a una concentración, la
primera después de que el 2 de octubre de hacía poco más de dos años, en 1968,
el ejército masacrara a cientos de jóvenes en la Plaza de las Tres Culturas, en
Tlatelolco, bajo el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz.
El entonces
presidente de México, Luis Echeverría Álvarez, había anunciado intenciones
de apertura democrática de parte de su gobierno, permitiendo el regreso al
país de jóvenes dirigentes estudiantiles del movimiento de 1968 que habían sido
orillados al exilio para proteger sus vidas. Así mismo, se liberó a algunos
presos políticos y resurgieron personajes como José Revueltas.
A pesar de
que la huelga de la UANL derivó en un programa de conciliación que hizo entrar
en vigor una nueva Ley Orgánica para la Universidad el 5 de junio, la
convocatoria en la Ciudad de México no retrocedió. El movimiento de 1968 había
calado hondo y los atropellos se acumulaban. El movimiento estudiantil tenía
sus propias demandas, relacionadas con la educación pública y la vida
universitaria.
Aunque hay
quienes sugieren que la organización de la marcha estaba dividida entre quienes
lo consideraban arriesgado y quienes confiaban en las intenciones “democráticas
“de Echeverría, todos los testimonios coinciden en que había un profundo deseo
de salir a las calles.
Entre
las demandas que convocaban esta movilización destacaban:
· Democratización
de la enseñanza, respeto a la diversidad cultural nacional.
· Presupuesto
a la educación equivalente al 12% del Producto Interno Bruto y que el
presupuesto destinado a las universidades se pusiera bajo control de
estudiantes y docentes
· Desaparición
de todas las juntas de gobierno de las Universidades del país.
· Representación
paritaria de maestros y alumnos en los consejos técnicos de la UNAM.
· Derogación
del reglamento general del IPN.
· Disolución
de los grupos porriles en la UNAM.
· Libertad
de todos los presos por motivos políticos.
LA MASACRE
La tarde
del 10 de junio la movilización avanzaba por la calle Instituto Técnico
Industrial y la calzada México-Tacuba cuando fue atacada por jóvenes armados
con varas de bambú y otate. Eran Los halcones, grupo paramilitar reclutado
y entrenado por los gobiernos de México y Estados Unidos desde finales de los
años 60. Habían bajado de camiones grises apostados en las inmediaciones de San
Cosme y rodearon a la movilización, mientras golpeaban salvajemente a todo
estudiante que se pusiera a su paso. Al grito de “¡Viva el Che Guevara!
“el grupo paramilitar descargó balas calibre 45 y carabinas 30 M-2 sobre los
manifestantes, quienes intentaron inútilmente refugiarse en las escuelas
aledañas.
Prensa
nacional y extranjera cubría la movilización y fueron agredidos también de
forma brutal. A muchos les fueron destruidas sus cámaras, mientras que otros
fueron gravemente heridos. Sin embargo, es gracias a múltiples imágenes
rescatadas que sabemos hoy de la participación de francotiradores apostados en
las azoteas y de diversos vehículos que les brindaban a los halcones armas,
municiones y apoyo logístico.
La policía,
sin órdenes de intervenir, observó la matanza para después subir por la fuerza
a los sobrevivientes a las decenas de patrullas y camiones que estaban en el
lugar. El ejército tenía listos transportes en las instalaciones del Colegio
Militar.
La masacre
no terminó cuando por fin se disolvió la concentración, sino que continuaría
hasta horas después, en los hospitales de la Cruz Verde y el Rubén Leñero a
donde habían trasladado a algunos de los heridos. Intimidando a doctores y
enfermeras, hombres armados ingresaron a las salas de urgencias en donde los
jóvenes eran atendidos y los asesinaron.
Los responsables, impunes
La noche
del 10 de junio, autoridades capitalinas salieron a decir que se había tratado
de un enfrentamiento entre estudiantes y que “los halcones” no existían, que se
trataba de una leyenda. Los medios impresos asegurarían que la cifra de muertos
no pasaba de los 16, mientras que había testimonios de 30 cadáveres en el
hospital Rubén Leñero. Posteriormente se publicaría una lista de 27 nombres y
13 más sin identificar. Hasta hoy, la cifra sigue sin ser exacta, pero no es
menor de 120.
En semanas
siguientes, mientras Echeverría negaba cualquier participación en los hechos
del 10 de junio, renunciarían a sus cargos el jefe de la policía Roberto Flores
Curiel y el Procurador General de la República, Julio Sánchez Vargas.
Con el
tiempo, diversas investigaciones han dado luz al caso, confirmando no sólo la
existencia de “los halcones”, sino la participación en su reclutamiento y
entrenamiento de la Dirección de Servicios Generales del Departamento del
Distrito Federal, por medio de su subdirector, el militar Manuel Díaz Escobar
Figueroa, ex integrante de la Brigada de Fusileros Paracaidistas, grupo de
donde también surgió el general José Hernández Toledo, uno de los mandos
militares que participó el 2 de octubre en Tlatelolco.
Una
investigación sobre el tema emprendida por Julio Scherer y Carlos Monsiváis,
presentada en su libro “Los Patriotas: de Tlatelolco a la guerra sucia”,
compilaría información sobre las actividades de “los halcones” previas al
10 de junio, disolviendo mítines en el IPN y hostigando la Preparatoria
Popular. Tras la agresión del Jueves de Corpus (como se le conoce por haber
coincidido con el día de la celebración católica del Corpus Christi), “los
halcones” desmantelarían el campo en donde se entrenaban en San Juan de Aragón
y fueron disueltos, con la consigna de realizar algunas acciones aisladas como
atentados o asaltos como distracción. El Canal 6 de Julio vincularía a “los
halcones “con la masacre de Tlatelolco y señalaría el 2 de octubre de 1969 como
la primera participación pública de este grupo.
Otras
investigaciones señalan cómo, con marco en la Guerra Fría, el gobierno mexicano
solicitó al gobierno de los Estados Unidos entrenamiento antimotines para los
Halcones.
Díaz
Escobar fue enviado en 1973 a Chile y a su regreso a México, fue nombrado por
el gobierno de José López Portillo como general de brigada diplomado del Estado
Mayor. Durante su estancia en Chile, según señala el Canal 6 de Julio, Díaz
Escobar estuvo implicado en el golpe de estado contra Salvador Allende y
colaboró con la policía secreta de Augusto Pinochet.
Luis
Echeverría, por su parte, sería señalado como responsable de esta masacre, sin
embargo, tras casi treinta años, la Suprema Corte de Justicia de la Nación le
exoneró de toda responsabilidad, terminado así formalmente el 26 de julio de
2005 con el juicio sobre los hechos del 10 de junio de 1971.
Ni perdón
ni olvido
A punto de
cumplirse 47 años de esta masacre, familiares y compañeros de los caídos siguen
exigiendo verdad y justicia. Como cada año, organizaciones sociales,
estudiantiles, políticas y de derechos humanos han convocado a movilizarse, no
sólo en conmemoración de un año más de la masacre, sino como continuidad a la
lucha que aquellos jóvenes empezaron y que es hoy nuestro deber enarbolar como
propia.
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