Apuntes
históricos
Bajo
la consigna de “América para los americanos”, la Doctrina Monroe,
formulada por los Estados Unidos (EE. UU.) casi doscientos años
atrás, aún posee vigencia y se expresa con frecuencia en acciones injerencistas sobre América
Latina.
En
1823, bajo el presupuesto de una posible intervención europea en las jóvenes
repúblicas latinoamericanas se formuló el dogma que durante la presidencia
de Theodore Roosevelt (siglo XX), que ratificó que el país norteamericano
cumpliría el rol de “policía de la región”, uno de los principios que sustentan
sus ambiciones imperialistas.
El
llamado “Corolario Roosevelt”, anunciado el 6 de diciembre de 1904, daba al
Gobierno estadounidense la potestad de intervenir en Latinoamérica y el Caribe
en caso de percibir que la situación en un país podía deteriorarse hasta causar
disputas con potencias extracontinentales, especialmente europeas.
“Todo
lo que este país desea es ver a sus vecinos estables, organizados y prósperos
[…] pero los comportamientos incorrectos crónicos […] requieren la intervención
de alguna nación civilizada, y en el Hemisferio Occidental el apego de Estados
Unidos a la Doctrina Monroe nos obliga […] a ejercer un poder internacional
policial”, expresó el entonces presidente.
A
partir de entonces, sería invocado en repetidas ocasiones cuando los derechos o
propiedades estadounidenses “podían estar en peligro” en cualquier país
latinoamericano o del Caribe. La intervención militar en los asuntos internos
de la nación “perturbada”, con el presunto objetivo de restablecer el orden y
la seguridad de los derechos y el patrimonio de ciudadanos y empresas, sería
una acción común.
Solo
en las primeras décadas del siglo pasado, República Dominicana (1904 y 1916),
Cuba (1906), Nicaragua (1909, 1912 y 1926) y Haití (1915) resultaron víctimas
de esta práctica.
Con
el paso de los años, EE. UU. modificó su táctica y de las intervenciones
armadas pasó a los golpes de Estado, con los cuales aseguraba la instauración
de gobiernos afines a su política en la región, sin que su rol en estos
procesos quedara manifiesto.
Golpes
de Estado como los dados en Cuba (1952), Guatemala (1954), Brasil (1964), Chile
(1973), Argentina (1976), Granada (1983), Panamá (1989) e incluso el apoyo al
intento fallido contra Hugo Chávez en Venezuela (2002), la deposición del
entonces presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide (2004) y el derrocamiento a
Manuel Zelaya en Honduras (2009), por solo mencionar algunos, llevan el sello
de las intenciones estadounidenses en la región.
En
la última década el área no ha perdido importancia estratégica para Washington
y sus intereses hegemónicos. Tan recientemente como en febrero de 2018, el
entonces secretario de Estado, Rex Tillerson, aseguró que la Doctrina
"es tan relevante hoy como el día en que fue escrita".
Tillerson
dijo entonces sobre el creciente protagonismo de China en la región que
"América Latina no necesita un nuevo poder imperial que sólo busque
beneficiar a su propia gente".
Poco
antes, exconsejero de seguridad nacional de la Casa Blanca, John Bolton,
expresó que "la injerencia rusa en América Latina podría inspirar a Trump
a reafirmar la Doctrina Monroe", una manifestación más de la animadversión
del acercamiento del país euroasiático al continente, que se remonta al rechazo
a las estrechas relaciones entre Cuba y la antigua Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas.
Sobre
este tema, el analista internacional Lázaro Barredo consideró que EE. UU. busca
pretextos para intervenir en América Latina con el fin de evitar la presencia
de Rusia y China en el área.
El
analista detalló que estos países han afianzado relaciones de cooperación con
el área en los últimos años, provocando que los empresarios estadounidense
encuentren contrapartes cuyas relaciones con el continente se realizan dentro
de las normas del derecho internacional y resultan más ventajosas.
Bolton
aseguró que “hemos dejado muy claro que la Doctrina Monroe está vigente en esta
administración”, sin embargo, la razón que dio para ello, “tener un hemisferio
completamente democrático”, catalizadora de calumnias contra disímiles
gobiernos, es solo una excusa.
Incluso
medios estadounidenses como el diario The Wall Street Journal han desarrollado
argumentos en torno a la injerencia en la crisis venezolana como una nueva
estrategia de Washington encaminada a expulsar a otras potencias de la región.
De
esa manera, acciones como el apoyo de Trump al autoproclamado presidente
interino de Venezuela, Juan Guaidó, el recrudecimiento de las sanciones
económicas y las medidas de seguridad contra Cuba y la satanización del
gobierno nicaragüense, resultan muestras claras de las estratagemas de la Casa
Blanca para impulsar y expandir su presencia en Latinoamérica.
La
forma de interpretarlo varía, pero el dogma sigue vigente en la política
estadounidense, la Doctrina Monroe seguirá promoviendo una América para los
(norte)americanos, y luchará por mantener fuera de la región a potencias
extracontinentales, no ya ante el temor de una presunta invasión, sino con la
meta de debilitar los lazos de cooperación y comercio y continuar monopolizando
el área que siempre han considerado su traspatio.
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