(Imagen de
Wikimedia Commons)
Por Javier Tolcachier
Más allá de
la virulenta contra que desatará la oligarquía nacional e internacional para
bloquear este nuevo intento emancipador, el triunfo del pueblo relegado pone
paños fríos a la baza de restauración derechista que supuso la elección del
banquero Lasso en Ecuador.
Mientras
esto sucede en la superficie institucional, la movilización popular continúa
creciendo en un despliegue imparable pese al contexto pandémico, alcanzando a
los principales países defensores del modelo de acumulación sin concesiones
ordenado por el capital.
La heroica
resistencia del paro colombiano ante un gobierno criminal, la rotunda victoria
del despertar chileno en las elecciones constituyentes, la avalancha de votos
para un poco menos que desconocido maestro rural en el Perú y la gran marcha en
curso para defender la voluntad expresada en las urnas; la movilización en más
de 170 ciudades brasileñas exigiendo a viva voz la finalización de un gobierno
militar apenas recubierto por una fachada payasesca, el regreso triunfal de los
movimientos sociales campesino indígenas al gobierno en Bolivia, incluso – mal
que nos pese su definición electoral desde el punto de vista geopolítico
regional – el relevante papel de la asonada indígena en Ecuador, son todos
fenómenos que se inscriben en esta rebelión masiva que hace temblar los
corazones de los desalmados defensores del statu quo.
¿Qué
significa el cuadro? ¿Entran la tendencia institucional y la política de las
calles dentro de una misma ecuación? ¿Cuáles son las intersecciones,
cuáles las disonancias? ¿Qué puede divisarse más adelante?
Lo
circunstancial descorre el telón de lo estructural
La veloz,
repetida y mortal expansión del Sars-CoV-2 en la región ha sido una muy
dolorosa daga en un tejido social y sanitario desarticulado por el
neoliberalismo y recompuesto solo de manera parcial por los gobiernos
progresistas de la década ganada. Década en la que no hubo estas
amortiguaciones sino profundizaciones del modelo donde la derecha administró la
barbarie, como en Colombia, Perú o Chile.
A la
preexistente miseria y precarización globalizada se agregaron millones de
familias latinoamericanas sin contención social alguna, sin más presente que el
de compartir ollas populares, sin más futuro que la penuria del sobrevivir día
a día mediante trabajos indignos y azarosos.
Al mismo
tiempo, la banca especulativa y sus controladas corporaciones multinacionales,
en particular las del rubro digital y de tecnología avanzada, aumentaron sus
ganancias de manera astronómica.
No fue la
indignación ante estas contradicciones estructurales, sino la reacción a
medidas derivadas de ella, la que hizo explotar la rebelión masiva callejera.
La agudización coyuntural de la política neoliberal fue la gota que rebalsó el
vaso. Pero el abuso reveló el uso y la chispa encendió el polvorín, reclamando
transformaciones de fondo.
La
componente generacional
Afectados
particularmente por este panorama de desigualdad y falta de futuro, son las y
los casi 160 millones de jóvenes que habitan la región. En el marco de una
crisis sistémica de empleos formales, una marea juvenil inunda las calles con
trabajos precarizados para conseguir sustento.
Más allá de
esta amenaza existencial básica, los menores de 30 -nacidos todos en la era del
capitalismo globalizado- sienten la aguda contradicción de percibir el mundo al
alcance de su mano y a la vez, de estar enclaustrados en situaciones opresivas
y no poder escapar a ningún lado. No creen en las salidas “razonables”
tradicionales que les ofrece un mundo adulto cada vez más irracional y buscan
alternativas, en pequeña y gran escala.
Los jóvenes
son además las víctimas predilectas de la discriminación y la violencia
institucional. Basta ser joven para ser sospechoso, hecho agravado y
mortalmente peligroso si la piel es oscura y se habita en un barrio periférico.
De allí que
no sea ninguna sorpresa que ellos sean quienes activan las primeras filas de la
gran rebelión, haciéndole frente a lo único que el sistema decadente puede
ofrecerles, una salvaje y brutal represión.
El
alzamiento antipatriarcal
En este
tiempo de movilización general, es muy relevante el accionar de las mujeres, en
particular, de las más jóvenes. Y no es para menos. En todos los segmentos de
la vida social, siguen siendo – aunque por poco tiempo más – las más relegadas,
discriminadas y violentadas.
Perviven
aún en Latinoamérica las lacerantes marcas de la imposición del credo de una
iglesia colonial, persiste todavía la cosificación de la mujer como simple
reproductora y su explotación como productora de cuidados, subsisten todavía
arcaicas y múltiples violencias como la penalización del aborto, el
feminicidio, el embarazo a edad infantil y adolescente, entre otras tantas.
Sin
embargo, en el agotamiento general del sistema, en su falta de respuestas, las
mujeres han encontrado también una grieta para asumir de manera definitiva la
contienda antipatriarcal. La progresiva y a la vez veloz conquista de espacios
marca una línea histórica sin regreso: las revoluciones serán feministas,
igualitarias, ya sin trazo alguno de discriminación de género, o no serán.
La crisis
sistémica
Mediante el
avance de las telecomunicaciones, la humanidad se ha constituido en una
civilización planetaria única. La “aldea global”, al decir del sociólogo
canadiense Marshall Mc Luhan, es ya una realidad palpable. En un sistema
plenamente conectado, pequeñas variaciones pueden ocasionar importantes
modificaciones, tal como sugirió el metereólogo Edward Lorenz, quien aludió a
los efectos distantes del “vuelo de una mariposa” en sus explicaciones sobre el
comportamiento caótico de sistemas inestables.
Por su
parte, el humanista argentino Silo (seudónimo literario de Mario Luis Rodríguez
Cobos), señala en sus Cartas a mis amigos: “en un sistema cerrado no puede
esperarse otra cosa que la mecánica del desorden general. La paradoja de
sistema nos informa que al pretender ordenar el desorden creciente se habrá de
acelerar el desorden. No hay otra salida que revolucionar el sistema,
abriéndolo a la diversidad de las necesidades y aspiraciones humanas.”
Así las
cosas, el mundo comienza a ser comprendido como un todo. Los pueblos buscan
producir sus propios efectos demostración locales desde sus necesidades
urgentes, pero intuyendo que el impacto obtenido irá más allá, influyendo
positivamente en el devenir histórico general.
Las
actuales rebeliones latinoamericanas, emparentadas con las de otros lugares del
mundo se encuadran en esta búsqueda de nuevos y múltiples modelos para la
humanidad en su conjunto.
La rebelión
mítica
Bajo la
orografía social contingente emerge un potente sustrato cultural que busca
expresarse. Antiguos mitos, que una y otra vez animaron la lucha contra la
vejación colectiva, atizan hoy el fuego interno de los pueblos.
Aún bajo el
avatar de una demografía mestizada y encorsetada en matrices eurocéntricas, la
memoria histórica pugna por desplazar quinientos años de régimen colonial,
doscientos de un republicanismo importado y excluyente y más de una centuria de
imperialismo supremacista.
La raíz
indoamericana y afrodescendiente que la avidez y la crueldad pretendieron
sepultar, brota hoy con energía indomable reclamando la justicia negada,
libertad, reconocimiento, reparación y autodeterminación efectiva para elegir
su propio destino. Exige, sobre todo, el necesario espacio para tomar su lugar
en el entretejido multicultural mundial que ya comienza a perfilarse.
Retiemblan
en la actual rebelión los fundamentos violentos de fronteras ficticias y
estamentos impuestos, para abrir paso a un nuevo diálogo intercultural
encaminado al sueño de una futura Nación humana universal.
El fin de
la incertidumbre
Ya es
posible abandonar el tiempo de la incertidumbre. El futuro, aunque en sus
trazos más elementales, deja ver ya algunos de sus más prominentes contornos.
La firme
instalación de nuevos valores fundantes comienza a producirse en la conciencia
de amplios sectores sociales.
La
democracia participativa en reemplazo de una viciada representatividad, la
paridad entre los géneros, la necesidad de una renta básica universal que
garantice la existencia junto a una nueva y justa redistribución del producido
social;
La
plurinacionalidad en sustitución del supremacismo y el racismo, el cuidado del
hogar común por sobre el absurdo del consumismo desmedido, la libertad de
elección y la diversidad en vez del rígido monolitismo, la descentralización y
la disolución de los monopolios forman parte de este nuevo sentido común.
La
utilización de la ciencia y la técnica para exclusivo beneficio de toda la
humanidad sin restricción alguna, el desarme nuclear, la irrestricta vigencia
de los derechos humanos, el respeto a la autodeterminación de los pueblos, la
solidaridad y cooperación como principio rector de las relaciones entre las
naciones, el repudio a la violencia y la discriminación como máxima de vida,
son algunos de los principales componentes de este nuevo contrato moral
humanista en ciernes.
Contrato
que pondrá a la especie en un nuevo ciclo de crecimiento evolutivo.
Ajustar la acción transformadora a esa sensibilidad en marcha es la
tarea.
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