Una información
tendenciosa y manipulada es una violación de los derechos humanos.
Para acabar con el
hambre y el subdesarrollo es preciso acabar con la ignorancia.
Por Carolína Vásquez Araya
Cuando una persona
decide no enterarse de las cosas que suceden a su alrededor, es como si éstas
no existieran. Y las sociedades, a veces, actúan como las personas, por eso el
periodismo es una de las profesiones más polémicas en cualquier sociedad:
Porque tiene la vocación de descubrir secretos, de divulgar equivocaciones, de
enfatizar precisamente en aquellos temas que algunos prefieren rehuir. El
periodismo es un recurso poderoso para romper las barreras que limitan la
libertad del ser humano, pero como todo instrumento de poder, puede también ser
capaz de actuar en contra de esa libertad.
En todas las épocas de
la historia han existido los temas prohibidos; así también, los encargados de
realizar la función de informar se han visto involucrados en el juego
tradicional de intereses encontrados. Para entender lo inevitable del proceso,
es necesario remitirse a la estructura básica de la sociedad, que divide a sus
integrantes en pequeños grupos de poder y grandes grupos subordinados.
Un esquema simplista de
esta situación nos hace concluir en que para controlar a una comunidad basta
con dosificar la información y manipularla a conveniencia de los grupos
dirigentes, ya que es precisamente en ella donde reside la clave del máximo
poder. Este solo hecho determina que cualquier tema crítico o capaz de provocar
tensión social debe ser controlado como parte del juego social y político por
constituir un vehículo idóneo para acallar la conciencia de unos y adormecer la
rebeldía de los otros.
La evolución de los
medios de comunicación, sin embargo, ha hecho que cada día sea más difícil
tanto ocultar la información como ignorarla. Pero simultáneamente se ha
propiciado la creación de focos de interés alternativos para distraer a la
sociedad. Esto ha incidido en el desarrollo acelerado de los recursos
tecnológicos apropiados para concentrar el poder en círculos cada vez más
pequeños y gracias a este acto de prestidigitación, la sociedad se ha vuelto
progresivamente más y más individualista y menos involucrada con los problemas
que la afectan.
De esta forma, mientras
el público cree que recibe lo que considera un universo abierto a todas las
corrientes de pensamiento y provisto de todos los medios para obtener la
información, por otro lado se encuentra sujeto a la manipulación que ejercen
sobre ese mismo pensamiento pequeños grupos capaces de controlar los
sofisticados mecanismos del manejo de opinión.
Lo más terrorífico de
este panorama es la forma en que se va condicionando la importancia de los
temas según la conveniencia de algunos sectores; asuntos que revisten la mayor
gravedad para el futuro de una sociedad, como el feminicidio, la discriminación
por sexo o la falta de conocimiento sobre salud reproductiva que afecta a niñas,
adolescentes y mujeres adultas, carecen de un tratamiento serio como resultado
de políticas equivocadas de información. La responsabilidad de este silencio no
apunta a la debilidad de comunidades temerosas e ignorantes; el peso de la
falta, realmente, recae sobre sus líderes.
Cifras espeluznantes
impresas en documentos de circulación oficial pero restringida, delinean un
panorama medieval de muerte y desolación. Las consecuencias de la falta de
información y la montaña de prejuicios que amenaza la vida de millones de seres
humanos hacen de ese silencio un acto tan criminal como aquel que pretende
ocultar la realidad de millares de niñas y adolescentes quienes, debido al
abandono, se convierten en víctimas propiciatorias de un patriarcado cargado de
violencia, prejuicios e ignorancia.
No se puede ignorar que
nuestro actual comportamiento pasivo tendrá un impacto directo sobre una
situación que tarde o temprano acabará afectándonos a todos. La solución de la
mayor parte de los grandes males de la sociedad está ligada a un proceso educativo
que propicie la apertura de canales de comunicación para acabar con la
ignorancia y dejar de enterrar la cabeza en la arena para no saber. Es
precisamente el universo mediático el responsable de romper la barrera de la
intransigencia y el miedo que se han impuesto, cual consigna general, en
amplias regiones del mundo; y a partir de ahí, cumplir con el papel
informativo/educativo que le corresponde por naturaleza.
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