Por Jordi Jiménez - REHUNO
En el ser humano el mecanismo de pedido es ancestral, viene de fábrica
en nuestra maquinaria psicológica. Todo el mundo en alguna ocasión ha pedido
algo para sí mismo, para los seres más queridos, más cercanos, para otras
personas o incluso para el bienestar de grandes conjuntos humanos en momentos
de dificultades. Hay multitud de fórmulas para hacer un pedido que no están
necesariamente vinculadas al ámbito de las religiones o de las místicas.
Cualquier persona, al margen de sus creencias, realiza tales pedidos en
momentos de necesidad.
En el artículo anterior hablamos del agradecimiento como
experiencia que va acumulando en uno registros de bienestar y de positividad, y
dijimos que ello sería útil en otros momentos de dificultad. Pues bien, en esos
momentos en los que uno siente que hay complicaciones, en los que falta la
energía, o hay confusión o se da una situación difícil en aquellos que nos
rodean, ahí es momento de utilizar el pedido y recuperar esos registros de
calidez acumulados en el agradecimiento.
El ejercicio, como en el caso anterior, es muy fácil y bastante breve.
Simplemente, cerramos los ojos, inspiramos lentamente e imaginamos que ese aire
llega a nuestro corazón. Entonces pedimos por aquello que necesitamos o por
nuestros seres queridos. Podemos aprovechar también para pedir por superar la
contradicción y para que nuestra vida tenga unidad. Cuanto más profundamente
sintamos el pedido mejor. No hace falta destinar mucho tiempo a este pedido,
bastará con detenerse un momento en nuestro ajetreo diario para que podamos
conectarnos con nuestro interior y así se despejen las brumas o los fuegos que
nos invaden.
Con estas prácticas del pedido y el agradecimiento repetidas diariamente
se puede iniciar un trabajo que, si se lleva con pulcritud, con suavidad, sin
forzar las cosas, y con permanencia puede producir con el tiempo cambios
importantes en la vida cotidiana. Son prácticas sencillas y breves, pero esa
simplicidad no nos debe llevar a engaño. En estos tiempos estamos acostumbrados
a los efectos especiales, al espectáculo, y parece que únicamente si hay una
escenografía oriental, con velas, luces tenues, campanitas u otros sonidos
especiales, posturas extrañas o atuendos exóticos, parece que sólo así se puede
conseguir conectar con algo o avanzar en cierto camino, por cierto, poco
definido y poco claro. Pero las escenografías externas no producen nada por sí
mismas si no hay un trabajo por dentro, en uno. De hecho, ningún objeto
externo, lugar, sonido o ambiente produce cambios si uno no hace algo por
dentro. En algunas ocasiones es incluso al revés, puede distraer y uno creer
que está haciendo algo por el simple hecho de estar ahí, cuando en realidad no
está sucediendo nada.
Esperamos que estas prácticas os resulten útiles y ya sabéis que podéis
comentarnos vuestras experiencias en el correo: rehunosalud@gmail.com
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