martes, 16 de febrero de 2021

Ecuador, ¿otra Bolivia?

 


Por Fabrizio Casari

Analista Político Internacional Italiano
La Agencia Mundial de Prensa

 

Un leopardo no puede cambiar sus manchas. Así podría comenzar la historia del enésimo nuevo intento de golpe de Estado en América Latina, a partir de este antiguo y nunca desmentido dicho. El escenario es Ecuador, potencia energética del Cono Sur, que después de haber sufrido durante cinco largos años el gobierno de Lenin Moreno, un traidor que fue elegido por la izquierda mientras obedecía secretamente a la oficina de la CIA en Quito, ahora parece tener que sufrir incluso la vergonzosa vergüenza de un golpe de Estado según el modelo boliviano. Es decir, la desautorización del resultado electoral y la afirmación de un gobierno nunca elegido sino decidido por la OEA y los Estados Unidos.

Los hechos son claros y las intenciones también. Hace una semana se celebró la primera vuelta de las elecciones presidenciales y parlamentarias en el país andino. La ganadora fue la pareja formada por Andrés Arauz y Carlos Rebascall, candidatos de la alianza progresista inspirada en el expresidente Rafael Correa y su política de buen vivir que transformó a Ecuador de un coágulo de esclavitud a un país libre, de una colonia estadounidense a una nación independiente. La ventaja de la pareja Arauz-Rabascall es de más de 10 puntos sobre los segundos clasificados, es decir, Yaku Pérez y Guillermo Lasso. El primero es un falso partido indígena dirigido por un falso ecologista, que más que con las luchas por la tierra se formó en los EE. UU. y en la nada indígena NDI (National International Democracy, una rama de la NED, a su vez un brazo de la CIA). Enemigo acérrimo de los gobiernos progresistas de todo el continente y amigo entrañable de todos los regímenes como el de Anez, que mantuvo secuestrada a Bolivia durante más de un año) Pérez ha jugado su campaña con el único objetivo de robar votos a la izquierda haciéndose pasar por progresista y defensor de los indígenas (hacia los que, sin embargo, su partido utiliza métodos criminales para obligarlos a obedecer a Pérez).

Lasso, en cambio, es otro fenotipo: blanco, de clase alta, banquero, responde ante las grandes corporaciones energéticas estadounidenses y ante los bancos, tanto nacionales como internacionales. Se identifica con Lenin Moreno que, por sus servicios, ya ha cobrado 43 millones de dólares que se dispone a disfrutar bajo el sol de Miami.

Los dos – Pérez y Lasso – a pesar de las apariencias, son en realidad colegas, teniendo el proyecto común de impedir el regreso de la izquierda estafada por Moreno y de mantener firmemente a Ecuador en el papel de proveedor de EE. UU. de bases militares, alimentos y energía y, sobre todo, de confirmar el papel de potencial cabeza de puente para la agresión a Venezuela. Ecuador, de hecho, si es gobernado por la izquierda podría romper el cerco energético contra Venezuela, mientra que gobernado por la derecha podría flanquear a Colombia y cerrar una pinza amazónica contra Caracas, si fuera necesario. Que lo logre o no es otra cosa, pero tener a Quito posicionado políticamente para favorecer el viento de Estados Unidos tanto en la OEA como en la disputa entre Venezuela y la servidumbre militar del Ejército no es un detalle sin importancia.

El problema, sin embargo, es que la izquierda ecuatoriana es fuerte y obtiene más del 38% de los votos, dos por ciento menos de los necesarios para ganar en la primera vuelta. Así que pasamos a la segunda vuelta, pero con cada uno de los dos, Lasso y Pérez, sin llegar al 20%, es decir, con 12 puntos de diferencia. Es inútil pensar en unir a la derecha: en política uno más uno no hace dos y menos en América Latina, donde la burguesía nacional, racista y clasista, no se une con un partido que se autodenomina indígena. Ni siquiera la idea de vencer a la izquierda y continuar el trabajo sucio de Moreno podría ser lo suficientemente atractiva para el electorado medio; por el contrario, algunos de los votantes engañados por Pérez, en lugar de ir con Lasso podrían elegir a Arauz y Carballo.

Ante una derrota anunciada, la derecha, instruida por la embajada de Estados Unidos en Quito, urde planes subversivos. El primer intento de anular el voto se basa en hipotéticos fraudes. No se ha demostrado ni una sola, sin embargo, hay que acusar a la izquierda de haber amañado los votos. Pero ¿cómo hacerlo si la organización técnica del voto y el CNE están en manos del gobierno de derecha saliente? Problemito difícil a resolver.

La intriga internacional empieza a tomar forma y se busca la contribución de la OEA, que a estas alturas se ha dedicado a amañar las elecciones allí donde los partidos de izquierda salen victoriosos. Si en Bolivia la OEA apoyó la petición de la ultraderecha de no reconocer la victoria de Evo Morales en la primera vuelta, en Ecuador asumió un papel más discreto en el empaquetamiento del asqueroso paquete. Participó en las reuniones que la CEN -violando alegremente el artículo 138 de la ley electoral – organizó con los dos partidos que venían detrás de Arauz para decidir juntos el orden de llegada de los perdedores. Los otros 14 partidos que participan en la votación no fueron invitados, pero no se trata de una cuestión de etiqueta institucional; el objetivo era evaluar, en la intimidad con la derecha, todas las opciones posibles. Contaron el 100% de los votos en la provincia del Guayas, así como el 50% de los votos en otras 16 provincias.

Pero los números son duros de cabeza y el recuento solicitado resulta ser un boomerang: la lista 1 de Arauz y Rabascall recupera 40.000 votos con lo que se asigna un diputado más a la izquierda y uno menos a la derecha. Tanto es así que ayer Lasso declaró que no quería seguir con el recuento y que quería ir a la segunda vuelta como aspirante a Arauz. La operación fraude fracasó, la operación alianzas también.

La pregunta entonces es: ¿cómo evitar que esos doce puntos de distancia con la izquierda se conviertan en la lápida de la derecha en la segunda vuelta? Si a nivel electoral es difícil, por no decir imposible, hay que encontrar una estratagema que impida que los ganadores ganen y los perdedores pierdan. Y así, dado que impedir que Correa se presente con cargos falsos no fue suficiente, la única certeza de vencer a la izquierda es impedir que se presente. En definitiva, reproducir la maniobra que se hizo con Correa, pero esta vez apuntando a los dos candidatos que le sustituyeron. Y aquí viene el plan que ha estado preparado durante varios meses, guardado como arma de reserva por si fuera necesario un plan B.

La historia es fabricada por los Estados Unidos y la Inteligencia y una revista colombianas – Semana – es la responsable de lanzarla. Se cuenta, sin prueba alguna, que desde el ordenador de un dirigente de la guerrilla colombiana aparece la “prueba” de que el ELN (Ejército de Liberación Nacional) habría entregado 82.000 dólares al candidato de la izquierda como ayuda para la campaña electoral. El objetivo descarado es unir la alianza progresista ecuatoriana con la guerrilla colombiana. Hay muchas tonterías en esta fabricación y vale la pena contarlas.

En primer lugar, el ELN no tiene ni siquiera recursos suficientes para su supervivencia, por lo que es difícil imaginarlo sangrando generosamente a otros; más aún para la campaña electoral en Ecuador, donde 82.000 dólares apenas alcanzarían para cubos, pegamento y carteles. Y es sorprendente cómo el famoso “descubrimiento” de los vínculos entre la guerrilla colombiana y la izquierda ecuatoriana se produce sólo cuando esta última está a punto de ganar el balotaje. En definitiva, la falta de credibilidad de la noticia y el momento asociado parecen las dos caras de un bulo barato, propio de los inventores de los “falsos positivos”.

Y aquí viene la tercera fase del plan. Diana Salazar, la escandalosa fiscal de la República ecuatoriana, solicitó inmediatamente a Colombia expedientes y documentos que confirmaban la falsa noticia que se había filtrado en la prensa, convirtiendo una falsa noticia en un proceso judicial. Salazar fue elegido por el gobierno de Lenin Moreno y es uno de los principales actores de las tramas judiciales contra la izquierda, además de ser un reconocido partidario de Lasso. Su angustiosa petición llega a Bogotá, y la persona que la recibe con asidua solicitud es el Fiscal General de Colombia, Francisco Barbosa. ¿Quién es Barbosa? Ciertamente no es un gigante de la ley, pero es amigo personal de Trump y muy cercano al expresidente Uribe, reconocido jefe del narcotráfico y de los paramilitares fascistas colombianos. Barbosa se ha hecho famoso por negar el asesinato sistemático de líderes sociales y exguerrilleros por parte de los paramilitares cuando era asesor presidencial para los derechos humanos y los asuntos internacionales. En resumen, un empleado de la industria de los falsos positivos. Él y Salazar hacen una buena pareja de descalificados y descalificadores.

El candidato de la izquierda, Arauz, ya ha negado cualquier relación con el ELN, que, por su parte, ha desmentido lo escrito por Semana a instancias de los servicios colombianos. Estamos, pues, ante un vulgar y descarado intento de intentar inhibir mediante un montaje judicial el libre ejercicio del voto popular ecuatoriano. Una nueva página del lawfare latinoamericano. Una continuación automática y monocorde de lo que ya se hizo en Brasil con Lula, en Argentina con Cristina Kirschner y con el propio Rafael Correa en Ecuador.

Todo el mundo está llamado a aceptar el proceso democrático y electoral en Ecuador. La izquierda y los organismos internacionales no pueden asistir al intento de robo de votos, a la santificación de un proceso que sólo legitima las elecciones cuando gana la derecha. El hecho de que no se inclinen a su favor los instrumentos que ellos mismos han inventado y que han señalado como alternativas a la guerra de guerrillas sólo indica la crisis vertical de una derecha sin más ideas que el aumento de la brecha social entre los pocos ultra-ricos y los muchos ultra-pobres.

Sin embargo, la situación económica no ofrece ningún refugio infalible. Estados Unidos no puede inaugurar la presidencia de Biden con un golpe, aunque sea disfrazado, y la propia OEA debe ser cauta: aunque después de México, Argentina, Bolivia y Nicaragua, la incorporación de Ecuador alteraría el equilibrio de poder dentro de la OEA que actualmente es favorable a Estados Unidos, el sillón de Almagro está vacilando después de su apoyo al golpe de Estado en Bolivia y no puede permitirse otra actuación escandalosa si no quiere ver desintegrarse el organismo tan necesario para el control de Washington sobre el continente americano.

El próximo 11 de abril se realizará la segunda vuelta electoral, suponiendo que las fake news de la derecha dirigidas por la embajada de Estados Unidos en Quito encontrarán oídos en el país e internacionalmente rápidos para entender el ruido de sables y poco dispuestos a dar crédito a la desfachatez de un sistema cuyos propios ritos son apretados, que ha perdido cualquier margen de tolerancia al juicio popular. Que, sin embargo, como el castigo divino, es lento, pero tarde o temprano llega.

 

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