Por Fabrizio Casari
Analista Político Internacional Italiano
La Agencia Mundial de
Prensa
Un leopardo no puede
cambiar sus manchas. Así podría comenzar la historia del enésimo nuevo intento
de golpe de Estado en América Latina, a partir de este antiguo y nunca
desmentido dicho. El escenario es Ecuador, potencia energética del Cono Sur,
que después de haber sufrido durante cinco largos años el gobierno de Lenin
Moreno, un traidor que fue elegido por la izquierda mientras obedecía
secretamente a la oficina de la CIA en Quito, ahora parece tener que sufrir
incluso la vergonzosa vergüenza de un golpe de Estado según el modelo
boliviano. Es decir, la desautorización del resultado electoral y la afirmación
de un gobierno nunca elegido sino decidido por la OEA y los Estados Unidos.
Los hechos son claros y
las intenciones también. Hace una semana se celebró la primera vuelta de las
elecciones presidenciales y parlamentarias en el país andino. La ganadora fue
la pareja formada por Andrés Arauz y Carlos Rebascall, candidatos de la alianza
progresista inspirada en el expresidente Rafael Correa y su política de buen
vivir que transformó a Ecuador de un coágulo de esclavitud a un país libre, de
una colonia estadounidense a una nación independiente. La ventaja de la pareja
Arauz-Rabascall es de más de 10 puntos sobre los segundos clasificados, es
decir, Yaku Pérez y Guillermo Lasso. El primero es un falso partido indígena
dirigido por un falso ecologista, que más que con las luchas por la tierra se
formó en los EE. UU. y en la nada indígena NDI (National International
Democracy, una rama de la NED, a su vez un brazo de la CIA). Enemigo acérrimo
de los gobiernos progresistas de todo el continente y amigo entrañable de todos
los regímenes como el de Anez, que mantuvo secuestrada a Bolivia durante más de
un año) Pérez ha jugado su campaña con el único objetivo de robar votos a la
izquierda haciéndose pasar por progresista y defensor de los indígenas (hacia
los que, sin embargo, su partido utiliza métodos criminales para obligarlos a
obedecer a Pérez).
Lasso, en cambio, es
otro fenotipo: blanco, de clase alta, banquero, responde ante las grandes
corporaciones energéticas estadounidenses y ante los bancos, tanto nacionales
como internacionales. Se identifica con Lenin Moreno que, por sus servicios, ya
ha cobrado 43 millones de dólares que se dispone a disfrutar bajo el sol de
Miami.
Los dos – Pérez y Lasso
– a pesar de las apariencias, son en realidad colegas, teniendo el proyecto
común de impedir el regreso de la izquierda estafada por Moreno y de mantener
firmemente a Ecuador en el papel de proveedor de EE. UU. de bases militares,
alimentos y energía y, sobre todo, de confirmar el papel de potencial cabeza de
puente para la agresión a Venezuela. Ecuador, de hecho, si es gobernado por la
izquierda podría romper el cerco energético contra Venezuela, mientra que
gobernado por la derecha podría flanquear a Colombia y cerrar una pinza
amazónica contra Caracas, si fuera necesario. Que lo logre o no es otra cosa,
pero tener a Quito posicionado políticamente para favorecer el viento de
Estados Unidos tanto en la OEA como en la disputa entre Venezuela y la
servidumbre militar del Ejército no es un detalle sin importancia.
El problema, sin
embargo, es que la izquierda ecuatoriana es fuerte y obtiene más del 38% de los
votos, dos por ciento menos de los necesarios para ganar en la primera vuelta.
Así que pasamos a la segunda vuelta, pero con cada uno de los dos, Lasso y
Pérez, sin llegar al 20%, es decir, con 12 puntos de diferencia. Es inútil
pensar en unir a la derecha: en política uno más uno no hace dos y menos en
América Latina, donde la burguesía nacional, racista y clasista, no se une con
un partido que se autodenomina indígena. Ni siquiera la idea de vencer a la
izquierda y continuar el trabajo sucio de Moreno podría ser lo suficientemente
atractiva para el electorado medio; por el contrario, algunos de los votantes
engañados por Pérez, en lugar de ir con Lasso podrían elegir a Arauz y
Carballo.
Ante una derrota
anunciada, la derecha, instruida por la embajada de Estados Unidos en Quito,
urde planes subversivos. El primer intento de anular el voto se basa en
hipotéticos fraudes. No se ha demostrado ni una sola, sin embargo, hay que
acusar a la izquierda de haber amañado los votos. Pero ¿cómo hacerlo si la
organización técnica del voto y el CNE están en manos del gobierno de derecha
saliente? Problemito difícil a resolver.
La intriga
internacional empieza a tomar forma y se busca la contribución de la OEA, que a
estas alturas se ha dedicado a amañar las elecciones allí donde los partidos de
izquierda salen victoriosos. Si en Bolivia la OEA apoyó la petición de la
ultraderecha de no reconocer la victoria de Evo Morales en la primera vuelta,
en Ecuador asumió un papel más discreto en el empaquetamiento del asqueroso
paquete. Participó en las reuniones que la CEN -violando alegremente el
artículo 138 de la ley electoral – organizó con los dos partidos que venían
detrás de Arauz para decidir juntos el orden de llegada de los perdedores. Los
otros 14 partidos que participan en la votación no fueron invitados, pero no se
trata de una cuestión de etiqueta institucional; el objetivo era evaluar, en la
intimidad con la derecha, todas las opciones posibles. Contaron el 100% de los
votos en la provincia del Guayas, así como el 50% de los votos en otras 16 provincias.
Pero los números son
duros de cabeza y el recuento solicitado resulta ser un boomerang: la lista 1
de Arauz y Rabascall recupera 40.000 votos con lo que se asigna un diputado más
a la izquierda y uno menos a la derecha. Tanto es así que ayer Lasso declaró
que no quería seguir con el recuento y que quería ir a la segunda vuelta como
aspirante a Arauz. La operación fraude fracasó, la operación alianzas también.
La pregunta entonces
es: ¿cómo evitar que esos doce puntos de distancia con la izquierda se
conviertan en la lápida de la derecha en la segunda vuelta? Si a nivel
electoral es difícil, por no decir imposible, hay que encontrar una estratagema
que impida que los ganadores ganen y los perdedores pierdan. Y así, dado que
impedir que Correa se presente con cargos falsos no fue suficiente, la única
certeza de vencer a la izquierda es impedir que se presente. En definitiva,
reproducir la maniobra que se hizo con Correa, pero esta vez apuntando a los
dos candidatos que le sustituyeron. Y aquí viene el plan que ha estado
preparado durante varios meses, guardado como arma de reserva por si fuera
necesario un plan B.
La historia es
fabricada por los Estados Unidos y la Inteligencia y una revista colombianas –
Semana – es la responsable de lanzarla. Se cuenta, sin prueba alguna, que desde
el ordenador de un dirigente de la guerrilla colombiana aparece la “prueba” de
que el ELN (Ejército de Liberación Nacional) habría entregado 82.000 dólares al
candidato de la izquierda como ayuda para la campaña electoral. El objetivo
descarado es unir la alianza progresista ecuatoriana con la guerrilla
colombiana. Hay muchas tonterías en esta fabricación y vale la pena contarlas.
En primer lugar, el ELN
no tiene ni siquiera recursos suficientes para su supervivencia, por lo que es difícil
imaginarlo sangrando generosamente a otros; más aún para la campaña electoral
en Ecuador, donde 82.000 dólares apenas alcanzarían para cubos, pegamento y
carteles. Y es sorprendente cómo el famoso “descubrimiento” de los vínculos
entre la guerrilla colombiana y la izquierda ecuatoriana se produce sólo cuando
esta última está a punto de ganar el balotaje. En definitiva, la falta de
credibilidad de la noticia y el momento asociado parecen las dos caras de un
bulo barato, propio de los inventores de los “falsos positivos”.
Y aquí viene la tercera
fase del plan. Diana Salazar, la escandalosa fiscal de la República
ecuatoriana, solicitó inmediatamente a Colombia expedientes y documentos que
confirmaban la falsa noticia que se había filtrado en la prensa, convirtiendo
una falsa noticia en un proceso judicial. Salazar fue elegido por el gobierno
de Lenin Moreno y es uno de los principales actores de las tramas judiciales
contra la izquierda, además de ser un reconocido partidario de Lasso. Su
angustiosa petición llega a Bogotá, y la persona que la recibe con asidua
solicitud es el Fiscal General de Colombia, Francisco Barbosa. ¿Quién es Barbosa?
Ciertamente no es un gigante de la ley, pero es amigo personal de Trump y muy
cercano al expresidente Uribe, reconocido jefe del narcotráfico y de los
paramilitares fascistas colombianos. Barbosa se ha hecho famoso por negar el
asesinato sistemático de líderes sociales y exguerrilleros por parte de los
paramilitares cuando era asesor presidencial para los derechos humanos y los
asuntos internacionales. En resumen, un empleado de la industria de los falsos
positivos. Él y Salazar hacen una buena pareja de descalificados y
descalificadores.
El candidato de la
izquierda, Arauz, ya ha negado cualquier relación con el ELN, que, por su
parte, ha desmentido lo escrito por Semana a instancias de los servicios
colombianos. Estamos, pues, ante un vulgar y descarado intento de intentar
inhibir mediante un montaje judicial el libre ejercicio del voto popular ecuatoriano.
Una nueva página del lawfare latinoamericano. Una continuación automática y
monocorde de lo que ya se hizo en Brasil con Lula, en Argentina con Cristina
Kirschner y con el propio Rafael Correa en Ecuador.
Todo el mundo está
llamado a aceptar el proceso democrático y electoral en Ecuador. La izquierda y
los organismos internacionales no pueden asistir al intento de robo de votos, a
la santificación de un proceso que sólo legitima las elecciones cuando gana la
derecha. El hecho de que no se inclinen a su favor los instrumentos que ellos
mismos han inventado y que han señalado como alternativas a la guerra de
guerrillas sólo indica la crisis vertical de una derecha sin más ideas que el
aumento de la brecha social entre los pocos ultra-ricos y los muchos
ultra-pobres.
Sin embargo, la
situación económica no ofrece ningún refugio infalible. Estados Unidos no puede
inaugurar la presidencia de Biden con un golpe, aunque sea disfrazado, y la
propia OEA debe ser cauta: aunque después de México, Argentina, Bolivia y
Nicaragua, la incorporación de Ecuador alteraría el equilibrio de poder dentro
de la OEA que actualmente es favorable a Estados Unidos, el sillón de Almagro
está vacilando después de su apoyo al golpe de Estado en Bolivia y no puede
permitirse otra actuación escandalosa si no quiere ver desintegrarse el
organismo tan necesario para el control de Washington sobre el continente
americano.
El próximo 11 de abril
se realizará la segunda vuelta electoral, suponiendo que las fake news de la
derecha dirigidas por la embajada de Estados Unidos en Quito encontrarán oídos
en el país e internacionalmente rápidos para entender el ruido de sables y poco
dispuestos a dar crédito a la desfachatez de un sistema cuyos propios ritos son
apretados, que ha perdido cualquier margen de tolerancia al juicio popular.
Que, sin embargo, como el castigo divino, es lento, pero tarde o temprano
llega.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario