Fotos proporcionadas por la autora
Por Ilka Oliva Corado
Blog de la
autora: https://cronicasdeunainquilina.com
Para no ir tan lejos,
ahí está el país vencido, que con todo lo que pasó en tiempos de dictadura era
para que a estas alturas en lugar de neoliberalismo y desmemoria, la sociedad
hubiera reconstruido su tejido social, encarcelado a los que cometieron crímenes
de lesa humanidad desde el gobierno y haber levantado la infraestructura.
Pero, por el contrario,
está en los puros huesos. La misma sociedad carroñera se ha dedicado a negar el
genocidio, a menospreciar a los familiares de las víctimas del Conflicto Armado
Interno, y a dedicarse a ver desde la pereza y la apatía cómo desmantelan el
Estado y desaparecen todos los recursos, los que desde entonces se apropiaron
de las urnas, de las voluntades y de la misma desidia colectiva. Porque no hay
nada mejor para una clica criminal que una sociedad chambona.
Los testimonios de
sobrevivientes del Conflicto Armado Interno son innumerables. Dianna Ortiz, fue
una sobreviviente de las torturas del gobierno de Guatemala en los tiempos de
dictadura. Una monja estadounidense que fue secuestrada por paramilitares y
llevada a un centro de tortura, donde la violentaron durante 24 horas. Se
contaron 110 quemaduras de cigarro en su cuerpo. Lo demás que vivió ahí no se
puede escribir, es imposible repetirlo, imaginarlo siquiera. Y esta mujer luchó
toda su vida denunciando, relatando el horror que vivió y que vivieron los
pueblos originarios. Y así como ella están las denuncias de las mujeres ixiles
que testificaron en el juicio por genocidio contra Ríos Montt, pero la sociedad
las dejó solas, las señaló, las juzgó, las revictimizó. Con esto demostrando la
peor de las ingratitudes porque ellas vivieron estos abusos siendo niñas.
Están los cientos de
imágenes que fueron captadas por periodistas donde se muestran los cuerpos torturados
de miles de personas, aún así la sociedad sigue negando el genocidio. Se
atreven a acusar con descaro que la propia gente se buscó ese tipo de
violencia. Que quién los mandó a meterse a camisas de once varas. Entre los
asesinados hay mestizos e indígenas, pero la dictadura se ensañó contra los
pueblos originarios, querían desaparecerlos, la típica Guatemala que se ha
creído siempre europea y caucásica, aunque el reflejo en el espejo le diga lo
contrario. Por eso quemaron sus casas, acribillaron a poblados completos, los
que lograron escapar se refugiaron del lado de la frontera con México y otros
fueron más lejos, hacia Estados Unidos. Esas tierras robadas fueron
regaladas a ladrones oligárquicos que hoy son los grandes terratenientes del
país. La idea del retorno de estas comunidades cada vez está más lejana, pues
muchos fallecieron en el exilio.
En la capital
guatemalteca cuando se camina por las calles, es común encontraste con
empapelados en las paredes, con fotografías de los desaparecidos, la gente pasa
sin mosquearse, total que no eran familiares de ellos. Se ha borrado del
sistema educativo toda evidencia de aquellos tiempos aciagos y es raro el
docente que hable del tema con sus alumnos, es muy probable que si lo hace otro
compañero lo denuncie y pierda el trabajo acusado de comunista. En la
universidad el descaro de los docentes sobrepasa todo límite, no hablan del
genocidio, pero cuando lo hacen es a favor de los dictadores. Salvo uno que
otro que se atreve a decir lo contrario, entonces es visto como el apestado y
lo empiezan a llevar en la mirilla los otros docentes. Los alumnos no preguntan
tampoco porque la urgencia es el título, aunque tengan que pagar por
este.
Y están, por supuesto,
los que saben la historia y la aprovechan para sacar beneficio personal. Ahí se
cuentan grandes feministas que usan las indumentarias indígenas cuando van a
ponencias al extranjero a hablar de los derechos de las mujeres indígenas, que
reciben diplomas y reconocimientos, que les pagan los pasajes de avión y la
estadía, pero que dentro del país son tan racistas con estas mujeres como los
propios fascistas de siempre. Editoras, editoriales, espacios de comunicación
cerrados a las voces de las mujeres indígenas porque para estas feministas las
mujeres indígenas no tienen voz propia ni capacidad para hablar de ellas mismas
ni de las problemáticas que viven en sus comunidades; ellas, mestizas y
graduadas de universidad sí tienen y; por supuesto el conocimiento y la
capacidad para hablar de las otras.
Como ellas los grandes
humanistas de izquierda, algunos ex guerrilleros que recaudan fondos en
conferencias internacionales hablando de la memoria histórica, dinero que jamás
va a los pueblos originarios ni a los familiares de los desaparecidos, dinero
que se pierde en un limbo. Porque viven de eso, no trabajan, viven a costillas
de la sangre de los caídos. Están los que dicen que merecen un puesto bueno en
el gobierno y se ponen de alfombra con los gobiernos neoliberales, ahí se les
ve lamiéndoles los zapatos a las marionetas de turno. Los grandes
intelectuales que son incapaces de escribir un texto si no hay dinero de por
medio, no digamos acercarse a una comunidad indígena si no hay fotos y redes
sociales donde se exponga la visita del gran pensador. Lo que es peor, no
acercarse porque una cosa es hablar de los indígenas (y darse a conocer por la
desgracia que estos sufrieron) y otra rebajarse a ir a donde viven.
Y están, los que se
cuentan por canastos, los grandes progresistas, los democráticos, que ni de
izquierda ni de derecha, los que hacen las luchas en la comodidad de una red
social, pero cuando salen a manifestar los pueblos originarios se esconden
debajo de las camas de sus casas porque no les da la vergüenza, de lo
minúsculos que son ante la dignidad de los que en cualquier circunstancia
siempre ponen el pecho.
Cretinos hemos sido la
gran mayoría con los familiares de los sobrevivientes, le hemos faltado a la
memoria de todos los que lucharon y les arrebataron la vida por haberse
atrevido a soñar con un país igualitario. Entre esas masas estamos los de la
generación de la desmemoria, que nacimos en esos tiempos y que nunca nos ha
dado por investigar por nosotros mismos, por informarnos de la verdadera
historia del país, de su pueblo. Vamos a donde sople el
viento y el viento lo manejan con grandes maquinarias de
desinformación las mafias oligárquicas. Aquí todos tiramos piedras y
escondemos la mano.
Toda esta mezcolanza de
rastreros somos los que destruimos Guatemala, tal vez la espuma de toda esta
contaminación es el gobierno que es lo que sale a flote.
Y las oligarquías que saben que con un barniz arreglamos
todo, al chapuz, que no vamos más allá. Lo tienen a su
favor. Pero en el fondo la pudrición somos todos los que no
movemos un dedo para que las cosas cambien. Claro está, otra cosa son los
pueblos originarios, que son la dignidad milenaria del país que en otrora
fuera, un lugar de muchos árboles.
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