Las condiciones impuestas por los gobiernos limitan el acceso a la educación.
El confinamiento de la
niñez y la juventud genera un grave problema social.
Por Carolína Vásquez
Araya
Entre los efectos más graves
de la pandemia y sus restricciones, está el limitado acceso a la educación y el
consiguiente enclaustramiento de los segmentos infantil y juvenil de la
sociedad. En los países menos desarrollados y en donde se observan grandes
desigualdades, el tema de las políticas públicas para la educación ha sido
manipulado, no solo desde la conveniencia política de mantener a la ciudadanía
incapacitada para comprender, evaluar y participar de forma activa y consciente
en los procesos de gobernanza, sino también para instalar un sistema laboral a
beneficio del sector económico. Es decir, a menor educación, más mano de obra
barata y dispuesta a aceptar condiciones mínimas de trabajo.
Quienes terminan siendo
sacrificados –como chivos expiatorios- son las nuevas generaciones. Si la
educación pública en la mayoría de nuestros países ha sido deficiente y cada
vez más escasa, la pandemia ha venido a poner en evidencia la miserable
infraestructura educativa y la pobreza de todo el sistema. Las condiciones de
los establecimientos son de terror y, definitivamente, imposibles de utilizar
en un ambiente de emergencia sanitaria. Muchas de las escuelas carecen de
servicios tan básicos como agua potable y sanitarios decentes, por lo cual
enviar a los niños a la escuela sería condenarlos, a propósito, a un contagio
seguro.
Las opciones, sin
embargo, tampoco son la panacea para ese enorme contingente de niñas, niños y
adolescentes en proceso de recibir instrucción. Los gobiernos empiezan a
proponer medidas como la educación a distancia, sin considerar que, para una
fuerte mayoría de hogares, la tecnología es inalcanzable por vivir en situación
de pobreza y no haber tenido nunca acceso a ella. Pero esta realidad no solo
afecta a la niñez, tampoco es una solución válida para miles de madres, padres
y maestros incapaces de ingresar a un campo de códigos virtuales totalmente
nuevo y desconocido. Por lo tanto, las soluciones planteadas desde las cúpulas
resultan únicamente factibles para un porcentaje minoritario de la gran
población estudiantil.
Sumado a ello está el
confinamiento de este segmento, para el cual el ejercicio, el entretenimiento y
el contacto con sus pares ha sido limitado al extremo de provocar depresión,
alteración de la conducta y, en algunos casos, hasta intentos de suicidio por
vivir encerrados en ambiente de violencia doméstica. Los niños, niñas y
adolescentes necesitan el juego y el contacto social como una de las
actividades más importantes para su desarrollo. Privarlos de ese factor
fundamental durante un tiempo prolongado tendrá efectos de corto, mediano y
largo plazos, con el agravante de provocar, como efecto colateral, una
inevitable tensión en el seno del hogar.
Es imperativo poner la
educación y los derechos inalienables de la niñez y la juventud en el centro del
debate político y no subestimar el impacto que esto tendrá en la vida y el
desarrollo de las naciones. Dado que es un sector históricamente marginado,
cuyas demandas suelen ser acalladas por la fuerza y la represión, otorgarles un
espacio de participación en la toma de decisiones podría representar un cambio
positivo y necesario para encontrar alguna salida a la crisis actual. En países
tan proclives a privilegiar los intereses del sector empresarial por encima de
los intereses de la ciudadanía, los gobiernos se han sometido a la regla de “a
menos educación, menos participación política” y, por lo tanto, menos peligro
de perder cuotas de poder. Ya es hora de cambiar la polaridad política en la
dirección correcta.
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