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Los
patrones culturales llevan a justificar al criminal y no a mostrar empatía
hacia la víctima.
Por Carolína
Vásquez Araya
Pocos
crímenes se prestan a tantas interpretaciones como la violación de una mujer.
Este acto de violencia, humillación y sadismo, practicado por millones de
hombres en todos los puntos del planeta, representa la manifestación máxima del
machismo y, por lo tanto, es analizado o juzgado de acuerdo con los patrones
estereotipados de la cultura patriarcal.
Basta
con analizar las reacciones de sociedades fundamentalmente conservadoras a un
hecho criminal como la violación de una mujer o de varias, como sucede con
frecuencia en nuestro medio, para constatar que el hecho en sí pierde paulatinamente
sus características de acto criminal al experimentar la manipulación conceptual
de quienes actúan y piensan bajo el signo de sus patrones culturales y de una
matriz valórica cuya fuerza ha distorsionado los principios fundamentales de la
convivencia y el respeto entre los sexos.
Una
sociedad basada en estereotipos sexistas y actitudes moralistas rara vez se
identifica con la víctima. Los patrones culturales la llevan a justificar a
quien comete el crimen y no a mostrar empatía hacia quien lo sufre.
Su
propia formación, dentro de la cultura en donde nos hemos desarrollado, conduce
a justificar la violación. Y no cabe duda de que al encontrar más de un
argumento que permita encontrar alguna razón que minimice el delito cometido,
simultáneamente encuentra múltiples motivos para creer que la víctima no lo es
tanto y en ella reside una parte importante de la responsabilidad.
Entre
tanto estereotipo e ignorancia, una de las peores es la afirmación de que la
violación es un “atentado al recato” de una mujer. Una mujer no tiene por qué
ser recatada. Podría no serlo, y el crimen cometido en su contra continuaría
siendo el mismo. Es decir, que cuando se intenta analizar una violación desde
el punto de vista de la cultura machista, se pretende hacer creer que existe
una agresión a la moral femenina… a la integridad no sólo física, sino también
espiritual, entendiéndose con eso que la mujer-víctima tiene que ser pura y
virgen para ser víctima.
Nada
más falso y nada más deformante. La violación es un crimen, sea cometido contra
quien sea. Es un crimen, además, que vulnera en lo más íntimo la autoestima, la
integridad física y psicológica de la persona y nada tiene que ver con su
experiencia sexual previa ni con su edad o su estilo de vida.
Es
lamentable que personas de un cierto nivel cultural pretendan hacer creer que
es más condenable el crimen si es cometido contra una adolescente virgen que
contra una mujer madura. No es extraño que, a raíz de la machacona insistencia
sobre esas falacias, la mujer violada prefiera callar antes que enfrentar la
condena general, que tiende a ponerla en tela de juicio a ella antes que al
hechor.
¿Qué
sucede, entonces, cuando una prostituta denuncia una violación? La respuesta es
obvia. Sin duda las autoridades, siempre ubicadas en su papel de juzgadores,
dirán que la cosa no es para tanto, dada la experiencia de la víctima.
En
otros aspectos, la violación continúa efectuándose una y otra vez en los
procedimientos a los cuales se somete a la mujer agredida para reunir elementos
que permitan enderezar una acusación formal contra el agresor.
La
mujer violada, después de haber sufrido un vejamen que la sume en una profunda
crisis emocional y física, es obligada a exhibirse, desnuda y vulnerable, ante
extraños que la examinarán basados en el principio de la duda. Es decir, si no
se deja humillar esta segunda vez, existe la presunción de la mentira y
cualquier intento de acusación cae por falta de evidencias.
Luego,
como si esa vejación no fuera suficiente, es la víctima quien debe volver a
relatar el hecho y dar detalles de su propia pesadilla ante un auditorio que la
observará esperando la contradicción o el tropiezo que brinde la oportunidad de
dudar nuevamente.
Así,
la mujer es violada sistemáticamente una y otra vez. Ante las autoridades, ante
los medios de comunicación, ante el público, ante sí misma. Indefensa, se
somete a los procedimientos legales diseñados por quienes no tienen ni desean
tener, obviamente, una idea lejana de lo que es ser víctima de un acto tan
abominable, esperando que se haga justicia.
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