La ventana de oportunidad para lograr un ser saludable es demasiado breve.
Aun cuando esto parece
pertenecer al ámbito familiar, en realidad es el germen de una sociedad más
saludable, productiva y emprendedora. Es el pequeño centro de un potencial
universo de logros académicos y mentes creativas, capaces de cambiar la
etiología de uno de los problemas más acuciantes de esta sociedad, que es la
miseria llevada al extremo de genocidio.
Uso a propósito el
polémico término genocidio, consciente de las reacciones que puede provocar.
Sin embargo, me atengo a la definición del Estatuto de Roma de la Corte Penal
Internacional, el cual literalmente acota que genocidio es el “Sometimiento
intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su
destrucción física, total o parcial”. De acuerdo con esta definición, las
decisiones “intencionales” que conduzcan a la privación de alimento y otras
condiciones mínimas de bienestar para la población de entre 0 y 5 años, por
razones político-administrativas, serían imputables. Ahí entran todos los actos
de corrupción, las transferencias de fondos de programas de alimentos a otros
de índole electoral y una larga serie de manipulaciones presupuestarias
cometidas por todos los gobiernos de turno.
El programa Hambre Cero
propuesto por el actual mandatario coincide con otras propuestas de organismos
internacionales y organizaciones no gubernamentales en el sentido de dar
prioridad a la niñez y entrarle de lleno al combate a la desnutrición crónica.
Pero de la propuesta a la realidad concreta y palpable, hay una enorme
distancia y el gobierno debe estar consciente de los alcances políticos de sus
intenciones.
Atacar de lleno las
causas de la desnutrición debe empezar por cambiar las prioridades del programa
de gobierno, con el propósito de paliar los efectos de una política económica
centralista y orientada a beneficiar a una clase llena de privilegios. Para
revertir esa situación no solo hay que luchar contra la Hidra de mil cabezas
bien afincada en el Cacif, sino también enfrentar el descontento de grandes
sectores de la sociedad que se verán afectados por un incremento en impuestos y
una serie de consecuencias derivadas de los ajustes que hará el sector privado
a los precios de los bienes de consumo, con el fin de recuperarse del golpe a
sus ganancias.
La lucha no es fácil,
pero el objetivo es vital para el desarrollo y el progreso social y educativo
de Guatemala en los próximos cincuenta años. No es políticamente responsable
perder a otra generación en el analfabetismo, la desnutrición y el ambiente
degradante en el cual viven actualmente millones de niñas, niños y
adolescentes. Por ello, invertir en la niñez y la adolescencia sería una de las
mejores inversiones a futuro, pero sobre todo la decisión más correcta.
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