Vivimos una época de desafíos nuevos y búsqueda incesante de relaciones humanas.
El universo digital es un reflejo de la realidad, con sus fortalezas y debilidades.
Por Carolína Vásquez Araya
Este siglo de la tecnología avanzada ha dejado plasmada,
más que nunca antes, la vacuidad de ciertas relaciones humanas. En las dos
últimas décadas y gracias al mundo digital –ese universo tan próximo y ajeno-
se ha impuesto la costumbre de obviar muchos pasos indispensables antes de
estrechar lazos de amistad o relaciones sentimentales con quienes no se ha
producido un encuentro cara a cara. Esta debilidad en el establecimiento de
vínculos afectivos o sociales, con el transcurso del tiempo revela los vacíos
implícitos en esa burbuja idealizada, formada a partir de señales difíciles de
comprobar y las cuales, en muchos casos, solo reflejan carencias personales.
Las relaciones humanas son complejas y susceptibles de
causar auténticas catástrofes en la autoestima y en la visión de nuestra
trascendencia y nuestro lugar como miembros de la comunidad. Este es un motivo
contundente para comenzar a pasar por el tamiz de la razón muchos de los actos
–a veces totalmente irracionales- que impulsan a buscar en otros ese material
íntimo capaz de rellenar vacíos existenciales. Con la excusa de la soledad,
innumerables personas se aventuran en callejones creados ad hoc en los cuales
existe siempre el riesgo de perder de vista cuál es el lugar que corresponde
ocupar en estas esferas. Entre redes sociales y sitios de encuentro, hoy más
recurridos que nunca por motivo del aislamiento social, suele haber trampas
dolorosas para quien no alcanza a descubrir en ellos la verdadera estructura
material y lucrativa propia de todo emprendimiento digital, y en donde la
mentira es el elemento clave.
La auténtica riqueza de este universo comunicacional, sin
embargo, existe. Además de los vericuetos oscuros, hay grandes avenidas llenas
de posibilidades y algunas de ellas permiten disfrutar de contactos
enriquecedores con seres humanos de comprobado valor. El truco es saber cómo
identificarlas y no perderse en un tráfago peligroso por su opacidad. Esto
resulta especialmente indicado para niñas, niños y adolescentes conectados al
mundo etéreo de la red, carentes de puntos de referencia y de criterio para
protegerse de los riesgos. Sin embargo, también muchos adultos caen en esa
búsqueda de satisfactores emocionales y sociales perdiendo de vista la
importancia de aplicar filtros protectores.
En estos tiempos la soledad, la tristeza, la sensación de
impotencia y de pérdida frente a las adversidades hacen mella en lo más íntimo
del ser humano. Entonces, su natural impulso es refugiarse en otras personas
con similares desafíos y, de ese modo, encontrar un lazo de empatía. Esta
búsqueda, sin embargo, reviste riesgos y decepciones con el potencial de hacer
más profundo el aislamiento y detonar crisis emocionales especialmente
poderosas. Para evitarlo, es indispensable reconstruir la base de la autoestima
a través de un proceso íntimo y constante, una valoración de nuestra esencia
capaz de blindarnos frente a las inevitables agresiones del entorno.
El mundo digital no es bueno ni malo por naturaleza. Es un
reflejo del mundo concreto con sus verdades y falsedades, con sus ventajas y
riesgos. Aprender a navegarlo es un ejercicio complicado que requiere
habilidades nuevas, sobre todo cuando se presenta como un recurso inevitable de
supervivencia. Por ello es indispensable aprender a leerlo, a distinguir sus trampas
y a evitar sus callejones oscuros, pero también a reconocer sus enormes
beneficios en la construcción de vínculos sociales y afectivos capaces de
ayudar a enfrentar los nuevos desafíos. Este es el reto de los años por venir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario