Foto proporcionada por Análisis a Fondo
La fuerza del amor de una pequeña
Topito estaba perdido, y ¡apareció!
Por Francisco Gómez Maza
Fue un dramón que incubaba depresión infantil.
Había perdido a Topito, un topo de suave peluche, que es su compañero de viaje
de día y de noche, y sólo lo deja a un lado de su mesa de trabajo, mientras
está en clases frente al ordenador. Algo así como una clase de preprimaria.
Pero ya sabe leer, escribir y hacer cuentas. Y no me lo crea, pero comprende lo
leído mucho más que yo.
Pues se fueron al parque, ella y su madre, el
domingo Un gran jardín con hermosos jardines y árboles de primavera, esas
maravillosas jacarandas que florecen al entrar la estación de las algarabías.
Gran emoción para una pequeña de su edad. Iba a
jugar en los juegos mecánicos. A correr, a subir y bajar escaleras, a
resbalarse en toboganes, a columpiarse en modernos columpios. A brincar en
brincolines. Una intensa alegría invadía todo su cuerpo porque era la primera
salida formal en toda la pandemia. Un año sin ir al parque. De repente, su
madre la llevaba a los juegos que están sobre el camellón de la avenida. Pero
con sumo cuidado.
Estaba feliz. Jugando con Topito. Y halló a una
amiguita. Una nueva amiguita, con la que jugó hasta más no poder. Mientras,
dejó a Topito en la silla de un columpio, cuando le gritó la madre que ya había
terminado el tiempo de juegos. Que había que regresar a casa para la comida.
Abordaron su vehículo y la madre arrancó,
cuando la niña casi llorando le gritó: ¡Topito, mamá! Se quedó en el parque. Y
ahí van de regreso. Llegaron al lugar donde habían estado, pero no encontraron
a topo. Buscaron y buscaron. No hubo nadie que pudiera darles razón del
perdido.
Muy triste, la nena volvió al vehículo y,
llorando, llegaron a casa… Estaba inconsolable. Qué tragedia. No exagero. La
pérdida de un juguete querido es para una pequeña una verdadera tragedia. Una
profunda pérdida. Casi como la tragedia experimentada cuando muere una persona
muy amada, una madre, un padre, un hermano, cualquier familiar cercano.
Pero no perdió la esperanza. Insistía en volver
y buscar al encargado de cuidar el parque. Mamá, vamos a buscarlo. Seguro que
está en algún lugar. La madre accedió y ambas retornaron a la búsqueda. Lo voy
a encontrar, le decía la pequeña a mamá.
Y fueron directamente a lugar donde podía estar
el cuidador del parque. Mamá había elaborado un cartelón con la imagen de
Topito y una leyenda de “Se Busca”.
Y la felicidad volvió al corazón de la pequeña.
Topito estaba entre los juguetes perdidos en el parque…. Lo demás, imagínelo.
Cuántos niños habrán perdido a su Topito o
nunca lo han disfrutado…
En este país, México, residen como 32 millones
de niñas y niños de 0 a 14 años de edad, que hacen más o menos el 25 por ciento
de la población total.
El 5.4% de las niñas y niños de 3 a 14 años
hablan alguna lengua indígena y 1.7% de los menores de 15 años de edad son
afromexicanos o afrodescendientes.
El 87.9% de las niñas y niños en el país
disponen de drenaje, energía eléctrica, agua entubada y piso firme en su
vivienda; este porcentaje es menor para el caso de las niñas y niños en cuyos
hogares se habla alguna lengua indígena (61.0%).
El matrimonio y el trabajo infantil aumentaron
en 2020 respecto a 2010 en el país. Actualmente, 6 de cada mil niñas de 12 a 14
años se han unido o casado, y 122 de cada mil niños y niñas trabajan.
Bien vale celebrar el Día del Niño. Los niños
son de los pocos grupos humanos que se merecen un día dedicado a ellos. La
celebración del Día del Niño en México data de 1924, año de la Declaración de
Ginebra, el primer texto internacional que reconoce derechos específicos para
las niñas y los niños. En 1959, la Organización de las Naciones Unidas aprueba
la Declaración de los Derechos del Niño y en 1989 es firmada la Convención
sobre los Derechos del Niño, un tratado vinculante que reúne derechos civiles,
políticos, sociales, económicos y culturales.
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