Foto de Pedro Castillo proporcionada por el autor
Por Ollantay Itzamná
Las
circunstancias políticas colocan al electorado peruano en una disyuntiva
inevitable: u optamos por la conocida corrupción pública u optamos por la
dignidad promisoria. De eso se trata el próximo 6 de junio.
Keiko
Fujimori, candidata presidencial del Perú oficial que aglutina a la oligarquía
nacional, y a la gran mayoría de los limeños obnubilados por las promesas
neoliberales que nunca les llega, quiere llegar al Palacio de Pizarro para
evitar entrar a la cárcel por delitos de corrupción. El Ministerio Público del
Perú pide 30 años de cárcel para Keiko por delitos como organización criminal,
obstrucción a la justicia, entre otros.
Keiko
Fujimori, cuyo padre el dictador Alberto Fujimori (quien purga cárcel por
delitos de lesa humanidad) privatizó los principales bienes comunes del país, y
constitucionalizó el neoliberalismo en 1993, desde los 19 años de edad ejerce
función pública con tufo a corrupción. Promete más neoliberalismo en un país
que agoniza por los nefastos impactos de dicho sistema.
Pedro
Castillo, campesino, maestro rural y dirigente magisterial, desde las
profundidades del Ande peruano, con sus 51 años de edad, materializa la promesa
de la “reserva moral” y “orgullo/dignidad nacional” del Perú.
Promete
revisar los contratos de privatización, nacionalizar el gas de Camisea, cobrar
impuestos a las empresas, convocar a una Asamblea Constituyente Popular,
renunciar a su salario presidencial…
Las
encuestas electorales, que ahora sí hablan de Pedro Castillo, reiteran la
imparable superioridad creciente de Castillo sobre Keiko. Por más que los
medios corporativos pro Keiko se esfuerza por ocultar las plazas y calles
abarrotadas por seguidores de Castillo, las redes sociales, como el Facebook,
evidencian que en las redes sociales y en el interior del Perú Castillo ya ganó
las elecciones.
En este
contexto absolutamente incómodo para la oligarquía peruana, todos los
empresarios evasores de impuestos que se enriquecieron con los procesos de
privatizaciones, incluso las y los limeños clasemedieros ilusos que alardean
honestidad intelectual y rectitud moral, ahora, cierran filas contra Pedro
Castillo acusándolo de “radical”, “desestabilizador de la democracia”
“terrorista”. ¡Incluso la izquierda neoliberal le exige a Castillo moderar su
programa de gobierno!
¡Lima vive
una histórica consternación colectiva jamás antes vista en su historia ante el
crecimiento electoral imparable de un campesino con lápiz en mano!
En el Perú
oficial actual, el campesino continúa siendo un “nadie”. Un NO ciudadano,
condenado a cargar con la responsabilidad de alimentar al país sin disfrutar de
ningún derecho, ni oportunidades. Mucho menos de derechos políticos.
Para la
oligarquía y el peruano acriollado el campesino es un haragán. Un ser vicioso
del que nadie debe fiarse. Por eso, ahora, cuando ven avanzar a un campesino
hacia el Palacio de Pizarro, incluso los menesterosos limeños arengan: “Viene
el comunismo, viene el terrorismo. Nos va a quitar todo”.
Esta
reacción enfermiza contra el campesino Pedro Castillo es la externalización del
pensamiento y sentimiento arcaico de la oligarquía peruana que jamás evolucionó
ni tan siquiera al nivel del pensamiento lascasiano del siglo XVI que concedía
el beneficio de la duda sobre la humanidad del indígena.
En el
intento de Estado moderno peruano, las y los campesino nunca fuimos, ni somos,
ni seremos, ciudadanos. El Estado peruano y su aparato ideológico se funda y se
sostiene en la negación y subordinación del campesinado.
Formalmente
Ramón Castilla, allá por el siglo XIX, liberó de los tributos al campesinado.
Y, en 1969, Velazco Alvarado, mediante la Reforma Agraria, emancipó formalmente
a los campesinos del pongueaje. Pero, todo eso fue y es letra muerta. En los
hechos, para el Perú oficial y para la ilusa limeñidad, indígenas y campesinos
seguimos siendo la “músculos rudos a explotar laboralmente”.
La
oligarquía le teme al campesino Castillo, no sólo porque, ahora, se proclama en
las urnas como sujeto sociopolítico, decidido a gobernar un país quebrado moral
e intelectualmente, sino porque este diabólico campesino se acerca a raudos al
Palacio de Pizarro lápiz en mano para gobernar un Estado pensado y organizado
por y para criollos colonizados.
Las redes
sociales ante el silencio o los ataque de los medios corporativos contra Pedro
Castillo
Un
campesino, lápiz en mano, viene a gobernar al Perú criollo. A ese país que
alardeó superioridad cultural, por siglos, frente a sus vecinos como Bolivia,
sólo porque tenía como sede de gobierno a la ciudad virreinal de Lima con aroma
a naftalina. Esto es una derrota mental e intelectual para la oligarquía y sus
acriollados limeños. Un ignorante campesino, un nadie, le viene a educar lápiz
en mano. ¿Acaso la limeñidad y sus patrones no basaban su superioridad en su
proyecto de civilizar al Perú profundo? ¿Cómo es que ahora, un incivilizado, un
indeseado desde Los Andes, avanza proclamando civilizar y modernizar al país?
Esto les duele hasta en el tuétano a los oligarcas y a sus siervos culturales.
Pedro
Castillo frente a sus seguidores en mitin
El miedo,
entonces, no es sólo al “insolente” campesino que avanza hacia el Perú criollo
de la limeñidad, decidido a gobernar el país, sino el terror es ante todo al
campesino que lápiz en mano acecha al feudo de la podredumbre corrupta del Perú
oficial para emprender una prometida revolución intelectual y moral. Pedro
Castillo, al parecer, ahora, es el Brujo de Los Andes que la oligarquía peruana
y sus limeños temen.
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