jueves, 8 de abril de 2021

Elecciones generales peruanas, entre el miedo y la apatía

 

Manifestante contra corrupción pública en Peru. Internet

 

Por Ollantay Itzamná

 

Este domingo 11 de abril, más de 25 millones de peruanos están habilitados para elegir en las urnas al nuevo Presidente/a de la República y dos vicepresidentes del país, 130 congresistas y 5 representantes supranacionales. Compiten 18 candidatos/as a la presidencia.

Este bicentenario país, al momento se encuentra gobernado por un frágil gobierno transitorio, después de un inesperado cierre del Congreso de la República y la conformación de uno nuevo para un período de año y medio.

Además, el Perú sobrevive a la racha del estreno de tres presidentes en sólo días, luego de la caída del entonces Presidente Pedro Pablo Kuczynski envuelto en actos de corrupción pública que carcome a todo la estructura estatal.

Desde la instauración del sistema neoliberal en este país suramericano (1992), todos sus ex gobernantes o fueron o están siendo procesados o encarcelados por actos de corrupción, con la excepción de uno que se suicidó para no ser detenido, y otro que falleció.

A esta dantesca realidad política que desanima hasta a la ciudadanía más convencida, se suma la pandemia del COVID19 que dejó al desnudo las bicentenarias desgracias del aparente Estado peruano y condena a la incertidumbre existencial a la “criollada” peruana que siempre se creyó estar por encina de Cuba, Venezuela o Bolivia. En los hechos, el país está muy mal herido a nivel material y emocional.

En estas condiciones, la ciudadanía está obligada a ir a las urnas a votar bajo pena de multa del equivalente al promedio de 20 dólares. Y lo que se constata, a sólo horas de las elecciones generales, es que ninguno de los candidatos/as presidenciales consigue superar el 10% de las preferencias electorales.

Esto indica que el 6 de junio, en la segunda vuelta, se definirá quién será el siguiente gobernante que asumirá el poder, sin mayor respaldo popular. Al parecer, las elecciones sólo alargarán la situación de la inestabilidad sociopolítica del país. A inicios de la década de los 90 del pasado siglo, se implantó en el Perú el sistema económico neoliberal como la cultura hegemónica. Al grado que no sólo se privatizó los bienes comunes y empresas públicas sin mayor resistencia social, sino que se neoliberalizó el sentido común peruano. En los colegios se anularon las asignaturas de filosofía o todo lo que estimule al pensamiento crítico y les hicieron creer a los niños que “de mayores todos/as llegarían a ser empresarios exitosos del libre mercado”.

Mientras instalaban este falso horizonte utópico en el sentido común peruano, la oligarquía nacional (mediante sus centros de investigación cualificados, sus espectaculares medios corporativos de desinformación, sus iglesias y sus universidades) afianzó en el peruano promedio el odio a todo lo que suene o represente “izquierda social o izquierda política”. Al grado que las mismas izquierdas peruanas se neoliberalizaron y, ahora, tienen miedo de plantear abiertamente la nacionalización de los bienes y servicios privatizados, o el fortalecimiento del Estado mediante empresas públicas.

El experimento neoliberal peruano es prácticamente un panóptico donde la implacable gendarmería neoliberal tiene bajo control los miedos y deseos individuales y colectivos de la gente para evitar cualquier posibilidad de pensar o impulsar procesos de cambios trascendentales.

Por eso, la “izquierda política” que, en este caos, tiene grandes posibilidades de llegar al poder, confiesa públicamente y por anticipado ser contrario al gobierno dictatorial de la hermana República Bolivariana de Venezuela. Promete continuar con las inmorales políticas económicas neoliberales. Salvar empresas privadas con fondos públicos.

La reforma constitucional que prometen, es prácticamente un eslogan electoral para ganar votos. Triste y dura realidad en un país empobrecido y saqueado pero ilusionado en convertir a sus 32 millones de habitantes en 32 millones de exitosos empresarios privados.

Pero en este país laboratorio para posteriores estudios psicosociales, aparece un fenómeno electoral que la oligarquía criolla peruana y sus medios de desinformación peruana no pueden ocultar. Es el fenómeno Pedro Castillo

Castillo, un campesino, dirigente magisterial, profesor rural de primaria, desde las profundidades de Los Andes, desafía a la ética y estética neoliberal del Perú con su sola presencia campesina en un Perú espectacular y farandulera.

Con el sombrero puesto y lápiz en mano recorre el país, incluso derrotando al COVID19, llenando de multitudes plazas y calles con las y los sobrevivientes “indeseados” del sistema neoliberal, proclamando el eslogan de: “No más pobres en un país rico”.

Pedro Castillo, con su acento y lógica andina, propone nacionalizar los bienes privatizados, fortalecer el Estado mediante empresas públicas, concertar una nueva Constitución Política para reorganizar las instituciones estatales, emprender una educación universal para el pensamiento crítico…

No sabemos exactamente cuántos peruanos/as se sentirán identificadas/interpeladas con la “actitud de Pedro Castillo”. Lo que sí es cierto es que su sola presencia disruptiva en la apática coyuntura electoral peruana es ya un gran logro para la esperanza de cambios estructurales en el país.

Nadie asegura que las propuestas planteadas por Castillo sean factibles en su totalidad. Lo único cierto es que el Perú, producto de los 30 años de neoliberalismo continuo, es un mendigo iluso que hasta perdió “el banco de oro” en el estaba sentado esperando convertirse un día en el semillero empresarial.

 

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