miércoles, 27 de noviembre de 2019

CUENTO: "Los primos"



Por Max Villareal Al: Ing. José Valdés, ilustre compañero de mi generación universitaria, a cuya insistencia para narrarla, pergeñé la presente leyenda.


No tratamos de hablar de política económica. No. Intentaremos únicamente presentar los hechos tal cual fueron y son, siendo causales en nuestra estrecha relación comercial con los Estados Unidos, nuestros vecinos del norte; pero, primero debemos recordar algunos programas económicos que se han implementado a lo largo de muchos años de relaciones con ellos, como ayuda del gobierno de aquel país, para el nuestro.
Nos remontaremos al siglo XIX, en los tiempos del Porfiriato cuando a las empresas norteamericanas se les concesionaron la construc­ción, operación y mantenimiento de todas la líneas férreas que cruzarían a lo largo y ancho el país. Miles de kilómetros de vías surcaron el territorio nacional, desarrollando el inicio del progreso económico; pero, este exitoso sistema de transporte a principios del siglo XX, no le pareció al gobierno extranjero la superación del país y para seguir dependiendo de ellos, auspiciaron y subvencionaron a las empresas ferrocarrileras para que nos vendieran las estaciones, los talleres y las vías férreas, todo al precio fijado por ellos; pero no nos vendieron el equipo rodante: las locomotoras, vagones, púlmanes, góndolas; este equipo fue rentado a costo día por su utilización. Grandio­sa ayuda, el sistema seguía dependiendo de ellos. Y no obs­tante que el Presidente Cárdenas en el ejercicio del poder, nacionalizó el sistema creándose los Ferrocarriles Naciona­les de México, hasta la fecha, en las líneas que no se han vendido a la iniciativa privada, aún se sigue pagando renta por el equipo que se utiliza y que nunca pudimos construir para satisfacer las necesidades del servicio férreo. Todo esto con relación a las vías de comunicación.
Años después, en los tratados firmados con el Presidente Obregón en la década de los veintes, se aprobó no construir ni fabricar ningún tipo de maquinaria pesada tan necesaria para el despegue industrial del país, durante los siguientes ¡Cuarenta años! para contar con el apoyo político y afianzar a su gobierno y claro, la autorización de los préstamos de su banca para el país tan necesitado después de sus continuas guerras.
Luego, ni hablar del genial plan que decía: “América para los americanos”, pero, ¿cuáles americanos? Claro, para ellos solamente; y continuamos con el programa de los “Buenos Vecinos”, donde nosotros somos los buenos y ellos los vecinos. A continuación el plan latinoamericano de Kennedy; el ingreso al GATT y a la Organización Mundial de Comercio, y finalmente el Tratado de Libre Comercio, el cual es obligatorio para nosotros y ellos hacen y cumplen lo que les parece, lo que les conviene, ¿ejemplos? El atún y el aguacate, con cientos de pretextos judiciales, no los dejan entrar a su mercado.
Con la creación de sus grandes bancos, Mundiales, Interamericanos, de Desarrollo, etc.… con los cuales el pueblo Mexicano está vendido, por lo menos, durante tres generaciones más; eso si no se sigue pidiendo prestado dado que solo producimos para pagar los intereses, ya que los capitales, éstos, se los llevaron los políticos que nos han gobernado principalmente los últimos treinta años y específicamente en los períodos presidenciales del nefasto Salinas, ahora convertido en el hombre más poderoso del país, y del chico inteligente Zedillo, al momento un brillante empleado de sus compañías. Y más y más programas, acuerdos, tratados, componendas, cabildeos, muchos aún ocultos a la opinión pública y en todos, el único ganador económicamente, han sido los Estados Unidos.
En los años cuarenta, en los tiempos del segundo conflicto mundial y el período posterior, la posguerra, dado que su mano de obra campesina se encontraba luchando en los frentes de guerra, pidieron nuestro apoyo para elevar su menguada producción agrícola con el programa de braceros; sí, pedían nuestra fuerza óptima campesina con la frase acuñada del parentesco, con base en la idea de que todos los pueblos desde el Río Bravo hasta la Patagonia, sus habitantes son producto del mestizaje entre las razas originarias del continente con las razas latinas de la Europa, principalmente las íberas, ocurriendo por tanto que corran por las venas de todos los habitantes, la misma sangre; o sea, que todos somos hermanos. Ellos, anglosajones la mayoría, sin mezclarse con las etnias primigenias, dicen no ser nuestros hermanos; aunque por vivir en el mismo continente y justificar la ayuda solicitada­, se autonombraron: "nuestros primos del norte".
A muchos compatriotas les causó risa, a otros indiferen­cia, a la mayoría repulsión: cómo podían ser parientes nues­tros si siempre nos han aplicado la ley del embudo en todos los ramos de la producción; todo para ellos y para nuestro pueblo únicamente las migajas. Sin olvidar que a los mexicanos que cruzan la frontera sin documentos, en busca de mejor vida, relegando el parentesco que ellos declaran tener, los gringos se apertrechan pa­ra emboscarlos y como si le tiraran a los patitos de los stands de tiro de las ferias, los asesinan. En cierta forma muy cruel, les hacen cumplir su deseo: los pasan a mejor vida.
Con todos estos antecedentes; aunque usted no lo crea, como dice Ripley: ¡Sí son nuestros primos! Para explicarles este parentesco, nos remontaremos unos años antes de la conquista española:
Los primeros españoles que pisaron el territorio en las­ costas de hoy Quintana Roo, fueron dos sacerdotes, únicos supervivientes de un naufragio en el mar Caribe. Nadando llegaron a tierra firme y al tener contacto con la población nativa, fueron tomados como esclavos del cacique Maya, jefe de la población donde llegaron. Al paso del tiempo, uno de ellos llamado Jerónimo de Aguilar, que se mantuvo fiel a su religión, al arribar otra nave española comandada por Juan de Grijalba, se embarcó y se reintegró con sus paisanos; no así el otro que con el nombre de Gonzalo Guerrero, una vez que se ganó las confianzas del cacique maya, se casó con su hija, y con la habilidad que tenía para las armas, preparó al pueblo adoptivo en las tácticas y sistemas de guerra españolas, que le redituaron muchas victorias contra los ataques de los pueblos vecinos elevando el poderío de su suegro. Él no regresó, él se quedó con el pueblo maya como uno más de ellos y sus hijos fueron los primeros mestizos nacidos en el territorio continental y por lo tanto, el apellido Guerrero, es el apellido que llevó un digamos, primer ciudadano mexicano.
A la llegada del sifilítico soldado español Hernán Cortes a las playas del reinado de los totonacas en Cempoala, el poderoso imperio Azteca-mexica dominador de todos los pueblos por medio de la milicia y el comercio, gobernado por el gran tlatoani Moctezuma el Joven, en la estructura social del imperio formaban una parte muy importante los pochtecas --comerciantes-- que recorrían el enorme territorio Mexica, vendiendo y comprando por medio del trueque, todo lo imaginable y necesario para la vida del señorío. Además de ejercer su oficio, eran los informadores --llámense espías o embajadores actualmente--­ para el imperio, de la situación en que se encontraban política y principalmente la capacidad militar de los señoríos que recorrían.
De uno de ellos fue de quien recibió Moctezuma, la noticia de que el hombre blanco y barbado –Quetzalcóatl, para la teología Mexica--, había regresado a bordo de unas grandes canoas por el gran mar de oriente, cumpliéndose las profecías.
Un pochteca muy importante, visitando las tierras al occidente del gran imperio Mexica, tierras dominadas pero no gobernadas, compró a otro pochteca local a dos pequeñas hermanas que por el ejercicio del trabajo del padre habían nacido en diferentes sitios, la mayor nacida en tierras del señorío de Xalisco y la menor en un pueblo tarasco; ambas muy hermosas, distinguiéndose la primera por ser muy inteligente y dominar la lengua purépecha como idioma materno, y la lengua náhuatl por los continuos viajes y contactos que el comerciante local, tenía con el reino Mexica.
Su nuevo dueño las trasladó en su caminar hasta las tierras del Mayab, en cuya travesía la jovencita mayor conoció el enorme imperio
y los pueblos con los que comerciaba y de los cuales recibía los tributos obligados por su jerarquía y dominio político. Esta travesía le hizo comprender la situación social que prevalecía entre los habitantes sojuzgados por el reino de Moctezuma.
Al llegar al final de su destino, el pochteca las vendió al Cacique Maya en 1o que hoy es Tabasco; el cual las protegió hasta que cumplieran su mayoría de edad y estuvieran listas para contraer matrimonio. Durante este pe­ríodo, la joven aprendió a hablar perfectamente la lengua maya.
Al llegar los soldados españoles al territorio maya, el capitán al mando, Alonso Portocarrero, en cruenta lucha venció al Cacique Tabasqueño, recibiendo como tributación a la hermana mayor y una dote de joyas en oro y jade. El capitán, admirado por la belleza de la joven, la tomó como esposa ubicando su residencia en la población de Painallan, en territorio maya cercano a la provincia de Coatzacoalcos y como ella se dio a conocer por su inteligencia y conocimientos primeramente en este lugar, muchos historiadores aseguran que es su lugar de origen, dentro de la zona tabasqueña, actualmente.
Al enterarse Gonzalo Guerrero que sus antiguos compatriotas habían lle­gado a la zona de Campeche con intensiones precisas de con­quistar las tierras desconocidas para ellos y muy bien exploradas por él, se trasladó de su tierra adoptiva a las tierras recién sometidas y una vez dada a conocer su situación, entabló conversación con Portocarrero en Xicalango, un pueblo ubicado frente a la hoy Laguna de Términos en Campeche, estando presente la her­mosa esposa de Don Alonso como intérprete y con base en una triangulación
del náhuatl al maya, lenguas dominadas por la mujer, al maya y español que hablaba Guerrero, se realizó la primera comunicación entre los Señores aztecas, los Caciques Mayas y los soldados españoles.
Portocarrero le presentó a su esposa al bárbaro y feroz capitán Pedro de Alvarado­ y éste, viendo la valía que representaba para la conquista, la unió a su contingente para ir de regreso a Cempoala, presentándosela a Hernán Cortés. El Capitán General de las tropas españolas se prendó de la hermosa mujer y de inmediato la hizo su mujer e inseparable compañera durante toda la travesía hacia la capital del imperio, hacia México Tenochtitlan.
La mujer muy pronto aprendió el idioma español y, reconocida por mucho­ tiempo como una traidora a su pueblo, en realidad fue incontable su ayuda para que la conquista española fuera menos sanguinaria de lo realmente fue, al servir como interprete y mediadora al impedir que la brutalidad de los conquistadores avasallara con matanzas sin ton ni son, a su pueblo. Esta gran mujer llamada Malintzin –la de hermosa trenza--, y Hernán Cortés el bárbaro conquistador, unidos en matrimonio viviendo juntos luego de haberse terminado las batallas de la conquista en la casa construida por él en Coyoacán, procrea­ron un hijo: Martín Cortés, el primer mestizo hijo de español y nativa, reconocido como tal e iniciador de la raza mexicana, de la cual estamos orgullosos por ser portadores de la sangre azteca-mexica.
Nombrar a esta mujer como La Malinche, es un equívoco. Malinche es el conquistador, llamado así en forma despectiva por el pueblo azteca al ser el esposo de Malintzin. Al igual que en nuestros tiempos, aún se acostumbra a decir, cuando un hombre se casa con una mujer que es la dominante en el matrimonio, principalmente en lo económico; llamada digamos Teresa, a él le llamamos: El Te­reso. De esta manera los aztecas llamaban a Cortés como El Malinche; y el neologismo: malinchista, aún no aceptado, es correcta su acepción: el que admira o prefiero lo extranjero. Pero, continuemos con nuestra rememoración:
La iglesia española ve con malos ojos la unión de Cortés no autorizando tal matrimonio con Malintzin. El conquistador, con su poder y sus méritos por los suelos ante el Rey de España, obligado, acepta casarse con una noble dama recién llegada exprofeso a tierras aztecas. ¿Y qué hace con Malintzin? Ordena a uno de sus capitanes, Juan Jaramillo, a que se case con ella, atestiguando la unión y posteriormente al finalizar la ceremonia, darle las órdenes de que se traslade al mando de sus tropas a Iztacchichimecan para tomar posesión de las tierras chichimecas al ser convencidos los belicosos guerreros nativos por el indio Conín, que para evitar una gue­rra la cual arrasaría a su pueblo, bajaran las armas y por la paz, someterse al gobierno español. En esta población, hoy llamada San Juan del Río, en Querétaro, en la casa que le construyó su esposo y se tiene conocimiento de su ubicación cercana a la Hacienda de Galindo, en pleno reconocimiento de su valía, evangelizada y bautizada como Doña Marina, tenien­do a su lado a la hija única de este matrimonio, María; la hermosa mujer llamada Malintzin, terminó sus días.
Pero, ¿qué pasó con su hermana? Ella llevó otro derrotero. Tomada como esposa por otro capitán español, se embarcaron en uno de los navíos expedicionarios que rodeando las costas del golfo a partir de la Villa Rica de la Veracruz, llegaban a la Florida y de allí regresaban a Cuba. Ruta descubierta por Pánfilo de Narváez, que luego de ser enviado por Diego de Velásquez, el gobernador de Cuba, para someter a Hernán Cortés y derrotado por éste en la célebre batalla ocurrida en Cempoala, se retiró incursionando hacia la Florida, muriendo en un naufragio en viaje posterior, frente a las costas de la hoy Luisiana.
Alvear Núñez Cabeza de Vaca, acompañando a Narváez, desembarcó antes -en Gálveston- continuando su marcha hacia el oeste donde fue hecho prisionero y esclavo de las tribus in­dígenas. Fingiendo ser un mago y tener poderes divinos, se escapó y llevó una azarosa y anecdótica vida por el norte del territorio nuestro, hasta llegar a tierras de lo que hoy es Sinaloa.
Con uno de estos arrojados expedicionarios, el capitán y su esposa, la hermana de Malintzin, arribaron al ancho delta del Rio Misisipi, después de ser descubierto por­ Hernando de Soto en cuya margen fue muerto por las tribus moradoras.­ La pareja, siguiendo el curso del río, aguas arriba, llegaron a tierras del Misuri donde se establecieron y procrearon a numerosa familia, los primeros mestizos que colonizaron como pioneros, el actual territorio de los Estados Unidos, extendiéndose sus descendientes hacia el centro y norte de la extensísima y virgen región, ¡casi cien años antes!, cuatro o cinco generaciones previas de que se iniciara la ocupación de los ingleses del Mayflower por las costas del noreste, en lo que llamaron La Nueva Inglaterra.
Por lo tanto, si nosotros los mexicanos y ellos los vecinos del norte, somos descendientes de dos hermanas, somos, sin lugar a duda: “primos”, ¿no es así? Dando por este hecho to­ral la causa del parentesco que nos une; faltando únicamente averiguar el porqué, siendo primos, se hayan comportado tan injustamente con nosotros en todas las relaciones sociales y principalmente las comercia­les, manifestando ostensiblemente un feroz racismo contra nuestro pueblo.
¡AAAHHH! Olvidaba decir que la hermana menor, nacida en un pequeño pueblo michoacano hoy llamado Irimbo, fue digamos bautizada con este topónimo, siguiendo las costum­bres ancestrales de nuestro pueblo; tal como se sigue utilizando ahora como herencia del pueblo español al nombrar éstos a sus recién nacidos con el apellido de la región oriunda. Todos nuestros apellidos han seguido esta norma.
Siguiendo con este criterio así se le llamó a la hermana, nada más que con el nombre del pueblo, en el idioma del lugar, el tarasco, no Irimbo como lo es ahora, sino con el nombre original: Tzingada. Ésta mujer se llamó: Tzingada.
De esta manera queda todo perfectamente explicado, somos hijos de dos hermanas como antes se determinó; nosotros, los mexicanos, somos hijos de la Malintzin; y ellos, nuestros vecinos, los norteamericanos, son hijos de la Tzingada. Y el que dude o no crea que los gringos son hijos de la Tzingada, duda­rá que tenemos el parentesco de primos y deberá por lo tanto tirar esta leyenda al bote de la basura. ¿Estamos de acuerdo?

MAX VILLAREAL.
mayo del 2001.

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