Por: Alejandro Pedregal
El país latinoamericano posee 21 millones
de toneladas métricas de este metal alcalino, estratégico para la transición
energética, lo que supone casi el 70% de las reservas mundiales.
Bolivia ha sido un país marcado, desde
tiempos de la colonia, por la minería. Y si hay un departamento que representa
esto como ningún otro, es el de Potosí. “Esta ciudad condenada a la nostalgia,
atormentada por la miseria y el frío, es todavía una herida abierta del sistema
colonial en América: una acusación. El mundo tendría que empezar por pedirle
disculpas”, escribió sobre su capital Eduardo Galeano en Las venas abiertas de
América Latina en 1971.
El departamento de Potosí se encuentra hoy
en una situación muy diferente. De acuerdo con un estudio de la Fundación
Milenio, desde 2005 –un año antes de que Evo Morales accediera a la
presidencia– hasta 2017, su PIB creció a un ritmo del 5,5%, con algunos
episodios de alta volatilidad y picos, como el del 24, 25% de 2008. Su
dependencia de la mina, en todo caso, sigue intacta: sin ella, el promedio del
PIB en ese periodo bajaría al 2,9%.
En 2018 el PIB alcanzó el 4,1% y la minería
representó alrededor de una tercera parte de este. En Potosí se produce en torno
al 80% de los minerales de Bolivia, lo que supone entre el 55% y 60% del PIB.
La minería es el tercer sector productivo y, por ello, en todo el país, y en
Potosí en particular, es estratégico en el ámbito económico, pero también de
gran presión en el ámbito político.
El gobierno del Movimiento Al Socialismo
(MAS) se ha enfrentado en múltiples ocasiones a esta realidad a lo largo de su
mandato. Si bien las políticas extractivistas —a las que las economías
periféricas a menudo se ven forzadas para poder crecer— condicionan la
diversificación de la economía productiva nacional, la apuesta del ejecutivo de
Morales por que el sector minero contribuyera a sus políticas sociales ha sido
clave para que la pobreza se contrajera del 60,6% al 34,6% durante su mandato,
con una reducción en la pobreza extrema del 38,2% al 15,2%, entre otros logros
inapelables.
Esta posición ha conducido, sin embargo, a
Bolivia a una relación conflictiva con las multinacionales mineras. La
suspensión de contratos heredados y los esfuerzos para controlar un sector
clave, han llevado al país ante tribunales de arbitraje internacionales en
diversas ocasiones; enfrentamientos en los que el gobierno canadiense ha
adoptado un papel especialmente beligerante, al ejercer prácticamente de
portavoz de las multinacionales de este país, que concentran alrededor del 60%
del negocio a nivel mundial. Con todo, y a pesar de que en 2014 ya se estimaba
que estos litigios habías supuesto alrededor de 1.900 millones de dólares para
Bolivia, el propio Financial Times reconoció que la política del gobierno de
Evo Morales había llevado al país a triplicar la economía boliviana al tiempo
que se había “logrado un récord en reservas de divisas”.
El litio boliviano y la disputa geopolítica
entre Estados Unidos y China
Un aspecto constatable durante el mandato
de Morales ha sido el descenso de la influencia de Estados Unidos en Bolivia.
Como muestra un estudio del CELAG, el país llegó a ser uno de los mayores
receptores de asistencia estadounidense en el continente hasta la expulsión del
embajador Philip Goldberg y la Administración para el Control de Drogas (DEA
por sus siglas en inglés) en 2008, tras un frustrado golpe, y de la USAID
(Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) en 2013.
Entonces, la ayuda cayó vertiginosamente; con una pequeña interrupción en la
tendencia en 2014 y, sobre todo, 2015, coincidiendo con los meses previos al
referéndum constitucional de febrero de 2016.
A pesar de estos datos, la minería
boliviana sigue siendo la principal proveedora de estaño, tungsteno, hierro y
antimonio a Estados Unidos, y una de las más importantes de cobre, plata, oro y
zinc. Sin embargo, las relaciones comerciales entre Bolivia y Estados Unidos
también se han visto notablemente afectadas por el creciente papel de China en
la región: el 21% de las importaciones del país sudamericano proviene del
gigante asiático (que es además el principal acreedor del país), mientras solo
el 7,5% lo hace de Estados Unidos. Evidentemente, el sector minero también se
ha visto condicionado por esta disputa que, además, involucra a otros actores
como Alemania, Canadá, Rusia o Japón. Y, además de otros factores, para
retratar hoy ese conflicto hay que fijarse en el litio.
Como es bien conocido, este metal alcalino
resulta estratégico para el ámbito tecnológico; aún más, si cabe, ante las
perspectivas de una transición energética que afecta a sectores como el de la
automoción. La empresa estadounidense SRK certificó a finales de febrero que
Bolivia posee 21 millones de toneladas métricas de litio, lo que supone casi el
70% de las reservas a nivel global. Y todo apunta a que la demanda de este
material al menos se duplicará para 2025. Ese año aparecía en la agenda del
gobierno boliviano para, coincidiendo con el 200 aniversario de la
independencia del país, completar el proceso de industrialización definitivo,
con el litio como una parte sustancial de este. Una alta concentración de este
metal se encuentra en el salar de Uyuni, en el departamento de Potosí, frontera
con Chile y Argentina. Es en este triángulo en el que se estima que se hallaría
alrededor del 85% del litio mundial. Pero a diferencia de lo que sucede en las
regiones chilena y argentina, la extracción del litio potosino requiere de una
mayor innovación técnica para adaptarse a la altura y la humedad que
obstaculizan los sistemas de evaporación.
A pesar del interés en desarrollar una
industria nacional de litio, las exigencias de una inversión de esta magnitud
no eran asumibles para Bolivia por sí sola, por lo que para desarrollar el
plan, el gobierno precisaba de capital y experticia extranjera. Aún así,
Morales condicionó la inversión foránea a una alianza paritaria con la compañía
minera nacional, COMIBOL, y con Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB). Así, en
diciembre de 2018, se llegó a un acuerdo con ACI Systems Alemania (ACISA) para
explotar el litio del salar de Uyuni con el fin de producir cátodos y baterías
de ion litio. ACISA es una empresa germana que, entre otros clientes, provee de
baterías a Tesla. Además, el pasado febrero, Bolivia también llegó a un acuerdo
con la compañía china TBEA Group para, junto a YLB, extraer litio de otros dos
grandes salares en Coipasa (en el departamento de Oruro) y Pastos Grandes
(Potosí). La entrada de TBEA, junto a la de otras chinas, como China Machinery
Engineering, que ya estaban situadas en el negocio del litio en el país y
habían demostrado la pericia necesaria para desarrollar nuevas técnicas de
extracción —de las que, se criticó, carecía ACISA—, además de ofrecer buenas
perspectivas en el reparto de las ganancias, se interpretó como una amenaza
para las principales mineras transnacionales.
Sin embargo, y además de otros conflictos
mineros, el pasado octubre, apenas unas semanas antes de las elecciones
generales, el Comité Cívico Potosinista (Comcipo) inició una serie de protestas
contra el acuerdo con ACISA, así como contra el alcanzado con TBEA, para exigir
mayores regalías para Potosí por la explotación del litio. En los convenios se
contemplaba un royalty del 3% para el departamento. Las acciones de protesta
incluyeron un paro cívico y la huelga de hambre de algunos de los dirigentes de
Comcipo, con su presidente Marco Pumari a la cabeza, así como diversos
episodios de violencia y racismo contra el MAS. Tras entablar negociaciones
directas con el propio Morales, en las que el gobierno adquirió diversos compromisos
con Comcipo, y a escasos días para las elecciones, Pumari desconvocó la
huelga.
Una vez pasadas las elecciones, el 4 de
noviembre, con el conflicto postelectoral ya desatado (debido a un supuesto
fraude que varios informes ya han desmontado), el gobierne canceló el acuerdo
con ACISA. Para entonces, Pumari ya estaba activo en otros frentes.
El papel de Marco Pumari y las protestas de
Comcipo
Pumari es un antiguo militante del MAS,
expulsado por haber desfalcado dinero de las juventudes del partido, del que en
agosto pasado se filtró un audio en el que expresaba la necesidad de apoyar al
candidato opositor de CC (Comunidad Ciudadana), Carlos Mesa, en las elecciones.
Para ello reivindicaba, con expresiones notablemente despectivas, la necesidad
de que “todas aquellas vinchucas, chulupis y todo lo demás” votaran a Mesa para
por fin desbancar a Morales de la presidencia del país.
Pumari activó la huelga de Comcipo en
octubre y lideró las conversaciones con Morales antes de desconvocarla a
escasos días de las elecciones. Pero, ante las acusaciones de fraude lideradas
por el millonario ultraderechista y fundamentalista católico Luis Fernando
‘Macho’ Camacho, del Comité Cívico de Santa Cruz, no dudó en ponerse del lado
de este, llegando a allanar un domicilio desde donde denunció que se cometía el
fraude para después desdecirse. Con el conflicto desbocado, Pumari unió su
destino al de Camacho, quien –además de disponer de otros apoyos regionales
cercanos a Estados Unidos–, según la información recogida por el medio
argentino El cohete a la luna, el 4 de noviembre se reunió con representantes
consulares de Argentina (a los que habría pedido asilo si el golpe fracasaba) y
de España, a los que habría señalado la inminente incorporación de las Fuerzas
Armadas al golpe.
Ese mismo día fue el día que el gobierno de
Evo Morales anuló el acuerdo con ACISA. Tan solo dos días después Pumari se
reunía con Camacho en un acto público. Y, ante la lectura que el vicepresidente
Álvaro García Linera había hecho de dos versículos del Antiguo y el Nuevo
Testamento para responder a las críticas del empresario cruceño, en un gesto
servil Pumari reivindicaba que “Camacho les ha hecho leer la Biblia a los
herejes”.
Una vez entregado su capital político a la
causa golpista de Camacho y Mesa, Pumari celebraría por todo lo alto que esta
causa alcanzara sus objetivos seis días más tarde, cuando el Ejército se unió
al alzamiento cívico-político-policial y asestó el golpe definitivo al
presidente Morales. Mientras este salía hacia el exilio en México, Pumari
reproducía un guion que resulta ya clásico a toda oposición derechista en
América Latina: aparecía en CNN y acusaba a Cuba y Venezuela de haber mandado
francotiradores contra las protestas postelectorales sin ofrecer ninguna
prueba.
El gobierno de facto y los intereses
estadounidenses
Ante las crecientes sospechas sobre el
papel estadounidense en el golpe de Bolivia –denunciado por personalidades como
Noam Chomsky, Jeremy Corbyn, Bernie Sanders o Roger Waters–, es de esperar que
el gobierno de facto actual de Jeanine Áñez restablezca una relación preferente
con Estados Unidos que dé respuesta a sus intereses regionales, lo que
afectaría tanto a su comercio como a sus inversiones. (No es de extrañar que,
en medio de la feroz represión que ha desencadenado este gobierno, algunas de
sus primeras medidas hayan sido la expulsión del personal médico cubano en el
país, para regocijo de Estados Unidos, o la salida de la ALBA-TCP).
El sector minero, y especialmente el
negocio del litio, marcará en buena medida este giro. No en vano, ACISA ya
expresó, con la derogación del acuerdo, que estaba “segura de que nuestro
proyecto (…) podrá continuar después de una fase de calma y clarificación
política”. Es de prever que, entre otras, la canadiense Pure Energy Minerals,
también proveedor de Tesla y que ya se posicionó en su momento con respecto al
salar de Uyuni pero no fue capaz de ajustarse a las exigencias del gobierno de
Evo Morales, adopte movimientos significativos si el contexto político le es
favorable. En cualquier caso, la incertidumbre entorno al litio aumenta con la
inestabilidad en el país (unida a la que hay en Chile, Ecuador y Perú), debido
a la enorme inversión que entraña y la resistencia social a la que ésta podría
enfrentarse ante circunstancias como las actuales.
El golpe de Estado en Bolivia parece poner
en evidencia la creciente preocupación de los Estados Unidos ante la
posibilidad de que un nuevo ciclo progresista se consolide en el continente.
Sin embargo, si bien es cierto que, como diría Hugo Chávez, el rastro de la OEA
en el golpe (del que he hablado en otro artículo) deja un fuerte olor a azufre,
cada día parece más notable que este golpe también apesta a litio.
*Alejandro Pedregal es escritor,
cineasta, profesor e investigador. Su libro más reciente, Evelia: testimonio de
Guerrero (Akal/Foca, 2019), recoge el testimonio de la defensora social Evelia
Bahena García en su lucha contra las mineras en el estado de Guerrero (México).
Es doctor por el Departamento de Cine, Televisión y Escenografía de la
Universidad Aalto (Finlandia) y profesor en la Unidad de Arte Expandido (UWAS)
de la misma institución.
*Artículo original tomado de Rebelión y Revista Contexto
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