Pie de imagen: Sundar
Pichai de Google, Jack Dorsey de Twitter y Mark Zuckerberg de Facebook
· ¿Controlarán a la humanidad?
· The
Big Brother ¿se queda corto?
Por Francisco Gómez
Maza
Mi maestra María
Moliner, en su diccionario de uso del español, publicado por la editorial
Gredos, define puntualmente lo que significa libertad, relacionada con las
costumbres humanas (la moral), la expresión, la escritura y la publicación de
las opiniones, entre otras.
Fundamentalmente,
libertad es la facultad del hombre y la mujer de elegir su propia línea de
conducta, de la que por tanto son responsables. Libertad de expresión es la que
permite a cada uno expresar sus ideas, sin que se le censure o castigue por
ello.
Y libertad de imprenta
es la de escribir y publicar cualquier opinión, sin previa censura del estado y
sin más responsabilidad que la determinada por las leyes civiles (por cierto,
muy cuestionables porque quién es ese ente social para ser juez de la libertad
de los seres humanos).
Clarísimo. No queda
duda de que el ser humano no puede, si no viola la ley civil, ser violentado
por el Estado, por los llamados poderes, por manifestar sus opiniones.
Nadie tiene potestad de
prohibirle. Si el Estado no puede; si la Iglesia defiende la libertad
religiosa, nadie más tiene esa potestad. La libertad es connatural al ser
humano.
Sin embargo, los
defensores del estado de cosas, que buscan la hegemonía total como lo reseña el
gran escritor George Orwell, cuando desnuda la dictadura, intentan apoderarse
de la conciencia de la sociedad y de los individuos, e imponer sus reglas en
detrimento de las libertades humanas.
Y las grandes empresas
que reclaman la comunicación como su producto para comerciar, como Facebook y
Twitter, y que muchos las vieron como los únicos espacios de absoluta libertad,
no sólo de expresión, sino de comunicación porque agregaron el derecho de
réplica inmediato, que no tenían los medios tradicionales, ahora se abrogan la
propiedad absoluta del derecho a la libertad.
Si yo publico algún
mensaje o imagen que al llamado CEO de las grandes empresas de comunicación le
parece inmoral, inmediatamente soy castigado, aunque ellos sean de doble moral en
el terreno pornográfico.
Y se van más a fondo.
Si los censores de tales aplicaciones consideran que mi opinión sobre el aborto
atenta contra sus intereses, me castigan. Quienes sólo publican ligerezas en
las páginas digitales de Facebook o Twitter no tienen ningún problema.
Alguien dijo
–ciertamente no fue el gran Voltaire- que podría no estar de acuerdo contigo,
pero defendería, hasta con mi propia muerte, tu derecho de expresarte. Yo no
estoy de acuerdo con lo que dice y hace Donald Trump, hasta ahora presidente de
los Estados Unidos; tampoco estoy de acuerdo con algunos de los colaboradores
de análisis a fondo diario. Con todo respeto absolutamente su derecho de
decirlo o escribirlo.
Y los dueños de tales
plataformas de comunicación no están de acuerdo conmigo. Defienden la
arbitrariedad de su manejo personal. Los respeto, pero no puedo menos que
denunciarlos como violadores del derecho humano de opinar y expresarse en los
medios de comunicación creados por ellos como tribunas, plazas públicas, para
debatir e inclusive para discutir, aunque discutir sea un medio para imponerse
a los demás, y debatir signifique intentar aprender del oponente.
Hoy puse atención a uno
de esos personajes, punta de lanza de poderosas corporaciones, quizá
inconscientemente, de las que muy pocos saben, como el llamado Club Bildelberg,
que buscan la hegemonía supranacional: El director general de Twitter, Jack
Dorsey, quien rompió este miércoles el silencio con una serie de publicaciones
en la plataforma, en las que defendió la decisión de su compañía de cancelar la
cuenta de Trump, aunque advirtió que se podría establecer un peligroso
precedente.
No estoy de acuerdo con
Trump. Menos lo estoy con Dorsey y menos con el dueño de Facebook, Mark
Zuckerberg, quien también bloqueó la cuenta del cuestionado mandatario. Dorsey
insinuó tomar acciones extremas contra figuras públicas, como cancelar la
cuenta de Trump, lo cual destaca el extraordinario poder que pueden llegar a
tener compañías como la suya, y el daño que pueden ocasionar. Me quedo con las
libertades a las que me referí al principio de este texto.
Siendo reportero, he
constatado que empresas periodísticas tradicionales, muy poderosas, siempre
intentan coartar la libertad de expresión del periodista, sobre todo las sólo
son usadas de parapetos para negocios colaterales non sanctos, y que están al
servicio de grupos facciosos, o son financiadas por empresarios de los poderes
fácticos: delincuencia de cuello blanco, y delincuencia organizada…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario