Estoy
concentrada leyendo mi libro cuando de pronto la veo aparecer, una mujer
asiática, alta, esbelta, con un abrigo de invierno majestuoso. Regreso a mi lectura,
pero no puedo concentrarme y vuelvo a verla, tanta hermosura en una sola
persona. Pero cómo es posible, me pregunto, intentando leer mi libro de nuevo,
que tanta belleza además tenga la sutilidad de la ternura, porque en sus ojos
vi ternura.
Regreso
a mi libro, solo por bajar la cabeza y fingir que leo porque perdí la
concentración. La mujer esbelta va a recoger a su hija de cinco años que se
encuentra entrenando baloncesto, la toma de la mano y sale del recinto, yo la
sigo con la mirada y la veo subirse a un Mercedes-Benz de lujo. Se marchan.
¡Qué especie de aparición fue esa! Suspiro.
No
es común ver a una mujer asiática alta, existen claro que sí pero no es común
verlas. Además, ese abrigo típico de invierno, a cuadros, larguísimo. Que son
mis favoritos, pero no tengo la altura para usarlos y siempre me encanta verlos
en otras mujeres altas que los lucen estupendamente.
Pasan
los días y la mujer de ternura en sus ojos sigue llegando a recoger a su hija,
a veces se sienta en uno de los sofás en el área de espera, con una elegancia,
toda ella es pura delicadeza y yo pierdo la concentración y solo me quedo
viendo las letras inteligibles en el libro. Hasta que un día se sienta justo al
lado mío y siento desmayarme, algo así como una especie de vahído, dirían en mi
pueblo. Hasta que la veo directamente a los ojos y le digo a manera de queja: tienes
una hermosura sobrenatural que me hace perder la concentración en la lectura,
es imposible leer. Ella sonríe y me dice que le caigo bien, que me ha
visto leer desde que estaciona su automóvil, me pregunta cómo le hago para no
perder la concentración, que ella era como yo cuando era joven y vivía en
Corea.
Cuéntame
de Corea, le digo después de saludarla en su idioma, su sonrisa es de sol
cuando le hablo en coreano, asombrada me pregunta cómo aprendí ese idioma y le
digo que, en mi primer trabajo en el país con una familia coreana, que además
sé cocinar algunas comidas típicas pero que solo sé algunas palabras para
saludar, nada más. Sigue sonriendo admirada, me pregunta de qué país soy y
continúa nuestro intercambio de culturas. Tiene 50 años y emigró a Estados
Unidos cuando estaba a mitad de la carrera universitaria, quería salir de donde
vivía e irse lejos y conoció a un coreano nacido en Estados Unidos que llegó a
visitar a su familia, le ofreció matrimonio y no lo pensó dos veces y se largó
con él. Tuvieron dos hijas, una de 15 y la otra de 5, pero con la de quince no
se lleva me cuenta porque tiene el carácter y la arrogancia insoportable como
la familia de su esposo. En cambio, la pequeña es toda ella.
La
mujer de ternura en sus ojos no tiene familia en el país, ni siquiera una tía
lejana o primos algo así por estilo, está totalmente sola. Su esposo un hombre
adinerado le ha dado todos los lujos que puede dar el dinero, pero ella vive
dentro de una cárcel porque tiene que obedecerlo y a toda su familia. Me
recuerdas mucho a mí cuando era joven me dice, me pregunta de mi día a día, si
estoy casada si tengo hijos, le digo que no, me pregunta qué hago en mi tiempo
libre además de leer y le digo que habitualmente voy a caminar y a hacer
bicicleta a las reservas forestales, que convivo con muy pocas personas porque
no me gusta, que me gusta más el monte y la soledad que la gente. Que tomo mi
bicicleta y me voy a la ciudad, que me como una pizza y me tomo dos cervezas y
luego voy a visitar los museos para regresar cuando cae el sol, pedaleando mi
bicicleta. Suspira conforme le voy relatando mis actividades. Me recuerdas
mucho a mí cuando era joven, no te cases nunca, no sabes lo feliz que eres
ahora, la libertad que tienes, todo cambia cuando uno se casa y nacen los
hijos, salvo que tengas suerte y te cases con un hombre distinto al del patrón
machista. O con una mujer, secunda. ¿Con una mujer?, y me atoro de la risa. Sí,
¿no me digas que piensas como lo hace la mayoría que creen que una mujer solo puede
estar con un hombre?, yo no lo creo. No, ni yo tampoco.
Uno
no espera tener este tipo de conversaciones, una persona tiene que ser mente
abierta en realidad para que no se escame con cosas de géneros, tan
insignificantes. La mujer continúa hablando de todo tipo de temas, con lo que
yo pienso que tiene la mente de una persona anarquista, pero ¿cómo una mente
tan brillante fue a terminar casada así y viviendo de esta forma? Nada del otro
mundo tampoco, sucede todo el tiempo. Nunca practicó ninguna religión en Corea,
pero desde que se casó tiene que asistir todos los domingos a la iglesia
coreana con la familia de su esposo, así se esté muriendo de un dolor de cabeza
o de cualquier otra cosa que la haga sentir indispuesta, porque la familia de
su esposo es adinerada y muy querida y respetada en el sector, no se vería bien
que ella no asista a la iglesia con ellos.
Conoce
infinidad de países y tiene varias tarjetas de crédito, cada año cambia de
automóvil, pero lo daría todo me dice, por tener la libertad de agarrar la
bicicleta y perderse un día en la ciudad como lo hago yo. Que no monta
bicicleta desde que emigró, que en Corea lo hacía todo el tiempo. No te cases,
me vuelve a decir, tienes la libertad y la felicidad que muy pocas mujeres
tienen, goza por ti y por todas ellas. Pero si llega un loco o una loca con tu
misma locura entonces invítalos a dar un paseo en bicicleta contigo y ahí
decides. Tiene que ser paseo en bicicleta, le pregunto muerta de la risa y se
atora ella igual. Sí, y ponlos a que te alcancen a ver si pueden y llévalos a
los museos a ver si aguantan, a la pizza y las cervezas no porque seguramente
dirán que sí encantados, ¡ambas nos matamos de la risa!
Pero
tienes una vida plena y no necesitas a nadie que la importune. Te veo, me dice,
y me veo cuando eran joven. Yo era exactamente como tú, no cometas el mismo
error que yo. No me atreví a preguntarle por qué no se divorciaba.
Me
fascina hablar con personas desconocidas porque son un ramillete de colores,
esperanza, vivencias, aprendizaje, no importa en torno a qué gire la
conversación, siempre se aprende algo nuevo con ellas y se conocen otras
culturas, otras formas de vida, otras rutinas, otros pensamientos. Y me hacen
ver, con su sola existencia que no somos únicos, que el mundo no gira en torno
a nosotros, que podemos conservar nuestro propio paraíso pero que al abrir las
ventanas podemos observar el de los demás, que son como en el campo abierto,
las flores silvestres que lo embellecen.
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