domingo, 20 de septiembre de 2020

México - Análisis a Fondo: O se es o no se es

 



 

·        Democracia es una palabra fantasiosa

 

·        Pero es el modo de elegir al gobernante

 

Por Francisco Gómez Maza

 

 

Siempre he defendido que la democracia es una palabra fantasiosa, imaginaria, que se ha empleado históricamente por las clases dominantes para controlar a los pueblos.

Democracia significa gobierno del pueblo, pero, una vez que la mayoría ha elegido a un gobierno, éste ya no representa a nadie más que a sí mismo y, en base al discurso democrático, hace lo que su santa voluntad decide, so pretexto de que está respondiendo al mandato del pueblo.

Pero, pueblo también es una palabra fantasiosa, porque es una entidad gramatical, únicamente. Es una palabra engañosa que es una traducción del Populus romano de tiempos de los emperadores, los cuales no fueron nada democráticos, y la demo griega, la cual no tomaba en cuenta a los esclavos que eran la mayoría.

Además, como lo hemos dicho en este espacio, nadie, ni aquí ni en ningún lugar del mundo, ni en ningún sistema político y económico, se agremia sólo para buscar el bien común. El ser humano nace solo, crece solo, se desarrolla solo, y muere solo, aunque se hable de sistemas democráticos, sociedades anónimas, sindicatos de cualquier índole, sean empresariales o de trabajadores, o gremialismos, comunitarismos o comunismos.

Por ello es por lo que modelos como el capitalismo (individualismo) se impusieron a los modelos de economía planificada. En el fondo y en la superficie y en todos lados, la primacía la tiene el egoísmo. Así que democracia queda absolutamente descalificada para significar lo que los expertos dicen que significa: la realidad me dice que es sólo una falacia, una palabra fantasiosa. Una palabra para dominar a los pueblos, aquí y en Estados Unidos, aquí y en China comunista.

Así, comprenderemos que los gobiernos denominados democráticos nunca han garantizado el gobierno del pueblo y para el pueblo. Y menos el bienestar de las mayorías. Y menos que el elegido sea el adecuado para trabajar por el bienestar de la población.

Viene a cuento, la elección que convocó el gobernador romano de Judea, a principios de la era cristiana, para “salvar” al nazaretano Jesucristo, en quien no veía, dijo, culpa alguna.

Pilato convocó a la masa popular a elegir entre Jesús y un ladrón famoso en esa época, llamado Barrabás. La gente, enardecida, azuzada (chayoteada, maiceada por los sumos sacerdotes) votó por la excarcelación del ladrón.

Desde entonces, las elecciones democráticas han servido para que las mayorías voten por los ladrones. Entre ladrones te veas.

En México se salvan muy pocos del calificativo de antidemocráticos; aunque presumiblemente, no me consta, fueron elegidos por la mayoría del pueblo, en votaciones presuntamente libres. Pero no porque un candidato haya sido elegido por mayoría de votos, es democrático y forma un gobierno democrático.

La mayoría de los gobiernos salidos del PRI han sido calificados de democráticos, no obstante que han salido “electos” en elecciones fraudulentas. Calificados de emanados del pueblo, al servicio del pueblo, casi todos han sido adoradores del dios Pluto, cómplices de la corrupción plutocrática, que les ha permitido el enriquecimiento desmedido a expensas del erario, del tráfico de influencias, o la autorización de grandes negocios con dinero mal habido.

Sin embargo, la mayoría acepta estas reglas de juego – el sistema democrático de gobierno -, impuestas por las clases dominantes sólo para manipularla.

El pueblo nunca se beneficia de un gobierno democrático emanado del pueblo, pues en el momento en que el nuevo gobierno toma posesión y jura respetar la constitución, en ese momento ya no representa a nadie más que a sí mismo. ¡Y ancha es Castilla!

Pero a la gente que integra a los pueblos le enseñaron que el mejor sistema político económico es la democracia. A ello son obligados todos. A aceptar los resultados de las elecciones, y mientras no haya una reforma o una revolución que cambie el estado de cosas, la normalidad general es aceptar que el adversario ha sido elegido para gobernar a todos, desde la presidencia de la república hasta una presidencia municipal.

Se elige entre candidatos y triunfa aquel que, al final de una jornada electoral, obtiene la mayoría de los sufragios, aunque sólo sea por medio voto, como ocurrió con el triunfo de Felipe Calderón. Medio voto que le valió decir: “aiga sido como aiga sido”.

Pero los partidos políticos registrados están obligados a respetar los resultados de la elección, avalados por el tribunal electoral. Y así a esperar la siguiente elección, o la revocación de mandato que actualmente está vigente.

Yo creo, estoy convencido que la democracia es sólo una palabra fantasiosa, que sirve a las clases dominantes para controlar a los pueblos. Pero acepté, al dar mi voto, las reglas del juego democrático. Lo demás son berrinches y pataleos. Ya no creo en ninguna clase de violencia como creí ilusamente en alguna etapa de mi adolescencia.

 

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