· Democracia es una palabra fantasiosa
· Pero es el modo de elegir al gobernante
Por Francisco Gómez Maza
Siempre he defendido que la democracia
es una palabra fantasiosa, imaginaria, que se ha empleado históricamente por
las clases dominantes para controlar a los pueblos.
Democracia significa gobierno del
pueblo, pero, una vez que la mayoría ha elegido a un gobierno, éste ya no
representa a nadie más que a sí mismo y, en base al discurso democrático, hace
lo que su santa voluntad decide, so pretexto de que está respondiendo al
mandato del pueblo.
Pero, pueblo también es una palabra
fantasiosa, porque es una entidad gramatical, únicamente. Es una palabra
engañosa que es una traducción del Populus romano de tiempos de los
emperadores, los cuales no fueron nada democráticos, y la demo griega, la cual
no tomaba en cuenta a los esclavos que eran la mayoría.
Además, como lo hemos dicho en este
espacio, nadie, ni aquí ni en ningún lugar del mundo, ni en ningún sistema
político y económico, se agremia sólo para buscar el bien común. El ser humano
nace solo, crece solo, se desarrolla solo, y muere solo, aunque se hable de
sistemas democráticos, sociedades anónimas, sindicatos de cualquier índole,
sean empresariales o de trabajadores, o gremialismos, comunitarismos o
comunismos.
Por ello es por lo que modelos como el
capitalismo (individualismo) se impusieron a los modelos de economía
planificada. En el fondo y en la superficie y en todos lados, la primacía la
tiene el egoísmo. Así que democracia queda absolutamente descalificada para
significar lo que los expertos dicen que significa: la realidad me dice que es
sólo una falacia, una palabra fantasiosa. Una palabra para dominar a los
pueblos, aquí y en Estados Unidos, aquí y en China comunista.
Así, comprenderemos que los gobiernos
denominados democráticos nunca han garantizado el gobierno del pueblo y para el
pueblo. Y menos el bienestar de las mayorías. Y menos que el elegido sea el
adecuado para trabajar por el bienestar de la población.
Viene a cuento, la elección que convocó
el gobernador romano de Judea, a principios de la era cristiana, para “salvar”
al nazaretano Jesucristo, en quien no veía, dijo, culpa alguna.
Pilato convocó a la masa popular a
elegir entre Jesús y un ladrón famoso en esa época, llamado Barrabás. La gente,
enardecida, azuzada (chayoteada, maiceada por los sumos sacerdotes) votó por la
excarcelación del ladrón.
Desde entonces, las elecciones
democráticas han servido para que las mayorías voten por los ladrones. Entre
ladrones te veas.
En México se salvan muy pocos del
calificativo de antidemocráticos; aunque presumiblemente, no me consta, fueron
elegidos por la mayoría del pueblo, en votaciones presuntamente libres. Pero no
porque un candidato haya sido elegido por mayoría de votos, es democrático y
forma un gobierno democrático.
La mayoría de los gobiernos salidos del
PRI han sido calificados de democráticos, no obstante que han salido “electos”
en elecciones fraudulentas. Calificados de emanados del pueblo, al servicio del
pueblo, casi todos han sido adoradores del dios Pluto, cómplices de la corrupción
plutocrática, que les ha permitido el enriquecimiento desmedido a expensas del
erario, del tráfico de influencias, o la autorización de grandes negocios con
dinero mal habido.
Sin embargo, la mayoría acepta estas
reglas de juego – el sistema democrático de gobierno -, impuestas por las
clases dominantes sólo para manipularla.
El pueblo nunca se beneficia de un
gobierno democrático emanado del pueblo, pues en el momento en que el nuevo
gobierno toma posesión y jura respetar la constitución, en ese momento ya no
representa a nadie más que a sí mismo. ¡Y ancha es Castilla!
Pero a la gente que integra a los
pueblos le enseñaron que el mejor sistema político económico es la democracia.
A ello son obligados todos. A aceptar los resultados de las elecciones, y
mientras no haya una reforma o una revolución que cambie el estado de cosas, la
normalidad general es aceptar que el adversario ha sido elegido para gobernar a
todos, desde la presidencia de la república hasta una presidencia municipal.
Se elige entre candidatos y triunfa
aquel que, al final de una jornada electoral, obtiene la mayoría de los
sufragios, aunque sólo sea por medio voto, como ocurrió con el triunfo de
Felipe Calderón. Medio voto que le valió decir: “aiga sido como aiga sido”.
Pero los partidos políticos registrados
están obligados a respetar los resultados de la elección, avalados por el
tribunal electoral. Y así a esperar la siguiente elección, o la revocación de
mandato que actualmente está vigente.
Yo creo, estoy convencido que la
democracia es sólo una palabra fantasiosa, que sirve a las clases dominantes
para controlar a los pueblos. Pero acepté, al dar mi voto, las reglas del juego
democrático. Lo demás son berrinches y pataleos. Ya no creo en ninguna clase de
violencia como creí ilusamente en alguna etapa de mi adolescencia.
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