· Podría quejarme del obligado confinamiento
· Pero ha sido fructífero retiro del mundanal ruido
Por Francisco
Gómez Maza
Hasta este viernes 10 de septiembre
podía contar 180 días de un muy productivo encierro, extrañando únicamente el
ir y venir del reportero. Y la envidia que me da que otros se contagien de la
enfermedad en busca de la nota. Pero así es este negocio de la vida. Y de la
muerte.
No puedo quejarme.
Diariamente, llevando esta vida monacal,
en la más completa solitariedad, que no en la soledad porque me acompaño a mí
mismo, me falta tiempo para completar mi trabajo, para averiguar con mis
fuentes de información, para jerarquizar los asuntos, para redactar las
noticias. Y ver, como desde la barrera del redondel, a toro y torero.
Una nueva normalidad: Despertar entre
cuatro y cinco de la mañana, un baño de agua muy caliente, terminando con el
agua helada. Realmente un placer que no todos pueden gozar por el miedo a una
quemada o a un resfriado por el agua fría.
Enseguida ir al hermoso camellón de la
avenida, repleto de árboles gigantes de toda especie, a respirar un poco de
aire puro; caminar 40 minutos, ejercitarme para bajar la panza, tomar una
segunda ducha, desayunar y trabajar de corrido hasta la hora de la comida y
hasta que no haya nada importante para los receptores.
Una vida nada sedentaria. Intensa
comunicación con las fuentes de información, minuciosa revisión de los correos
que traen cientos de comunicados de todos los sectores sociales, económicos y
financieros. Elegir el asunto o los asuntos dignos de ser profundizados; ver
qué experto puede explicarlos, entrevistarlo por el celular o el mensajero del
WhatsApp, e iniciar un trabajo de edición que nunca termina.
Suena el timbre del teléfono. Cómo vas.
¿Ya terminas? Se oye una voz que llega desde el otro lado de la línea. No. Qué
va. Esto de leer la nota, valorarla, reescribirla, editarla es de locos y sólo
un periodista lo soporta.
El periodismo no tiene horario. Nunca
termina. Día y noche. Por eso digo que el reportero es como un perro vigilante,
que duerme con los ojos abiertos. El trabajo no permite gozar a los seres
queridos. Muchas parejas se separan porque no soportan esa vida de soledad de
dos.
Es como la pandemia. El periodista está
contagiado de bichos de dichos, de hechos, de dudas, de interrogantes, de
exigencias, de una realidad que está aquí y en la que uno se sumerge para
traducirla, darle contexto, trasmitirla, darla a conocer por el medio, que es
como un mensajero, como el mensaje que vuela, corre o llega a través de ondas
radiales a los smartphones o a las computadoras personales, sea escrito o
imaginado.
La jornada resulta muy corta para
averiguar, para obtener la información, para leerla, para jerarquizarla, para
resumirla de modo que quede breve, concisa y precisa. Ésta es una de las reglas
de oro del periodismo de todos los tiempos: información breve, concisa y
precisa.
Y después de interminables luchas, entre
filias y fobias, entre dudas y certezas, entre los dimes y diretes de las
facciones políticas, entre escuchar discursos de odio, pararle a la acción sólo
para tomar los alimentos y un descanso nocturno para olvidar de tajo el pasado
y comenzar de nuevo.
El pasado no existe más. El futuro
menos. Sólo el aquí y ahora. Tomar conciencia del ser y del saber, y reiniciar
la búsqueda, la confirmación – hasta una mentada de madre que te lancen tienes
que confirmar si es falsa o verdadera antes de publicarla-, decía mi querido
compañero de La Extra, René Arteaga.
Una breve crónica de un día en la vida
de un reportero.
Y mientras, que los grupos
politiqueros se destrocen, más en estos días de la ira.
A DESFONDO:
La confrontación, rayana en enemistad de
clase, parece que no tiene retorno. Cada vez es más intensa, frontal. Ahora se
concentró entre Javier Corral Jurado y el Presidente, poniéndose el
chihuahuense con Sansón a las patadas. No olvide que usted es sólo gobernador y
el otro es el presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. “Aiga
sido como aiga sido”.
Siempre había creído que don Javier no
era un panista tan panucho, tan mochila, que no era de los meones de agua
bendita. Y todo nomás por joder, nomás por no dar el brazo a torcer. Usted sabe
que habrá que darles, como cada año por estas temporadas, agua a sus vecinos de
allende la frontera. Parece que quiere desconocer el acuerdo de 1944. No se
enoje, don Javier, que bien sabe usté que el asunto de la presa está
manipulado, ¿entre otros, por usted? ¿O de veras, ¿no?)
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