Por Ilka Oliva Corado
Blog de la
autora: https://cronicasdeunainquilina.com
Muchos han definido
este 2020 como el año maldito, por lo del virus. Pero es tan solo uno de los
miles que existen, no es el único que mata, mata más personas, por ejemplo; la
insensibilidad. Voltear a otro lugar y fingir ignorar lo que nos golpea de
frente: el racismo, el clasismo y el olvido. Meternos en nuestras burbujas y
cerrarlas bajo siete llaves porque todo lo que suceda afuera, lo que vivan
otros no nos interesa. Por eso es por lo que vemos tantos niños viviendo en las
calles y morir ahí mismo y no nos causa ni espanto ni pena alguna mucho menos
la indignación que nos haga actuar.
De pronto este virus
vino a arañar un poco las puertas de nuestras burbujas, por ahí se llevó a
alguno de nuestros seres queridos, tal vez personas que como nosotros voltearon
a otro lugar cuando debieron actuar para ayudar a otros, morir o morir a causa
del virus no los hace más nobles después de muertos. Pero nosotros los santificamos
porque ese virus maldito se los llevó. ¿Pero y qué hay del hambre que viven
quienes hacen de los basureros su hogar? ¿Por qué no nos inmutamos cuando
familias completas fallecen a causa de un alud entre los volcanes de basura? En
principio, ¿en qué momento permitimos que esto sucediera? Que los basureros
sean hogares de tantas familias, ciudades completas…
La pandemia, una de las
tantas. ¿Por qué no nos ha dolido como nos ha dolido el 2020, la trata de
niños, niñas, adolescentes y mujeres para fines de explotación sexual? Eso es
palpable, visible, están en cada esquina no los podemos ignorar. ¿O será que,
como el virus, hasta que toque a uno de los nuestros? Entonces y sólo entonces
haremos visible lo que hemos desechado porque no era nuestro asunto y nos
daremos cuenta de que estaremos solos porque los otros fingirán no ver porque
tal como nosotros lo hacemos hoy, no será asunto de ellos. Es el germen
el patriarcado y de la mezquindad.
Este virus vino a sacar
lo peor de nosotros, fue tan solo una oportunidad para mostrarnos cómo somos en
realidad, por ejemplo: gente con un celular que fue a dar al hospital, le toma
fotografías a otros pacientes que están en intensivo, las publican en las redes
sociales exponiendo la gravedad de la enfermedad. ¿Por qué no se toman fotos a
sus propios coyoles sino tienen oficio? Pero exponer así a otros. Y lo han
hecho enfermeras, doctores, pacientes lo que indica que no porque unos tengan
mayor grado de escolaridad tienen respeto por la privacidad de los demás.
Y qué decir de los que
les toman fotos a los adultos mayores en sus familias que están en sus camas
muy graves y las publican en las redes sociales. ¿Por qué llegar tan bajo? Y
peor aún, los que tienen virus tipo pereza que no les pegó duro, pero les da
pereza y aprovechan y se cuelgan, se toman fotos despeinados, con la baba de
una semana, cheles de ocho días y las publican en las redes sociales diciendo
que son sobrevivientes de Covid. Cuando en realidad una persona que está
enferma de gravedad no puede ni mover un dedo. Eso es faltarle el respeto a
toda la gente que ha muerto y que está grave por el virus. Pero así es la
consistencia humana: raleada, cuarteada.
De lo hermoso que
pudimos ver fue a los pueblos originarios donando sus cosechas, llegando a
poblados con camiones llenos de verduras y frutas para dar alimento a familias
completas. Mientras que en otros la gente salía con banderas blancas pidiendo
auxilio y lo que hacían los que podían ayudar era encerrarse bajo siete llaves
en sus casas cómodas, publicando fotos en redes sociales de la abundante
comida, sus vinos caros y sus chimeneas humeantes mientras recordaban
nostálgicos sus viajes por el mundo. Muchos de ellos hoy lloran la muerte de un
ser querido, pero aún y con ese dolor no se dignan a tender la mano a quienes
están en necesidad porque el dinero, la avaricia y el egoísmo rigen sus vidas.
En cambio, donde abundó la cosecha y fue donada, el dolor de uno es el dolor de
todos.
No fue un año maldito
ni el virus es maldito, los inconsistentes somos nosotros que tuvo que venir un
virus para escupirnos en la cara la gentuza que somos y poner en calco nuestra
miseria humana que carece de valores, de palabra y de acción. Porque hambruna
viven millones en el mundo, ahí nomás cerca de nosotros hay pueblos enteros en
hambruna y no es un virus de momento, la hambruna se puede curar, puede ser
eliminada, también la desnutrición infantil crónica, no se necesita un milagro
ni una vacuna, se necesita dignidad, indignación, solidaridad.
Los famosos desastres
naturales no son naturales, pueden evitarse porque son causados por todo el
daño que le hemos hecho al planeta, tienen que actuar los líderes políticos sí,
pero nosotros como sociedad también. Porque en lo más mínimo de hacer o de
pasividad afecta. Para no ir tan lejos este año quedarán millones de
mascarillas en el mar. En todo caso, ni el año ni el virus son los
malditos.
El 2020 debería ser el
año en el que la humanidad empezó a regenerarse, que empezó a tomar conciencia
del daño que se hacía a sí misma, al planeta y a otros seres vivos. Pero no es
el caso y no lo será y podrán venir mil virus más, llevarse a familias
completas que no aprenderemos, porque el egoísmo, la altanería, la
insensibilidad y la mediocridad es el ADN que llevamos dentro.
De otro planeta, claro
está, parecieran los que dan la mano, meten el hombro, comparten el bocado de
comida, donan sus cosechas y sienten como propia la tragedia ajena. Y no tienen
grandes mansiones, ni chimeneas humeantes, vinos caros, viajes por el mundo ni
maestrías ni doctorados. Es la gente común, en muchos casos también la más
excluida y empobrecida. Es el pueblo. Con lo que nos siguen dando la lección de
que no se trata de tener sino de voluntad. Por ellos la esperanza de un
mundo mejor aún no ha sido arrancada de raíz. Y las almas que se niegan a dejar
de soñar seguirán creyendo en una primavera de retoños abundantes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario