Asumido el hecho de estar todos bajo la amenaza del contagio, surgen otras decisiones.
Una puerta hacia la
normalidad, esa es la promesa de la vacuna.
Por Carolína Vásquez
Araya
Entre promesas y dudas,
datos comprobados y especulaciones, opiniones científicas y ofertas políticas,
la vacuna hace su aparición y abre de pronto la puerta hacia un hipotético
regreso a lo que considerábamos “la normalidad”: esto es, un cierto estado de
libertad en un ambiente desprovisto de la amenaza viral a la cual estamos
expuestos. Los debates sobre la efectividad, los riesgos y la postura ética de
laboratorios conocidos por su orientación mercadológica, han rebasado la
capacidad de absorción de tanta información contradictoria, y el público
permanece a la espera de obtener respuestas claras y garantías mínimas.
El mundo científico
está dividido frente a este recurso de emergencia y su incertidumbre comienza a
infiltrarse hacia una población lega, ansiosa de creer en el remedio mágico de
una vacuna cuyos efectos de mediano y largo plazo aún no han sido probados.
Pero las dificultades no paran ahí. Uno de los mayores obstáculos presentados a
los países comprometidos a iniciar las vacunaciones entre sus habitantes es la complicada
logística en el almacenamiento, distribución y aplicación de la vacuna en forma
masiva.
La desarrollada por el
laboratorio Pfizer, por ejemplo, requiere de una cadena de frío inexistente en
la mayoría de los países del mundo. Es decir, para mantener el producto en
perfectas condiciones, necesita una infraestructura que le garantice su
conservación a -70 grados Celsius, un nivel de frío semejante a la temperatura
del ártico. Sin embargo, aseguran los expertos que esta exigencia tampoco es
insuperable, ya que en la República Democrática del Congo se pudo inmunizar
contra el ébola a más de 300 mil personas con una vacuna que exigía
requerimientos de temperaturas semejantes a las de Pfizer contra el
Covid19.
Antes de cantar
victoria con un recurso de emergencia como las vacunas desarrolladas en tan
corto tiempo, es preciso comprender que los obstáculos presentados por las
comunidades alejadas de los centros urbanos –los cuales tampoco poseen los
recursos necesarios, sobre todo en países en desarrollo- en donde predominan la
pobreza, la falta de agua y de infraestructura sanitaria, colocan a sus
habitantes en una situación de riesgo extremo. Y es importante señalar que este
segmento de población vulnerable es la inmensa mayoría de la población mundial.
Por tal motivo, además del tiempo requerido para crear un sistema
suficientemente eficaz para inmunizar a un porcentaje mayoritario, las
esperanzas de un freno efectivo a la pandemia se reducen a ciertos núcleos
urbanos favorecidos por su acceso a los beneficios de un mayor nivel de
desarrollo.
Aun cuando la discusión
sobre la efectividad y la seguridad de las vacunas desarrolladas por los más
importantes laboratorios está planteada -tanto en círculos científicos como
políticos- la realidad es que la población está ansiosa por aceptar como buena
una solución que le permita retomar sus actividades normales y le prometa
brindarle un efectivo parapeto contra el virus. La gente está cansada de vivir
una realidad incómoda, limitante y precaria. Está, además, razonablemente
temerosa por la pérdida de sus derechos civiles ante decisiones arbitrarias de
ciertos gobiernos que se aprovechan de la crisis para adoptar medidas
dictatoriales.
Es importante tomar en
cuenta, de paso, que los países más ricos se adjudicaron ya la provisión
prioritaria de vacunas, por lo cual los más pobres deberán esperar varios meses
antes de obtener la cantidad suficiente para asegurar la inmunización de un
porcentaje mayoritario de su población.
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